Haciendo el mono.

Uno no gana para sorpresas, verdaderamente. No acababa de finiquitar las celebraciones por el 74 cumpleaños de Chita, eterna compañera del hombre de la selva, cuando leo entre sorprendido, sonriente y desesperado también la siguiente noticia: “El PSOE sacará un proyecto para que los simios tengan derechos humanos”.

Estupendo. En cuanto he visto el titular he pensado en la mula Francis: ¿qué será de ella? ¿Había alguien tan parecido al humano en forma cuadrúpeda como ella? No lo creo.

Parece que lo que en un principio era una buena idea, o sea, que los chimpancés, monos, orangutanes, etcétera, dejen de ser objeto de experimentos al por mayor, ha acabado con la sinsorgada en forma de petición del Proyecto Gran Simio (aunque suene a logia masónica, así es como se llama) que pide “la inclusión inmediata de estos animales en la categoría de personas» y que se les otorgue, por tanto, «la protección moral y legal de la que, actualmente, sólo gozan los seres humanos«.

¿Qué les parece?: toda una Revolución Francesa (“La Gran Revolución” que dirían todos los posteriores revolucionarios desde Kropotkin hasta Trotsky) para conseguir los Derechos del Hombre y del Ciudadano (esto último tan fácilmente olvidado en nuestros días) para que ahora se nos queden cojos. Cojos de una pata, se entiende.

Según leo los responsables del Proyecto Gran Simio creen que «hoy sólo se considera miembros de la comunidad de los iguales a los de la especie Homo Sapiens. El chimpancé, el gorila y el orangután son los parientes más cercanos de nuestra especie. Poseen unas facultades mentales y una vida emotiva suficientes como para justificar su inclusión en la comunidad de los iguales«.

Y otra vez veo, casi sin inmutarme, a un gorila retozando en mi jardín mientras le intento explicar por qué somos seres finitos.

Pero lo que de verdad me asalta continuamente, es una pregunta aterradora:

¿Ganarán los monos adquiriendo derechos “humanos” o nosotros teniendo a nuestros “antepasados” como iguales?

Foto izquierda: la tierna Chita añorante a sus 74 primaveras.

Foto derecha: los Derechos Humanos y del Ciudadano, a corregir en breve…

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Iluminados

Veníamos hoy del Botxo mi compañera y yo, cuando todavía permanecían frescas en nuestras mentes las imágenes de lo visto: la «visión» del dictador iluminado -el pueblo a sus pies- mientras su mirada compasiva ejercía de “padre de todos los pueblos”: me refiero a la exposición “ ¡Rusia! ” que hasta el próximo septiembre se muestra en el Guggenheim.

Recomiendo vivamente su visita a quien por dicho país sienta interés: de la iconografía ortodoxo-cristiana se pasa por un breve período de pintura zarista de influencia francesa, para dar paso de nuevo a otra iconográfica “iluminación”. ¡Qué pronto pasó la Revolución Rusa a ser comandada por tipejos que ejercían de Dios en Tierra! A fin de cuentas: ¿quién sino Él se podía permitir el derecho de vida de sus súbditos y no digamos de libertad? La nueva “cultura comunista” fue estudiada brillantemente por Freud en “El malestar en la cultura”:
Pero nos preguntamos, preocupados, qué harán los soviets una vez que hayan exterminado totalmente a sus burgueses. Si la cultura impone tan pesados sacrificios (…) comprenderemos mejor por qué al hombre le resulta tan difícil alcanzar en ella su felicidad”.

De ello se hace eco la exposición en la parte más contemporánea, en un habitáculo infernal que, espero, les haga reflexionar.

¿Cómo pudo una cultura autodenominada “Realismo Socialista” idealizar de tamaña manera a tanto asesino? En uno de los cuadros aparece el famoso bolchevique Kirov, supuesto amigo de Stalin, hasta que, como en el cuadro se refleja, empezó a ser un líder para las masas. Es entonces cuando el dictador georgiano hace matar, a través del no menos asesino Yagoda, a dicho dirigente. Consecuencias: la excusa para dar comienzo a las primeras purgas que acabarán devorando al mismo Yagoda y a tantos otros miembros de la congregación.

