Un deseo festivo.

De entrada me gustaría poder expresar en cuatro trazos (gruesos o no, será lo que consideren los amabilísimos lectores) lo que estas «señaladas» fechas me inspiran. Después de años viviendo paganamente –pues ello es posible- los Sanfermines, es decir, dedicándome al noble arte de caer en brazos de Dionisos o de Baco, según preferencias aunque sea el mismo «ente», reconozco que ya no me llaman. La edad, supongo. En mi entorno, cada vez más emparejados se dedican a aprovechar tales fechas para viajar.

Yo no iba a ser menos pero, desde hace cinco años aproximadamente, ésta es la primera vez que me “debo” quedar unos días aquí. El viaje con la excusa de un curso por los vestigios romanos de Augusta Emérita (o Emérita Augusta, que igual da), de haber visto la obra “Calipso” en su augusto teatro con Paco Valladares y Las Virtudes; de conocer la perdidísima Cáceres (no hay derecho: la llamada Vía de la Plata por la otrora calzada romana, no hay manera de que tome forma de autovía y eso que el recorrido está plagado de carteles que dicen que “El Estado invierte aquí”. Repito, no hay derecho a que los extremeños vivan casi incomunicados sobretodo por el norte) y ver la Torre de Abderramán con su cúpula, donde las cigüeñas parecían beduinos tramando algo; después de tanto pasear por tierras realmente calurosas aunque fueran benignas con nosotros, me hallo aquí.

Conste que respeto enormemente lo más sobresaliente, a mi entender, de las fiestas de “esta gloriosa ciudad”: los encierros. Recuerdo cómo desde pequeño el nudo en el estómago era un suplicio antes de que comenzaran. Ver, como desde tierras lejanas el otro día, el contraste de jóvenes y no tanto preocupados por llevar un jersey para el fresco matutino, jugándose la vida limpiamente delante de un morlaco de media tonelada de peso, merece como mínimo un respeto. Y yo se lo tengo. Mucho. Muchísimo.

El resto de las fiestas se me quedan ya un poco fuera de onda. O yo, mejor dicho. El caso es que tampoco me puedo sustraer de decir al rey por un día, alias Sr. Eskubi, que da la razón al filósofo Gustavo Bueno cuando dice que el mayor enemigo de un ateo no es siempre un creyente, sino un agnóstico.

Hace falta ser estrellita para después de la sarta de tejemanejes de Barcina y demás a la hora de ver quién tiraba el dichoso cohete, salir con tamaña tontería. ¿Como agnóstico celebrará los Sanfermines? ¿O vivirá en un mar de dudas dejando pasar la vida, como tienden a hacer los agnósticos? Personalmente, como ateo, o no hubiera lanzado el txupinazo y dejado con toda la cortesía, educación y buenas maneras posibles a quien lo deseara tal «honor» exponiendo solemnemente mis motivos; o por educación, hubiera lanzado el grito dichoso que tantos problemas metafísicos le da (dudo que llegue a tanto). Seguramente uno optaría por la primera opción, pero sólo me pongo como ejemplo en mi condición de ateo. Por lo demás, nunca me veré en dicha situación porque nunca estoy físicamente, como he dicho, ese señalado día por estos pagos, y porque no pienso ser en la vida carne de poltrona. Por cierto, que Eskubi sigue invocando a un santo (uno de los muchísimos “entes intermedios” del cristianismo que diría David Hume) cuando exclama “¡Iruindarrak, gora sanferminak! ¡Vivan las fiestas de San Fermín!«, así que vuelve a dar la razón a Gustavo Bueno demostrando su ensalada mental.

Sea como fuere, los Sanfermines fueron celebrados por mí con más bien poco espíritu religioso: o sea, ninguno. Algo factible. ¿Por qué no? Se liga más, se bebe y se come mucho sin tener que dar muchas explicaciones (hasta los dietistas lo comprenden, tolerantes ellos) y encima si uno no se sobrepasa y es gracioso, hasta le pueden reír las tonterías…

Pero el hecho de que no sean ya unas fiestas para mí (me repelen muchas actitudes hipócritas en estas fechas y la suciedad en algunos lugares de la ciudad muy queridos por mí) no quiere decir nada: deseo que estén pasando unas fiestas agradables, divertidas y maratonianas. Y que las celebren con o sin espíritu religioso. Que para eso el poder de elección no es sino la libertad.

Un deseo: que Vds. lo pasen bien.

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El “ente” político.

Yo descubro tus más íntimas debilidades de las cuales me alimento. Conozco cómo puedes llegar a reaccionar ante mi presencia: la huida o el miedo son tus únicas posibilidades ante mí.
La Democracia , entre otras, parió el ámbito en el que me alimento: en esos compartimentos estancos llamados partidos políticos.
Nunca imaginaste que pudiera llegar hasta donde alcanzo: ni yo misma creí poder envolverte de tal manera.
En honor a la verdad, muchas hermanas me acompañan, me ayudan, se solidarizan con mi “causa” haciendo extenderme hasta lo impensable.
Si soy tu guía, soy tu mejor amiga. Sígueme marcialmente y nada te ocurrirá. Hazte amiga mía, sólo te traicionaré en momentos extremos en que tu pellejo nada valga .
Pero no te enfrentes a mi poder: los cabezazos en la pared duelen menos.
Si contra mi corriente quieres nadar, mis hermanas “Opinión Pública” y “Desacreditación”, tan humanas ellas como yo, serán las que contigo acaben. Da igual si sólo has cometido una pequeña torpeza: pensar diferente por ejemplo. Somos perras de caza que, una vez probada la sangre, la olemos a kilómetros por muy pequeña que sea la herida. Nuestro deber: morder.
Pero yo, a pesar de mis apreciadas amigas, puedo más que nadie. En el totalitarismo – cualquiera, pues quien crea que en esto hay diferencias entre izquierda y derecha es un ingenuo y un incauto – es donde más y mejor me muevo. Vidas “apagué” por doquier en vuestro repugnante siglo XX. Fui excusa de mil intereses: hice llorar como a niños a inteligentes seres como Bujarin que, como por arte de magia, hice trastocar su pseudo-ateísmo militante al judaísmo de su niñez en el último minuto antes de que le entregara a la guadaña. Así fui utilizada como excusa en mil y una ocasiones: es mi labor.
Pero también soy hija de la democracia, como te he dicho. Ahora en ella me infiltro, pues no era mi original terreno para mi modus operandi. Ahora lo consigo.
Soy quien acalla conciencias, antes voces. Soy quien aprisiona voluntades: buenas o malas ¿qué más da?
Soy la gran bestia que debieras temer a la hora de perder tu llamado “cargo público”. La política es, en realidad, mi verdadera madre: a través de ella me perpetúo.
Y mi nombre es ya una etiqueta, nada más, puesto que siempre, tras de mí, hay intereses que bien reflejan cuán repulsivo puede llegar a ser el humano.
Mi hermana, “Corrección Política”, me ayuda en no poca cuantía en mi labor dándome no poca coba y, por qué no decirlo, lustre.
¿No me reconoces? ¿En serio no me conoces?: me llaman “Disciplina de partido”.

