A todos nos ha ocurrido…

A todos nos ha ocurrido –malo el asunto si así no es- y a todos nos sorprende: el tétrico llamamiento (a veces en forma de saludo que parece un grito de socorro), da igual el contenido, de un antiguo compañero del pasado. Muy pasado.

Hay un momento, es del todo necesario, en que los humanos atravesamos cierta “criba” no buscada, natural: la total separación entre “conocidos” de los “amigos”: éstos, pocos, gracias. Aquéllos: multitud un tanto equívoca y con delimitaciones que aspiran a ser borrosas.

A todos nos ha ocurrido volvernos, decía, en mitad de una calle y verlo o verla ahí: como si el tiempo siguiera petrificado y nada a su alrededor hubiera ocurrido, transcurrido. Una importante porción de eso que llamamos tiempo se congeló a su alrededor.

Y no dejan de maravillarme en su tragedia: la de aquél que sigue mentalmente igual, sin enterarse de que el mundo y la gente cambia a un frenético ritmo. Sin enterarse de que su cosmovisión se ha quedado en el pleistoceno psíquico de los que no quieren enterarse, de los que no quieren ver enojosas realidades, de los que no se quieren…

Los hay calamitosos a más no poder, llevando tras de sí una retahíla de problemas y trágicos aconteceres. Los hay que lo llevan –bastante más conscientemente de lo que muestran- con divina paciencia: tenerse paciencia a uno mismo es la mayor de las virtudes.

Estos últimos son los que más me atraen y a los que menos puedo juzgar de ninguna de las maneras: sus problemas los solucionan con más problemas, igual que los otros “desastres petrificados”, pero al menos tienen la dignidad de no querer convencerle a uno de nada. Se dejan llevar. Generalmente no caen en el más absoluto de los dramas aunque, como digo, problemas no les faltan… Un arte pues: dejarse llevar.

Y después están los nuevos amigos: los que sin tener en cuenta la edad –pues no es de edad precisamente de lo que aquí se trata – saben comprender, entender, hablar, dialogar sin necesidad de soltar exabruptos o chillar como histéricos cada vez que se hable de temas “sensibles”. Que entienden la vida como una tertulia de café, tranquila, reposada.

Mas no son ellos los que me llaman la atención, a fin de cuentas no soy quién para escribir de mis amigos…no así de quienes atrás quedaron nítidamente en el principio de los tiempos…

Y las abismales palabras de “El Intempestivo” en la obra con un estupendo título elegido, resuenan de nuevo en mi cabeza:

“Los amigos como fantasmas. – Si nosotros cambiamos mucho, los amigos nuestros que no han cambiado se convierten en fantasmas de nuestro propio pasado: su voz llega hasta nosotros con un sonido horrible, espectral – como si nos oyésemos a nosotros mismos, pero más jóvenes, duros, inmaduros.
(“Humano, demasiado humano” de Nietzsche).

Al fin, nos enfrentamos verdaderamente a nosotros mismos – aquéllos que ya no existen pero lo hicieron – en el encontronazo con tales personajes: somos nosotros hace cinco, diez, doce o quince años. Nos vemos las caras con quienes nada ni nadie ha impedido esa especie de auto-criogenización de sus mentes, actitudes, formas.

Si Heráclito tenía razón, no menos Nietzsche al hablar de que somos como serpientes: vamos mudando de piel. No somos siempre los mismos.

Algo que Gabriel Albiac en su “Diccionario de adioses” nos subraya parafraseando a J. Conrad en su “Lord Jim”:

Al fin, no hay hombre que sea tan diferente de otro cuanto lo es cada uno de sí mismo a lo largo de los múltiples tiempos que le fueron dados”.

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Feliz bombazo nuevo…

Leía yo, viniendo de tierras mayas, las inolvidables palabras del mítico “El Campesino”. Menos mítico y más truhán como aventurero conocido por su nombre: Valentín González. Unas palabras que -digo- todavía resuenan en mi memoria casi tanto como la acongojada voz del comandante que en el avión de regreso, nos hablaba de “si he de serles sinceros, no es que no consigamos aparcar, es que ha habido un atentado terrorista”.

Hay que reconocer que no cundió el pánico. La rabia es otra cosa, se lleva por dentro: la de quien suscribe como el que más. Recuerdo, en pleno jet-lag ahora, cómo se iban conectando los teléfonos móviles y al llegar la noticia de que la bomba había explotado en “un parking”, sin más señas, pensé: “han sido otra vez los garrulos con txapela…si hubieran sido los garrulos con chilaba la cosa sería aún peor”. Pero la rabia, cómo no, aumentaba al ver la gigantesca columna de humo cuando nos han hecho bajar del avión en mitad de la pista. Lo demás se lo pueden imaginar: eternas colas, olor a chamusquina, vibraciones en el suelo que anunciaban derrumbes no muy lejos…

Y en mí, como decía, fíjense qué cosas, resonando las palabras de aquél que a los ocho años trabajara en la mina; que más tarde escapara de la Legión y que hiciera la guerra del lado republicano en el PCE, siendo un represor de “trotskistas y anarquistas” de su propio bando. Aquél mismo personaje que bien pudiera protagonizar otro artículo en los “Perdedores de la historia” de este blog: Valentín González, teniente-coronel del Ejército Republicano que más tarde conociera los horrores del peor sistema totalitario: la URSS. Su franqueza le llevaría, como a tantos otros, a la Lubianka y al Gulag.

“¡Cuesta tanto arrojar de sí una doctrina a la que hemos atado nuestra vida y por la que hemos cometido incluso crímenes, creyéndolos necesarios, en aras de la futura felicidad humana!”.

Una cosa ennoblecía en sus memorias a quien dichas palabras escribió: la franqueza en el reconocimiento del grave error ante la realidad desnuda, sin polvo y paja de retórica y dogma.

