80’s

Acelere. Vértigo. Adrenalina y violencia anticlerical. Procesiones ateas con bidón de clarete por Virgen. Verano y mucha, mucha cerveza. Bandas urbanas y las historietas de Azagra en El Jueves. Revival Punk y casas okupadas. Excesos no confesables. Porrazos y carreras. Pelotazos y fuego real. Jaiak bai eta borroka ere bai: Gasteiz, Bilbo, y en el 89 el gigantesco follón en la Semana Grande de Donosti con fuego de postas incluido. Conciertos y… ¿Rock radical vasco?. Todo eso y más fueron para mí los ochenta.

Hasta mediados de la década no comienzo mi carrera en la universidad de la calle. Cosas de las que avergonzarme pero nunca arrepentirme. La vida es una y demasiado corta como para hacerlo. Los ochenta. Multitud de atentados y contra-atentados. Es la década de la guerra sucia dentro de una única sigla a diferencia de los quince años anteriores: los G.A.L aparecen dando razones a sus «enemigos».

En la Plaza del Castillo se entremezclan los camellos, los secretas y las putas hasta convertirse en lo mismo. La heroína, sistemáticamente trapicheada, hacía estragos como nunca antes.

Aquí lo que está de moda es hablar de los años 60, incluso y ahora más que nunca, de los 70 con su supuesta Transición política a cuestas. Pero los 80… ahí no hay nada de qué presumir… Nada que rascar.

Los 80 y la mierda en el suelo después de un concierto bailando “pogo” como animales. Sangre. Mucha sangre. La violencia en la calle se reproducía después de cada asesinato para-policial, después de cada refugiado etarra entregado, después de cada manifestación por los presos, después de la orden del cierre de los bares a la una – “a la una no nos vamos a la cuna” – , después de cada concierto por el aumento del precio de la birra y después de cada huelga estudiantil contra la intervención yanki en cualquier parte del planeta (daba igual) o contra los nuevos “chorizos” navarros, en este caso, con sabor socialista.

Todo esto menos estudiar claro. Eso ha venido mucho después. Entonces estaban más de moda las asignaturas del gran follón en el primer ciclo, y del gran exceso en el segundo.

Definitivamente los ochenta fueron unos años de mierda. Los Tijuana cantaron aquel “Que nos dejen en paz”…pero no fue así.

Otros se lo tomaban sólo como dictaban sus escasas neuronas: bombas debajo de mi antigua casa contra un par de sucursales bancarias: la habitual “bomba de las doce de la noche”, como las butizó la extinta “Telenorte”.

Interrupciones en el telediario a la hora de comer, hacían que la UHF (¿o era la VHF?)presentara un aspecto borroso, dejándose oír mientras un comunicado en bilingüe de E.T.A. (y yo con una adolescencia en ciernes, intentando discernir tantísima referencia al «Pueblo trabajador vasco…»)

Asesinato de un militar secuestrado por polimilis rebeldes y más asesinatos múltiples que acabarán al final de la década degenerando en indiscriminación pura y dura.

Es mi Pamplona natal, que no deja de despegarse su manto de polarización ideológica ni aun hoy.

Mientras la corrupción y la violencia lo enmarañaban todo, yo conseguía mi primer trabajo. Las primeras nóminas. Post-Navidades con pasta al fin.

No. Nada de qué presumir en los 80 en una Navarra tradicional y terca como siempre y como nunca.

P.S.: Típica «maketa» organizada por el colectivo punk: Katakrak (el heavy era Cocorock, si mal no recuerdo).

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Soldado y monje

De nuevo el credo: Tabligh e Jamaa es el nombre ahora para justificar el “rigorismo”. El wahabismo imperante en el mundo islámico, curiosamente, busca lo mismo (y el salafismo): una interpretación literalista de El Libro. Pero es que siempre damos vueltas sobre lo mismo: ¿ha habido, desde el siglo VII, algún intento serio de “acomodar” el Corán a la realidad circundante? Pocos y totalmente reprimidos, desde el mismo momento de su escritura y expansión.