Post scriptum: Tal día como hoy de 1970 Alexander Dubcek es expulsado del partido comunista checoslovaco. Después la ilusionante «Primavera de Praga» se tornaría en tanques y sumisión.

Imagen: Un icono de la libertad de conciencia: Giordano Bruno recordándonos cuán parecidas pueden llegar a ser la política y la religión. Nunca olvidaré la visita en el lugar de su ejecución -en la que llegaron a cortarle la lengua para que no dijera nada «incoveniente» mientras ardía en el cadalso- en pleno Campo dei Fiori romano. ¡Quién te iba a decir, Giordiano, que al tiempo tendrías una estatua en tu honor que durante el día se ve rodeada de lechugas y tomates pisados! Pero Roma sigue y sus mercados también…

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Letras desde París, y III.

Todo en esta ciudad es letras y altura, como en la habitación en la que me encuentro y que da a la Rue de La Bûcherie, paralela callejuela a la Quai de Montebello, el Sena y la Ile de la Cité con la parte trasera de Notre-Dame: todo altura. Vemos a los bouquinistes haciendo su agosto en junio: todo letras. Al igual que la célebre librería de antiguo: “Shakespeare & Co.

Mientras, escribo, leo, pienso y miro la ventana de enfrente, a un paso. Sus reflejos: una nítida visión del edificio en el que me encuentro. Mueve el aire y parece un ojo que me guiña con complicidad no buscada como diciéndome “la tarde va bien”. Y así es: para los bouquinistes y para mí. También para esa “gran corriente de inspiraciones inseguras que busca ciegamente un mar donde perderse…”, haciéndolo tranquilamente, tomándose su tiempo: la vena de París, el Sena tan bien definido por mi “acompañante” Julien Green.

Notre-Dame, quitada la “coraza medieval” que la envolvía, ahora se ve desarmada, sin “casco”, chata, como antes decía. ¿Realmente parece un Exin Castillo o exagero? ¿Estaría mejor sucia? No, creo que no. De nuevo la ventana misteriosa interrumpe mi pausada escritura: ahora es el azulísimo cielo el que se refleja…¡y a mí mismo gracias a su bamboleo! ¿Espejo o ventana?

Pero esto llama a su fin y el día se muestra eternamente tranquilo (lo único eterno que hay es lo que nos “parece” eterno: todo pasa) leyendo, por vez primera desde que aquí llegué, el diario El País. Titular: “Cataluña da un ‘sí’ masivo al Estatuto con una participación que roza el 50%”. Sé perfectamente, por predecibles que no quede, las declaraciones de unos y otros “profesionales” de la política. Sé perfectamente la cantinela que la semana traerá, incluso sé que Maragall no seguirá donde está cuando escribo estas líneas. Pero lo que verdaderamente sé, en una primerísima lectura de dicho titular, es que es una contradicción per se. Que las “lecturas” que se hagan (interpretaciones interesadas sería mejor decir) me importan poco: el titular es lógicamente contradictorio.

Leo en la página 39 algo más preocupante: “Interior permitirá a las musulmanas usar velo en la foto del DNI”. Toda la noticia parte de lo que dice Riay Tatary, a la sazón presidente de la Unión de Comunidades Islámicas de España (Ucide). Bien, estoy en París que, si no han cambiado mucho las cosas, sigue en Francia. Capital para ser exactos. Y aquí, precisamente aquí, están reculando con ciertas “concesiones” que en aras de un malentendido “multiculturalismo” están creando una bomba de relojería. ¿Cuál fue una de las nuevas formas de restablecer la cordura republicana en Francia?: la no permisión a que las musulmanas lleven el velo dichoso en el carné de identidad. Estupendo. 20 años por delante en errores que ahora se intentan subsanar, no hacen aprender a nuestro país. Más bien al contrario. La amenaza cayó desde el mismísimo Ben Laden, el nuevo Ché para algún descerebrado que se sorprendiera de que La France fuera amenazada. Olvidan que tampoco las kipas judías ni los velos de monjitas están permitidos: es la esencia misma de La République.

Ya ayer comencé a dar síntomas de vuelta a la “viruela informativa” cuando paseando por el barrio más bello de París, el tradicional barrio judío de Le Marais, observé una pegatina con la fotografía del muchacho asesinado por el delito de ser judío . La banda en cuestión que torturó salvajemente y mató al joven, empleó a una chica de buen ver que entrando insinuante en la tienda de telefonía móvil donde Ilan Halimi trabajaba, consiguió una cita. Hasta ahí todo normal, el chico era bien parecido. Pero ya sabemos cómo una cuadrillita de bobos supersticiosos Corán en mano actúan: torturando hasta la muerte. En el mismo París que ahora piso. En el mismo Marais donde él vivía. La cuadrilla no daba lugar a dudas, se hacían llamar “los bárbaros”. En cuanto a originalidad no tienen desperdicio tanto a la hora de autodenominarse como a la hora de ejercer de neonazis (por muy subsaharianos que sean). ¿Olvidarán los recibimientos a los exiliados, sobretodo judíos, en el París de la inmediata posguerra? La descripción de la periodista Janet Flanner recogida en el libro “París. Después de la Liberación: 1944-1949” no deja lugar a dudas. El libro de Anthony Beevor refleja que hubo franceses que dieron increíbles muestras de solidaridad en las situaciones más precarias: medio país. Al menos. No hablemos del resto: Vichy.