Algunos, definitivamente, ni siquiera cometen sus crímenes en aras de la futura felicidad humana: aquí, en estos pequeños cráneos llenos de cantorrodados en vez de neuronas, hay RH hasta para la felicidad.

Allí veía correr – hace unas horas tan solo – con cara preocupada, a un “roji-progre-chachi-guay” del gobierno del PSOE: su cara circunspecta me insultó más que el hecho de que se saltara en la cola a una treintena de personas para conseguir un dichoso taxi (la definición de progre es ésa: serlo de boquilla y vivir como un baranda cualquiera), cuando por fin conseguimos salir del aeropuerto…perdiendo el vuelo a Pamplona. ETA está de fiesta.

“¡Cuesta tanto arrojar de sí una doctrina a la que hemos atado nuestra vida y por la que hemos cometido incluso crímenes…”, ZP puede seguir con su cada vez más tétrica sonrisilla tonta jugando con fuegos no artificiales y su “mandao” saltándose las colas…

Otros, por vivir donde vivimos y por tener la trayectoria que tenemos, sabemos que no juega con fuegos artificiales…

Fotografía: Valentín González. Alguien que nunca fue campesino pero que escribió unas demoledoras memorias bajo el título: «Yo escogí la esclavitud«.
A alguno aún hoy, le haría falta reconocer ser esclavo por elección y por supina imbecilidad.

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Lejanas Navidades.

Pronto estaré lejos, muy lejos de toda la vorágine de fealdad llevada al extremo. Los árboles con múltiples colorines y emperifollados de detalles a más no poder; obtusos vecinos, llevados por no sé qué clase de “espíritu”, gastando y gastando energía a través de motivos decorativos de dudoso gusto en sus ventanas, en sus balcones; la insoportable –para mí- autocomplacencia en muchos que hace años pasaron a ser perfectos desconocidos y ahora, llevados por un hilo conductor tal vez, saludándome con una descarada máscara de hipocresía me muestran lo blanco de caninos, molares e incisivos en una forzada sonrisa…

Para mí estas fechas siempre han supuesto un calvario: cierto es que el depender de un católico calendario lleva compensaciones: varias fiestas lo atestiguan. Pero no es menos cierto que no soporto la algarabía de tiernos infantes mal criados, y de padres culpables de tal desaguisado preocupados por aparentar, a través de una terrible contradicción, su enorme felicidad materializada, a ojos vista, en un inusitado estrés consumista.

Podemos ya poner luminarias a las grúas que tanto adornan esta ciudad: adelante, sigamos con el despiporre envolvente.

Sigamos afeando lo poco decente que pueda quedar en esta ciudad, todavía pueblo grande…más en mentes de sus ocupantes que en fisonomía de la ocupada.

Espero no sufran mi indigesta sensación navideña.

Este año, para variar, la viviré lejos, muy lejos.

Que pasen unos aceptables días, no obstante y, por favor, regalen libros sin tener en cuenta el color y con cuántos podrán rellenar la estantería fabulosa de la entrada en que hace hogar el polvo.

Lean, hagan deporte, disfruten. Amenicen su vida con algún pequeño exceso: tampoco soy un mojigato, más bien al contrario.

Pero por favor, no me saluden a mi regreso quienes me conozcan como si en una nueva era de filantrópica felicidad y algarabía llena de «hermandad» nos encontráramos: eso déjenlo para otros.

Que pasen unos buenos días.

Fotografía: mis amados jardines de La Taconera en una imagen retrospectiva: la nieve casi hace que uno no se fije en que empezaban a ser afeados.

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Perdedores de la historia 3: Orwell.

No hace ninguna gracia ver a un español de quince años al que se llevan del frente en camilla, aturdido y con la cara pálida asomando entre las mantas, y acordarse de ciertas personas bien vestidas que escriben folletos en Londres y en París para demostrar que este muchacho es un fascista camuflado”: no puedo decir nada a tan lapidarias palabras. Salvo, tal vez, que estaba más que cantado que en esta serie de perdedores de la historia saliera mi admirado Eric Arthur Blair: George Orwell para los cercanos. Pido disculpas por ello: nunca unas disculpas me hicieron sentir mejor.

No seré yo quien hable prácticamente en el presente artículo: que sea el propio Orwell y los atentos lectores del presente blog quienes lo hagan.

George Orwell aparece en España para defender la República como tantos otros aventureros que aquella época parió: André Malraux, Hemingway, etcétera.

El propio protagonista del presente artículo cuenta qué le ocurrió en el frente: “De súbito, en mitad de una frase, sentí… es difícil describir lo que sentí, aunque lo recuerdo con la máxima claridad. Fue más o menos como estar en el centro mismo de una explosión. Me pareció percibir una detonación fortísima y un estallido de luz enceguecedora (sic), y sufrí una sacudida tremenda, sin dolor, sólo una sacudida violenta, como cuando se toca un cable eléctrico; y una sensación de debilidad extrema, de estar enfermo y no tener fuerzas para hacer nada.” Evidente: cuando uno está en el frente de una guerra (incivil guerra) corre el riesgo de morir o de, es el caso, recibir un tiro. De lo que no es ni remotamente capaz de asimilar es el hecho de que su bando –de ello tratamos aquí- sería el que más daño le fuera a hacer.
Diálogo entre el recién herido y su mujer ya en Barcelona:

“-¡Vete!
-¿Qué?
– ¡Sal de aquí inmediatamente!
-¿Qué?
-¡No te quedes aquí! ¡Tienes que irte enseguida!
-¿Qué? ¿Por qué? ¿A qué te refieres? Me había cogido por el brazo y me llevaba hacia las escaleras. Estábamos ya en ellas cuando nos cruzamos con un francés; no diré su nombre, porque aunque no tenía nada que ver con el POUM se portó muy bien con nosotros (…) Me miró con cara de preocupación:
-Escuche, no debe estar aquí. Váyase ahora mismo y escóndase antes de que avise a la policía
”.

