Existe una versión romántica de la nostalgia que nos remite al recuerdo entrañable. Es la nostalgia que nos remite al recuerdo dulzón del pasado.
Pero la nostalgia, en su sentido más profundo, es otra cosa. El término nostalgia proviene de la suma de nostos, regreso, retorno, y algos, dolor. La nostalgia no es sólo un recuerdo, sino un recuerdo doloroso de aquello que se añora. Por lo tanto, si el recuerdo mira hacia el pasado, la nostalgia nos trae la presencia dolorosa de algo ya ausente. Reúne en ella pasado y dolor.
Dolorosamente se echa de menos lo que se ausentó, lo que se perdió. Y este dolor es el signo de que lo recordado fue, en su momento, algo único Este dolor en la memoria, nos hace preguntarnos, qué fue ese algo, o ese alguien, que se perdió.
Si el dolor acompaña al recuerdo nostálgico, es porque el dolor acompañó al deseo cuando aún se tenía lo que ya no está. ¿Cómo llamar a ese deseo acompañado de dolor que se tuvo? Tiene un nombre preciso: pasión. La pasión es un deseo acompañado de dolor.
De una relación así, una vez acabada, lo que importa es la huella que dejó. Aquella relación fue vivida como singular, es decir única, y queda a parte de todas las otras. Fue vivida con pasión. La pasión es lo que sentimos por quien creemos que puede llenar nuestro vacío.
Pero la nostalgia también extiende su sombra hacia el futuro. Lo doloroso no es sólo pensar que lo que fue, ya no es. Lo doloroso es tener la certeza de ya nunca podrá haber otra relación así.
Si para el nostálgico el pasado aparece habitado por el dolor, el futuro aparece deshabitado de toda esperanza.
Pero la nostalgia se sostiene en un engaño y un error. Engaño porque Freud ya nos advirtió que toda relación es una sustitución de un primer paraíso soñado. Y error porque los paraísos, solo son paraísos porque se perdieron, o porque nunca se llegaron a tener. Por eso a un sujeto afectado de nostalgia le parecerá siempre, que aquello que no tiene es único.
Si no logra dejar de imaginar al objeto perdido como alguien o algo más normal. Si no deja de imaginar que tenía “eso” que lo hacía único, nunca podrá desprenderse de ese dolor que le impide vivir el presente y valorar lo que si está a su alcance.
Anular el presente e hipotecar el futuro es un precio demasiado alto por pensar que una vez se fue feliz, o que se podía haber sido. La ética del dolor no modifica en nada ni el pasado, ni el presente, ni el futuro
(*) Manuel Fernandez Blanco. “La voz de Galicia” 12-2-2006
Manuel Fernandez Blanco es miembro de la ELP