Dogmas, convicciones.

“Las convicciones son enemigas de la verdad más peligrosas que las mentiras”:

F. W. Nietzsche

(Humano demasiado humano; I parte; aforismo 483)

Y es que una mente rígida, constreñida por los estrechos márgenes de un dogma; de un vector que nos dicta cómo debemos interpretar la Realidad cuando ésta es fluida y no deja lugar a dudas la Ciencia al respecto; es una mente -decía- como mínimo: enemiga de la verdad. 

Quien por dichos dogmas se rige, que siempre acaban siendo metafísicos y a los que, por tanto, se da una “esencia”, un carácter ontológico (sea el “-ismo” que Vds., amabilísimos lectores, prefieran) acaba en el más indeseable de los autoengaños. 

El gran problema de quien así se engaña, es que padece una especie de “imperialismo del engaño”. Digamos que necesita “expandirse”; encontrar “espacio vital” en otros. En los demás. Quien así se engaña, digamos, hace proselitismo de dicha farsa. La farsa de quien fuerza su visión de la Realidad para conseguir “encajarla” (algo que nunca consigue, teniendo un mal final siempre el asunto) en su Universal platónico: sea el credo teológico o político que sea.

Está muy bien tener en cuenta al viejo Epicuro, puesto que tras esas férreas convicciones dogmáticas (perdón por tanto pleonasmo), siempre hay razones de peso y de orden psicológico. Mi dilecto Josep Pla lo achacaba a la envidia. Ese mal tan repelente. Y el viejo Epicuro parece ahondar en la misma dirección, anticipando el antídoto a tan nefasto, a tan pernicioso mal: “No debemos menoscabar lo que ahora tenemos con el deseo de lo que nos falta sino que es preciso tener en cuenta que también lo que ahora tenemos formaba parte de lo que deseábamos”.

Así sea: que la Razón guíe y que la Voluntad obedezca y no al revés.

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Nostálgico pero vital Jardín.

Mañana cumplimos años: tanto el blog como servidor (todo empezó, ahí tienen el enlace, con un «post» sobre una tregua y otro «post» como un sincero homenaje al Rock y a la noche).

Mañana es mañana: no es todavía. Vivimos en gerundio perpetuo: viviendo. El presente es ahora, mientras termino de escribir esta frase, siendo el principio de la misma ya lo que llamamos: pasado. Así de rápido y subjetivo es el tiempo (“Tempus fugit”).

Pero más allá de ciertas consideraciones, uno se acuerda de nuestros mayores por aquella sabia frase: “te das cuenta de que el tiempo pasa conforme van quedándose en el camino amigos y conocidos”. Bien, presupongo que me queda vida y no sé si conoceré eso que han conocido nuestros mayores como “jubilación”, pero está claro que, en lo que llaman “mediana edad”, uno ya ha vivido lo suficiente como para haber viajado, no viajado, amado, desenamorado, trabajado, desempleado, subido, bajado, hecho, deshecho, construido, destruido, ido, venido, tener mil amigos, tener pocos y buenos, conocer debilidades ajenas, aprender a no juzgarlas, desconocerse un poco a sí mismo y compadecerse, dejar de hacerlo conociéndose y queriéndose.. de todo…

Decía Baltasar Gracián que dos cosas acaban rápidamente con la vida: la necedad o el vicio. Nunca unas palabras fueron tan actuales. En todas las vidas que fueron y serán, me temo. En esas vidas donde todas y todos cumplimos años (hoy, mañana, en general: “mejor cumplir años que dejar de hacerlo”; certera de nuevo la sabiduría de nuestros mayores).

Y me obsesionan las frases de Gracián:

Quien vive deprisa en el vicio, pronto termina de dos maneras: acaba con la vida y con la honra. Quien vive deprisa en la virtud, nunca muere. La entereza del ánimo se transmite al cuerpo: la vida buena es larga no sólo por su intensidad, sino también por su extensión”.

No creo que haga falta mayor explicación: vivir deprisa (yo lo hice) conlleva riesgos. Elevadísimos riesgos. No son pocos los que conocí, en pasado, que así vivieron.

Vive deprisa y tendrás un bonito cadáver” fue el lema de un par de generaciones. Aquello fue devastador, respetable, fulminante.