Perseguido, además de por los Guardias de Asalto, el PSUC y por sus mismas Brigadas Internacionales: las mismas que, denuncia, hicieron a diez tipejos alemanes ataviados con vestimenta “nazi” “rescatar” a Andreu Nin para su posterior asesinato creando la perfecta paradoja, lo arrojan a las frías noches barcelonesas a la intemperie.

Pero Orwell consigue huir denunciando a cuantos cerdos (sí, pues nada más que cerdos hay en la granja) le acusaran a él y a tantos miles de milicianos de “trotskifascistas” (recuerden: la cuadratura del círculo para cualquier dogmático es algo sencillo).

Mas, sinceramente, algo infinitamente más interesante que el imprescindible “Homenaje a Cataluña” viene a ser la retahíla de cartas posteriores a su regreso a Inglaterra.

Junio de 1937. Desmitifiquemos por favor: ya somos mayorcitos. Left Review solicita opiniones sobre la guerra civil española en forma de cuestionario. Una tal Nancy Cunard (1896-1965), a la sazón hija de un rico armador que prestó su nombre a la naviera Cunard (de aquí que Orwell hable en su carta posteriormente de defender “los apestosos beneficios de usted”) envía dicho pepelucho, precedido por un llamamiento a tomar partido, “Porque ya es imposible no tomar partido”. Unos doce famosos e incautos autores figuran en él.

Contestación de Orwell tras su paso por el frente:

Por favor, no me mande más esta basura despreciable. Ya es la segunda o tercera vez que la recibo. Yo no soy una de sus mariquitas (sic) de moda, como Auden y Spender; estuve seis meses en España, luchando la mayor parte del tiempo, tengo un agujero de bala encima y no me apetece escribir bobadas sobre la defensa de la democracia (…). Además, sé lo que ocurre y ha ocurrido en el bando republicano durante los últimos meses, a saber, que se está imponiendo el fascismo a los trabajadores españoles so pretexto de oponerse a él; y que desde mayo se ha impuesto un régimen de terror y las cárceles y cualquier lugar utilizable como cárcel se llenan con presos que no sólo van a parar allí sin juicio previo sino que se mueren de hambre y reciben golpes e injurias. Me atrevería a decir que también usted está al tanto, aunque Dios sabe que cualquiera capaz de escribir lo que hay al dorso tiene que ser tan idiota como para creer cualquier cosa, incluso las noticias sobre la guerra que publica el Daily Worker. (…) Llevo escritas más de seis líneas, pero si condensara en seis líneas lo que sé y pienso de la guerra civil española usted no lo publicaría. No tendría agallas. Por cierto, dígale al mariquita (sic) de su amigo Spender que guardo muestras de sus versos heroicos sobre la guerra, y que cuando se muera de vergüenza por haberlos escrito, como se están muriendo ahora los que escribieron propaganda bélica en la Gran Guerra, se los pasaré por la cara.”

¿Qué decir? ¿Quién se atreve a decir que el muchacho no se “mojó”? ¿Quién de entre los memos políticamente correctos tira la chinita, señores? La fuente es más que directa.

¿Qué más da?: sólo quien de todo hace religión (también laica) es tan inane como para mitologizarlo todo.

Escucho, mientras escribo, a los Sex Pistols: “Submission”.

Lo único que puedo pedirte a ti, a ti que tienes dos dedos de frente: piensa en lo que ves. No pienses a priori: eso se llama ideología. Querer hacer un marco con un bonito color y que la realidad circundante se adecúe armónicamente a dicho marco: es peligroso. Supersticioso.

Rebélate y exclama lo que Orwell dijera en su inmediata obra tras su traumático paso por la guerra civil española: «Rebelión en la Granja«.

Atrévete a ser crítico incluso con lo que piensas. Él lo fue con un comunismo incipientemente asesino:

TODOS LOS ANIMALES SON IGUALES,
PERO ALGUNOS ANIMALES
SON MÁS IGUALES QUE OTROS.

Y recuerda: el cerdo Napoleón ha existido y existirá en todas las épocas. Es la condición humana.

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Perdedores de la historia 2: Andreu Nin.

Nací hace cuarenta y cinco años en El Vendrell, un pequeño pueblo de la provincia de Tarragona.” Así comienza el último texto de un prolífico escritor como el que hoy trato: Andreu Nin, dirigente del Partido Obrero de Unificación Marxista o POUM. Prosigue dicho impagable documento dando cuenta de sus peripecias: cómo se casa con Olga Tareeva en su ciudad natal: Moscú; sus estudios; sus años de profesor particular en la Escuela Horaciana de Barcelona y en el Ateneo Obrero de la Barceloneta, etcétera.

Pero quizá, las líneas más significativas –tan estupendamente recogidas en el libro “En busca de Andreu Nin” de José María Zavala– serían las que siguen:

De los sucesos revolucionarios del pasado mes de mayo [nota mía: se refiere a la “Batalla de la Telefónica” en que anarquistas y poumistas se enfrentaron con los estalinianos del PSUC y guardias de asalto y de cuyos acontecimientos salió milagrosamente con vida George Orwell haciéndose de ello eco en “Homenaje a Cataluña”], recuerdo que los días 4, 6 y 7 tomé café por la noche en el mostrador del bar Sicoris, situado en la plaza del Teatro, a cuyo local, por estar cerrado, se entraba por una puerta lateral.