Está claro: ya ayer el repetitivo y machacón “Alé le bleus” me devolvió a una realidad, en este caso, más grata y divertida: los azules sólo empataron con Corea y los “¡Oooohhh!”, como haciendo pucheros, me divertían comparándolos con los gritos, menos sibilinos, de los campos de fútbol de allá: da igual si Barcelona, Madrid, Sevilla o Pamplona.

Pero vuelvo al Marais, pues sigue siendo el barrio preferido de la mayoría parisina: el domingo todo abre -primer día de la semana para los judíos- y el parisino opta por comer o comprar por allá. Todavía rememoramos cómo hace cinco años, cuando como meteoritos caímos aquí, en el mismo Marais (de marismas, pues eso era este barrio frente a un amenazante Sena hace siglos), vimos a un “rastafari” y a un judío ortodoxo (tirabuzones, traje negro y demás) con un bonito pedo riéndose sin parar, haciendo las características eses al cruzarse con nosotros por tan estrecho callejón.

Aún y todo sigo leyendo temas más benignos ahora en la habitación, cuando, en un fugaz microsengundo, un haz luminoso, como un flash, atraviesa el altísimo espacio: menos mal que no creo en “entes”, si no era como para encerrarse en el baño. De nuevo es la ventana de enfrente, el ojo que no para ante el irrefrenable aire que precede a una tormenta.

La despedida no podía ser mejor: el “ojo” que tanto me ilumina, guiña, refleja y sobresalta, pareciera la ciudad entera despidiéndose.

Pero como a Julien Green, se me da mejor escribir letras y más letras entrelazadas, concatenadas, de la ciudad en la que me hallo cuando “me levanto y me voy” y, ahora, ya no estoy contigo.

Volveremos a vernos, hogar de los antiguos parisii .

Volveremos.

Fotografía de arriba a la izquierda: la librería de antiguo «Shakespeare and Company» en la Quai de Montebello o, según se mire, en la Rue de la Bûcherie, 37. Las letras en plena noche fotografiadas regresando de escuchar el repetitivo y pegadizo «¡Alé le Bleus!» toda la noche, a modo de contraste.

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Letras desde París II.

Hemos visto muchas cosas en diferentes visitas: el magnífico Museo d’Orsay (con los impresionistas y con saber que antaño fuera una estación de tren y dejarse llevar por las manecillas del gigantesco reloj, bastaría); el Museo del Louvre (un museo dentro de otro); el Arco del Triunfo y su interminable escalera de caracol; la casa de Victor Hugo en la Place des Vosgues; el Panteón con la estatua de Voltaire sonriendo talludo ya, sin dientes, igual que el busto decimonónico que tras de mí se halla en mi apreciado “txoko” donde habitualmente escribo en Pamplona y del que cada vez más me cuesta salir: inmejorable regalo aquél por cierto; las Galerías y las librerías de antiguo…etcétera).

Pero hoy somos dos parisinos más –por ello nos toman- que pasean, toman algo mientras observan la vida pasar donde hicieron lo mismo los existencialistas, en Le Deux Magots, en plena Place de Saint Germain, ahora también Plaza de Sartre y Bouvoir filósofos y escritores”, donde el mismo Sartre se enervaba ante un brillante Albert Camus contestón… Ahora recuerdo cómo el periódico por el existencialista fundado, Libération, se ha ido yendo a pique lentamente y su antaño co-socio vende los trastos ante la entrada masiva del “odiado” capitalismo.

Pero aquí, en pleno Saint Germain des Prés ya no hay barricadas, a pesar del libro que, entre otros, he comprado en la librería Gallimard (la famosa editorial) en donde tan bien refleja Christine Fauré la cultura de los pasquines, manifiestos, lemas, sectarismos muy de la época (trotskistas por un lado, maoístas por el suyo muy militarmente, anarquistas, Daniel Cohn-Bendit haciendo de las suyas, fotos de Ho Chi Min, de Marx y Engels, de Lenin , Mao y Trotsky empapelando la universidad, etcétera) y tampoco se vislumbra debajo del adoquín ninguna “playa”. Creo que cada vez tiene más razón Gabriel Albiac: Mayo del 68 fue una revolución –o aspirante a tal- que cerró, precisamente, una época revolucionaria que comenzara en 1789, pasando por la Comuna y por la Revolución bolchevique. Recomiendo la lectura de “Mayo del 68. Una educación sentimental” de dicho autor para una mejor visión de en qué acabó todo ello: años de plomo, alguna antigua dirigente estudiantil muerta militando en un grupo armado allá en Guatemala; los “Brigadas Rojas” y la banda “Baader-Meinhof”; etcétera.

Recuerdo así los años de plomo que también existieron en Pamplona: como a Julien Green, parisino de pro, me ocurre que “me es más difícil escribir una sola línea sobre París cuando me hallo en la ciudad: tengo que levantarme e irme.” Así, fuera, contemplo mejor Pamplona-Iruña.

Pero seguimos el paseo: si el obelisco de la Concorde y la Torre Eiffel hacen dúo, no digamos el Arco del Triunfo sobre los vencidos Campos Elíseos, pues triunfante se nos ofrece, con la modernez un tanto hortera del Gran Arco de la Defense. No hay ciudad que de ello se salve: el nuevo ayuntamiento a los pies de la Tower Bridge en Londres también me repele.

En Le Procope, tal vez una de los primeros cafés de Europa (y no “el primero” como sus propietarios se jactan: en Viena, por la influencia otomana que paró su avance a sus puertas, fue donde aparecieron los primeros cafés) y lugar que conociera a un nutrido grupo de filósofos: de nuevo la pista de Voltaire poniéndose ciego de café con chocolate, de revolucionarios posteriores como Danton y de un Napoleón que dejaba el sombrero como fianza hasta poder pagar el brebaje ansiado, se entrecruzan con el curioso.