La Ciudad Condal era el nuevo teatro (maldita la gracia) donde escenificar el asesinato a diestro y siniestro, con la excusa de turno, y con la coña final del martirologio. Ya está bien.

El dogma es claro: la Yihad también. Pueden existir –los hay- creyentes musulmanes que piensen que la Yihad es algo interior, espiritual, pero El Libro no deja lugar a dudas: y un “rigorista” no va a pensar diferente por mucho que le hablen de espiritualismo. Si quieren, sospecho, se vuelven la mar de materialistas estos teócratas: envolverse en algodón, pensar en la mejor manera de colocarse la bomba para asegurar su propia muerte, en cómo explosivos y metralla deben situarse para matar más y mejor, etcétera.

Lo preocupante son los nostálgicos de la Guerra Fría, pensando en que es una “religión de los pobres” (¿opio para los pobres?: Marx dixit) como respuesta a “ofensas” interminables. No tienen en cuenta lo que de infieles y politeístas dice El Libro: “Vuestros dioses son un solo Dios. No hay dioses fuera de Él, el Clemente, el Misericordioso” (Azora II: “La vaca”, “Contra los politeístas«); de lo que de la Yihad dice: “¡Oh, los que creéis! ¡Poneos en guardia! Lanzaos contra nuestros enemigos por grupos o en bloque” (Azora V: “La mesa”, “Obligación de acudir a la guerra santa”)

Nada justifica lo que estos miserables intentaban hacer de nuevo. Nada. Buscar retorcidas excusas para sus asesinatos colectivos y suicidios –que bien pudieran hacer lo segundo sin lo primero: ¿o no lo decimos de los ignominiosos seres que matan a sus compañeras y luego se suicidan?-, buscar excusas, decía, en las condiciones sociales en que estos “encantos” nacieron o en sospechosísimas complicidades y guiños de religiosos de otros dogmas, me parecen siniestros por estúpidos. Tampoco tienen en cuenta la máxima, que pretenden literal en la praxis: “¡Oh, los que creéis! No toméis a judíos y cristianos por amigos: los unos son amigos de los otros. Quien de vosotros los tome por amigos, será uno de ellos. Dios no conduce a la gente de los injustos” (Azora V: “La mesa”, “Prohibición a los creyentes a pactar con judíos y cristianos”).

Vuelve el engendro: “mitad monje y mitad soldado”, reciente. Ahora, en el mundo musulmán. Éste es el que debe decidir el cambio: la maltratada Ayaan Hirsi Ali en su “Yo acuso”, no se cansa de repetirlo con pasmante ingenuidad. Se necesita a un Voltaire. Demasiado para ellos: los tenidos por “moderados” en Francia, pidieron no estudiar a tamaño infiel en las escuelas públicas, intentando reventar desde dentro la larga tradición de La République.

Vuelve de nuevo. Soldado y monje en uno.

Imagen: la valiente Ayaan Hirsi Ali. Mujer que conoce bien el mundo musulmán, del que ha ido renegando muy lentamente (a pesar de haber sido mutilada sexualmente de niña en nombre de dicha religión), hasta reivindicar su condición de no creyente. Un ejemplo a reivindicar, de quien conoce bien ambos mundos: el creyente musulmán y el occidental. Siempre será defendida por quien suscribe. Léanla, por favor.

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Odiseo regresando.

A una hora de vuelo de Venezuela (Tirano Banderas de rojizos colores al frente) y a poco más de Colombia: seguimos, en ratos tontos, la cadena de imágenes que se sucedían sobre la liberación de Clara Rojas y Consuelo González de Perdomo, en las cadenas de ambos países. Y, de nuevo y muy fugaz (pues de vacaciones nos hallábamos) nos recorrió una conocida sensación agridulce: son más los secuestrados por las estalinianas FARC, que los presos que tiene ETA en la actualidad, por ejemplo. Muchos más y en peores condiciones aquéllos, en mitad de la selva colombiana.

Seguíamos, a diferente velocidad (de eso tratan los días de asueto) el devenir del tiempo. Notábamos grano a grano de arena blanquísima en el inflexible reloj que va marcando el tiempo, el inexorable paso del mismo, .