Con Trotski rompí relaciones en 1934, sin que eso signifique que no haya recibido cartas suyas desde entonces, dirigidas a la sección o incluso a mí personalmente, pero en tono ceremonioso.

Niego una y mil veces que sea un espía fascista al servicio de Franco, como se me imputa”.

Pero, en realidad, Andreu Nin, equivocado o no, sectario o no –básicamente la República estaba llena de sectarios, no digamos el otro “bando”- había participado en una delegación de la anarquista CNT la anterior década con el objeto de informar a la organización confederal de los matices de la Revolución rusa. Así estuvo en Moscú asistiendo al congreso constitutivo de la denominada: Internacional Sindical Roja.

Parece que una comunista, a su regreso en Berlín, fue quien le delató a la policía alemana. Su extradición a España fue cancelada gracias a la movilización emprendida por compañeros suyos. Ya en 1927 su expulsión del Partido Comunista era un hecho.

Pero volvamos a sus propias y tétricas palabras: “Niego una y mil veces que sea un espía fascista al servicio de Franco, como se me imputa”. La máquina de hacer picadillo ya se había puesto en marcha: la propaganda iba por delante: “El P.O.U.M., en relación con Franco. La Policía descubre una organización de espionaje que estaba en contacto directo con el enemigo (…) Los trotskistas eran los organizadores”, rezaba el papel oficial del Partido Comunista de España. Desacreditación. Imputación. Señalamiento. Y de ahí: el picadillo. Aniquilamiento.

La fuga del bandido Nin”: pontificaba siniestra y cínicamente “Mundo Obrero” como panfletillo oficial de dicho sacrosanto partido. Nin había escapado. Ahora venía la coartada: había conseguido huir de manos estaliniano-soviéticas gracias a soldados perfectamente pertrechados con el uniforme “nacional”.

La vida de Andreu Nin se vio totalmente truncada verbigracia al cruce con otra vida no menos paradójica: la del siniestro Alexander Orlov. Agente de la futura KGB (entonces NKVD o GPU) escribía: “Teniendo en cuenta que en este caso [Falange Española: nota de José María Zavala], la mayoría de los implicados ha confesado, [a Andreu Nin lo desollaron vivo amén de otras sutiles torturas “Made In URSS”: nota mía] y que en los círculos militares y gubernamentales ha causado una honda impresión lo bien documentado y argumentado que está gracias a las completas declaraciones de los acusados, he decidido utilizar su importancia e indiscutibilidad para implicar a la dirección del POUM con la organización Falange Española y, a través de ella, con Franco y con Alemania. Cifraremos el contenido de este documento con el código secreto de Franco que tenemos a nuestra disposición y lo escribiremos (se refería a hacerlo con tinta simpática) detrás del plano de situación de nuestros puntos de fuego en la Casa de Campo, interceptado a la organización”.

Documento esencial para saber cómo organizaron el complot, la auténtica razzia o “caza de brujas” contra todo aquél que no se plegara a las directrices moscovitas. A Stalin no le temblaba el bigote a la hora de firmar sentencias o, al menos, de consentirlas de palabra: no le gustaba mancharse las manos desde que fue un “revolucionario profesional” en Tiflis.

Orlov reía como reía Stalin: sólo unos cuantos agentes del NKVD y algunos comunistas españoles, muy pocos, sabían que un intelectual brillante (reconocido como tal entre otros por Josep Plá), gran orador e inteligente político, fue secuestrado la noche del 22 de junio de 1937, una semana después de su detención. Que había pasado horripilantes días sin noche en la checa de la ronda de Atocha. Que después fue conducido a un pequeño hotel en Alcalá de Henares donde, incomunicado, sufrió el denominado “método seco”: jornadas interminables de golpes, insultos y vejaciones, en que el de normal enfermizo Nin no desistió y no firmó ningún documento en que se pusiera en duda la honorabilidad de su partido. Del “método seco” se pasó directamente a despellejar su cuerpo y seccionar sus miembros en carne viva. Muy al estilo de la Lubianka allá en Moscú: Stalin era aficionado a la charcutería con carne humana.

Antes del “secuestro” (“huida” según la maquinaria de despedazamiento), dejar una cartera con marcos alemanes, insignias fascistas y demás, engañarían a cualquier memo con ganas de convertirse a una religión «laica»: el escapulario de Stalin miraba a todos sus fieles también en España. El Pravda ondeaba con gusto la misma bandera del aniquilamiento en la España republicana de «elementos trotskistas» como en la URSS.

Orlov no pagó por ello: murió en la tranquilidad que supone haber amenazado al mismísimo Stalin (sólo Tito se permitió dicho lujo con algo de éxito): “el Caso Nikolai” trataba sobre el asesinato de Andreu Nin y otros dirigentes poumistas: “Tengo las fotografías y los nombres auténticos de los que participaron en el caso Nikolai”. También envió a Moscú una relación de asesinatos que el angelillo había ido cometiendo a lo largo de su militante vida. La misiva de Orlov forzó la muerte del sanguinario jefe de los servicios secretos Yezhov, al que sustituiría el sanguinario Yagoda y a éste, a su vez, el sanguinario (también pedófilo violador) Beria. A este último no consiguió mandarlo al hoyo el hombre del escapulario: la muerte le sobrevino antes a él. Pero Beria sería también pasado por las armas por los nuevos dirigentes rusos: Kruschev y comparsa. ¿Qué fueron las revoluciones todas sino monstruos que ansiaban tragarse sino a los ignominiosos seres que producían?

Orlov actuó así porque conocía, como fiel sabueso, bastante bien a su amo: sería premiado con un íntimo asesinato a su regreso a Moscú. Acaba así dicho perro de presa en EE.UU con el nombre de William Goldin: comerciante. De comerciante de vísceras y electrodos, pasó a errante hombre sin nombre fijo por el país “del decadente occidente capitalista-imperialista”.