Ahora se come, se cena. La Procope es un restaurante curioso, de letras: la mesa-escritorio de Voltaire, parte de su biblioteca y varios bustos, cuadros y escritos de revolucionarios embellecen más si cabe un magnífico edificio. Me consta que más arriba se conserva el escritorio y más recuerdos de Rousseau, pero de momento lo encuentro cerrado en una furtiva escapada después de pasar por los «Toilettes».

Acabamos borrachos de vino y letras.

París de noche nos envuelve, como los cuadros de Monet vistos en el Musée de l’Orangerie: pinturas ovaladas que no dejan ver otra cosa. Se mire a donde se mire, ahí está. Nada fuera de ella. Nada.

Así, París nos dice su particular hasta mañana.

Fotografía arriba a la izquierda: el legendario café Le Procope.

Fotografía del centro a la derecha: el libro de Christine Fauré comprado por quien suscribe.

Fotografía abajo a la derecha: el escritorio de Voltaire en dicho café.

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Letras desde París I.

Sábado a las seis y media de la mañana. Ya ha amanecido en la “ciudad de las luces” y vemos Notre-Dame sin cabeza, sin boina: algo falta. Definitivamente los andamios de limpieza que durante los últimos cinco años hemos visto en diferentes fugaces visitas, hacían más espigadas sus dos frontales torres. París no son sino agujas apuntando al mismo lugar: el obelisco de La Concorde y la Torre Eiffel apuntan al mismo lado visto desde la entrada a las Tullerías. Son como dos cohetes a punto del despegue. Así llegamos la primera vez a esta ciudad hace cinco años ya: como dos cohetes cargados de estrés y adrenalina.

Pero son las seis y media de la mañana y vemos los graciosos vestigios de la noche: el desayuno antes de ir a la cama es obligatorio aquí. El fresco mañanero nos ayuda a airearnos de un accidentado inicio de viaje. Me sorprende por mi retaguardia la música: es “I heard It Through The Grapevine” de Norman Whitfield y Barret Strong y, de repente, el olor, el sabor de un buen té mejor servido. Recuerdo con hartazgo mi Pamplona natal: ahora ya no hay excusa, tienen buen té a granel y las mejores marcas, sobre todo británicas, y siguen sirviendo la misma mierda de agua caliente manchada. Es una metáfora redonda: la influencia foránea es algo normal por sus calles –con sus luces y sus sombras- pero sigue siendo mojigata en su cerril tradicionalismo. Pamplona.

Pero viendo los generosos escotes de las francesas tan diferentes de los de por allá, vuelvo en mí. Yo soy; ya no era. Heráclito vuelve a mí: nunca somos lo mismo. Formamos parte del “todo fluye”, no siendo siempre los mismos: sólo los idiotas se pueden permitir ese dudoso lujo de permanecer inmutables. Así, en la tranquilidad que me da la Quai de Montebello frente a la Ile de la Cité en donde se aposenta una Notre-Dame rejuvenecida, suspiro, me relajo y observo el fluir de las gentes que a casa regresan. Todo fluye mientras pienso que estoy donde debo y con quien debo: a un paso de donde naciera François-Marie Arouet, “Voltaire”, y a unos cuantos más de donde muriera.

Pero la mañana avanza y los Jardines de Luxemburgo tampoco son los mismos: vistos en épocas diferentes la máxima de Heráclito adquiere tintes más que premonitorios. Julien Green a través de su libro “París” me acompaña: a su nostálgica plegaria sobre un París ya desaparecido a principios del siglo XX, yo contrapongo unos Jardines de Luxemburgo con menos gente. Pero son lo suficientemente grandes como para que la gente corra, para que el escenario de alguna representación en la entrada del Palacio del mismo nombre (ocupado por los jefes nazis durante la ocupación) ocupe su espacio o, los que como nosotros, leemos, disfrutemos de la lectura y de un envidiable día de soportable calor viendo la cúpula del Panteón (Rousseau, Voltaire, los Curie y tantos otros sonríen allí enterrados).

Green llora una pérdida: juego con ventaja. Sé que lo que ahora no es, será allá por el otoño: pero volverá sin ser igual a ningún otro otoño, mas volverá: la mejor estación del año en el mejor lugar del mundo.

En el kiosko mi compañera y yo vemos en la esquina a un huidizo camarero que, sin miccionar a la manera perruna aunque sólo le falta hacerlo, delimita su territorio: definitivamente el segundo té del día –ya son casi las 12:00- no será servido por tan quisquilloso uniformado: él sólo sirve comidas, parece declarar en cuanto nos mira desde su esquina. Su compañero, con pajarita y chaleco igualmente, se apiada de nosotros mientras observo la gallarda osadía de los gorriones por aquí: en cualquier momento los veré bebiendo de mi taza. Pero al igual que el quisquilloso, miran nerviosamente para un lado y para otro ampliando su campo de visión ante “agresiones externas” y huir.

Sigue el día sin un ápice de actualidad: no periódicos; no Internet; no libros de filosofía política: ni Glusksmann, ni Taguieff, ni Revel ni Bernard-Henri Lévy, ni Alain de Benoist aunque me halle en la casa de todos ellos; no “drogavisión”; no Mundial de Fútbol; no Estatut de Catalunya ni caterva de políticos ociosos perdiendo el tiempo mintiéndonos descaradamente; no criticar a fanáticos haciendo de “camisas negras” a su alrededor castigando a como ellos no piensen…No. Todo ello celebrado con alborozo por mi acompañante, a pesar de permitirme, cómo no, garabatear en una hoja que deja rápidamente su original blanco brillante. No quiero saber. Quiero escribir. Sólo quiero orgías sensitivas: oler, saborear de nuevo un rico té. Oler y saborear el momento de unos jardines que nunca serán lo que parecen: una laberíntica formación de escondrijos, fuentes, paseos y, sobretodo, ciudadanos, se encargan de ello.