También, Freud, en temprana época, avisó de que después de tantos años de guerras de fanatismo religioso en Europa, sus habitantes acabarían reavivando el mismo fanatismo, el mismo odio iluminado -el mismo- en forma de luchas intestinas en un Estado supuestamente ateo. Bertrand Russell también habló en “Por qué no soy cristiano”, tras su visita a la incipiente URSS y siendo de los primeros occidentales en entrevistar a Lenin, que allá no faltaba de nada: si Marx era Dios, Lenin el San Pablo de la nueva Iglesia: el Partido. Lo malo es que el papado de Stalin salió muy caro.

Y entre iluminados cristianos y comunistas (Nietzsche supo muy bien que una religión llevaba a la otra: ¿cuántos ex seminaristas hubo en la Revolución del 17?: cuéntenlos y verán, empiecen por el propio Stalin) volvíamos –decía- de Bilbao. Al escuchar un parte en la radio, no nos sorprendió la noticia: “Desconocidos arrasan, incendiándola, una ferretería en Barañaín (sic) propiedad de un concejal de UPN”.

El iluminado no sabe de razones: actúa por pulsiones. El iluminado no sabe defender ni siquiera su propia “causa”. Dan igual iluminados políticos o religiosos: créanme si les digo que he conocido ambos casos y son idénticos hasta la fusión.

Pero el iluminado es peligroso: hace sangre. Es entonces cuando deja de ser una ruinosa caricatura del ser humano:

«La sangre es el peor testigo de la verdad: la sangre envenena incluso la doctrina más pura, convirtiéndola en delirio y en odio de los corazones«.

(Friedrich Nietzsche Aforismos”)

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Made in China

Hu Jintao ríe. Bill Gates no sabe hacer otra cosa. Los dos ríen en la rica mansión del último. El presidente chino ha prometido esforzarse todo lo posible para “proteger la propiedad intelectual”. Como lo oyen: en el país que cuadró el círculo diciendo (de manera inversa a Marx) que de pura sobreabundancia socialista se pasaba, de la noche a la mañana, al capitalismo. Capitalismo con careta dictatorial: economía capitalista y dictadura comunista, salvajes ambas por nula libertad individual.

El país que le hace a uno “propietario” de una bala, pues de comprarla hablamos, que será la que asesine a su nuevo dueño. El Estado no se puede permitir derroches: más de 4.000 personas son ajusticiadas al año en el país del “Gran Timonel” (aquél rencoroso y paranoico viejecito –enfermedades de dictadores todos- que contagiaba enfermedades venéreas a todas sus jovencísimas amantes por no dignarse a lavarse en meses).

Ya el más famoso buscador que todos empleamos en Internet, se bajó los pantalones hasta los mismísimos tobillos con el tema: el Estado Socialista era “propietario” de su censura. Hágase la prueba si no con una palabra que a los que entonces contábamos con 18 años, dice mucho: Tiananmen. Aquella fascista masacre se ve vilipendiada haciendo uso de dicho buscador: compruébese la diferencia si no entre Google España y Google China

Castro ha hecho lo mismo con el acceso a los ordenadores en “su” (propiedad) Isla. Los disidentes del régimen caribeño hacen sus crónicas por vía telefónica (véase a modo ilustrativo la página: www.cubanet.org) algo también criticado por Reporteros Sin Fronteras.

Imagínense hacer lo que yo tengo el lujo y el placer de hacer: un blog. Impensable en Cuba, más si cabe en la “socialista” China.

La visita de Hu ha sido duramente criticada por Human Rights in China (HRIC) (¿Dónde está Hu ahora? Es su título). Según Reporteros Sin Fronteras, 49 “ciberdisidentes” y 32 periodistas se encuentran encarcelados en China por publicar artículos en los que critican a las autoridades.