Vivir deprisa en la virtud, que en Gracián se traduce en el vivir indagando, estudiando, observando; se me antoja muchísimo más difícil y atractivo que vivir deprisa en el vicio. En esta forma “viciosa” y acelerada de vida el momento no se disfruta. En la otra manera reivindicada es vivir deprisa por el rápido fluir, placentero, de ir de descubrimiento en descubrimiento. La fascinación, como las preguntas de un niño que reivindicara Descartes como el inicio de la Filosofía, forma parte nuclear de ese “vivir deprisa en la virtud”.

Y luego está el carácter de cada cual, por supuesto. Si los estoicos decían que el carácter de un hombre es su destino por saber cómo amoldarse a los cambiantes avatares de esta azarosa vida, más a tener en cuenta todavía estaría el protagonista de “Todo fluye”, novela de Vasili Grossman. Iván Grigórievich. Es pertinente rememorar aquí cómo reflexiona Grossman sobre su atormentado protagonista “Así, no se trataba de una cuestión de circunstancias externas. El destino desafortunado y amargo de Iván dependía de sí mismo”.

Esa sabiduría, ese saberse dueño del destino de uno sin depender tanto de circunstancias graves, exógenas, hace que se consiga ese equilibrio que tanto busca la Ética: el arte del buen vivir. (El arte de la Prudencia es el título del libro que tanto admiro de Gracián).

La virtud es vivir deprisa, claro, pero con la vista puesta en la Realidad, tozuda y sagrada hasta para un ateo. Esa Realidad que acaba con cualquier dogma, con cualquier credo. Y saber que todo, a fin de cuentas, todo, depende de uno.

Y en eso reflexionaba mientras hoy caminaba y caminaba por mi jardín este aspirante a “juntaletras”.

Sean felicitados todos aquellos que hoy, mañana, ¡cuando sea!, tengan a bien pasarse por estos pagos.

Y vivan en un profundo Carpe Diem; pero no derrochando vida…no derrochando tiempo (escribo aplicándomelo, créanme) y viviendo con la intensidad requerida para fascinarse por todo. Pequeñas cosas sobre y ante todo. Y recuerden que el miedo paraliza: nos hace anticipar cosas que no han ocurrido. Así que viendo si hay agua previamente nada más: zambúllanse en la piscina vital sin ningún miedo. De todo se sale. Salvo de una cosa: el final mismo. Lo que queda hasta ese momento es presente continuo: vida.

Así, quitándome el pesado abrigo de la nostalgia de encima: vivo ahora mismo brindando sinceramente por todos Vds.

¡Salud!

Foto superior: Baltasar Gracián.

Foto inferior: Vasili Grossman.

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El poder de la imaginación…

  «Moderar la imaginación es el todo para la felicidad. Unas veces hay que refrenarla y otras ayudarla: el buen sentido la ajusta. A veces se convierte en tirana: no se contenta sólo con especular, sino que actúa y se hace dueña de la vida, haciéndola gustosa o pesada, según su capricho, creando descontentos o satisfechos de sí mismos. A unos, como un verdugo casero de los necios, les representa penas continuamente; a otros les propone felicidades y aventuras con vana presunción. Todo esto puede la imaginación si no la refrenan la prudencia y el buen sentido.»

(Baltasar Gracián, en su «El Arte de la Prudencia«, parágrafo 24: «Moderar la imaginación«).

Un saludo de nuevo a todos los que a bien tengan visitar este desordenado y epicúreo jardín.

Tema interesante hoy: no actualidad; no Catalunya; no factura de la luz; no Rusia; no Corea del Norte; no Trump; no tifones; no política; no Putin; no…

Mi amigo el otoño, que siempre me trajo antaño malas experiencias y malísimas noticias y que, sin embargo, quiero y denomino «hermano otoño»; me lleva a más excelsas reflexiones que tiene a bien DIARIO DE NOTICIAS de Navarra publicarme virtualmente.

Tomás Moro, Rousseau: imaginación desbordada. Crearon, no menos que su ilustre antecesor: Platón («el divino Platón»), Arcadias felices de toda laya. La «utopía» (de «u»: no y «topos»: lugar; lugar que no existe) todo lo invade en una brillante mente en el caso de Moro. Como una enfermedad conduce la existencia de alguien prominente, convirtiéndolo en una especie de esclavo de su imaginación inane. A eso, y no a otra cosa, se refiere un Baltasar Gracián que busca constantemente un aristotélico «justo medio». La justa medida de las cosas (hoy le llamarían equidistante cual insulto, al pobre).

