«POR UN TURISMO RESPONSABLE» MAIKA
No todos los destinos son una buena opción para pasar las vacaciones. Visitar rincones como el parque de los Everglades en Florida, las Islas Galápagos, el valle de Katmandú en Nepal o Luxor en Egipto puede no ser una buena idea, algunos ya no se pueden recorrer debido a las restricciones y accediendo a otros podemos contribuir a su degradación. En las últimas cinco décadas, el fenómeno del turismo ha pasado de desplazar 25 a casi 700 millones de viajeros al año, y a lugares cada vez más remotos. Un fenómeno de tal magnitud y con una expansión tan rápida, lógicamente, ha generado impactos allá donde se ha establecido.
La sobreexplotación turística en las Islas Galápagos ha contribuido, a que hoy uno de los lugares más paradisíacos del mundo, se haya convertido en un paraje con un grave estado de degradación. Los turistas traen consigo gérmenes a los que las tortugas, iguanas o leones de mar de las Galápagos no son inmunes.
Otro enemigo de los parajes naturales, es el calentamiento global que está acabando con el parque nacional del Glaciar de Montana. En este espacio, que tiene más de 130 lagos y un millar de clases de plantas diferentes, se han derretido la mayor parte de los 150 glaciares que se contabilizaban. Las perspectivas, además, no son nada halagüeñas. Se espera que en 20 años no quede ni un solo glaciar en el parque.
La Gran Barrera de Coral Australiana también sufre las consecuencias del cambio climático. El primer síntoma de la degradación del arrecife, es la pérdida de color que han experimentado los corales. De su rojo característico, más de 2.800 colonias de corales han pasado a ser blancas. Cuando aumentan las temperaturas del océano, las algas que dan al coral su color mueren y de seguir dándose este proceso un buen número de colonias acabará por extinguirse. Los arrecifes coralinos de Australia, han sido explotados turísticamente desde hace años.
Aún hoy se sigue permitiendo bucear junto al coral o realizar cruceros sobre la Gran Barrera en embarcaciones o sumergibles. Los expertos alertan que estas prácticas pueden acelerar la extinción del ecosistema marino.
Puede que en unos años las nieves del monte Kilimanjaro, en Tanzania, desaparezcan y sólo puedan recordarse por el relato que sobre ellas escribió Ernest Hemingway.
Los habitantes del Tíbet observan como la llegada de turistas se está multiplicando de forma preocupante. En pocos años ha habido un «boom» en la construcción de hoteles. En los primeros diez meses de 2006, el Tíbet recibió a 2.25 millones de turistas. Las organizaciones ecologistas denuncian que un tren turístico de lujo unirá Qinghai con el Tíbet a finales de este año, con lo que más de 1.215 millas de territorio se verán afectadas por su construcción.
Los lugares históricos también se ven seriamente amenazados por el avance imparable del turismo. La ciudadela precolombina de Chan Chan en Perú, ha soportado siglos de intensa exposición solar e inclemencias meteorológicas, pero el paso de los turistas la ha deteriorado en pocos años. Lo mismo ocurre en Luxor Egipto.
¿Como podemos evitar todo esto?. Hay que concienciarse de cómo no se debe hacer turismo y contribuir a mantener una actitud responsable frente al medio ambiente. Dejando beneficios para las poblaciones locales, haciendo un turismo sostenible o un turismo solidario. En algunos países ya se han llevado a cabo experiencias de un tipo de turismo alternativo autogestionado por la propia comunidad que parecen mostrar efectos positivos.
Otra opción es el turismo solidario. Cada vez más ONG organizan en verano viajes a países empobrecidos. Allí, se pueden visitar proyectos de cooperación y conocer la situación de otras culturas y pueblos.
«Rafael Jariod de CCONG el verano pasado con voluntarios en Malí «
Maika Etxarri