No, hoy no es día para perder el tiempo. Sólo para seguir garabateando en una libreta. Sólo a ello aspiro. Garabatear con letras en una libreta e intentar darles sentido.

Fotografía: el libro de Julien Green, «París«, que un humilde servidor lee en los Jardines de Luxemburgo más bellos cuanto más insondables que nunca, con la cúpula del Panteón al fondo.

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Homenaje al Disco

festosNo se trata de un superficial homenaje al vinilo (ya habrá ocasión). No. Para nada. Se trata de un respetuoso homenaje a la civilización minoica. Civilización que se originara hace ya la friolera de 3.800 años.

No se sabe mucho, salvo que era extremadamente religiosa, bastante avanzada en la creación de ciudades y fundamental, en su conjunción con la civilización micénica, en la creación de los pilares del futuro origen del pensamiento occidental: Grecia, de la cual todos somos hijos. Que algunos quieran olvidarlo o, peor aún, renieguen de semejante madre y padre, es algo que a semejantes execrables personajes les dolerá. Allá ellos: la ignorancia y su atrevimiento sin límites hacen estragos.

De todas las maravillas de dicha civilización, de la cual Tucídides habla en no pocas ocasiones (y del cual todavía estoy por leer algo que no sean extractos) lo que más me maravilla es el denominado Disco de Festos. A él es a quien debo muchas cosas. Dicho vestigio fue -no recuerdo debido a qué- imposible contemplarlo cuando en el 2.003 (cuán lejano se me antoja ahora) aparecimos casi una semana por Creta mi compañera y quien suscribe: era nuestro segundo viaje a “Hellas” (Grecia)

Fue una verdadera lástima, pero se encontraba en aquél terrible caos de olores, sabores, automóviles –sobre todo-, aceras medio rotas, carreteras sinuosas, etcétera, que constituye la capital de tan gigantesca ínsula: Heraklion. Además el coche alquilado que conducía daba más la talla por las montañas de más de 2.000 metros de altitud que por dicha locura.

Nuestra base de operaciones se encontraba en Réthymnon. Yo leía entonces a Anthony Beevor su libro “La batalla de Creta” y desde la habitación del modesto hotel en el centro veía el monte Ida, tan nombrado en dicho libro.

El caso es que no pudo ser. Ahora bien, una semana antes recorriendo el Peloponeso, lo que sí pudo ser en una achicharrante tarde fue encontrar algo a la medida del collarín de plata que me había regalado mi compañera: a la medida también del carácter del portador.

Si bien, y es el núcleo de este sentido homenaje al Disco de Festos, enseguida me atrajo su simbolismo, aunque me invada el escepticismo hacia dicha manía humana, la réplica es preciosa. La compramos en un sitio donde hasta la réplica más pequeña era exacta. De hecho traje a mi hermana y mi cuñado una en arcilla.

Independientemente de las razones estéticas, (que no dejan de tener su importancia pues en eso, como en otras cosas, uno se jacta de ser bastante heleno) hay que reconocer que mi homenaje rinde culto a su carencia de significado en la actualidad.

Hay estudiosos que indican que tendría que ver con una especie de cosmología. Hay quien piensa que los motivos son religiosos – lo más probable a mi parecer – y hay quien cree que además de religiosos los motivos están expuestos en verso circularmente, obviamente.

Pero a mí lo que verdaderamente me atrae es lo mucho que dice para alguien a quien no quiere que nada diga. Ojalá se queden sin descifrar tan intrincados dibujos y caracteres. No me importa. Tras años llevando mapas con símbolos solares trastocados en políticos, no quería, necesitaba llevar algo que nadie identificara. Por descontado que el objetivo está más que cumplido.

Conmigo ya no se puede contar para sandeces. Lo que de mi cuello cuelga refleja otra cosa muy distinta: el cosmopolitismo más absoluto y el sentimiento más apátrida que mentes abiertas puedan imaginar.

Me enorgullezco de nuestro pasado heleno tanto como del romano. Así me enorgullezco de que los antiguos vascones vieran la diferencia entre vivir todavía como neandertales o vivir en la comodidad de atravesar la franja pirenaica por una cómoda senda empedrada.

Pero hoy rindo un homenaje a los padres de los griegos.

Rindo un homenaje, pues, a nuestros abuelos.

Va por ellos: el Disco al cuello.

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Las mujeres existen, su lucha también.

Vivimos en un mundo en que si uno no entra, así, recién nacido, a través del país de “Burrocracia”, no es. No existe. No derechos. No nombre. Nada.

Así en innumerables países islámicos. Entre los muchísimos casos extremos: Nigeria , recuérdese la lucha en favor de Safiya que fue salvada in extremis gracias a múltiples firmas y el caso de Amina Lawal de idéntica manera. ¿Cuántas antes de ellas no tuvieron esa suerte?
Si será el mundo de los humanos el mundo de la burrocracia, que si no son por las firmas recibidas (buen invento Internet), no se salvan a dichas mujeres de ser lapidadas. La Sharía no perdona: el Islam rigorista es implacable. Convendría a todos para vacunarnos, leer El Corán para ver la forma de pensar de dichos energúmenos y su concepción de la mujer. Algunos nunca dejaremos de leer a quienes como nosotros no piensen: si no fuese así no habría crítica racional y fundada. Pero la visión «rigorista, literalista» de El Libro, no es sino la estrechez de quien ostentan dicha ideología: Montesquieu, Voltaire y David Hume ya nos alertaron de ello.

Todavía esperamos que en Irán dejen de dar la razón a tan eminentes filósofos: que la “policía religiosa” espíe por parques y rincones para que no existan parejas cometiendo la tropelía pecaminosa de besarse; que las ejecuciones de homosexuales por el hecho de serlo (alrededor de 4.000 en los últimos años); amén de que las lapidaciones de mujeres enterradas hasta la mitad del cuerpo, enmarañadas en sábanas y atadas, no nos remuevan la conciencia, es un síntoma de enfermedad (de «transvaloración de valores» que diría en otro sentido Nietzsche).