En Rousseau la cosa tiene más insidia. Porque insidia es dejar, a sabiendas, palabras hueras como «voluntad general» sin ahondar en el complejo término. Ningún matiz.  Graves problemas en las revoluciones posteriores a tal efecto: ése es su legado. Confiar en que la República (Estado) se haga cargo de las criaturas engendradas, es otro de sus legados. ¡¡¡Y lo dice él, que al igual que San Agustín donde ponía el ojo hacía diana!!! Cinco hijos abandonados: ¡el Estado-República se hará cargo de ellos y sus madres! Una vida errante. Una vida errática. Ni David Hume pudo con él y su enfermedad (posiblemente esquizofrenia) le llevó a ver cosas que no ocurrían. Hume, bienintencionado, invita al susodicho a su natal Escocia, lo deja en una Inglaterra plagada de buenos amigos. Hume se ve obligado a desentenderse con él cuando escucha a los amigos que acogen al francés, fantasías imaginativas donde el mal lo encarnaba ¡¡¡su anfitrión, el mismo Hume!!! Insatisfacción, rabieta de niño malcriado, exceso de imaginación enfermizo…

Y es ese, y no otro, el exceso de imaginación. Porque la realidad es infinita, ondulante, cambiante (panta rei, todo fluye en ella) y que, como bien apuntaba el gran periodista catalán Josep Pla: es infinita e inaprensible en nuestra finita vida. Es enorme, inalcanzable. La Ciencia sabe de ello más que nadie. Por eso, cualquiera desbordado o henchido de imaginación comete el error de caer en la infelicidad. Freud dio buena cuenta de ello al final de sus días. La felicidad en sus pacientes era estar lo más apegado posible a la bendita Realidad.

La imaginación está bien, cómo no, para escribir poesía, novela. Mas caer en ella como en cualquier acto de fe; lo vuelve a uno desdichado. Ansioso. Frustrado. Sin rumbo. Iluminado y dogmático.

Cualquier ser llevado únicamente por una imaginación desbordante, cumple lo que decía en aquella genial canción del bien envejecido grupo: Radio Futura, que algunas veces he recordado arreglando este jardín o atreviéndome a plantar verduras. «Era un hombre de papel, era un juguete del viento. Que en el cielo de la ilusión, halló su propio infierno

Consigue el exceso de imaginación ello: alguien que se deja llevar sin criterio propio, sin opinión, títere que se mueve al albur de opiniones ajenas según convenga. En alguien que mañana puede llegar a cometer atrocidades ante la infantil rabieta que supone no encontrar lo que imaginó. Ese horizonte que no existe. El Dogma cumple bien su papel. El dogmático cae en cumplir, en conseguir lo contrario por lo que creyó luchar por ese exceso imaginativo. Al final es un muñequito lamentablemente peligroso, que se deja llevar por este viento indómito llamado «realidad». Nadie puede saber a qué lado virará: derecha o izquierda. Únicamente busca una entelequia y con ese acto volitivo (si no sucumbe antes en darse muerte) arrastra a quien pueda. Da igual en qué ámbito de la vida se encuentren Vds., amables lectores, con alguien así. Sea en Política, sea en relaciones afectivas (mucho cuidado)…nunca está nadie a la altura de sus pretensiones infantilmente enfermizas.

Guárdense de personajes así. Acotemos la imaginación – pues todos nos hemos dejado alguna vez llevar por ella – a terrenos provechosos.

El poder de la Imaginación puede también ser creativo. Atractivo incluso.

Seamos un poco partícipes del aviso a navegantes de las procelosas aguas de la vida, de aquel genial «capitán», nuestro gran Baltasar Gracián.

Y moderar la imaginación. Y dejarnos seducir por la realidad mejorándola, interactuando en ella. Y vivir con criterio propio, conscientes de las limitaciones que impone la realidad. En caso contrario, ella misma se encargará de recordárnoslas de manera dramática y efectiva.

