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Cruda vida

miércoles, 5 de marzo de 2008

Tengo un amigo al que conozco desde cría y, ya entonces, milita. De hecho, siempre ha trabajado y aportado fondos a distintas causas pero, de un tiempo a esta parte, está en horas bajas. Tal es así que, aunque no le creemos, asegura que tiene decidido su voto al Senado. Piensa marcar tres nombres de otras tantas candidaturas y no, como ha sido natural en él, al bloque de candidatos de la formación de sus desvelos.

¿Qué nos está pasando? Muchos miles de electores contestarán que nada, tan seguros se sienten de que sus ideas están suficientemente recogidas en determinado programa y, lo que es más difícil, que el trabajo desarrollado por el partido de turno en ayuntamientos y parlamentos se acerca mucho al prometido en su día. ¿Entonces, de dónde viene el desconcierto de una buena parte de la gente? No lo sé, pero haríamos bien en pensar que no existen entre nosotros ni mesías ni héroes. Todos tendemos al error, cometemos demasiados fallos y «todos» incluye a quienes aparecen en los medios de comunicación investidos de un presunto liderazgo.

Unos pocos minutos de observación de la presente campaña ayudan, y mucho, a fundamentar esta idea. Que si el uno es un imbécil, que si el otro un frívolo mentiroso, que si el resto somos estúpidos (lo digo por intentos de manipulación como el de la famosa niña), etc. Caña al mono, que todo vale! Pero, quede claro, el grueso de electores no somos ovejas babeantes ansiosas de jalear cualquier cosa que se nos quiera vender desde un atril.

De hecho, la vida es tan cruda como para recordarnos con insistencia qué es lo importante. Así lo gritó hace unos días cuando, en medio del fragor electoral, el secretario general de los socialistas navarros, Carlos Chivite, sufrió un gravísimo derrame cerebral. En un segundo, todas sus obligaciones de campaña, el 100% de una agenda repleta de compromisos ineludibles, desaparecieron entre las sábanas de una cama de hospital.

Las posteriores imágenes de sus compañeros de partido hablan de un grupo de personas tristes y abatidas. Ahora que lo pienso, éstas son las mismas sensaciones que pueden estar sintiendo muchos votantes, entre ellos, aquellos que optan por poner aspas al tuntún en la papeleta del Senado.

POR ANA BELASKO

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