Zavala de nuevo lo recuerda: el 7 de abril, veinte años después de la muerte de su amo, el corazón del perro de presa es apresado por el final que a todos llega.

Trotsky, tratado en el anterior artículo, a pesar de sus sectarias diferencias con el interfecto, también se hizo eco de que “Las intenciones de Stalin se aclararon con un cinismo excepcional cuando la GPU que tiene bajo sus garras a la policía española, lanzó una declaración acusando a Nin y a todos los dirigentes del POUM de ser “agentes” de Franco.”

Franco no tuvo empacho alguno en fusilar a Joaquín Maurín, fundador y dirigente del POUM.

Pero da igual: al final todos los dictadores actúan de manera predecible.

Pero la república con la que soñaban Andreu Nin y otros, como tal, no existía: estaba siendo carcomida por otro vulgar totalitarismo casi desde su inicio. De nuevo personajes “entre dos fuegos” nos lo recuerdan.

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Perdedores de la historia 1: Trotsky.

Siempre me han atraído los perdedores por partida doble: aquéllos de entre los muchos personajes de la pasada centuria que se vieron, primero, llevados por los vientos de la historia como protagonistas y, después, como víctimas. Personajes, generalmente olvidados. Siempre me atrajeron. Siempre me atraerán. Pasar de cabeza visible de un partido o, aún más, de una revolución, para acabar entre dos fuegos siendo el “fuego amigo” el que con más ahínco les buscaba, es una historia escrita, pero casi olvidada. Orwell es destacado por “Rebelión en la granja” y por “1984” incluso por quienes defienden un sistema que él mismo criticó. Un consejo: “Homenaje a Cataluña” y otros escritos sobre la guerra civil española aclararían a tan obtusas mentes muchas cosas: asco por la burocracia y el estatalismo. ¡Qué decir de Andreu Nin o del socialista Julián Besteiro!, del cuál el filo-nazi Ramón Serrano Suñer llegó a decir “Hemos de reconocer que dejarle morir en prisión fue por nuestra parte un acto torpe y desconsiderado”.

Pero en esta serie que ahora comienzo, lo hago intentando hacer justicia: creí – hace tiempo ya- en el “socialismo en un solo país”, paradójico término estaliniano que sirvió como excusa al imperialismo más militar y dictatorial que la historia conoció. Gracias a ello, también fui sectario y ví con desconfianza incluso a amigos más trotskistas, más internacionalistas. Afortunadamente, mi enfermedad sectaria no llegó al punto de dejar de hablarme con buenos amigos independientemente de sus ideas.

Pero los que sí adolecían de dicha enfermedad en grandes dosis víricas, les acusaban hasta de ponerse el sol: amén de insultos que describían al que imprecaba, como berrearles: “¡Intelectuales!”. En fin, hace falta ser gilipollas. O ser estalinista en 1.990, como era el caso de a quien tal memez escuché. Ya entonces, modestamente, daba visos de “curación” quien escribe estas líneas: me pareció la perfecta descripción de un iletrado sobre sí mismo. Paradójico. Pero resultado de una supina estupidez con ambiciones de tesis llamada “nacionalismo revolucionario”, denominación antitética y chapucera para tontos al uso: triunfante en ETA hasta nuestros días, pues.

Pero volvamos a nuestro personaje: León Davidovich Bronstein, León Trotsky, pudiera ser tildado de cualquier cosa (no todos los personajes que voy a tratar eran unos santos, nadie lo es) menos de iletrado. Fue un gran teórico militar, economista, sociólogo, político, etcétera. En su inacabada biografía sobre Stalin (inacabada verbigracia el piolet del agente estaliniano Ramón Mercader, otro abandonado de la historia, como bien se ve en el documental: “Asaltar los cielos”) narra su primer encuentro con el georgiano: un camarada llamado Dybenko hablaba por teléfono con su novia, a la sazón mujer de letras que tenía pasado aristocrático, Alejandra Kollontai. Y ahí tenemos al garrulo de Stalin, el cotilleo fue algo que ulteriormente le sirvió de manera más siniestra. Cuenta Trotsky: “Stalin, con quien hasta entonces no había sostenido yo una conversación personal, vino hacia mí con una especie de inesperado alborozo, y señalando con el hombro hacia el tabique, dijo a través de una sonrisa forzada: “¡Ahí está ese con Kollontai, con Kollontai!”. Sus gestos y su risa me parecieron fuera de lugar y de una vulgaridad insoportable, especialmente en aquella ocasión y en aquel lugar. No recuerdo si le contesté algo, volviendo la cabeza a otro lado, o si le respondí secamente: “Es asunto suyo”. Pero Stalin se dio cuenta de que había cometido un error. Cambió de expresión, y en sus ojos brilló el mismo relámpago de animosidad que (me) había sorprendido en Viena” [a principios de 1.913 es cuando se conocieron en dicha ciudad sin mantener ninguna charla: Trotsky todavía no era bolchevique y el sectarismo era el apellido de Stalin: nota mía].

Es el principio de una “mala relación”: en ella implícitas dos concepciones que chocaban. Pero entre ambas había un puntero personaje: Lenin. Y los papeles de éste no decían sino en demérito de Stalin y sus métodos. Sobre todo los dictados cuando la enfermedad le tenía postrado en cama (que Trotsky sospechó, con razones más que fundadas pues él también estuvo a punto de morir envenenado, que Stalin a través de sus médicos –a los cuales más tarde mandó asesinar- estaba envenenando a Lenin). Entre los muchos referidos escritos, a parte del conocido «Testamento político», escribe Lenin: “(…) la precipitación y la impulsividad administrativa de Stalin han sido fatales (…) En términos generales, el encono en política es pernicioso”.