El hecho de que el país que pretende ser Europa: Turquía, tenga como libro más vendido el Mein Kampf de Hitler, como denuncia Bernard-Henri Lévy -país que desde Atatürk no levanta cabeza y en el que el ejército sigue siendo afortunadamente laico y las comunidades judías conviven (convivían) extraordinariamente bien con las muslims (recuérdese el atentado de los nuevos barbudos nazis-integristas a la entrada de una fiesta judía en que mataron a más musulmanes que estaban invitados: éso es lo que atacan estos nuevos fascistas teócratas: la coexistencia), provoca desazón. Recuerden las palabras de su ahora cabeza dirigente: «nuestras cúpulas serán nuestros cascos, nuestros minaretes nuestras lanzas»: bonita manera de entrar en le U.E. Sólo le falta ir a caballo cual Quijote musulmán (no lo quiera nunca la Historia: don Quijote siempre fue mucho más inteligente que todo éso).

Pero al menos, Egipto donde la mujer no está precisamente mejor, ha vivido un caso a favor de una niña que, a partir de hoy: es. Puesto que ser, era, pero ahora lo es más: burrocracia la reconoce. Lina , así, existe.

Afganistán sigue siendo país puntero en la represión de la mujer (ahí métanse si quieren con sus odiados “yanquis”, australianos, italianos, españoles…etc, por no solucionar un problema que, atención, ya existía y de manera más lacerante).

El Islam no concede a la mujer sino el papel secundario de proveedora de hijos. No de poseedora de ciudadanía ni de herencias. Las propias mujeres muslim tienen que revolucionar la situación. Algunas lo intentan.

Pero la superstición se pega a las conciencias pequeñas como auténtica y pegajosa medusa.

La mujer es, hoy, un poco más libre en el Egipto donde llevar más callo en la frente es ser más musulmán que los demás: a más golpes contra el suelo: más callo: más rezos diarios: más fe a base de golpes contra el suelo.

Que el mundo musulmán debe cambiar desde dentro, no sólo lo viene repitiendo el sociólogo Gilles Kepel, experto viajero en el tema, sino todo musulmán que se considera antes individuo que musulmán.

Pero a Ayaan Hirsi Ali, además de amputarla sexualmente, la obligan a marcharse de Europa.

El Islam europeo debe estar en marcha por lo visto y según vaticina el fanático Tariq Ramadán.(Fanático al que no se deja hablar en ningún país europeo por «apología del terrorismo» salvo en España, claro. Lo mismo sucede, en otro sentido, con la secta de la «Cienciología«: ¡pero qué abiertos somos para lo que queremos, caray!)

Que la musulmana europea tenga el deber, repito, deber de luchar -sin tener por ello que dejar de creer en el «ente» que desee- es algo que se hace ya imperioso.

Hirsi Ali ya no puede.

En Europa.

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Colorido fascista

Hace ya más de diez años, bastantes más, conocí a un zoquete que, después de la paulatina desaparición del M.D.T. (Moviment de Defensa de la Terra: una HB catalana) se afilió a las juventudes de una emergente Esquerra (E.R.C.) que entonces contaba con Pilar Rahola saltando de plató en plató, y dirigida (la Esquerra) por Ángel Colom.

Manteníamos discrepancias el tal alcornoque y yo que hoy, no por discrepancias, serían diferentes. En un momento dado del debate que manteníamos entre cerveza y cerveza, me espetó un “no, no es así y no”. La pregunta se caía de puro obvia: “y ¿por qué no exactamente?”. Respuesta de un zoquete: “Porque no y punto.”

Después de recriminarle el hecho de que presumiera unos minutos antes de que él “tenía a 60 militantes detrás y a su cargo” (lo de detrás sonaba más a guardaespaldas que a otra cosa), me dijo tan campante que “bueno, cuando debatimos con las juventudes de CIU hay un momento que también les digo: que no, porque no. No tenéis razón y punto”.

El punto lo ponía él, claro. Los que en este jardín y yo debatimos, preferimos más el punto y seguido. También los suspensivos… Pero el suspenso ya entonces tan calmitoso aspirante a político lo tenía más que merecido.

No sé qué será de él ni quiero: supongo que habrá subido en el escalafón político –tan fácil para roldanes y otros personajes como éste- y que ahora tendrá “detrás toda una comarca adicta al partido” (vivía en una zona rural).

El caso es que ayer, una hornada de cenutrios como aquél que conocí, se dedicaron a pegar a Arcadi Espada en una nueva celebración de Ciutadans de Catalunya.

Algún imbécil incluso hizo alarde de su “coherencia” berreando “¡inmigrantes fora!” a la vez que se declaraba de ¿Esquerra? Y ¿antirracista?.

A mi admiradísimo Albert Boadella en otra presentación hace unos meses, le rociaron – o intentaron – con gas no precisamente beneficioso.

Además, como son muy valientes y los Mossos d’Esquadra no aparecían (son como el 7º de Caballería a lo visto: siempre llegando tarde y, recuerdo, cuerpo formado por muchísimos ex boixos nois, sino visiten la web de dicha peña futbolística y vean sus quejas. Créanme: sé de qué hablo pues también conocí algún “patriota” que dejó la sudadera y la bufanda por el casco y la porra), no tuvieron mejor cosa que hacer que llamar a Boadella “¡Bufón!”.

Definitivamente los fanáticos de cualquier pelaje se caracterizan por:

1. Exceso de victimismo y de dramatismo cuando agreden.
2. No tener sentido del humor para absolutamente nada.

Memorias de un bufón” es el título de la autobiografía del Bufón, con mayúsculas, pues Boadella siempre se ha sentido orgullosamente Bufón.

Así que, lo que es un conjunto de artistas, intelectuales, etcétera, en su mayoría provenientes de la izquierda catalana y que, incluso, vieron con buenos ojos que el PSC se aviniera a llegar al poder (de hecho Boadella junto a, por ejemplo, Loquillo , ha ido a mítines de dicho partido) se ven desencantados con la deriva nacionalista de dicho partido, se ven desencatados del PP catalán, intentan crear un “espacio político” y por todo ello, se les llama fascistas.