Sin embargo y debido a los acontecimientos personales de los que uno quería quitarse estrés acumulado, las reflexiones al sol caribeño venían a borbotones de la mano de Homero. La diosa Atenea, “la de claras pupilas”, llega a subrayar una de tantas mencionadas reflexiones de manera inmisericorde pero real: “Ni aun los dioses podrían librar de la muerte, que a todos es común, al más caro varón, una vez se apodera de él la Parca funesta y le da una muerte tristísima”.

Tristísima pero segura. La muerte. No hay otro final para nuestra especie. Sólo cuando vemos las “orejas al lobo” en nosotros mismos o entre quienes nos rodean, acabamos por ver materializada tal obviedad.

Pero antes del tétrico final, no por no sabido pero sí por “disimulado” a uno mismo (Freud estudió bastante el tema a través del “Tánatos” o “pulsión de muerte”), nos queda la vida: una parte de ella es la amistad. Aquélla que se rige por afectos y complicidades muy por encima de desavenencias superfluas (las políticas: las más de todas).

Así, el rey Alcinoo, hablando a los feacios, “los buenos remeros”, concluye acertadísimamente:

Ciertamente podría decirte que no es nunca inferior a un hermano un amigo prudente”.

Queda la amistad. Sigue la vida: en el regreso trepidante.

Imagen: Odiseo (Ulises), el fuerte, inteligente e involuntario protagonista de su aventura. Ni siquiera la diosa Calipso, ni el tonto y forzudo Cíclope hijo de todo un dios como Poseidón, pudieron interrumpir su firme y larguísimo regreso a Ítaca

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Sin vida nueva.

Como bien saben los filósofos, el ser humano es el único animal que se sabe mortal en este mundo. Así, nos enfrentamos al terrible momento de encontrarnos, literalmente, solos en o ante el mundo. Ahí está, ahí estamos. Podemos tener a la familia, a los amigos o lo que Vds. quieran: todos los días comenzamos un nuevo día, solos, en la más íntima soledad, frente al mundo.

Según escuelas filosóficas, habrá quien les diga que todo lo que les ocurra es “biografía”. Habrá quien diga que toda su vida está “determinada” por la Historia o por la Religión.

Da igual: realmente estamos solos ante un final ya conocido. El final es el mismo para todos: morimos.

Vida, mientras a quien suscribe alguien le demuestre lo contrario: únicamente hay una. Muerte, mientras alguien me convenza de otra cosa, sólo hay una y ninguna más. Nada hay tras ella. Sólo un hilo de confianza ciega, o sea: fe, o un ramalazo de vanidad en querer proyectarse en un “más allá”, consuela a algunos.

A éste su humilde servidor, le basta con querer una muerte rápida. Exenta, a ser posible, de enfermedad. Es a ésta a la que puedo llegar a temer hasta la angustia, no a aquélla. La muerte es el final que todos conocemos. ¿Para qué darle más vueltas? La vida sigue sin nosotros. ¿Tan vanidosos somos como para querer dejar huellas aquí, en un mundo tan “natural” y lleno de cambios? Algunos, tal vez, a través de la escritura, así lo deseamos. Pues humanos somos: vanidosos somos.

En esta novela que es la vida: principio, nudo y desenlace se cumplen con rigor. Existen, faltaría más, distintos “argumentos”. Hay quien tiene un principio horroroso, se estrella en el nudo y acaba con un precipitado desenlace que nadie desearía. Las circunstancias de cada cual, no hacen sino “rellenar” de sentido, dicho “argumento” de la vida. Hay quien se inicia en una pobreza absoluta y lo contrario; hay quien sube en “el escalafón social” a base de esfuerzo, hay quien no puede, hay quien no quiere…hay toda clase de “argumentos”.

Pero todos, indefectiblemente, nos sabemos mortales. Nos sabemos, bien es cierto que dentro de las posibilidades que se nos ofrezcan, dueños de nuestras vidas.

Un año más es simplemente una cifra más. La vida continúa o no: según en la fase en que nos hallemos de la “novela”.

No obstante, reciban un afectuoso saludo y un sincero deseo de que, al menos, la vida a partir de mañana sólo pueda traducirse en simple resaca, grato día festivo, día de cobro especial…pero siempre en un grato deseo de que les “vaya bonito”, de igual manera.