Hay otra forma de calificar a quien actúa con “encono”: ser cabezota. A Lenin le encantaba la retórica. Pero Lenin muere y los acontecimientos se precipitan: el engaño de Stalin para que Trotsky –recuperándose de un pseudo-envenenamiento- no pueda acudir a los funerales (con la participación de los dirigentes Zinoviev y Kamenev: ambos recibirían más tarde el mortal agradecimiento del georgiano que actuaba con “encono”); el intento de Trotsky por crear una oposición al nuevo régimen estalinista; la expulsión de Rusia, tan minuciosamente detallada en sus memorias “Moya Zhizn” (“Mi vida”); las piruetas geográficas que le hacen recorrer de exilio en exilio toda Europa, incluida España, etcétera.

Una paradójica vida. Tal vez todas sean así. En su estancia en Francia, temía el asesinato de agentes de Stalin tanto como de “rusos blancos” expulsados por él mismo cuando estaba al frente del Ejército Rojo.

El pasado agosto hicieron 66 años de su asesinato en México. Ahora hay un museo con piolet incluido. Después del chapucero intento de Siqueiros y secuaces (borrachos como cubas y disparando hasta a las mariposas), el bien parecido agente catalán pudo llegar hasta él.

En realidad: su “internacionalismo” también le llevó a intentar, sin éxito, (primera derrota de la incipiente URSS, después llegaría Afganistán entre otros) masacrar Polonia por no querer integrarse en la URSS y por tendencias socialdemócratas: tendencias que en un principio defendió dentro de la facción “menchevique”.

En realidad: el sistema que ayudó a crear fue el que acabó con su vida.

En realidad: todo fue paradójico.

También su muerte.

También que todavía haya zotes que le acusen de «intelectual».

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Virginal hoja.

Y es que vivo días de vértigo. Efecto éste de una causa: mi cada vez más restringido horario y mi cada vez más enclaustrada vida. Enclaustrada pero no monástica: en absoluto. Mis vicios: bien, gracias.
Pero esa vida, sea excesivo el adjetivo “enclaustrada” o no, se ve rodeada de legajos, papeluchos y libros. Muchos y buenos. Entre ellos: mirando un busto insigne. Si el hermoso rostro de ese venerable anciano que mira a su querido París natal (tanto el busto como el representado) me viera ahora, aterrado ante una página en blanco, virtual página, virtuales palabras, virtuales visitantes…reiría. Sin duda.

El cansancio psicológico es otro efecto de una causa, en este caso, clara: el ejercicio intelectual cansa y mucho. Hoy, Voltaire, mi Voltaire en busto: reiría, puesto que sonreír ya lo hace.

Temas no faltan: el chalaneo catalán posterior a unas elecciones que sólo demostraron el hartazgo hacia los políticos reflejado en un 43% de abstención y a numerosos votos en blanco; próximas elecciones en Nicaragua; próximo aniversario de la caída del Muro de Berlín con la consiguiente apertura de las hediondas tripas de un sistema podrido y el, también, próximo aniversario de la erupción del volcán Nevado del Ruiz: Omayra –aquella pobre muchacha que gracias a unos cuantos iluminados que tomaron el Palacio de Justicia en Bogotá, concentrando así allá al ejército, no pudo recibir ayuda mientras animaba a los periodistas y demás concurrencia mientras se dedicaba al noble arte de morir- todavía retumba en mis oídos y en mi vista…

Temas hay, palabras también. Unos y otras: se me presentan virtuales. Todos los libros que delante, a mi derecha y, sobretodo, tras de mí se aprestan a socorrerme, a recordarme quién soy, hoy, son lo único que me sirven: refugio y deleite. Hace demasiado intolerante frío fuera de ellos como para salir de aquí. Pero dicho socorro no sirve para acabar, de verdad, con el maldito color –virtual también – que ante mí se presenta desafiante y presumido. Y la jodida cuartilla sigue resultando una pesada carga que se me antoja repugnante: ¿dónde queda el caudal de ideas de otras veces?

Definitivo: aquí, ahora, pensando en quienes tienen la santa deferencia de leer, visitar furtiva o fugazmente aunque sea este espacio. Pensando en aquéllos que tienen la santa paciencia de responder, de debatir…y es pensando en ellos, entonces, y sólo entonces, cuando vuelve el color ante tan impertinente hoja en blanco y la angustia comienza a decir “¡hasta mañana!”.

Hasta mañana pues: que la retórica que todo lo disfraza se aleje de mí pues siempre de ella huyo. Que bien pudiera hoy haber dedicado tan innoble como tedioso esfuerzo para mimetizar mi agotamiento y falta de ideas. Se apresura aquel pícaro francés a recordármelo: “Los pensamientos de un autor deben entrar en nuestra alma como la luz en los ojos, con placer y sin esfuerzo…” y si consigo estar cerca de dicha claridad, me daré por satisfecho. Lo demás es retórica: sermón.

Sólo sé que sirvo para escribir, porque escribiendo: soy. Porque lo que escribo: he sido o soy. Porque sé que valgo para “manchar” las hojas en blanco, demasiado blanco, que ante mí tengo. Por ello, sé que no puedo jugar al escondite ni conmigo ni con lectores.

Por todo ello: “hasta mañana” angustia.

Fotografía: La virginal cuartilla que dejó de serlo.

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Nostálgicas revueltas.

