Ficción ETA

Siempre hay tiempo para redimirse uno mismo de sus “pecados” por haber tonteado durante años –años- con la ambigüedad (cuando no algo peor) y la tibieza: el dogmatismo nos petrifica con una carcasa de acero ante el dolor ajeno y siempre creyendo uno tener la razón en todo. Un mundo cerrado, un mundo sistemático y que da sentido a todo: mezcla de marxismo revenido y nacionalismo folklórico en enormes dosis. Que se lo digan a los hermanos Castro en Cuba: enfermitos desde hace tantos años de tamaña congestión de cerriles discursos retóricos que transforman lo blanco en negro y viceversa. Poco importa un pueblo subyugado soportando más de 40 años de dictadura.

Hace ahora diez años que quien suscribe creyó en aquella mentira tanto moral como en la praxis. ETA declaraba, pocos días después de un pacto para nacionalistas y por nacionalistas creado, una “tregua total, unilateral e indefinida”. La recaraba, vamos.

Recuerdo aquella noche haber visto en una televisión de por estos pagos la interrupción de la película «Alguien voló sobre el nido del cuco«, para pasar a la lectura de la noticia de agencia en que La Casa Blanca emitía un comunicado del gabinete de Bill Clinton entonces, a favor de procesos similares al irlandés y a los que el Presi no haría ascos.

El día siguiente: un día radiante, como el de hoy. Un día claro y soleado que avecinaba un bonito otoño. Yo charlaba entonces con mi profesor de autoescuela (yo, siguiendo mi filosofía de al revés que todo el mundo, primero entré por el trágala de la vivienda y por último: con el coche maldito).

Él, recuerdo, no se creía la “tregua”. Yo, respondía dando visos de curación: “bueno, yo sí me la creo porque si no es así, mucha gente de ese mundo va a ver tanta comparación con Irlanda del Norte como una pamema y se van a mosquear con ETA y mucho…”.

Hubo gente “mosqueada” que creó, incluso (el gran miedo de la izquierda abertzale –términos antitéticos- en los años ochenta) un partido propio.

Hubo de todo: los que tras varios años tonteando con dicha religión política como reacción, en mi caso al menos, al terrorismo de Estado creado por prebostes sociatas que no hicieron si no dar la razón a las tesis de la ETA de entonces: “esto es una guerra, de media o baja intensidad, pero guerra, enfrentamiento bilateral al fin y a la postre”. Pero reaccioné, de nuevo hace ya mucho más de diez años, no siendo ni socialista ni nacionalista. Demasiado Nietzsche corría por mis venas ya desde mucho antes…

Pero en plenos ochenta, las calles se llenaban con intervenciones policiales desmedidas y unos GAL más siniestros que nunca: era otra cosa. Los ochenta: tiempos grises . así como éstos en los setenta abundaron con pañuelos rojos y disparando a tutiplén en plazas de toros.

Hace una década que terminó mi proceso de curación: lo celebro.

Me gustaría que conocidos y demás hicieran lo mismo.

Dejar atrás la “ficción ETA”.

P.S.: Pido disculpas por no haber escrito antes: hay razones para ello. Amigo Marco, cuánto me he acordado de ti…el pasado día 12 de agosto murió mi padre teniendo que volverme desde muy lejos y una película me ha rondado la mente porque siempre me recordará a su nervio y fuerza de voluntad: es el Paul Newman de «La leyenda del indomable«, donde al echar la brea convence a todos los convictos a trabajar más rápido y acabar antes, alucinando así a sus captores. Esos gritos de «¡Eah», ¡venga!, ¡así, otra más, eah!», gritos de ánimo que mi padre soltaba en sus innumerables y larguísimas caminatas a quien le acompañara por este sendero que es la vida.

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El azar

Duros combates escritos y dialécticos los que en torno a tal concepto se han dado: ¿existe o no?

La única jodida cosa a la que uno ha llegado con cierta nitidez es que el azar, la suerte, si existe o existen, las he tenido.

