Nostálgica primavera

Y otro año más: cumplidos al alimón el mismo día este jardín adornado de ramilletes de dudas y su dueño, con algunas primaveras más. Ambos nos enfrentamos a la rueda nietzschiana del “eterno retorno a lo idéntico”, entendida a mi manera.

Es primavera: regresa la nostálgica sensación de que en estos días, además de mi nacimiento, se han ido acumulando en la vida acontecimientos personales más bien indeseables. Nuevamente la certeza de que lo que parece (un día espléndido) se convierte en lo que no (un tormentón que a todos nos vuelve locos). “Días de vino y rosas”, una de las mejores películas que más ha llegado a aterrarme (¡la vi hace mil años de resaca!), me da pie a hacer un facilón juego de palabras y hablar de días de tormentas y rosas. Mis músculos me recuerdan sus lesiones y no digamos ya los nervios con tanto cambio. Del polen mejor no hablo.

Pero al final, todo es rememoración de mi infancia: al final va a resultar que no todos son malos recuerdos en ella. La imagen de mi queridísimo difunto padre que hacía lo posible porque las vacaciones de Semana Santa resultaran lo más idílico, lo más perdurable en la memoria de sus hijos, regresa con más fuerza que nunca. Jodida vida: cerca del sureño lugar donde pasábamos esos inolvidables días, en el mismo prácticamente, me enteré de su muerte que todavía hoy lloro.

Pero es Semana Santa y, de nuevo, me enfrento a la retahíla de películas no muy acertadas históricamente: algunas buenísimas, conste. Y me enfrento a los rituales que a veces se asemejan a los sangrientos festivales chiitas. ¡Crucifixiones reales!: ¿a qué tarado se le ocurre? En esa añorada infancia de la cual hablo más arriba, es cuando por primera y única vez vi semejante espectáculo ¡en esta tierra!

Siempre lo digo: los ateos nos sabemos pocos. Los razonables, al menos, sabemos que entre los triunfantes tres monoteísmos, sólo uno grosso modo , nos deja vivir y expresarnos. En el Islam somos peores que infieles: por ejemplo. Los ateos somos pocos, pero no idiotas: vivir con un calendario católico tiene sus festivas ventajas laborales. Tampoco es baladí el hecho de que el cristianismo tenga valores más que aceptables.

Sea como fuere, creyentes con buenas intenciones, ateos razonables (tanto unos como otros no tienen por qué convencer a nadie y menos joder a nadie: ahí radica tal respetabilidad) pasen unos buenos días. Quienes puedan, al menos. No gasten demasiado, que los tiempos vienen con parches gubernamentales y con demasiados agujeros económicos. Vida sólo hay una. No vivimos en tiempos greco-romanos en que dejar una mítica leyenda en esta vida era casi sinónimo de inmortalidad. Homero lo sabía. Sus protagonistas humanos así lo reflejaban.

Disfruten pues, no volverán a haber otras pequeñas vacaciones de Semana Santa de 2.009. Nunca.

Acerca de epicuro

Alumno de todo, maestro de nada...
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