Juegos infantiles, horrores adultos
Dirección: Hana Makhmalbaf. Guión: Marziyeh Meshkini. Música: Tolib Khan Shahidi. Intérpretes: Nikbakht Noruz, Abdolali Hoseinali y Abbas Alijome. Nacionalidad: Irán. 2007. Duración: 81 minutos.
Convertida en la gran sorpresa de la pasada edición del festival de San Sebastián, la joven Hana Makhmaklbaf, hija y hermana de cineastas, con apenas 19 años recuerda no tanto a su padre sino al patriarca del cine iraní contemporáneo, Abbas Kiarostami. Del autor de La casa de mi amigo y A través de los olivos , extrae Hana la larga tradición de filmar con niños contraviniendo uno de los mandatos más celebrados de Alfred Hitchcock. Pero el autor de Psicosis era un cineasta resabiado y manierista empeñado en seducir al espectador a golpe de ritmo y suspense y Hana es casi una niña que hace cine con la misma voluntad con la que Miró pintaba sus cuadros, tratando de no perder la frescura de quien hace del arte el juego de un descubrimiento.
Ante un filme como éste surgen dudas de dos tipos. Una, desde la ignorancia de confundir sencillez con simpleza. Rodar con un grupo de niños que juegan a ser niños y a los que se les coloca en situación de crueldad intolerable como metáfora de la intolerancia de sus progenitores, impone algo más que voluntad. De manera que, por más que algunos lo duden, convendrá admitir que rodar un filme como este Buda explotó por vergüenza no está al alcance de cualquiera.
El otro tipo de dudas recorre las venas principales de su estructura. Tras la mascarada evidente de esta fábula directa y evidente en torno a la lacra del fanatismo religioso y la intolerancia, sin resaltarlo, la directora corre riesgos evidentes. Por momentos, el filme parece decidido a hundirse en su reiteración. Inclinado a prolongar algunas secuencias más allá de lo que el propio relato reclama como natural, Hana Makhmalbaf alarga las situaciones sin que, a pesar de todo, el filme se resquebraje por más que lo parezca.
Muy lejos de la impostura de otros compatriotas cineastas empeñados en demostrar un talento que no tienen, detrás del desolador vacío que queda tras la destrucción de los budas afganos, vuela este poema trasparente, vital y contagioso por el que una niña quiere aprender a leer como los niños. Una aspiración a la igualdad de género tan inscrita en los derechos humanos como incumplida en demasiadas partes del mundo.