Incluso en salud: un infarto cerebeloso por culpa de un simple movimiento recomendado por un quiropráctico para una simple lesión muscular (y ahí andan a la greña: neurólogos versus quiroprácticos como antaño lo estuvieran psiquiatras versus psicólogos) y salí indemne (sólo me prohíben nadar como antes); supe salir de un alienante trabajo -pero trabajo al fin y a la postre y que me llevó a emanciparme- mientras estudiaba a la vez e incluso entrar, en los últimos tiempos, en otro trabajo físicamente más relajadito, todo eso y más cosas que por vegüenza torera no describo.

Ninguna de mis tropelías de crápula que enlazaba una juerga con otra me han pasado factura. Un poco el estómago, tal vez. Cosas de la edad de entonces: la completa confusión entre “vivir al límite” con “vivir plenamente” era norma entonces. La primera: arma de doble filo. La segunda: recomendabilísima. Pero ni si quiera aquellos días de vino y rosas me dieron mi merecido: tampoco un ictus por tan inocente causa a pesar del interés que una neuróloga ponía en si consumía cocaína (yo, a pesar de mi genio me tengo por un vacilón natural y con todo el meneo al ingresar en Urgencias, los vértigos, los vómitos y demás, estuve a punto de contestar a la insigne doctora que me tocó en suertes, que en ese momento estaba en el paro y no me llegaba para tan cara e ilícita droga).

Me río: hay quien dice que vale más una sonrisa que una carcajada. No estoy de acuerdo: hay momentos para cada una de las dos versiones de tan importante gesto. La sonrisa es íntima: a mi modo de ver. La carcajada, incluso sonora, es sanísima siempre que no sea con aviesos fines contra alguien presente o no.

Me carcajeo pues, la suerte me ha sido fiel durante 37 años: hay quien lo llama “Ángel de la Guarda” (“tener un ángel“) , Espíritu Santo o Dios Nuestro Señor que vela por mí.

Soy ateo, los “entes” y yo estaríamos reñidos…si creyera en ellos, of course. Ateo, pues: lo soy desde que tengo uso de razón, por ínfima que ésta sea.

La suerte no viene dada: eso lo tengo claro. Y tiene que haber por medio grandes sacrificios: en mi caso los ha habido y los hay (sospecho que los habrá, pero déjenme volver al punk y decir que el futuro, como tal, no existe).

Soy ateo, empírico, no creo en el azar: creo en causas y efectos. Pero no nos pongamos filológicos: llámenlo como quieran. Seamos tolerantes. He tenido suerte, digo mientras escribo y bebo una cervecita fresca.

Mañana vuelvo a irme lejos de aquí: tengan suerte. Tengan azar. Y ríanse. El antiguo Woody Allen me espera en el vídeo.

Saludos: sigan pasando un memorable verano en todos los sentidos.

Imagen: David Hume, ¿quién si no? Alguien que creyó en causas y efectos y siempre dudó de tantos (como inteligentemente los llamaba): «entes intermedios» , sean llamados «ángeles», «arcángeles», «vírgenes», «santos», etcétera, como para ser creyente.

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La consolación individualista

La única certeza mientras escribo, viendo esta ciudad afeada con rapidez diligente y ante la enorme masa humana que se avecina, es que yo soy yo y luego vienen todo y todos los demás: no es egoísmo, es sano individualismo. ¿Cuándo adquirió tal virtud una percepción generalizadamente peyorativa?: el siglo XX, con sus orgiásticos aquelarres con gritos en pro del “pueblo”, la “clase”, la “raza”…una mierda de siglo. Comunismo, fascismo, nacionalismo, el romanticismo defecó en el siglo XX lo que en el XIX teorizó.

No ha sido poca la ayuda en tal degeneración como la del cristianismo y otras cosmovisiones: la compasión, la indulgencia, la solidaridad, conceptos masificados desde el principio. Deístas como Rousseau no hicieron sino reflejarlo en sus obras (en el caso del ginebrino, únicamente en sus obras, dedicado a dejar hijos bastardos por doquier y desentendiéndose tanto de ellos como de sus madres). Los revolucionarios franceses también tomaron “masificados” conceptos para sus pretensiones. Resultado: la Revolución que se devora a sí misma (Trotsky estaría encantado: “la Revolución Permanente” es un puro devorar por lógica inercia terrorífica a sus propios padres e hijos, miren si no Saint-Just, Robespierre, Condorcet y tantos otros).