Los mismos que ponen una bandera “nacional” catalana debajo de una anacrónica estrella roja soviética (nacional-socialistas). Los mismos que les insultan llamándoles “¡bilingües!” como borregos en celo: ¿pero acaso no quedamos que el bilingüismo era riqueza? Yo al menos así lo creo. Boadella más que nadie.

Pero el zote fanático aspira a que el mundo sea del color con que lo mira él solito: lástima que no se dé cuenta de que es profundamente daltónico, y que no pueda ver que los colores cada vez están más mezclados.

Afortunadamente.

(Remember: la canción de «Revólver«: «Mestizo» y las declaraciones de Pau Donés en el mejor «Vaya Semanita» de la ETB: «¿Cómo voy a reivindicar sólo lo catalán si mi pueblo natal lo es pero su nombre viene del árabe?».)

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Cumpleaños en Colombia

“Los cumpleaños son siempre para los mortales un punto de reflexión en la vida, pero especialmente cuando se pasa al «cuarto piso«. El resultado de esta evaluación para las FARC no es alentador: si bien hoy en día son más fuertes económicamente y tienen más hombres que hace 40 años, han perdido políticamente en los últimos 3 lo que habían construido en 40, y en las guerras después de varios años prima lo político sobre los demás factores.
Estas acertadas palabras fueron realizadas por el ex asesor de paz para la orgía de sangre colombiana: Edgar Peñuela Pinto, cuando hace dos años se cumplían las cuatro décadas de fanática existencia de las FARC. El mismo año en que coincidí en un curso en Denia –a la sombra del grandioso Montgó y frente al Mare Nostrum– con el antiguo comisionado de paz con el anterior (y desastroso) gobierno Pastrana: don Camilo Gómez. Sus palabras sonaban abismales: hay generaciones de niños nacidos en la selva y en la guerrilla. Cuando se le ocurrió la feliz idea de, a cuarenta grados a la sombra y con una humedad ambiente típica de zonas selváticas, regalar un helado a una hija del «Papa» de la narco-guerrilla: Marulanda, la niña lo metió en un horno. No conocía otra cosa. Así, de manera más efectiva, seguro, el manejo de las armas. Pero es que el propio Marulanda que don Camilo Gómez tanto tratara, lleva desde 1.975 sin ver una ciudad…de 50.000 habitantes.
Pero en Colombia se cumplen años. Inmerecidos años. Cuarenta y dos años de guerra irregular aparentan demasiado. Los mismos años hace desde que unos jóvenes salidos de las filas liberales y posteriormente cercanos al incipiente Partido Comunista de Colombia, que curiosamente hoy repudia a las FARC con claridad, iniciaran en Marquetalia sus inicios revolucionarios. No parece, desgraciadamente, cercana la crisis de los cuarenta y pocos aquí. Una monolítica doctrina lo impide.

No sé si los cumpleaños sirven para reflexionar, pero desde luego sí sé que el ambiente no es propicio a ello cuando la cerrazón doctrinal manda. Las FARC hace tiempo que ya no pueden aspirar más que al narco-terrorismo puro y duro. Ya no es posible la toma directa del poder. Concentran todo su potencial militar en reclutar y dogmatizar su credo religioso. Todavía hoy poseo y tengo grabada en mi mente una fotografía. En ella, la plasmación de la realidad de dicho grupo: uno de los muchos carteles reivindicativos de dicho “Ejército del Pueblo” sirve de telón de foro a la imagen. En él reza: “No maltrate a los niños. Son el futuro. FARC-EP”. Delante, con ceño fruncido, como haciendo pucheros, una niña de trece años, no muchos más, ataviada con marcialísimo uniforme en perfecto estado y un kalashnikov en ristre.

Aún más curiosos todavía los diferentes análisis que dicho grupo tiene en su página Web. La ética revolucionaria es la única. La única poseedora de la ética, de lo bueno, de lo malo, es la lucha revolucionaria. Únicamente es la organización de carácter militar que la lleva a la praxis, la que en último término tiene la potestad de decir quién hace bien o mal. Una nueva Iglesia, levantada en armas, cumple años en Colombia, pues.

El asesinato en plena huida de compañeros menores de edad que asustados se rendían a los militares; el asesinato de centenares de campesinos de hoja de coca que no trabajaban para su sacrosanta organización; la intermediación económica, como así reconocen, entre el productor de la coca ya elaborada y el narcotraficante; los secuestros interminables; todo ello nos dice cuál es el credo de dicha cuarentona secta armada hasta los dientes: son lo mismo que los paramilitares, señores.

No hay bloque soviético. No hay URSS. No hay más que decir: una nueva sociedad sólo se dará luchando por un más allá. La muerte del guerrillero es un paso más hacia dicho escatológico concepto. Una piedra para el camino, por el cual “el pueblo” (ese manoseado Universal) conseguirá alcanzar la ideal y perfecta nueva mística sociedad. Que así sea, a la colombiana entonces, el nuevo socialismo.

La retórica de sus dirigentes, demenciales dirigentes, asusta por aburrida. “Tirofijo” hace tiempo que se erigió en Papa de la nueva Iglesia desde la más pura ortodoxia marxista. Su lugarteniente militar “Mono Jojoy” lo dijo: “Marulanda Tirofijo» es el mote que denota su profesión de fe) es un hombre de una claridad absoluta. Es nuestro líder y es totalmente transparente”. Acababa la homilía explicando al alucinado periodista la nueva reflexión llevada a cabo en el seno de su organización: la posibilidad de dejar de utilizar bombonas de gas repletas de explosivos que lanzaban y lanzan a poblaciones totalmente inermes. Algo todavía hoy irresoluto, al parecer. Reconocía, el tal Mono, que habían llegado a matar a demasiados “amigos nuestros” (literal en una entrevista concedida a TVE-1).

Escasísimo cerebro para ser mono. Más balas que neuronas. Así siguió demostrándolo dicho aspirante a simio haciéndose un auténtico lío al intentar explicar que alguna vez se había “mentido” desde las FARC por “motivos ideológicos, nunca estratégicos”. Todavía poseo el vídeo de dicha entrevista. Tal vez el Mono militarizado quería decir lo contrario. Igual no. ¿Un acto fallido freudiano tal vez? Todo sería gracioso si no fuera porque la congregación que preside se nutre de alrededor de 22.000 fieles bien armados.

