Un crisol de “culturas”: así es presentada las más de las veces la otrora capital de la “pérfida Albión”. Londres es, afortunadamente, mestizaje puro. Es decir: humanidad en pleno apogeo. Pues somos una mezcla todos sin excepción. Ahora bien, la palabra “cultura” así empleada (crisol de “culturas” cuando ninguna de ellas, por ejemplo, desecha el idioma inglés tan valioso para trabajar, vivir, sobrevivir e interactuar con los demás…) se me antoja decimonónico, impregnado de romanticismo que pariera tanto nacionalismo.
El viejo Epicuro siempre resonará:
“¡Huye, afortunado, a velas desplegadas de toda forma de cultura! ”
Cuando se nos ensancha la boquita con la palabra mayúscula: “Cultura”, no hacemos si no seguir a la escuela romántica –teutona mayoritariamente- y crear un nuevo “ente”, algo metafísico a rabiar.
Y ello nos debiera hacer recapacitar: colere. ¿Inicio del concepto?: un verbo. O sea, cultivar. Aún hoy decimos de alguien que «es alguien muy cultivado”, como si tuviera la jeta sembrada de patatas.
¿Cómo una labor, una herramienta de subsistencia, acaba siendo endiosada substituyendo para muchos idealistas la idea: “Dios” por “Cultura”? Ellos sabrán.
Yo ni soy idealista (Epicuro tampoco) ni soy creyente: sea el “ente” de turno “Dios”, “Yavhé”, “Alá”, “la clase obrera”, “la raza”, «la nación» o “Wall Street”.
Así que déjenme recordar a mi apreciado François-Marie Arouet, alias Voltaire, creyente deísta, que vino a decir que “La tierra es un vasto teatro donde la misma tragedia se representa bajo nombres diferentes”.
Déjenme estar seguro (aquí mientras tomo un té en la mesa de mármol y forja en medio del epicúreo jardín) de que la excusa para dicha “tragedia bajo nombres diferentes” siempre nos ha aprisionado a los ateos y descreídos. Es cierto, se me puede refutar que también bajo regímenes repugnantes como el de la Unión Soviética, dimos riendas sueltas a nuestro fanatismo. Pero algunos renegamos de aquello: vimos claramente una «religión política». Nietzsche sabía de qué hablaba al igualar cristianismo y socialismo. Pero nosotros, hoy, sabemos conversar tranquilamente con un creyente que no sea un exaltado, desde el convencimiento de que nadie resultará “dañado” por lo que piense el otro: es un debate tan viejo como el humano.
Así que mientras Voltaire, deísta pero de inclinaciones católicas, defendía en juicios y resguardando en su propia casa de Ferney de una de las mayores masacres en la Francia pre-revolucionaria, a los protestantes que huían; Voltaire -decía- miraba con nítida admiración a Inglaterra.
Hasta un deísta la miraba con admiración en sus libertades. Yo, hoy, siempre, también. Aun cuando con petrodólares hayan aparecido en los últimos diez años sobre todo, enanos mentales que hacen aparecer a sus mujeres como sombras a las que obligan a caminar tres metros por detrás suya en nombre del “Altísimo”.
El darwinista Richard Dawkins quiere llevar a cabo una campaña publicitaria atea: ¿por qué no, en una ciudad como Londres, extremadamente tolerante, donde estos ojos que ya me fallan por llevar todo el día delante de ordenadores llegaron a ver un canal ex profeso para musulmanes donde a ninguna mujer se le veía mucho más que las pestañas?
Lean por favor la noticia: y aquéllos de Vds. que sean ateos, sabiéndonos los menos en este planeta, difúndanla.
Es una verdadera lástima estar en crisis, sobre todo domésticamente, y no poder participar en la campaña “atea” de Dawkins.
Sólo en el Reino Unido podía pasar.
Sólo en U.K.
Imagen: Un continente arrasado por guerras de religiones; disputas entre facciones repugnantes moralmente hablando y Voltaire viaja y mira a Inglaterra. Ya sólo ese detalle -después vinieron sus libros sobre el tema- merecía poner el busto del siglo XIX de tan insigne personaje en mi biblioteca. Quién me lo regaló es lo que no diré. Soy un caballero, griego de corazón y británico de razón. 😉