Estatuas (in)móviles y fantásticas
Dirección: Juan Antonio Bayona Intérpretes: Belén Rueda, Geraldine Chaplin, Fernando Cayo, Roger Princep, Mabel Rivera y Monserrat Carulla Nacionalidad: España. 2007 Duración: 110 minutos
El comienzo de El orfanato recupera un viejo juego infantil de múltiples nombres. Uno de ellos era el de «estatuas mudas e inmóviles» y quizá sea esta denominación la que mejor desvela el contenido de esta brillante película. En el juego había una contradicción: si son estatuas, por lógica, debían ser mudas e inmóviles y sin embargo… cuando el jugador-madre se daba la vuelta para recitar la cuenta atrás, todo cobraba vida en una especie de juego fantasmático en el que los niños se adentraban con total inconsciencia. Así se pulsaba la esencia de lo imaginario. Especialmente lo hacía el jugador que se cubría los ojos, al que, poco a poco, todos le rodeaban escenificando una representación fascinante: la del poder de lo imposible. A esa fuerza irracional es a la que acude El orfanato , un filme de género, muy bien filmado, con instantes felices y una pequeña grieta estructural que alerta sobre la vulnerabilidad del constructo, aunque no invalide su capacidad de entretener.
Pero no será esa grieta la que tumbe la carrera comercial del filme de Bayona. Más problemas le crearán el excesivo peso que sobre él ha recaído. El éxito de Cannes, Toronto, Nueva York y ahora Sitges, su designación para representarnos en el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa y las enormes expectativas alimentadas sobre su capacidad de sobrecoger, alertan al espectador y le llevan a jugar a la defensiva. Si quien esto lee acude a ver el filme con esta actitud, o sea con resabios y suspicacias, la película de Bayona no le aguantará el envite.
Hemos dicho que en su semilla germinal, en su arranque y en su explosión postrera, late un juego infantil y con él, la necesidad de una especie de ver y no ver, de cerrar los ojos para, al abrirlos, dar por verdadero lo que de otra forma es pura farsa. Por cierto, en ese mismo parpadeo, fusión crítica del parpadeo en el argot técnico, habita el fundamento del cine, la razón de su existencia. De modo que Bayona, en este arabesco de fantasía, convoca a las esencias cinematográficas para recoger de ellas su aroma. Puro metalenguaje.
Por eso mismo sería un error ningunear El orfanato por su apariencia de producto sensible al mercado, por su ropaje de cine de género en un país que habitualmente desprecia «lo comercial». El cine español sufre de pretensiones de autor y está huérfano de autores capaces de disfrutar con el artificio narrativo. Y lo mejor es que Bayona combina bien el oficio con el rigor y sabe aunar la capacidad de resultar ameno con la dignidad de mostrar solvencia.
El orfanato sabe de lo que trata y, en su argumento, incorpora no ya la tradición gótico-occidental del relato de casas encantadas y apariciones fantasmales sino que también se muestra permeable al cine japonés a lo Dark Water. Esa acumulación de referencias, inevitable en el cine de género, lejos de restarle méritos se los presta porque Bayona digiere con brío todo aquello que ha ido recogiendo a lo largo de estos años.
Además cuenta con Belén Rueda. Ella asume el peso de un filme bien engarzado y mejor desplegado. Y con ella cobra relieve su personaje al que no siempre se le acompaña debidamente. Por eso, en esa zona central donde se cocina el enigma que ancla el filme, no se sabe muy bien si sobra lo que falta o falta lo que sobra. Da igual. Bayona termina bien lo que bien empieza y eso tiene que ver con los niños y con Belén Rueda. Ellos hacen de El orfanato una pulcra y nada pretenciosa película. La que mejor nos representará en Hollywood a juicio de la Academia. Algo se mueve dentro del cine español.