Pero queda lo que queda: en el día a día después de un educado “buenos días” yo, al menos, no necesito decir “soy de Iruña”, “soy vasco”, “soy navarro”, “soy español”, “soy liberal”, “soy abertzale”, “soy chiquitistaní”, “soy un acérrimo seguidor del Chikilicutre”, “soy de aquí o acullá”. No, yo soy yo, no de dónde soy, que en todo caso intervendrá en mi individualidad no de una manera ontológica. Individualísima mi persona no repetida en ningún caso: piénsenlo. Es cierto que los humanos tenemos una hilazón biológica y, en determinados casos, emotiva. Pero el sentimiento identitario –del que adolecía y que gracias a aquella vacuna estoy ahora curado- es el más paleto, cutre y chusco sentimiento humano.

Curiosamente nunca me sentí del barrio en que nací y crecí (“nunca se te ve por aquí chico, pareces de no sé dónde” me espetaba gente que todavía estimo). El barrio en el que actualmente vivo desde hace más de diez años, me recibió con un muchacho guipuzcoano diciéndome que “vivía allí, pero que no era de allí”. El no va más del onanismo identitario. Ya entonces iba dando visos de curación quien suscribe y me encaminaba a este placentero jardín donde las orquídeas no se preguntan si son más auténticas entre ellas, ni si llevan plantadas más tiempo en aquél sitio que la de al lado.

En estos masificadísimos días que se avecinan y que temo con toda mi claustrofobia, sólo deseo que en sus individualísimas personas se lo pasen lo mejor que puedan: respetando a las otras individualidades con las que inevitablemente -y afortunadamente- ineteractuarán. Algunos huiremos convenientemente del olor a pies, cerveza echada a perder por suelos y paredes y viendo a imbéciles cómo no se debe tratar a una chica. Lo demás, casi todo, es tolerable. La juerga es muy sana y, sobre todo, a determinadas edades.

Pero mi individualismo aquí, en estas líneas, sigue la máxima nietzscheana del autor más iconoclasta que en su momento existiera, con una obra cuyo título es toda una declaración de intenciones: “El ocaso de los ídolos”:

Ayúdate a ti mismo y todos te ayudarán. Principio de amor al prójimo

Sabía hacia dónde apuntaba en su novena máxima del capítulo “Sentencias y dardos” quien muriera siendo apátrida: al revés del cristianismo, el amor comienza por uno mismo (amor propio, autoestima llamaríamos hoy), a partir de ahí los demás te apreciarán mucho más, y uno mismo podrá apreciar y ayudar a los demás en dignas condiciones.

Para completar dicha reflexión, el “intempestivo” filólogo que más arriba cito, debiera haber hablado de los sanfermines y decir que el amor a uno mismo, comienza siempre en solitario: así nos hallamos en un principio. Solos ante un mundo a veces, las más, hostil.

Son las reflexiones de un solitario bien acompañado: porque por mi amor propio supe acabar bien acompañado (mejor dicho: supieron acompañarme bien, por lo que estoy agradecidísimo).

Recuerden no obstante, que desde un amor propio tan limpio de “masa” y estupideces, uno se plantea las únicas metas posibles: las que a corto plazo son alcanzables. (El día que cobre por escribir , no en este blog, en otros medios, lo celebraría con Moët Chandon, por ejemplo)

Gracias a mi sano individualismo, pues, les deseo que lo pasen bien: excédanse, que siempre es bueno sobrevivir a las fronteras de lo tolerable sin joder a nadie. Vean la escena más individualista que supone el encierro que cada vez respeto más, las corridas de toros: nada hay más individualista que alguien que se juega la vida ante un bicho de media tonelada pasada y retocado biológicamente para intentar matar al individuo que encima quiere dar espectáculo, jugándose la libertad que más valía tiene para un individualista: vivir la vida.

Yo lo haré de manera más apacible en un lugar más remoto, rodeado de naturaleza, paseos, libros, buena compañía y algo de comida y alcohol.

Reciban saludos de esta persona. De este individuo. Lo demás son orteguianas circunstancias.