 

 

 

 

 

 

 

 

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Saber elegir…

Prometiendo de antemano volver a cuidar con más mimo y hasta con detalle este descuidado Jardín, vaya por delante una reflexión típica de lo que algunos despectivamente denominan: «EgoBlog». Bien, en este Jardín/Blog no siempre fue el análisis de la ingrata actualidad desde el punto de vista de la Filosofía Política, lo que se prima. También se trata de lo que este aspirante a jardinero reflexiona mientras se esmera en sus ingratas tareas. Esta última de mis humildísimas reflexiones ha venido al hilo de una canción y de una entrevista donde el maestro Antonio Escohotado, siempre lúcido, recordaba cómo la inteligencia llamándonos a entender nos enseña lo esencial de la elegancia, de elegire, elegir

Me encanta esta alegre canción de Bob Seger…la escucho mientras pateo cada mañana (hoy a dos bajo cero) y su calidez me hace ir más deprisa que el mismo frío. Su letra es curiosa. Habla del azar…de elegir, del amor y la ludopatía (tengo vicios: ese último no es uno de ellos). Pero la vida no deja de ser un gran casino donde jugamos nuestras cartas con mayor o menor fortuna (es el «saber elegir» de los clásicos). Y con un clásico al respecto -y al que tengo gran afición- les dejo para acompañar tan genial canción, tan genial letra: Baltasar Gracián.

«Vivir es saber elegir. Se necesita buen gusto y un juicio rectísimo, pues no son suficentes el estudio y la inteligencia. No hay perfección donde no hay elección…»
(El Arte de la Prudencia; parágrafo 51: «Saber elegir«)

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Y de repente…todo fijo.

Baltasar_Gracian¡Es la Lotería ¡idiotas!

¿Acaso creían que el problema de los refugiados de Siria, del prácticamente Norte entero de África, la victoria de más o menos “populistas” y dogmáticos en el mismísimo corazón de Estados Unidos y en Europa; tendrían cabida hoy?

¿Acaso creían que el atentado teócrata –espero no vuelvan a llamarme lo que no soy: islamófobo, porque me carcajeo- de Berlín iba a seguir dando que hablar…o el sospechosísimo atentado contra el embajador ruso en Ankara?

¿Acaso creían que las matanzas en Yemen, Siria, Iraq o el proceso de paz en Colombia iban a ser hoy noticia?

¿Alepo; Raqqa, Idlib, Mosul…?: ¡¡¡jamás de los jamases!!!

¿Pero en qué mundo viven Vds., queridos lectores que tienen a bien visitar este Jardín?

Hoy lo tengo lleno de humedad y de niños lejanos que no dejan de ser escuchados por mí desde el punto de la mañana trabajando en tan verde y arreglada parcela ajardinada.

Cuando he despertado ni lo recordaba.

Y cuanto más me despejaba, más me sorprendía en el final más grave de los grititos de tan tiernos imberbes.

Y cuando iba siendo yo mismo, me he recordado implacable: “es la Lotería ¡idiota!”.

El mundo se para: todo hoy es Lotería.

Hace un año y un mes fueron los ignominiosos y (como todos los atentados) provocadores ataques teócratas en París…en Bruselas…donde el multiculturalismo muestra su verdadera faz: una patraña. Guetos de los que se aprovechan los ulemas con dinero saudí, las más de las veces.

Ese multiculturalismo, hijo del Romanticismo germano del XIX (Herder) y del sesentayochismo bien intencionado francés: el mismo que aquí siempre denuncio mientras planto brócoli, así como denunciaba infatigable el fallecido André Glucksmann también; el multiculturalismo, digo, nos mostró su cara. La auténtica. La verdadera. Barrios enormes de Bruselas donde policías y militares son recibidos a botellazos y pedradas al ir a detener a algunos de los autores de las matanzas en Bataclan, en el Estadio de Francia, en las terrazas parisinas donde Sartre y Beauvoir veían la vida pasar con un café o un cognac, escribiendo, observando, pontificando, filosofando a veces…

Hoy no hay Paro; no hay recortes desde la férrea y brutal U.E.; no hay problemas.

Todo es Esperanza (ese peligrosísimo sentimiento irracional a todas Luces, valga la broma). Esperanza de ser ricos previo paso por la diligente cuando quiere, Hacienda.

Todo es buenrollismo y algarabía…

Si alguien no sigue la corriente: es un amargado.

Supongo que si alguien está en el Paro más absoluto y cuenta con más de cuarenta o cincuenta castañas: tiende a joder más la fiesta que cualquier otro. Máxime si se queja por no recibir prestaciones. Por no encontrar empleo y caso de conseguirlo (toda una Epifanía), protestar por las horrorosas condiciones y precariedad laborales.

