Los caprichos de la naturaleza
Dirección y guión: Lucía Puenzo. Intérpretes: Ricardo Darín, Inés Efron, Martín Piroyanski, Germán Palacios, Valeria Bertuccelli, Carolina Peleretti. Nacionalidad: Argentina, Francia y España, 2007. Duración: 91 minutos.
Primera sorpresa. Esta extraña y atípica película se ve transitada de parte a parte por un desconocido Ricardo Darín. Aquí no hay ningún tic que trate de reverdecer el hacer de El hijo de la novia y/o Nueve reinas . De hecho, aunque su personaje sea fundamental, ni Darín es el protagonista ni su rol se parece en nada a lo que hasta ahora había mostrado.
Segunda sorpresa. Aunque la directora se apellida Puenzo, y en efecto es hija del autor de La historia oficial , nada hay aquí de ese cine argentino tan reconocible y difundido en los últimos años. Más bien milita en ese movimiento renovador y periférico, seco y de filo herrumbroso, practicado por una nueva generación de realizadores que buscan diferenciarse de sus mayores. Es un cine con escaso eco en las carteleras pero muy prestigiado en los festivales de todo el mundo. De hecho, fue en Cannes donde Lucía Puenzo supo que su película era extraordinaria.
Convengamos en que XXY lo es. Desde su mismo título, un juego que nada dice a quien no ha visto el filme, todo aquí adquiere un aire escasamente convencional. Lucía Puenzo, con un paso intimista de planos equilibrados y tiempo detenido, derrocha algo caro en tiempos de cine sin enigma ni misterio. Lucía Puenzo se asoma al origen del género sexual y, con él, a la paradoja de la libertad. La Argentina que aquí se retrata no huele a costumbrismo. En XXY el drama no arranca del verbo. Aquí la miseria no guarda relación alguna con la política gubernamental y, por tanto, el horror no emana del ordeno y mando militar ni del amaso y especulo bancario.
Todo aquí se expone en ese instante decisivo en el que un cuerpo adolescente debe decidir hacia dónde quiere ir. Su contenido resuena extrañamente poético; aquí nada rima porque la voz no es lo único que se oye. Es película de gestos con los que se trasmite una emocionada lección de búsqueda de un lenguaje propio. Un lenguaje capaz de asumir lo que otros hicieron para reinventar viejas historias de ecos mitológicos, de saberes profundos que se propagan como si nunca antes nadie hubiera hablado de algo tan evidente como la biología y sus caprichos.