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Escritor que bala, musa que pierde

viernes, 7 de diciembre de 2007 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección y guión: Paul Auster. Intérpretes: David Thewlis, Irène Jacob, Michael Imperioli, Sophie Auster. Nacionalidad: Francia, España y Portugal. 2007. Duración: 93 minutos.


La obra de Paul Auster gira en torno a la idea del azar. En ella los encuentros improbables se hacen verosímiles, los elementos fantásticos no lo parecen y las situaciones singulares se impregnan de una cotidianeidad anclada en el sentido común por delirante que éste sea. Esto nos es servido con una prosa precisa, accesible y directa. Por eso Auster es de esos autores que cuando enganchan a un nuevo lector lo atrapan en su sentido literal. Hagan la prueba y pregunten, tal vez usted también sea uno de ellos. La cuestión es que quienes han leído algo suyo, rara vez se conformaron con una sola novela. Es decir, algo hay en su narrativa que, como la Coca-Cola, impele a seguir consumiéndola hasta que por exceso se provoca un rechazo o una indigestión. Pasado un tiempo, retorna de nuevo este fenómeno de la chispa de la vida que vuelve a atrapar. Carece de matices profundos pero funciona, arregla resacas y refresca.

Si el azar anuda su obra, el azar alumbró su segundo largometraje, un filme de bandera europea, reparto internacional y vocación sacrifical por la que el escritor ensaya un desnudo integral que le lleva a esbozar un inquietante discurso sobre la musa como inspiradora de la creación, o sea madre, y su propia hija en la vida real. ¿Un cruce chirriante entre el objeto intelectual y la obra biológica? Sin duda.

Hace unos años, con Lulu on the bridge , Auster debutó como cineasta con una extraña pieza de cronómetro dislocado y romance radical. Sin alcanzar la excelencia, Auster sorteaba la impericia del oficio con la brillantez del buen fabulador que lleva en su interior. En ese mismo interior se pierde ahora, cuando Paul Auster se olvida del relato con el pretexto de ahondar en el misterio de la escritura, en esa relación tiránica y experimental por la que el escritor se hace a sí mismo en su escritura. Tan sugerente ambición no encuentra al cineasta capaz de concretarla en imágenes. O más exactamente, el Auster director se defiende bien en los veinte minutos iniciales. Luego, cuando el ciclo de la repetición se insinúa, el Auster padre, que ya ha esbozado su inquietud, nos deja con su bella hija. Pero eso ya no es ni cine, ni literatura. Es sólo una bonita voz y una atractiva fotogenia.

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