Homenaje al Disco

festosNo se trata de un superficial homenaje al vinilo (ya habrá ocasión). No. Para nada. Se trata de un respetuoso homenaje a la civilización minoica. Civilización que se originara hace ya la friolera de 3.800 años.

No se sabe mucho, salvo que era extremadamente religiosa, bastante avanzada en la creación de ciudades y fundamental, en su conjunción con la civilización micénica, en la creación de los pilares del futuro origen del pensamiento occidental: Grecia, de la cual todos somos hijos. Que algunos quieran olvidarlo o, peor aún, renieguen de semejante madre y padre, es algo que a semejantes execrables personajes les dolerá. Allá ellos: la ignorancia y su atrevimiento sin límites hacen estragos.

De todas las maravillas de dicha civilización, de la cual Tucídides habla en no pocas ocasiones (y del cual todavía estoy por leer algo que no sean extractos) lo que más me maravilla es el denominado Disco de Festos. A él es a quien debo muchas cosas. Dicho vestigio fue -no recuerdo debido a qué- imposible contemplarlo cuando en el 2.003 (cuán lejano se me antoja ahora) aparecimos casi una semana por Creta mi compañera y quien suscribe: era nuestro segundo viaje a “Hellas” (Grecia)

Fue una verdadera lástima, pero se encontraba en aquél terrible caos de olores, sabores, automóviles –sobre todo-, aceras medio rotas, carreteras sinuosas, etcétera, que constituye la capital de tan gigantesca ínsula: Heraklion. Además el coche alquilado que conducía daba más la talla por las montañas de más de 2.000 metros de altitud que por dicha locura.

Nuestra base de operaciones se encontraba en Réthymnon. Yo leía entonces a Anthony Beevor su libro “La batalla de Creta” y desde la habitación del modesto hotel en el centro veía el monte Ida, tan nombrado en dicho libro.

El caso es que no pudo ser. Ahora bien, una semana antes recorriendo el Peloponeso, lo que sí pudo ser en una achicharrante tarde fue encontrar algo a la medida del collarín de plata que me había regalado mi compañera: a la medida también del carácter del portador.

Si bien, y es el núcleo de este sentido homenaje al Disco de Festos, enseguida me atrajo su simbolismo, aunque me invada el escepticismo hacia dicha manía humana, la réplica es preciosa. La compramos en un sitio donde hasta la réplica más pequeña era exacta. De hecho traje a mi hermana y mi cuñado una en arcilla.

Independientemente de las razones estéticas, (que no dejan de tener su importancia pues en eso, como en otras cosas, uno se jacta de ser bastante heleno) hay que reconocer que mi homenaje rinde culto a su carencia de significado en la actualidad.

Hay estudiosos que indican que tendría que ver con una especie de cosmología. Hay quien piensa que los motivos son religiosos – lo más probable a mi parecer – y hay quien cree que además de religiosos los motivos están expuestos en verso circularmente, obviamente.

Pero a mí lo que verdaderamente me atrae es lo mucho que dice para alguien a quien no quiere que nada diga. Ojalá se queden sin descifrar tan intrincados dibujos y caracteres. No me importa. Tras años llevando mapas con símbolos solares trastocados en políticos, no quería, necesitaba llevar algo que nadie identificara. Por descontado que el objetivo está más que cumplido.

Conmigo ya no se puede contar para sandeces. Lo que de mi cuello cuelga refleja otra cosa muy distinta: el cosmopolitismo más absoluto y el sentimiento más apátrida que mentes abiertas puedan imaginar.

Me enorgullezco de nuestro pasado heleno tanto como del romano. Así me enorgullezco de que los antiguos vascones vieran la diferencia entre vivir todavía como neandertales o vivir en la comodidad de atravesar la franja pirenaica por una cómoda senda empedrada.

Pero hoy rindo un homenaje a los padres de los griegos.

Rindo un homenaje, pues, a nuestros abuelos.

Va por ellos: el Disco al cuello.

Acerca de epicuro

Alumno de todo, maestro de nada...
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