Imagen: Da Vinci, menos «Código» y más Leonardo, por favor…. 😆

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La incómoda sospecha

Y pensando, reflexionando en un tranquilo pero achicharrante día del ya verano de 2.008 (¡qué nostalgia en mi mente, siempre, de otoño!), uno llega a la conclusión de que la casta “profesional” política, no tiene remedio. Como mínimo. Lo demás: exabruptos varios. La rabia de haber creído alguna vez en alguna religión política me invade. Nadie con un mínimo de conciencia ciudadana puede contemplar, impávido, el circense espectáculo de zancadilleos, codazos y pisotones de estos “divinos” en plena llegada a la meta del “encierro político” en Valencia.

Así pues, duele soltar las amarras de la demagogia: igual que salir del vientre materno. Salir a la luz – ¿qué hacía si no, Sócrates, hijo de una partera, a través de la mayéutica, con sus interlocutores?: sacar a relucir ideas que ya habitaban en sus mentes- significa, pues, desnudarse y poder morir del tétrico frío que nos proporciona lo que hoy denominamos: política.

Valencia, el congreso que se ha desarrollado en Valencia, ha hecho que en la ciudad mediterránea haga tanto frío como para hacer nevar insensateces y miserias de lo más humanas.

Política: las más bajas pasiones de nuestra especie hacen de ella patria. Territorio donde lo ruin, mezquino y egoísta, se disfraza de filantropía, de abnegación y de trabajo por y para los demás. Da igual Partido Popular. Da igual Izquierda Unida (buena tienen). Da igual Partido Socialista o Nafarroa Bai. Da igual.

El advenimiento del “político profesional” es, pues, una de las mayores desgracias del paso de una democracia a una baja especie de oclocracia (ὀχλοκρατία).

Si Dios prestara oídos a las súplicas de los hombres, pronto todos los hombres perecerían porque de continuo piden muchos males los unos contra los otros”.

Epicuro: un refugio. Lucidez extraña de hace más de 2.300 años. Refugio acogedor como este blog donde todo es jardín sin polen dichoso. Donde todo es multiplicidad y armonía natural. Donde el desorden lógico de la naturaleza me deja refugiarme del mundanal ruido y de las masificaciones y aparecer ante Vds. libre de prejuicios de cualquier tipo. Piensen como quieran en este su jardín: serán recibidos con tolerancia y un rico té.

Ante la que está lloviendo en Valencia y en parlamentos varios: acomódense en este su jardín que posee tanta hierba y flores, como cálidos libros donde su lectura se transforma en un saber reirse de todo el circo mediático.

Sean bienvenidos siempre, sintiéndose libres de la incomodísima sospecha que en mentes sanas anida: la de que «político profesional» son conceptos antitéticos.

Imagen: el eterno Epicuro.

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La muerte del buen salvaje.

Somos unos pobres ignorantes que, enorgulleciéndonos de ello, nos empecinamos en ver cosas donde no las hay: ahora, se descubren pueblos “indígenas” habiendo vivido de espaldas a “la civilización”.

Es cierto: la noticia es atractiva. Pero la intrahistoria, es decir: la molestia de leerse la noticia, lleva a ver cómo el gobierno de Brasil hace un llamamiento a preservar la amazonia. Honorable causa, claro. Pero utilizar para ello el hecho de que a antropólogos y demás investigadores se les hayan pasado hasta veinte puntos donde existen comunidades –recalcan- en donde no ha habido contacto con “la civilización” (el progreso, diríamos), al efecto de conseguir conmover conciencias a través de dicha causa protectora para el Amazonas, pulmón de pulmones, me parece amoral.

E inmoral me parece el hecho de que el mismo gobierno brasileño reconozca que dichas comunidades, fotografiadas lanzando desafiando a la ley de la gravedad lanzas y flechas, pintados de negro unos y de rojo otros (son diez nada más), son comunidades que “se vieron obligadas a refugiarse en la zona de la frontera entre el Perú y Brasil a causa de la violencia”, lleva a cualquier ser racional a pensar que sí tuvieron contacto con…”la civilización”.

En el caso que me ocupa: Sendero Luminoso en su guerra “reeducativa”, aniquiló lo suyo, el ejército también: unos 6.000 mil Asháninkas fallecieron y cerca de 5.000 personas estuvieron cautivas por Sendero Luminoso, además se calcula que durante los años del conflicto desaparecieron entre 30 y 40 comunidades Asháninka. La Comisión de la Verdad acusa al loco terrorismo maoísta de cuño latino de genocidio.