Las dictaduras, ríen. Hu ríe. Bill Gates ríe. “¿Por qué la risa? ¿Por qué?” se pregunta Martin Amis en su psicológica disección de Stalin en » Koba el Temible: La risa y los Veinte Millones«. Stalin decía: “La muerte soluciona todos los problemas. No hay hombre, no hay problema” y la carcajada posterior retumba en el fondo de la Lubianka.

El dictador actual también se carcajea. Sonriamos, leve y escépticamente al menos, para de ellos diferenciarnos. La sonrisa es mucho más inteligente. Y no le hace el juego a dictadorzuelos.

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Nostálgica Semana Santa

Amo las calles de Pamplona cualquier mañana de estos días. Sólo turistas y los que o no hemos querido o podido salir de aquí, recorremos sus venas en forma de avenidas, calles y plazoletas. Esta ciudad me gusta así.

La caja tonta nos acribilla a base de películas que, no por buenas, se repiten hasta la arcada. La única alternativa para los televidentes más masoquistas es ver interminables procesiones (incluidos aquellos mozorros que tanto me impresionaran con muy pocas primaveras en mi haber). Me llamaron la atención el otro día los legionarios en Málaga intentando cantar al unísono, pelo en pecho y cristo al hombro. Mi compañera de jardín soltó un inteligente como significativo “¡Qué horror!”. Al acudir a su llamada, que en principio parecía de socorro, ví dicha carpetovetónica imagen. Uno de los marciales portadores parecía directamente la mismísima cabra de la Legión: una larguísima perilla pelirroja casi le molestaba para andar.

Y me repliqué a mí mismo: respeta. Y yo: respeto. Pero hay que ver cuán poca mella hacen en mí los rituales: ya no diferencio en nada una boda al estilo mozambiqueño a lo que por estos lares veo. Supongo que son respetables mientras no dañen a nadie. No se puede decir lo mismo del Islam, al menos en su corto entendimiento surgido allá por África: la clitoridectomía ha llegado ya a Europa. En Francia escandalizó el intento de legalizarlo: de nuevo se “santificó” la palabra más peligrosa del mundo: cultura.

“¡Huye, afortunado, a velas desplegadas de toda forma de cultura!”
decía el viejo Epicuro.

Esto lo avalan noticias escalofriantes como la del niñato turco que en Alemania mató a su hermana por una “cuestión de honor” (se fue de casa harta con su hijo de cinco años y se relacionaba con alemanes viviendo su vida al estilo occidental: pecado donde los haya), un tal Ayhan Sürücü de 19 años, que va a pagar en prisión: ¡9 años de condena!

Y qué decir de los intelectuales islámicos moderados del CIP (Centro para el pluralismo Islámico) de por estos pagos, que ya han recibido alrededor de 30 mensajes electrónicos (Alá se moderniza) amenazándolos por “ateos y politeístas”.

Realmente prefiero la horterada de los legionarios pateando por Málaga.

Sea como fuere, son días en que el martirologio está a flor de piel y ¡de qué manera!

Realmente para quienes tenemos, filosóficamente hablando, mentalidad materialista, tanto alarde de resurrecciones, tanto iluminado y tanta dignificación de la muerte y demás zarandajas, no nos intimidan.

Que la nostalgia nos invada por el gran Epicuro:

La muerte no es nada para nosotros. Porque lo que se ha disuelto es insensible y lo insensible no es nada para nosotros”.

Mientras, paseo y pienso: que siga el folclore.

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Panem et circem

Mal asunto. Peor cuando uno no puede decir que se vea libre de ver tanta ponzoña moral: niñatas ninfómanas de éxito; apaleadores de mujeres que van de graciosillos; correveidiles que pillaron cocaína adulterada por ellos mismos y que era para el amigo de un cámara que conocía al amante de un famoso que está casado y va de hetero pero no lo es…etc.

Leo hoy en la prensa digital que ayer, ése empalagoso personajillo que se hace llamar “Torito”, se dejó hacer lo que técnicamente se llama una “lluvia dorada” por parte de una dama un tanto “apurada”.

