jueves, 8 de mayo de 2008
«La hora finalmente ha llegado y estamos completamente preparados para nuestro intento de cumbre. De hecho, nos gustaría haberlo iniciado ya en lugar de estar simplemente en el campo base. Durante los últimos días, mi amigo Horia Colibasanu y yo mismo subimos al campo 3 (6.900 metros) para dejar allí todo el material que necesitaremos en la subida final. En lo más profundo de nuestros pensamientos una voz nos decía: podríais ir ahora a la cima, ¿lo sabéis?, pero no le quisimos escuchar. Por una parte, el viento todavía era muy fuerte en la arista y, por otra parte, estábamos descoordinados con nuestro amigo Don Bowie, algo retrasado en su aclimatación debido a la misma gripe que hemos pasado Horia y yo.
Tengo que pelear con un largo día abriendo huella sobre un terreno muy empinado, con Horia siguiéndome, para alcanzar la pequeña grieta en la que está situado el campo 3, a casi 6.900 metros. Fue duro, por supuesto, y terminé seco como una ciruela pasa cuando acabé con mi apuesta, pero es la clase de ejercicio agotador que prepara a nuestros cuerpos para los dolores venideros. Cuando llegamos, el viento aullaba como un lobo y decidimos no pasar allí la noche. Los eventuales beneficios de hacerlo eran pecata minuta comparados con la incomodidad y el dolor de una noche de tormenta y miseria. Regresamos todo el trayecto de vuelta al campo base –de 6.900 a 4.100 metros-, al que llegamos a las 10 y media de la noche, cansados pero felices tras una jornada de 16 horas.
El campo base no está tan concurrido como antes. Cuatro de nuestros ocho amigos rusos han dado la expedición por finalizada y han desaparecido valle abajo, en busca de tierras donde la vida tal vez no sea más fácil pero sí más caliente. Los echamos mucho de menos, porque eran extremadamente amables y porque aquí arriba hay trabajo de sobra, pero contemplo su decisión con absoluto respeto, porque han sido honestos consigo mismos al comprobar que este muro quizá sea demasiado para sus habilidades. Siempre celebraré esta clase de grandeza personal que conduce a la humildad y que en los Himalayas hace que tu vida sea más larga.
Annapurna, tu belleza y majestuosa grandeza hace mucho que conquistaron el lugar donde conservo mis sueños. Mi única esperanza es que pronto pueda desvelar tus secretos y deshacer el nudo que se me ha formado una vez más. Ahora el tiempo es incierto y no sabemos exactamente qué carta jugar o qué hacer inmediatamente. Es un juego de espera este y los pacientes son habitualmente los ganadores. Para mi la espera es más sencilla que para mis amigos y compañeros Horia y Don. Mi novia canadiense, Nancy, está aquí apoyando mi escalado y aguardando pacientemente nuestro retorno del intento de cumbre. Su belleza, bondad, inteligencia y compasión iluminan mis días y me inspiran constantemente. No sé cómo y cuándo se lo podré devolver, así que lo diré ahora: Gracias, mi amor, volveré pronto desde el otro lado de ese océano solitario… »
Iñaki Ochoa de Olza.
P.D. El último soplo de tu vida se apagó en las blancas nieves de la montaña grandiosa del Annapurna, más tu alma voló libre, alcanzó la cima y ahora brillarás para siempre como una estrella en el cielo del Himalaya.
«AGUR IÑAKI».
Iñaki Ochoa de Olza falleció el 23 de Mayo en el Annapurna-Himalaya. Descanse en paz.
Maika Etxarri