Pronto, muy pronto, me iré de esta ciudad unos días: vacaciones que necesito. No sólo yo, también a quien más guerra he dado en los últimos tiempos, las necesita con urgencia. La vida cuando quiere zarandea lo suyo: ¿será, tal vez, el nudo de mi “novela”?

Saludos: buen final y comienzo de año, de un escéptico que planea un viaje.

P.S.: Tal vez Munch fuese, dentro del Expresionismo, quien más se acercara a una representación estética de la angustia vital. También el Surrealismo de Dalí , Frida Kalho y otros, lo consiguieron.

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Monet y la actualidad.

Cada vez quisiera uno más, formar parte –imposible como protagonista- de un cuadro de Monet. Era 1873 y su cuadro “Impression: soleil levant” crea la necesaria crítica para dar nombre al incipiente movimiento: El Impresionismo.

Imitando (siempre la mímesis como necesaria herramienta en el Arte) la atmósfera captada en los “Nocturnos” de Whistler, “vistas similarmente sugerentes del Támesis envuelto en la niebla” como apunta certeramente Belinda Thomson, así es reflejada la atmósfera de El Havre, a orillas de un interminable Sena.

Y ahí es donde uno, hoy, quisiera confundirse. Ser parte de las sombras que la tenue luz sugiere (la luz: elemento primordial del Impresionismo) del “sol naciente” de un puerto, en que en una barcaza que viaja a ninguna parte, entre penumbras, pero viendo nítidamente el reflejo del rojizo sol en el agua mientras se rema, me haga formar parte del paisaje artísticamente expresado. ¿Qué importa la maraña de estructuras al fondo? Son sombras de la realidad que siempre, una vez ya ha amanecido, nos retrotraen a la ingrata realidad: la actualidad en mi caso.

Sigan pues en las sombras que la neblina, típica, que en la segunda mitad del siglo XIX Monet tan bien reflejara, para pasar a telón de fondo. Envolvente neblina: como envolvente me parecieron sus innumerables nenúfares, en la exposición del renovado museo parisino de L’Orangerie: las cóncavas paredes, ilustradas por no menos cóncavos y eternos retratos, así lo hacían, envolvente.

Sea yo, pues, uno más en el cuadro, protagonista de nada: quedando sólo al fondo una tenue “actualidad” que atrás dejo, entre nieblas (tinieblas a veces), donde nada se distingue nítidamente.

Sigo remando.

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ETA: sangrienta inercia.

Hasta Txomin Iturbe en su época y antes de su absurda muerte en Argelia, llegó a verlo claramente. El apoyo popular iría en detrimento por el aumento de las acciones indiscriminadas y la presión francesa, al alimón con la española, que harían asfixiar a ETA en cuanto a razones, economía y los mencionados apoyos “populares”. Todo ello, priorizaba la negociación en aquellos aciagos años ochenta. Así lo veía Iturbe.

En este viaje a ninguna parte, cuyo camino está plagado de muertos de todos los colores, hasta los propios fundadores de dicho grupo terrorista dan la razón a las reflexiones arriba mencionadas.

El joven escritor Santiago Roncagliolo, en su libro “La cuarta espada”, dedicada al otrora líder absoluto de Sendero Luminoso (una de las guerrillas, de tantas como hubo en América Latina, más locas y fanáticas, como así recuerda el filósofo Gabriel Albiac), se hace eco a su vez de otro libro: “Revolucionarios”, de Eric Hobsbawm, a través de un extracto que reproduzco textualmente:

La principal reserva de una guerrilla no es militar, y sin ella está indefensa:
debe tener la simpatía y el apoyo, activos y pasivos, de la población local
”. (Op. Cit. Págs. 122-123).

Premonitorio. Pocos son ya quienes comparten dicho apoyo “activo” o “pasivo”.