Los paramilitares -nada mejor que decir de ellos- entraron en negociaciones con el gobierno de Uribe el 1 de julio del 2004 (en su web llegaron a poner la canción de Ana Belén y Victor Manuel: “Sólo le pido a Dios”, hortera detalle que movería a risa si no fuera otra narco-guerrilla que también alcanzaba a más de 30.000 alzados en armas: pues la desmovilización sigue y ya nadie cree que fueran 18.000). El Ejército de Liberación Nacional, no menos místico (recuérdese al cura aragonés fundador de dicha congregación menor: Manuel Pérez), también se aviene a negociar en la Cuba de Castro con escasos resultados.

Pero las FARC no son así. Su doctrina es toda una auténtica cosmogonía donde el brazo ejecutor de la justicia del pueblo no tiembla. Nunca. Aunque sea para subyugar y tiranizar al pueblo que dice representar. Esclavizar a través de una “ética del trabajo” a los pobrísimos campesinos, es algo que el Protestantismo ya descubriera hace tiempo.

En Colombia alguien celebra cumpleaños. La envejecida cara de Marulanda y la aburrida verborrea que tanto adormeciera al filósofo francés Bernard-Henri Lévy (léase sus «Reflexiones sobre la guerra, el mal y el Fin de la Historia» la parte referida a Colombia) se confunden. La vieja cara sonríe, dando más miedo que otra cosa, mirando hacia un horizonte soleado. Esto también lo vimos. El siglo XX dio mucho de sí: Stalin, Hitler, Mao, Pol Pot, Franco y Mussolini miraban en sus cuadros siempre a un místico horizonte iluminador que sólo ellos atisbaban.
La santísima guerra de salvación sólo aparece en la prensa, incluso en la colombiana, únicamente si sobrepasa la treintena larga de muertos en una sola acción. Lo reconocen los propios editorialistas de allá: más muertes diarias que en Irak hasta hace dos años no han valido para cubrir noticias. Lo único realmente efectivo y que han conseguido dichos «revolucionarios»: la reelección aplastante de Uribe. El que más ha perseguido sus bases y ha detenido a cabecillas como “Simón Trinidad”: el aristócrata y vividor marxista-bolivariano.

Se cumplen años en Colombia entonces. Y yo no pienso enviar felicitaciones.

Foto de arriba a la izquierda: la increíble «ética revolucionaria».

Foto de abajo a la derecha: un Uribe exultante tras su reciente victoria sin necesidad de una segunda vuelta.

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La izquierda de la Ética

Sólo expongo una brevísima reseña al hilo de una línea del editorial de Diario de Noticias hoy: editorial que, como es de suponer, una vez concuerda con quien estas líneas escribe, y otras veces no. Lo cual, dicho sin vaselinas ni fútiles cobas por innecesarias, es más que sano. Si algo caracteriza a este periódico es la pluralidad: mi opinión, errada o no, es un ejemplo de ello.

La frase en cuestión me ha cautivado por su candidez: “A la izquierda, la ética se le supone: a la derecha, menos, claro.”

Lo mismo que el valor: en la antaño “mili”, digo. No, señores, que no. A un representante público no se le supone la ética, ni por asomo. Nótese el hecho de que todavía no haya puesto colorín político a dicho cargo: la ética, el comportamiento moralmente aceptable, no se le supone a nadie que representa a quien le votó, pero que cobra de quien también no le votó. Nunca se le supone, sería dejarle “barra libre”. Para eso existen medios reguladores –otra cosa es su funcionamiento- para medir o tomar temperatura a ciertos comportamientos. A esto último se le aplica el nombre de Justicia.

Que a la izquierda se le llena la boca de ética, es algo que lo sabe cualquiera que haya estado en ella: yo el primero. Dicho esto, tranquilícense los “escorados” a dicho lado, lo aplico por igual a la derecha, que también gusta de moralizarlo todo (mucha «moralina», que diría Nietzsche). Pero no es de ella de la que hablamos hoy –que mucho habría, ciertamente- sino de la izquierda de la que yo al menos provengo y me duele más.

Ciertamente me he prometido no necesitar un abogado para escribir ya que no cobro por ello y, por tanto, no tendría con qué, así que del “caso Orkoien” lo único que diré es que soy volteriano, orgullosamente volteriano: no creo que tenga razón ningún “Cándido”. Los que aún crean que el color político imprime un carácter más o menos ético, me recuerdan ciertamente a dicho protagonista –no exento de buenas intenciones, ojo- lo cual me lleva a no creer ni en “casualidades”, ni en “errores”. Creo en las personas: no en sus siglas. Creo en los hechos, no en los dichos.

Pero volviendo a la citada frase: ¿tal vez ahora UGT y CC.OO se nos hayan vuelto de derechas?: lo digo por el caso de la PSV, que afectó a bastantes mortales también aquí. Desde luego la pregunta tiene carga irónica porque hubo de todo menos comportamientos éticos en “Mierdillorri”, que diría con ingenio Batzarre en aquella época.

Se me ocurren muchísimos casos más: las federaciones madrileñas del PSOE y de IU tendrían mucho que decir sobre el oscuro tema inmobiliario.

¿Para qué entrar en peores temas como fondos reservados para grupos para-policiales o para el simple “choriceo”, etcétera? Incluso dentro de las Gestoras pro-Amnistía -recuerdo- hubo un espabilado que se llevó tan solidario fondo: ¿recuerdan el caso?

Al final estamos hablando de algo bastante trascendente por complejo: la naturaleza humana. Voltaire achacaba la candidez de Rousseau por creer en dicha naturaleza como «buena» de manera innata. Pero aquí hablamos de algo mucho peor: creer que alguien es «bueno» (pues de eso trata la ética) por «naturaleza»… política. En esto gana Voltaire por partida doble.

En fin, en política y desde ella, a algunos, cuando nos invocan la “ética”: nos hacen temblar. Y no de frío precisamente.

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