Ello no es óbice para que si las fotografías son auténticas –repito- si son auténticas, no dejen de ser sus protagonistas humanos que debieran recibir una atención, lo mismito que las tribus africanas ancladas en el pasado verbigracia grupos piadosos u ong’s, algo obvio no para todo el mundo, según el continente, pues hay quien idealiza inmoralmente los términos “indígena”, “civilización”, “Amazonas”, “Protección”, “Identidad” y demás platónicos universales.

Pero si las imágenes son auténticas y los diez personajes con taparrabos, enfundados en pinturas y con lanzas y flechas atacando a la avioneta que los fotografía son reales; nos darían la esencia, lo innato en el ser humano: reaccionamos con violencia –como cualquier otro animal- a lo que tememos.

Sea una avioneta, sea al distinto.

Es la muerte de Rousseau.

Es la muerte del «buen salvaje«.

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El hombre-Estado

Una vida dedicada al “servicio” desde las alturas de los estamentos militares –y políticos- como desde “las alcantarillas”: donde también “se defiende el Estado de Derecho”, según uno de sus muchos jefes civiles.

Una vida dedicada plenamente a la patria, a la vida militar, a la mal llamada “inteligencia militar”, a infiltrar topos en ETA, a combatir a ésta cuando asesinaba a diestro y siniestro allá por los olvidadísimos años ochenta. Todo desde las alturas, como desde las alcantarillas.

La información es poder: su posesión, al menos. Hacerla pública no siempre da tanto poder a quien la posee, como el hecho de “insinuar” que se pudiera hacer pública: “Algunas cosas es mejor que no se sepan nunca”, dice, paternalista, el preboste.

Sólo un hombre entregado a los servicios de inteligencia habla así. Howard Hunt, ejemplo al ser el espía de espías que estuvo a la cabeza de la operación PBSuccess el 27 de junio de 1954 para derrocar –exitosamente- al presidente electo de Guatemala: el doctor Jacobo Arbenz; decía cosas similares. Hay hechos que mejor no menearlos: hasta que a las puertas de la inevitable muerte, a Hunt le dio por reconocer cosas sobre el Watergate, sobre Guatemala, y, lo más relevante, sobre el asesinato de J. F. Kennedy: ese niño bien de papá mafioso (que torpemente viera en Hitler a alguien con quien negociar), ese niño bien católico que tanto quiso a la CIA hasta que vio que era más fuerte que él, el mismo fue objeto de una operación con Lyndon B. Johnson detrás junto a elementos mafiosos, anticastristas desconsolados y la propia Agencia.

Pero Hunt vivió una vida cojonuda: más de un centenar de novelas de espionaje lo atestiguan. Pagó poco –mucho más pagó directamente y en metálico Nixon por sus silencios- por el caso Watergate. Lo demás fue vivir de los “éxitos” cosechados hasta su muerte el año pasado.

Y aquí, hoy, tenemos a otro preboste de la denominada “inteligencia militar” cuyo nombre me niego a escribir: tétrico en sus chuscos comentarios en la entrevista donde es protagonista hoy en el periódico El País. Frío como el hielo, en unas respuestas que pretenden ser irónicas infructuosamente. No da para más. Movería a risa si no tuviera tras de sí la sombra imperturbable, gélida, del hombre consagrado al Estado y a su defensa: ora desde las alturas, ora desde las alcantarillas.

Un hombre-Estado, al fin.

Imagen: Howard Hunt, otro hombre de Estado que decidiera «tirar de la manta» al borde de la muerte sólo en algunos temas.

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Diez europeos años.

Unión monetaria: sólo así es posible entender el bonito embrollo en el que nos hallamos. Una “unión monetaria”: nada más. El libre tránsito de personas sigue siendo lo que cada país decida: incluidos cándidos “papeles para todos”, peligrosos por su más que necesaria regularización.

Es el empezar la novela por el final: la carreta delante de un burro que no sabe qué hacer cuando lo que esperaba era comida.

Toda la tradición contractualista europea, se mandó al carajo en un alarde de chovinismo muy nuestro, muy “uropeo”.