No, hoy es día de Esperanza.

Todo es repentina y siniestramente: una foto fija.

Los programas matinales ya no buscan a la chica desaparecida, tampoco hablan de sucesos escabrosos, de violaciones intolerables: hoy el mundo en este país es una sonrisa fija que muestra molares e incisivos impecables.

La foto fija de una Ilusión, de una Esperanza…la de una enorme Mentira.

Y me despido con el siempre certero y sabio donde los haya, Baltasar Gracián. Nuestro Baltasar Gracián:

 

«El arte de la suerte.

La buena suerte tiene reglas; no todo son casualidades para el sabio; el esfuerzo puede ayudar a la buena suerte. Algunos se contentan con ponerse confiadamente a las puertas de la Fortuna y esperar que ella haga algo. Otros, con mejor tino, entran por esas puertas y utilizan una audacia razonable que, junto a su virtud y valor, puede alcanzar la buena suerte y obtener sus beneficios. Pero, si bien se piensa, no hay otro camino sino el de la virtud y la prudencia, porque no hay más buena ni mala suerte que la prudencia o la imprudencia

(Baltasar Gracián: El Arte de la Prudencia. Parágrafo 21)

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Fin de año

montaigneReleyendo al inmortal Montaigne, encuentro esta joya:

«Es verosímil que la fe principal en los milagros, las visiones, los encantamientos y semejantes hechos extraordinarios, venga del poder de la imaginación que obra fundamentalmente contra las almas del vulgo, por ser más blandas. Hanles inculcado tan fuerte la fe, que creen ver lo que no ven»

(Libro Primero de los Ensayos Completos. Michael de Montaigne; Cap. XXI: «De la fuerza de la imaginación»).

Sabias, contundentes, las palabras del francés en estos pretendidamente espirituales días navideños. Pero no quiero caer en mi apatía de otros años. Si bien, he de recordar en mi descargo, siempre terminaba cualquier post deseándoles buenas digestiones y buenos excesos. Creo, al igual que el pasado año y el otro, y el otro…eta abar…creo, decía, que la Navidad tiene sentido en los críos: ver a un camello en plena Plaza del Castillo; el árbol…mas no así el hortera alumbrado: sigue pareciéndome un derroche con cargo a todos los ciudadanos. Se me antoja derrochador máxime a los que nos hallamos en una nefasta situación laboral.

No obstante, en breve saldré a hacer un pequeñísimo recado. Espero zigzaguear lo suficiente como para que quien no ha tenido a bien saludarme en años: no lo haga hoy, 31 de diciembre.

No, no creo en milagros. Menos en la celebración de uno que se diera supuestamente hace más de dos mil años. No me hagan reír por favor. Respeto toda su parafernalia. Respétenme a mí, se lo pido con educación.

Y mientras sigo observando paseando por mi jardín, la divertida «pelea» entre muñecos de Santa Claus y de Olentzero para ver quién llega antes a una ventana; pienso que yo por desear les deseo lo mejor, pero en cualquier día del año. Háganlo conmigo también: otro día. Uno cualquiera por favor.

Disfruten, excédanse, pero háganlo cualquier día.

A fin de cuentas: uno ya no está para creer en milagros.

 

 

 

 

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André Glucksmann

andre-glucksmannUn humildísimo homenaje al recién fallecido André Glucksmann. Aunque al igual que Gabriel Albiac yo no creo que sea correcto llamar «nihilistas» a los yihadistas (éstos, a diferencia de aquéllos, tienen un plan determinista aunque puedan coincidir en algunos truculentos aspectos en los medios); André Glucksmann me enseñó a dudar de ciertas certidumbres erróneas. De ciertos determinismos también en la Izquierda de la cuál tanto él, como modestamente quien escribe, provenimos. Me enseñó, a la manera de un diálogo platónico, a ponerse a sí mismo en duda en un diálogo con su hijo Raphaël en «Mayo del 68. Por la subversión permanente«…y aprendí también de sus desaciertos. Muchísimo. Puesto que todo aquel que juega en el terreno de la Filosofía Política, sabe que vive al límite de la ingrata actualidad…del pensar en el momento, en el instante mismo. Vive en la fugacidad más que nadie. Y me enseñó su cara más íntima en «Una rabieta infantil«…todo un homenaje a una vida, vivida con dramática intensidad: la más justa de las vidas.
«O bien el conocimiento de uno, cerrándose sobre sí mismo, se convierte en conocimiento interior y de sí por uno mismo, a través de la intuición del yo (…) O bien el conocimiento de uno mismo afronta una alteridad salvaje, irreductible e insuperable, a la que la filosofía interroga interrogándose. Camino que yo trato de tomar»
(André Glucksmann; «Una rabieta infantil-Une rage d’enfant«; parágrafo 8: «¿Para qué sirve la Filosofía?»).