1953: muere Stalin. Todos aquellos que no tuvieron valor –y a los que lo tuvieron siempre les quedó la ejecución, la autoinculpación pública por trotskista, nacionalista, sionista o lo que fuere y siempre: el Gulag– empezaron a hacerse ver. Cuentan que en una cena en el Kremlin (cenas nunca escasas) alguien del Polit Buró chilló por cómo habían dejado a tal monstruo hacer todo lo que hizo: matando con sus planes quinquenales a millones de seres por hambrunas, a disidentes reales o imaginados (toda la cabeza del Ejército Rojo pasada por las armas) y demás; a lo que la nueva cabeza del Estado Soviético, Jrushchov , contestó con un elocuente: “¿¡Quién ha dicho eso?¿Quién ha sido?!” dando un puñetazo en la mesa histérico. La respuesta: el silencio y un ambiente que podía cortarse con cincel y martillo. Palabras del nuevo dirigente: “Por eso, por eso mismo le dejamos hacer lo que hizo…”.

Pero del denominado, elocuentemente, como “discurso secreto” de Nikita Jurshchov en el XX Congreso del PCUS, la gente salió llorando…pobres, engañaditos que los tenían. Todo parecía indicar que se iban a dar pasos hacia el aperturismo o, en lenguaje de la época, la búsqueda de vías nacionales hacia el socialismo sin depender de la URSS. En Polonia, gracias a la revuelta obrera en Poznan, el purgado por los estalinianos Gomulka, volvió al poder.

Hungría ansiaba lo mismo: la revolución húngara exigió al dirigente Nagy la reinstauración de la propiedad privada; tolerancia religiosa; salida del Pacto de Varsovia y neutralidad en la Guerra Fría o el “equilibrio del terror” provocado por las armas atómicas de ambos bandos y que Raymond Aron denominara como “guerra improbable, paz imposible”.

Pero el comunismo no fue sino la materialización circular del Mito de la Caverna de Platón: romped obreros vuestras cadenas para que no os engañen más con monsergas sombrías y salid a la libertad…para volveros a encadenar y representaros nuevos juegos de formas en el calor de la tétrica caverna. Falsas formas. Falsas promesas aperturistas. El 4 de noviembre de 1956 el ejército soviético entró a sangre y fuego en Budapest: 2.500 muertos y unos 200.000 exiliados. Detención y ejecución tras refugiarse en la embajada yugoslava y ser deportado a Rumania de Nagy y sustitución de éste por Janos Kadar, “pura” cabeza visible del poder omnímodo de “El Partido” sacrosanto.

Todo fueron formas. Todo en política son formas: salvo cuando a uno le dejan el micrófono abierto y suelta lo que piensa. Que se lo digan al Primer Ministro Ferenc Gyurcsany.

La política no es sino eso: formas falsas que vender a través de, si entonces era la propaganda, hoy el marketing.

Fotografía arriba a la izqda.: el aplastamiento de la revuelta en las calles de Budapest.

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Era un hombre de papel…


Y cada día más: hombres de papel. La nostalgia, no entendida como David Hume y otros como lo que hoy traduciríamos como “depresión”, sino como la nostalgia en toda su plenitud: para mí tiene colores. Ocres, rojizos, amarillentos y también olores: a setas y hongos. No entiendo la nostalgia sin él: otoño. Es otoño y los “hombres de papel” aparecen y crecen al albur del temporal como setas y hongos al paso del caminante (siempre en plena reflexión) por cualquier monte.

Era un hombre de papel, era un juguete del viento, que en el cielo de la ilusión halló su propio infierno”: nostalgia. El idealismo no deja de serlo: la más terrible de las “nostalgias”. Parió el romanticismo decimonónico que engendrara, a su vez, la exaltación de colorines en tela pinturrejeados y que más desangrara hermanos.

El hombre de papel sustituye al “hombre masa” orteguiano, pues el hombre de papel bien pudiera ser lo que el gran Heráclito dijera de aquéllos que “Escuchando sin entender, a sordos se asemejan. Les cuadra el testimonio del dicho: “presentes, están ausentes”. Simplemente, están. Se dejan llevar: tontos útiles.

Así, el “hombre de papel” nace, crece y se reproduce. Aquí, como en ningún otro sitio: “Voy guiado por otra voz, soy indígena de una tierra que nunca existió”: decían los mejores Radio Futura con un filósofo como Santiago Auserón a la cabeza.

El hombre de papel se deja llevar por cualquier “viento”: el mismo que una bandera ondea. Es así de triste. Así de humano. Así de nietzschiano.

Las patrias no son sino representación simbólica del garabato en cuestión (que siempre representa “La Libertad”, siempre). Enfrente: los gritos desencajados y decimonónicos de un aterrado filólogo incomprendido (también enfermo y no siempre acertado) que intuye lo que wagnerianamente se avencina: “¡Las Walkirias hacen que me entren ganas de ocupar Polonia!”, decía un aterrado Woody Allen en “Misterioso asesinato en Manhattan”. No sin razón: pregúntenle al espectro del “cabo austriaco” por sus preferencias musicales y dramatúrgicas.

Pero los hombres de papel invaden la caja tonta: en Vascongadas, en Navarra, en Cataluña (perdón, Catalunya) o España (perdón, estado español…¡cómo añoro la antigua “Vaya Semanita” al poner la ETB!).
Nietzsche, de nuevo, me calla al hablar de tan estúpida como espinosa cuestión (y que me perdonen los creyentes de todos los pelajes):

“Una patria es un compuesto de varias familias; y, lo mismo que se sostiene habitualmente a la familia por amor propio, mientras no se tenga algún interés contrario, sostiene uno por el mismo amor propio su ciudad o su aldea, lo que llamamos nuestra patria. Cuanto más grande se va haciendo esa patria menos se la ama, pues el amor repartido se debilita. Es imposible amar tiernamente a una familia tan numerosa que apenas se la conoce. El que arde con la ambición de ser edil, tribuno, pretor, cónsul, dictador, grita que ama a su patria y no se ama más que a sí mismo. Cada cual quiere estar seguro de poder dormir en su casa sin que otro hombre se arrogue el derecho de mandarle a dormir a otra parte; cada cual quiere estar seguro de su fortuna y de su vida. Como todos formamos así los mismos deseos, resulta que el interés particular se convierte en interés general: hacemos votos por la república cuando en realidad cada cual se los dedica a sí mismo.”

