Horror, denuncia y divertimento
Dirección y guión: Richard Shepard. Intérpretes: Richard Gere, Terrence Howard, Jesse Eisenberg, James Brolin, Ljubomir Kerekes, Kristina Krepela. Nacionalidad: EEUU, 2007. Duración: 96 minutos.
Matador , la anterior película de Richard Shepard, una mirada irónica sobre un asesino a sueldo, ya provocaba algo que La sombra del cazador eleva a su grado extremo: desconcierto. Shepard, en un ejercicio de confianza en el público, reclama del espectador un acto de distancia crítica al construir personajes y situaciones ambivalentes. En La sombra del cazador , un filme ambientado en las ruinas humeantes que quedaron tras la limpieza étnica acometida en la fragmentación de la antigua Yugoslavia, Shepard da una vuelta de tuerca al mezclar denuncia política con cine de aventura, al fundir el horror de lo que se percibe como verdadero con el rostro de Hollywood. El rostro principal lo pone Richard Gere, un actor homenajeado recientemente por el festival de Donostia con más motivos de los que algunos le quieren reconocer. Parece vulnerable, pero un repaso a su trabajo indica lo contrario.
En cuanto al horror, éste salpica el guión con datos que nos recuerdan que los criminales del conflicto balcánico no sólo siguen libres, sino que nada indica que algún día un tribunal justo llegue a juzgar sus delitos. De hecho, lo más escalofriante que encierra esta película surge en las notas explicativas sobre lo real que aparecen cuando comienzan los créditos.
El filme cuenta la vieja historia de los asesinos justificados, de los favores debidos y de los silencios culpables. De modo que La sombra del cazador sobrevuela por un territorio minado, un cenagal sobre el que todavía penden demasiadas renuncias. Pocas guerras resultaron tan desorientadoras y fueron tan desazonadoras para la opinión pública como la de los Balcanes. ¡Tan cercana en el tiempo y en el espacio y tan desterrada de la memoria! Quizá por ello, Shepard, consciente de que la herida sangra, decide añadir a su testimonio una sobredosis de suficiencia. El efecto es inquietante. Si por un lado el filme construye tipos y secuencias demoledores, por el otro desactiva su efectividad para reconducirlo todo por la senda del thriller y el guiño. De ese modo la verdad y la impostura interactúan en un juego malévolo que no carece de interés pero que acaba frustrado por el peso de una ironía impotente.