Post Scriptum: aún conservo el artículo de quien suscribe publicado en Diario de Noticias de Navarra; haciendo referencia a Glucksmann y sus reflexiones tras su viaje ilegal a Chechenia…artículo que me valió algún insulto en una web pro-soviética y estaliniana (sí, en pleno siglo XXI, pásmense). En este país, se comete la enorme y grosera afición de tirar de exabrupto y de insulto en cualquier debate, que es lo que al fin y a la postre uno intenta crear: sano debate. No obstante, siempre agradecí, desde aquel diciembre de 2003, que tan insignes personajes me hicieran publicidad.

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Teócratas en París

«El fanatismo es a la superstición lo que el arrebato es a la fiebre, o lo que la rabia es a la cólera».

  François-Marie Arouet, Voltaire, Diccionario Filosófico.

  Uno Voltairepuede llegar a ser traidor a sí mismo, sinceramente. Siempre me he prometido no escribir desde la emoción. Hoy, lamentablemente, no puedo.

Ya en este mismo jardín, denuncié tiempo atrás el hecho de que la revista satírica Charlie Hebdo recibiera amenazas por tener la suficiente noción de qué es la libertad de expresión, como para publicar las famosas caricaturas de El Profeta de sus colegas daneses.

Hoy es el día en que las amenazas de los supersticiosos de “El Libro Sagrado”, han dado rienda suelta a su salvaje fanatismo vengativo paramilitar en pleno París. El mismo París donde unos –no me cabe duda- bienintencionados intelectuales sesentayochistas, recogieran el término “multiculturalismo” que iniciara el decimonónico filósofo germano Herder.

Uno de ellos, André Glucksmann, destacado por ser el segundo de abordo tras Daniel Cohn-Bendit en dichas revueltas de Mayo del 68, reniega ya de dicho término. Cree en la integración, tras visitar los centros sociales por los que luchó en la capital francesa. Centros sociales convertidos en guetos islámicos de jóvenes sin ninguna gana de integrarse en un país que lleva a gala ciertos valores republicanos. Valores, huelga decirlo, incompatibles con la medieval y mesiánica paranoia de la escoria que hoy ha asesinado, al escribir estas líneas, a diez periodistas (incluyendo a varios “temibles” caricaturistas); y a dos policías de la manera más militar y fría.

No, hoy no cumplo con mi precepto de escribir desde la más absoluta frialdad. Desde la gélida y racional distancia. Hoy escribo en caliente. No cumplo con mi precepto: no soy supersticioso. No soy fanático. Creo en la libertad y más aún en la libertad de expresión.

Hoy todos los que creemos en los valores democráticos, somos Charlie Hebdo.

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Y que nada cambie….

582679-granulado-de-color-rojo-brillante-bola-de-navidadEs algo que uno no puede evitar: esa sensación de que nada cambia. Lo estático es sinónimo de muerte. Sólo el movimiento es vida. Pero sí, es algo que no puedo evitar. Cómo será el hecho en sí que consigue animarme a escribir en este jardín un tanto maltrecho y descuidado. De nuevo el ambiente empalagoso. Sigo respetando, sinceramente, a quien disfrute de las navideñas festividades. Máxime a quien se haya dedicado a procrear la especie por darle más sentido a  todo. Pero yo, tras unos largos paseos por la ciudad y por diferentes zonas, sigo opinando lo mismo. Veo tétricamente inmutable todo un año más. Otro año más (Tempus Fugit).