Prefiero mil veces antes ser un hombre de papel por lo que escribo, porque escribo, a convertirme en pura celulosa donde los demás escriban lo que sea –da igual- y que cualquier mal viento me lleve.

Ojalá sea compartido el sentimiento.

Fotografía: del «Intempestivo» y, por ello, incomprendido.

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Tiránica superstición

Si atiendo a la coherencia que supone, en el subtítulo de este blog, proclamar “Una visión de la actualidad desde la Filosofía”, no puedo quedar impasible –para mí lo mismo en este caso que cobardía- ante las amenazas a quien desde dicha disciplina quiera expresar lo que piensa. Las palabras no matan, a diferencia de lo que muchos totalitarios psicóticos piensan.

No, las palabras sólo pueden, en tan estropeadas cabecitas, poner semillas de dudas: pero el totalitario no se deja. Lo suyo es una visión a priori del mundo: una cosmovisión que todo lo explica…¡es tan sencillo! Los ateos lo sabemos bien: tiene que ser un pensamiento de lo más consolatorio. ¿Cómo explicar una naturaleza múltiple y cambiante de la cual los humanos, con dichas cualidades, formamos parte? ¿Cómo explicar la angustia que puede llegar a provocar el ser los únicos animales que saben que su vida tiene fecha de caducidad? ¿Cómo salir de tamaño atolladero siniestro?: una religión, una ideología. Marx, Karl, no Groucho (infinitamente más interesante) decía ingenuamente en “La cuestión judía”:

Tan pronto como el judío como el cristiano reconozcan que sus respectivas religiones no son más que diferentes fases de desarrollo del espíritu humano, diferentes pieles de serpiente que ha cambiado la historia, y el hombre la serpiente que muda en ellas de piel, no se enfrentarán ya en un plano religioso, sino solamente en un plano crítico, científico, en un plano humano. La ciencia será, entonces, su unidad” (las cursivas son suyas).

Y digo que es aquí un ingenuo, porque de lo que habla Marx es cierto, pero imposible: siglo XXI; siglo religioso. Los ateos nos sabemos pocos. Poquísimos. Lo dicen las estadísticas. ¿Cuántos antiguos comunistas no simpatizan con el Islam?: yo conozco personalmente alguno…no simpatizante: converso. Mucho peor.

La solución de Marx es tan radical que no deja de ser ingenua, al menos en esta centuria. Siguiendo la solución de la antítesis hegeliana dice Marx concluyente: “¿Cómo se resuelve una antítesis? Haciéndola imposible [nota mía: de acuerdo] ¿Y cómo se hace imposible una antítesis religiosa? Aboliendo la religión”. De nuevo totalmente de acuerdo. Pero la teoría, como bien sabía Marx, no era nada sin praxis: y la praxis se llevó a cabo en la antigua Unión Soviética haciendo una nueva religión, pagana, pero religión.

¿Qué nos queda a los que nos consideramos ateos?: defendernos de aquéllas de entre las religiones –sobre todo las monoteístas- que nos agredan, nos ataquen, nos amenacen.

Si existe la posibilidad o no de un Islam compatible con la democracia y no con la teocracia –términos a la fuerza antitéticos y sobre todo desde la Revolución Francesa – es un debate que dejo a los amigos que visiten el blog. Que sean ellos los que creen el debate: yo ya poseo el lujo de escribir lo que quiero.

El por qué del presente escrito viene a cuenta –ahí está dicha actualidad a la que respondo en el subtítulo de este blog– de las amenazas recibidas por un profesor de Filosofía en Francia. Su pecado: criticar al Islam.

La estupidez humana puede llegar a no conocer límite alguno y acabar llamando a los que vemos una amenaza en forma de espada de Damocles sobre nuestras testas al único monoteísmo que nos amenaza como disidentes: por ateos y respetuosos con el derecho de ciudadanía (con todas las letras) de la mujer. Ya he escrito mucho del tema: quien quiera que se moleste en leer lo que en otros artículos digo.

Pero bien sabemos que hoy, a día de hoy, no todas las religiones nos amenazan. No todas son iguales: visiten un país budista y otro musulmán, verán las diferencias. Vean si no a quién se amenaza en la autocensurada obra de Mozart Idomeneo”: la cabeza de Mahoma, la cabeza de Jesucristo, las cabezas de Buda y Poseidón. ¿Quién se ofende y amenaza lo justo para que los propios componentes de la Ópera de Berlín se asusten y autocensuren?

Hoy, a día de hoy, una es la que amenaza el mundo del pensamiento, de la Filosofía, de la Ciencia que diría Marx: la misma amenaza que casi desde su origen arrebatara la libertad de pensamiento a sus mejores hijos. El aristotélico Averroes: el primero de una larguísima lista.

No, hoy el imperio políticamente correcto no tiene escrúpulos en llamarte de todo (xenófobo, islamófobo…) cuando defiendes intereses comunes, incluso los de aquéllos que como tú no piensan.

Voltaire, un creyente, un deísta, definitivamente tenía razón: “La superstición que hay que extirpar de la tierra es la que, al convertir a Dios en un tirano, invita a los hombres a ser tiranos”.

Sólo nos queda una salida: no ser tiranos. Padecerlos será un honor. No pensar como ellos y desde ahí combatirlos: un deber.

Sea pues.

Imágenes: Marx arriba a la izquierda, a veces acertadísimo. Abajo a la derecha: François-Marie Arouet, Voltaire, gran aliado.

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