Jumelage argentino-español
Dirección: Marcos Carnevale. Intérpretes: Chete Lera, Montse Germán, Raúl Arévalo, Facundo Arana, Verónica Echegui, Betiana Blum, Lidia Catalano, Ana Wagener y China Zorrilla. Nacionalidad: España-Argentina. 2007. Duración: 109 minutos.
Bastaron dos títulos para despertar el interés del público español por el cine argentino. Uno ganó con el boca a boca: Nueve reinas . El otro, arrasó de entrada: El hijo de la novia . Desde entonces aumenta la colaboración entre el cine español y el argentino, una entente en la que Tocar el cielo aparece como quintaesencia de esa fusión. Desde sus primeras imágenes todo en él es dual y arquetípico. Su acción acontece entre Madrid y Buenos Aires. Su discurso escruta a la familia. Y su tono es un híbrido entre comedia y drama.
Tocar el cielo se abre con unos delfines que sobrevuelan Madrid, en el corazón de Preciados, el día de nochevieja. Parece una imagen surreal y algo de surrealismo argumental no falta. Esa noche, cuando un año muere y otro comienza, en Madrid y en Buenos Aires dos grupos humanos muy diferentes echarán al cielo sendos puñados de globos con deseos prendidos en ellos. Es aquí, en su apertura, cuando Carnevale construye sus más inspiradas imágenes en un deseo de convocar la ambigüedad para reclamar que las cosas no son lo que parecen a simple vista. Lo siguiente en aparecer es una boda extraña porque en ella, el novio se deshace en arrumacos y besos con una convidada sin que la novia se altere.
Todo, luego, será aclarado y la perplejidad inicial será resuelta con esa enfermiza voluntad explicativa -propia del cine español antes y argentino ahora-, de contarlo todo. Carnevale así lo hace con un guión que parece diseñado por un maestro del bricolaje Ikea. Cada cubo en su lugar, cada imagen con su explicación, cada personaje con su desenlace. Todo cerrado pese a que muchos de los protagonistas de esta película coral sean excesivos, estén dibujados a brochazos y carezcan de solidez argumental en su evolución dramática. Pero esto parece no importarle. En su lugar, coloca todas las fichas en juego en el drama total para acongojar el ánimo. Hurga en la herida de la muerte y radiografía una agonía hasta el final para conmover por la vía directa. Para equilibrar su angustiosa recreación terminal filma un parto sin pudor en discurso que une vida y muerte con poca sutileza. Traiciona el surrealismo visual por el folletín verbal de sal gruesa.