Sólo la inercia del asesinato cuando se tiene ocasión, lleva a estos salvapatrias a seguir dicho tétrico camino. Solos, muy solos en dicha inercia, por mucha banderola y muchos colorines en que se envuelvan. El fascismo, históricamente, cuando se ve acorralado y sin apoyos, amplía totalmente su abanico de enemigos: un guardaespaldas, cualquier político, dos guardias civiles, dos inmigrantes en un parking, da igual para ellos. Cuantos más enemigos, virtuales o no, más justificación para existir. Matando.

Ya prácticamente sin apoyos: quedan enemigos. Pura inercia. Sangrienta inercia.

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F.F. Gómez: un homenaje convaleciente.

Amena convalecencia. Por decir algo. Paseo diario. Dieta. Reposo vespertino. Lectura “ligera” (los estudios paralizados, pero con estas enfermedades ya se sabe…) y amenas visitas. Pero la noticia, triste, del fallecimiento de Fernando Fernán Gómez, me lleva –me llevó ayer- a varias reflexiones.

Nunca conocí a dicho personaje: ojalá hubiera tenido la ocasión. Su más que ensayada –reconocido por él en infinitas ocasiones- mala uva, estaba más que justificada. Ayer lo decía en un documental de charlas (lo que a mí me gustaba más de él eran sus reflexiones cargadas de sentido común), en que reconocía cómo se dio cuenta muy pronto de que “en esta profesión mía”, si se va ganando lo que se dice popularidad, “uno es el objetivo de muchos pelmas”. Y es cierto: ¿por qué ser simpático ante quien no se conoce y viene con aviesas intenciones, como querer hacerse el gracioso a su costa?

Su labrado mal humor siempre me atrajo, porque en él veía una empalizada defensiva contra molestos (pelmas) y aduladores empalagosos, que si uno espanta, la verdad: consigue ahorrar energías que emplear en otros menesteres más agradecidos. También, obviamente, su obra me atrajo. En general. Con sus cosas buenas y malas: los perfectos no son de este mundo.

Pero lo que más me llamó la atención de F. Fernán Gómez, es su respuesta a aquello de que éste es “un país de envidiosos”. Básicamente, decía que hay dos actitudes en el tema: la mayoritaria era positiva (algo extraordinario debido a su carácter más bien pesimista), es decir, que según él, el “envidioso” podía ser un tipo que quería conseguir –y en ello limpiamente se esforzaba- lo que el envidiado poseía. El objeto de deseo era el fin de dicha actitud a través del esfuerzo moralmente aceptable.

La otra actitud, la negativa, es la que agudamente preocupaba sobremanera a este gran actor: la tendencia “destructiva”. Es decir, “como el otro tiene una casa estupenda, ¡ojalá se le caiga encima y se muera! Ojalá le vaya mal en la vida a tal o cual tipo”, venía a decir grosso modo.

Y coincido plenamente en que este país tiende a ello: alguna guerra, incluso, lo atestiguaría.

Son reflexiones que a vuela pluma compongo, mientras escribo. Tal vez, según opinión de Nietzsche, sean las mejores. Ya que para el filólogo y filósofo nacido alemán y muerto apátrida, el lenguaje, la verbalización de nuestros pensamientos, prostituye la idea/pensamiento que se quiere expresar.

Juzguen Vds.

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Circo malo.

Hace tiempo sé que la política no es sino circo. Malo. Malísimo juego circense. “¿Por qué no te callas?”, se ha convertido en cancioncilla bailona y pegadiza en países limítrofes a la República Bolivariana de Venezuela. No me interesa, créanme: de la “escenita” repetida hasta la saciedad, nada me interesa. Ni si el monarca se saltó el protocolo esta vez de manera menos alegre, de si Zeta (antes ZP) hizo el ridículo intentando llevar hasta el final las teorías de Habermas sobre una “situación ideal de diálogo”, de si Bachelet hizo o no su trabajo, ni siquiera de si Chávez y Ortega estuvieron educados o no.

Lo realmente importante es que Chávez manda asesinar, mientras, a estudiantes díscolos con el descarado intento de modificación de “su” amada Constitución, para mayor honra de la perpetuidad en el poder “ad eternum” (valga el pleonasmo). Y lo hace a la mejor manera: el fascismo va en motocicleta y lleva –cuando hacen operaciones más descaradas- boinas rojas, amén de pistolones. Que haya parapoliciales grupitos de matones en las universidades, no debería ser algo que sorprenda por estos lares y menos a quienes rondan los cincuenta.

