Crónica desapasionada del terror y la política
Dirección: Michael Winterbottom. Intérpretes: Angelina Jolie, Dan Futterman, Archie Panjabi, Irrfan Khan, Will Patton, Denis O’Hare y Adnan Siddiqui. Nacionalidad: EEUU, Reino Unido. 2007. Duración: 100 minutos.
En este poderoso corazón -título original más cabal que el folletinesco Un corazón invencible -, como acontece con algunas esculturas de la modernidad, hay que buscar lo esencial no tanto en las formas que permanecen sino en los vacíos que se provocan al conformarla. Sólo así, desde esa mirada total, puede interpretarse su verdadero alcance y con ello, el último sentido de su autor, un Michael Winterbottom al que una y otra vez se infravalora.
Ese desdén con el que se despacha a Winterbottom sería el primer escollo a sortear para enfrentarse libremente a lo que significa esta película. Británico de nacimiento, a Winterbottom le lastra su versatilidad y su productividad. Todavía resuenan los ecos contrarios al homenaje que, valiente y lúcidamente, le dedicó el festival de San Sebastián hace cinco años. ¿Por qué? Veámoslo. Rueda con la obsesión febril de Woody Allen; ha tocado casi todos los géneros y desde todos los ángulos y se mueve con una actitud muy alejada de lo que algunos entienden como cine de autor. Para colmo, sus apariciones públicas lo muestran como un hombre tranquilo, en absoluto dogmático, dispuesto a exponerse y cada vez políticamente menos manejable.
Sin embargo, su ideario no reside tanto en una cuestión de fe traicionada, como son los casos de Ken Loach y Robert Guédiguian, veteranos marxistas reciclados; ni de esperanza herida, como sería el caso de Michael Haneke, puntal desgarrador de neoteólogos resabiados. Lo suyo es misericordia. Si se piensa detenidamente el cine de Winterbotton está poblado por personajes hacia los que el británico vuelca una y otra vez una admirada condolencia. A Winterbottom le gustan sus protagonistas, se acerca a ellos y antes que denunciar culpables proclama inocencias. No juzga, se conmueve. No denuncia, muestra. No grita, mira y espera. Sólo desde esa actitud, se puede percibir mejor el hecho de su aparente carencia de estilo. Su puesta en escena no se adecua a un universo propio, se amolda al tema que trata. Como narrador se desvanece en la historia.
En ese sentido, Un corazón invencible ofrecía dos handicaps que muy pocos autores hubieran podido sortear. Uno, el hecho de que Angelina Jolie, una megaestrella, sea la actriz protagonista mientras que su marido, Brad Pitt figure como productor, es decir, ése que en el Hollywood dorado era el que mandaba en todo. El otro, que la película esté inspirada en un hecho real, el asesinato de un periodista norteamericano por terroristas musulmanes en Pakistán. Por fortuna lo que aquí tenemos no es ni biopic emotivo a lo Oliver Stone, ni un melodrama maniqueo a lo Ken Loach, ni un híbrido deforme a lo Amenábar. Es decir, su recreación histórica no cae en el exceso lacrimógeno. Su juicio a los hechos no se resuelve dividiendo el mundo en buenos y malos. Y desde luego, Angelina Jolie no trata de imitar a la mujer en la que se inspira su personaje; al contrario, deviene en una especie de autenticidad personal capaz de mirar hacia lo que mejor conoce, ella misma y de ese modo, negar a la estrella que lleva dentro.
Winterbottom hace que la cámara se mueva como si robase las imágenes. Imágenes de personajes que deambulan perdidos porque en el caos y en el infierno -eso es el terrorismo y la guerra-, no hay brújulas salvadoras. Con ello el proceso cronológico pasa ante los ojos del espectador en una cadencia huérfana de simulacros y solemnidades. En su lugar se erige una monumental, fría y distante lección magistral sobre la angustia y el perdón.