La fundación de una constitución, garante de una nación o federación de estados, en todo caso un “ente constituyente”, fue dejado para después de fabricado dicho papelucho que pretendía dar patente de corso a la nueva “unión monetaria”. Lección no aprendida: suben los precios de productos básicos hasta seis veces en diez años y los salarios en Groenlandia dentro de un iglú.

¿Cómo fundar un “ente consitutivo” a priori de dicha no consensuada Constitución, si se quiere hacer entrar en la juerguita a países como Turquía que cuenta (como recordaba en una televisiva entrevista el filósofo francés Bernard-Henri Lèvy) en su haber como best-seller nacional el “Mein Kampf” de un tal Adolfo, amén de una población de más de 100 millones de habitantes y gravísimos problemas internos y exógenos?

El aborto de constitución quedó en éso, papel mojado: el primer billete de 20 euros que conseguí sacar de un cajero aquél frío 1 de enero, tal vez, también.

Al menos en su traslación a pesetas.

Y Europa sigue su camino hacia la utopía (u-topos: el «no lugar» heleno).

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Desgraciadamente humanos.

Y lo olvidamos: está en nuestra condición. La misma que tanto han explotado, y explotan, las diversas cosmovisiones que convenimos en llamar “religiones”. La condición humana – título de tantos venerables libros como el de Hannah Arendt– es cruelmente contradictoria.

Freud supo teorizar los comienzos de tamaña sospecha: nos engañamos las más de las veces, nos controlamos, también. La ética, humana creación, es la disciplina a la que nos agarramos para no ser lo que no queremos: un monstruo.

El monstruo que todos llevamos dentro (Freud llegó a la conclusión de que todos somos descendientes de caníbales) se llama, hoy, en la prensa mundial: Fritzl, en Austria. Pero los ha habido de todos los colores y lugares: Stalin, Pol Pot, Hitler, Mussolini, Franco, y tantos otros con la excusa de diversas religiones políticas. ¿Hay que recordar a Paul Schaefer, aliado de Pinochet , pedófilo y nazi entre otras lindezas, arrestado allá por el 2005 en Argentina?

Está en nosotros: la decisión. Única responsabilidad: la nuestra. Justicia: no deja de ser otra convención nuestra institucionalizada que, en quien ella trabaja, bien sabe, o cree, qué es la injusticia. No pocas veces hija ésta de la primera, todo hay que decirlo.

Está en nosotros, pues: la elección. Ser libres es elegir: también elegir no ser unos monstruos es algo muy nuestro. Matar, violar, forzar, secuestrar, torturar, exterminar y todos los peyorativos verbos que se les puedan ocurrir, son, han sido y me temo, serán, teorizados e incluso justificados por el único animal que puede hacerlo: el humano.

Fritzl es humano: y ello nos avergüenza. ¡Cómo no! Pero ello no debe hacernos caer del guindo que tan laboriosamente nos hemos fabricado: es humano aunque sea un monstruo. Nos guste o no. No son pocos los “humanos” que en el sureste asiático, en el caribe y en tantos lugares del planeta se dedican al llamado “turismo sexual”: sólo a un ser tan complejo y contradictorio se le ocurriría algo así y, encima, ponerle semejante nombre.

Que el “humanismo” mal entendido no nos haga caer en errores: Hitler dicen que era encantador en las distancias cortas y Pol Pot sonreía simpáticamente a todo el que se le ponía delante. Ello para nada les hacía ser menos hijos de perra.

Lo importante: la elección está en nosotros, ergo nuestro es el problema.

Lo odioso: todos los nombrados eran, son, humanos. Demasiado humanos.

POST SCRIPTUM: Agradezco, sinceramente, la publicación del presente artículo en «papel» hoy, día 7 de mayo de 2008, a Diario de Noticias de Navarra , concretamente en su sección «Cartas al Director«.

Imagen: Toda una demostración de cuán peligroso – y marcial- puede llegar a ser el humano.

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Gritar contra fanáticos.

No hay más: nada más. Luchar con la razón con quien no quiere poseer dicho privilegio exclusivamente humano (demasiado humano), se me va antojando, cada día, más inútil. El tiempo debiera ser algo sagrado: el de asueto más. E intentar ir por la vida convenciendo a la gente de algo, es lo más patético y ocioso –en el más peyorativo de los sentidos- que pueda uno hacer para perderlo: el tiempo. Si algo no nos sobra es él: somos bichos muy raros, excepcionales, que saben de su fin aunque jueguen al escondite con el tema.