Las llamadas “Universidades del Pueblo”, creadas incluso en pisos privados, hace tiempo que se convirtieron en “Locales (“local” antítesis de “universal”, de donde viene “universidad”) de adoctrinamiento y atontamiento generalizados”.

Otro “Salvador” bastante malo como payaso, conocido como Ceaucescu, fue uno de los precursores del actual “Aló Presidente”, interminable, o los angustiosamente inacabables discursos de un payaso senil llamado Castro. A éste, la jubilación “forzosa” llama a su puerta, como a Caeaucescu le llegó en su momento, de diferente manera. Los tres bufones aquí tratados tienen en común su hortera espectáculo televisivo.

Circo. Circo malo. Malísimo: los payasos hacen llorar. Hace tiempo que pasaron de jugar con guitarras y sillas, para pasar a hacerlo con metralletas y asesinatos.

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Sólo mía.

Lo vemos mucho. A diario. No hay día en que el desayuno no nos estropee el estómago. Nuevo asesinato “por celos”.

Si no es un antiguo novio que mata a “su posesión”, porque así se lo dicta la solitaria neurona que habita en su perezoso cerebro, lo es porque hay que matar al individuo que intenta arrebatarle tal “posesión”. “El otro” se convierte en el tiparraco que quiere “mi juguete”. Mi vida, vacía como ninguna, sólo la llena dicho “juguete”.

El “juguete” en cuestión se llama “ser humano” y en la mayor parte de las veces, no al cien por cien pero sí al noventa, lo es en la vertiente “femenina”. Es pensar igual que un dictador cualquiera: da igual el color; da igual la Derecha o la Izquierda política. Sólo estadística, sólo cosa, ve quien así piensa en vez de humanos (“La muerte de una persona es una tragedia, la de un millón: estadística.” J. Stalin dixit).

Hoy, un periodista de la cadena La Sexta –cámara- de apenas 31 años, ha sido el “trofeo” del cual un neandertal moderno puede presumir. El chico salía con una antaño “posesión” suya: es todo deprimente. La evolución sufre trompicones con algunos. Definitivamente.

¿Qué clase de mentalidad puede llegar a tener la total falta de dignidad (tanto como para no saber retirarse a tiempo) por bandera?: tu tiempo pasó. La chica ya no está por ti. Vive tu vida con honor. Busca o no busques: pero sé tú mismo.

Así no pensaba el asesino de marras: “o mía o de nadie” debía ser su «inteligente» lema. Otro pequeño Stalin que ve “cosa” en vez de “persona”, por mucho que camufle su perorata con “te quiero con locura”, «mi muñequita» y memeces similares.

Otro pequeño aspirante a dictador. No sé cuántos vamos ya.

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Regreso del ictus.

«La salud se anuncia (…) por el melancólico reírse de la pesadilla con que hemos estado peleando«.
(Friedrich Nietzsche: «Aforismos«. Aforismo 402)

Me fui hace unos días recordando cómo Savater en su “autobiografía razonada”, de título: “Mira por dónde”, prefería en cualquier viaje a cualquier sitio y antes que nada, el regreso. El regreso al “hogar” (“home” en la lengua de Shakespeare), recordaba quien suscribe. No volver a “casa”. Volver al calor del “hogar” que nos acoge. Nos protege. Así, tras mi último artículo sobre la guerra en Colombia, teniendo planeado largarme en grata compañía a la otrora “Magna Grecia” y conocer, al fin, la capital del Renacimiento, la misma que viera nacer a Nicola Machiavelli, entre otros, se trastocó en pesadilla. Italia para otro día. No importa.

Me fui. No fue a un hotel de Florencia, sino a un imprevisto “hotel” pamplonés, con un aterrador frío interior en la mochila a modo de equipaje. Salí ayer del mismo pero con frío en el ambiente: el otoño se ha echado encima de uno de manera frontal, chocante, mientras la estancia en el “hotel” se alargaba.

