«El fanatismo es a la superstición lo que el arrebato es a la fiebre, o lo que la rabia es a la cólera».
François-Marie Arouet, Voltaire, Diccionario Filosófico.
Uno puede llegar a ser traidor a sí mismo, sinceramente. Siempre me he prometido no escribir desde la emoción. Hoy, lamentablemente, no puedo.
Ya en este mismo jardín, denuncié tiempo atrás el hecho de que la revista satírica Charlie Hebdo recibiera amenazas por tener la suficiente noción de qué es la libertad de expresión, como para publicar las famosas caricaturas de El Profeta de sus colegas daneses.
Hoy es el día en que las amenazas de los supersticiosos de “El Libro Sagrado”, han dado rienda suelta a su salvaje fanatismo vengativo paramilitar en pleno París. El mismo París donde unos –no me cabe duda- bienintencionados intelectuales sesentayochistas, recogieran el término “multiculturalismo” que iniciara el decimonónico filósofo germano Herder.
Uno de ellos, André Glucksmann, destacado por ser el segundo de abordo tras Daniel Cohn-Bendit en dichas revueltas de Mayo del 68, reniega ya de dicho término. Cree en la integración, tras visitar los centros sociales por los que luchó en la capital francesa. Centros sociales convertidos en guetos islámicos de jóvenes sin ninguna gana de integrarse en un país que lleva a gala ciertos valores republicanos. Valores, huelga decirlo, incompatibles con la medieval y mesiánica paranoia de la escoria que hoy ha asesinado, al escribir estas líneas, a diez periodistas (incluyendo a varios “temibles” caricaturistas); y a dos policías de la manera más militar y fría.
No, hoy no cumplo con mi precepto de escribir desde la más absoluta frialdad. Desde la gélida y racional distancia. Hoy escribo en caliente. No cumplo con mi precepto: no soy supersticioso. No soy fanático. Creo en la libertad y más aún en la libertad de expresión.
Hoy todos los que creemos en los valores democráticos, somos Charlie Hebdo.