Vivir la vida pensando únicamente en el fin, es una enfermedad (la enfermedad de Jim Morrison, poeta de la Muerte, podríamos decir ahora que nos inventamos por doquier enfermedades poniéndoles insustanciales nombres pero rimbonbantes: “enfermedad de Diógenes”, ¿qué tendrá el de la linterna que tanto les llama la atención?). Y vivir como creyéndose inmortal también lo es: enfermedad muy extendida, pero enfermedad.

A algunos ésta última, les hace perder la razón en aras de la «clase social», de «la justicia social», de la importancia de “lo social”, son los más insaciables “sociales” al final: curiosa paradoja. Muy humana, al fin. Decir una cosa haciendo otra, es no pensar las cosas.

A otros la patria les priva y, como al anterior caso, lo primero de que les priva es de la razón: apelación continua a los sentimientos en pleno mitin; risotadas y chistes malos desde el atril; guiño cómplice desde el altar del religioso político, es el imperio de los tontos que bailan al son de la retórica omnipresente.

A otros, como último ejemplo, les sirve para crearse un “más allá” que les libre de todo mal: ¿qué más da preguntarnos si somos o no finitos si nuestra finitud es inexistente? Todo se ve mejorado y corroborado ante tan deterministas mentes…¡¡¡después de la muerte!!! A ninguno, digo solemne, perdón, ¡chillo con todas mis fuerzas: a ninguno he visto yo que venga de ese más allá a convencerme de nada! Nos queda chillar en soledad.

Mientras espero que algún espectro o similar ente se me aparezca, sepan que a mi modo de ver cada vez tiene más razón el John Wayne, frente a James Stewart, de “El hombre que mató a Liberty Valance”. Así lo creo.

¿Cómo convencer de nada a un imbécil que cree en la guerra santa?: de ninguna manera. Sólo chillar en este desierto de ciudad donde el debate parece estar de modé, donde el que mea fuera del tiesto es señalado con cinco mil dedos acusadores, es nuestro recurso: nuestro privilegio.

A la resolución del fanático (léase el imbécil), sólo queda el recurso de inocularle la siempre sana duda. Sólo hasta ahí podemos llegar: no más.

Y en sitio seguro: chillar por lo lerdo que puede llegar a ser el humano. ¡¡¡Pero cuán lerdo!!!

Grito en la soledad de mi txoko

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Efemérides: Primo Levi.

Como idiotas los hay en todas partes (la clase más internacionalista e interclasista que existe), a alguno que hacía gala y bandera de ello, le dio por decir hace unos años en el medio de comunicación en que trabajaba, que Primo Levi se había suicidado por motivos inconfesables que, por supuesto, el periodista-psicólogo en cuestión, desentrañaba.

Rápidamente fue respondido por otro compañero de profesión un pelín más honesto: los sufrimientos vividos por ser partisano italiano y, en mayor medida ¡qué duda cabe!, judío, el ser de los pocos supervivientes de Auschwitz, el tatuaje, el hambre, el hacinamiento vividos y la angustiosa y tétrica pregunta: “¿Por qué yo me salve y todos ellos no?”; todo aquello no tenía nada que ver en una mente atormentada. Había que buscar algo más morboso.

Hoy, pues, hace 21 años que no resistiera seguir viviendo con dicha tormentosa pregunta sin respuesta el físico y escritor: Primo Levi.

11 de abril de 1987: Levi tal vez encuentra la tregua que define en su obra del mismo título, tras ir saliendo de El Horror al que es capaz de llevar al ser humano el fanatismo más absoluto:

Los meses que acababan de transcurrir, a pesar de su dureza, del vagabundaje por los márgenes de la civilización, se nos presentaban ahora como una tregua, un paréntesis de ilimitada disponibilidad, un don providencial pero irrepetible del destino”.

P. S.: Considero una buena y grata recomendación leer la indispensable trilogía de Levi:”Si esto es un hombre”, “La tregua” y “Los hundidos y los salvados”. Su lectura sería un buen homenaje.

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