Las caminatas por el parque del Hospital no fueron lo suficientemente representativos de lo fría que estaba esta ciudad “pequeña y apañada”, que decían los Tijuana & Blue.

Jodida vida: un día, tras años sin fumar y bebiendo alcohol puntualmente y más que moderadamente, resulta que te despiertas a las cuatro de la mañana con mareos, vértigos, vómitos, frío –menos sano que el otoñal- y ganas de echar la vida por la boca. “¿Al Hospital? ¡Ni loco!” . Así alargué una pequeña situación agónica por puritita cabezonería: “Bueeeeno, voy pero sólo para hacerme pruebas y volver ¿vale?”, pude balbucear a mi compañera un tanto harta ya de verme tirado y sin poder abrir los ojos, so pena de un eterno escalofriante vómito. Es lo que tiene verlo todo doble repentinamente.

Fui…a hacerme pruebas. Salí, quince días después: no vi, en torno a mi persona, rondarme la parca. Para nada. Pero la muy perra se paseó alrededor de gente que, en la primera noche ya en planta, estuvo a mi vera. La muerte no es nada. En nada nos convertimos. Desengáñense los y las trabajadoras de “Asuntos religiosos”: nada. Nada temía. Salvo los interminables vértigos y un repetitivo y machacón: “¿Pero qué coño hago yo con un infarto cerebral a los 36 tacos?”, que no hacía sino golpear mi cabeza en forma de la madre de todas las jaquecas (yo, que nunca he tenido tales males).

He pensado mucho: tanto que tenía decidido no escribir sobre el tema que aquí relato. He conocido gente estupenda. Puedo volver a leer. Ando más o menos bien. No me quejo: no se engañe quien con aviesas intenciones entre en este blog.

Pero lo que más me ha llamado la atención ha sido, es y, me temo, será: el regreso de tan tétrico como inesperado viaje. Mi hogar no era el mismo. Así, ayer, iba por la calle con cierto miedo. Al cruzarme con una acaramelada pareja que no contaría con más de 17 primaveras, creí que si me rozaban el hombro me caería al suelo como un pelele: ahora, soy retazos de trapo. Así me siento.

He desayunado doscientas pastillas (por exagerar que no quede) y pienso volver a recuperar fuerzas: si se cruzan en mi camino no se rían, por lo que más quieran. Camino lo mejor que puedo. Sé que el mundo no da vueltas caprichosas: sí el mío mientras camino.

Hoy he dormido poco: la emoción, supongo. La que a alguien que ha estado medio mes en un hospital tras un inesperado –como todos- “ictus”, puede sobrellevar. Supongo, digo.

Hoy no he visto de nuevo desde mi extraña cama la horrorosa torre que hace de frontera entre Pamplona y otra población. Hoy he salido al balcón y he aspirado todo el otoño que me han dejado mis pulmones (sanísimos, oigan).

Perdonen mi ausencia estos días: aquí traigo el justificante. Al menos he vuelto a leer prensa “en papel”, incluyendo a mi “virtual” amigo Javier Arizaleta a quien envío un afectuoso saludo: que sepas que en dicho “hotel” yo no era el único que leía tu columna.

El regreso sigue dándome su sabor: no puedo analizarlo con precisión. Lo que se vive se reflexiona a posteriori.

Regreso. Pues. Reciban un saludo.

P.S.: Saludos y franquísimos agradecimientos a los celadores, encargados de la limpieza, auxiliares, enfermeros y enfermeras, médicos (residentes, de guardia, etcétera), sobre todo de la “Unidad de Ictus”, del Hospital de Navarra. En especial a don Jaime Gállego. Y saludos más especiales y muchísimo más íntimos y cordiales para ése par de castas jabatos que son José (rochapeano de pro) y el bueno de Juanito (cosmopolita y vitalista por definición: todos deberíamos tener un Juanito en la vida). Para Polo, para “mis queridas brujillas” Conchi y Trini y su bienhumorado hermano Jesús Mari. A todos os debo la parte más humana –la más importante- de este “peculiar” viaje. Os espero en el que presumo pronto regreso de ambos: José y Juan, veníos conmigo ya…de una maldita vez.

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