No me molesta el mercantilismo: esta época hace que se mueva “la pana” –aunque sea poco- y se creen algunos puestos de trabajo. Que el comercio tenga algo de movimiento no me parece mal. Vamos, que como soy así de especialito o que simplemente tengo una opinión propia, puedo estar más de acuerdo con quienes disfrutan estos días sin más pretensiones. No puedo estar tan de acuerdo, no obstante, con los quejicosos que nostálgicamente hablan de que un pretendido “espíritu navideño” se ha echado a perder por el mercantilismo.

No entiendo de “espíritus”. Mucho menos navideños. Sí entiendo lo que es mal gusto. Entiendo que encender menos lucecitas que no embellecen nada, sigue siendo un derroche. Que se haga menos, no quita para que haya tenido que ver, atónito, cómo un edificio institucional se ha “engalanado” de lucecitas. Un edificio que habita normalmente una casta política que ha dado un ejemplo vergonzoso en cualquiera de sus siglas.

No lo entiendo, sinceramente. Entiendo a los críos y su ilusión por ir en camello. Entiendo sus esperanzas, sus ilusiones. No entiendo la desfachatez que supone engalanar, a cargo del erario público, un edificio que ha representado una vergüenza tras otra durante demasiado tiempo.

Espero que estén pasando unas buenas fiestas. Algunos no tenemos mucho que celebrar: Que nada cambie con la que está cayendo, por ejemplo. Pásenlo bien…siento no acompañarles.

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Ser tan de los otros…

 

Patética y mísera sucesión de escenas en la política con minúsculas cada vez más justificadas. Tal vez en el reciente cumpleaños de este jardín así como de su humilde dueño el pasado día 29 de marzo, tal vez, digo, por ello no he podido escribir tanto como antaño: todos, de una u otra manera, nos vemos asfixiados.

La prensa ha pasado a ser el necesario pepito grillo de todo este “cafarnaún”, que graciosamente decía el periodista y escritor catalán Josep Pla.

Todo este caos ecónomico-financiero ya no se trata de la manida macroeconomía. No sólo al menos. Todos en la no menos manida “microeconomía” lo notamos: nos mandan al paro y la corrupción campa a sus anchas. La “fiesta” económica de los años 90 o 2.000 pasa factura a quienes menos hemos derrochado: es una especie de resaca injustificada. Los “mass media” se hacen eco de un elenco de nombres propios: Grecia, la eterna Grecia, Chipre, España, Italia, Portugal…nombres todos que parecieran pertenecer a fichas de un tenebrosísimo dominó.

Este jardín comenzó a florecer un bonito 29 de marzo de 2006. Desde entonces –el lector lo puede comprobar en la pestaña de la columna derecha con el nombre de «Archivos«- este humilde “juntaletras” ha escrito sobre y de todo. Hay temas (incluidos personales) sobre Política –ésta sí con mayúsculas- porque a uno, de las pocas cosas que ya le van apasionando, es la Filosofía Política. No así los políticos. La casta política. Pero como se puede intuir por lo dicho más arriba: nunca pensé que dicha “casta” llegara hasta estos límites en un momento tristemente histórico.

Todo está disparado, vivimos en una especie de “dictadura fiscal gobernada por una pantalla de plasma” como otro periodista y escritor, Arturo Pérez-Reverte, atinó justificadamente a definir a través de Twitter.

Los políticos, esos insanos e insensatos personajillos, se dedican a no hacer caso de uno de nuestros grandes sabios: Baltasar Gracián. Y retumba en mí, desde que he amanecido hoy, sus sabias palabras: “No se puede ser tan de los otros que uno no sea de sí mismo”. Descripción perfecta de los parámetros psicológicos que reinan en los políticos no sólo nacionales, europeos en general también.

Yo no soy de los otros, soy de mí mismo: déjenme robar, porque yo lo valgo y se me debe. Amén. Así parecen pensar algunos.

Bien es cierto que la lectura correcta del apartado 33 de su Manual del Arte de la prudencia cuyo título es “Saber apartarse” es que uno no puede perder su individualidad en aras de ser “tan de los otros” (léase para el caso: como el resto del partido). Y a eso, precisamente, es a lo que se dedican los políticos mientras todo, y digo todo, se está viniendo a pique. Se dedican al infantil reproche del “y tú más” mientras el barco está más jodido que el Titanic. No hemos chocado con un iceberg, hemos chocado con todo un continente.

 

Imagen: nuestro gran Baltasar Gracián, atinado siempre. Admirado por nada menos que La Rochefoucauld, Schopenhauer y Nietzsche.

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