Hace bien, el tal Torito, en lubricar sus cuernos a base de tamaño líquido sobrante. Al final no hizo sino teatralizar lo que es: un retrete de boca gigantesca.

¿Creíamos haberlo visto todo?: no se vayan todavía aún hay más. Ni las infumables “Crónicas Marranas” ni los “Mississippis” llegaron tan lejos. Lo que importa es el panem et circem, ya saben.

Si el otro día todo era la historia de una obsesión lo que recorría las pantallas, hoy vaya Vd. a saber qué será. Ayer precisamente me dirigía a comprar Diario de Noticias cuando, ¡oh sorpresa! todavía seguían ciertas revistas en el escaparate con el dichoso tema: la condición sexual y moral de alguien muerto hace diez años. Personaje (independientemente de lo que sobre él pensemos) que se vio vituperado por sus antiguos colaboradores incluyendo los de su propia escuela: realmente los cuervos, tras comer, echan a volar por cuenta propia.

Es estupendo, ahora todo el mundo como loco por la televisión de plasma: cataplasmas es lo que va a crear tanta tontería.

¿Creen, realmente, que a día de hoy la gente ve la televisión como un electrodoméstico?: menudo pecado acabo de soltar. No, claro, la televisión no es como el frigorífico, con una finalidad tan acotada. O como el horno e incluso el amigable microondas. No, la tele es muchísimo más.

Pero resulta que el invento de marras se ve mediatizado por macroempresas, mire Vd. por dónde, y ahí vienen los problemas. A fin de cuentas, alguien tiene que salir en la cajita.

El problema es que si el antaño Generalísimo ofrecía partidos de fútbol para que las masas –sobre todo obreras- se atontaran, hoy todo es mucho más sutil: ¿que a Montilla La Caixa le “condona” una deuda de su partido de nada menos que 1.000 millones?, nada, ya hablaremos del Estatuto catalán. ¿Que resulta que se va a aprobar el Estatuto creando incluso disidencias internas dentro del partido gobernante?, ya tenemos la tregua de ETA en ciernes para hablar. ¿Que hay “crisis de gobierno”?: ¡¡¡la final de la Copa del Rey!!!

Bueno, no me tengan por un ser de otro planeta, a veces veo la televisión, tranquilícense. Aunque como bien dice mi admirado Gabriel Albiac, tal vez debiéramos tirar por la ventana el trasto. El caso es que, además del problema añadido de la posibilidad de matar a alguien, yo no comparto con Albiac el no tener dicho aparatejo: prefiero aconsejar a todos, a mí el primero, el usarlo como es debido. Por eso he blasfemado diciendo que es un electrodoméstico.

Dos son los inventos mejores como antídoto: el vídeo y, ahora y por un módico precio, el DVD (siglas que no pienso investigar qué carajo quieren decir).

Conseguir que dicho electrodoméstico convierta mi jardín de ociosos momentos en una gran cinemateca: es mi objetivo. “Doctor Zhivago”, “Vacaciones en Roma”, “Missing” o “JFK: Caso abierto”, “Éxodo”, “Apocalypse Now”, “La Chaqueta Metálica”, “Los Otros”, “Cromwell”, “La Gran Evasión”, “El Pianista”, “El Señor de los Anillos”, y un largo etcétera nos esperan. Sin molesta publicidad.

El bueno de Voltaire decía que lo intrascendente también servía de tanto en tanto para “no acabar colgándonos”.

Realmente donde sí estoy de acuerdo con Gabriel Albiac es en ser platónico a la hora de hablar del instrumento en cuestión: las imágenes engañan. Es la nueva caverna de fantasía.

Así no es de extrañar que fijemos la visión en el lamentable incidente de unos forales pegándose con unos trabajadores -incidente que, nos amenazan, se ha visionado hasta en Alemania– y no veamos las verdaderas reivindicaciones de unos trabajadores que pierden el 10% de sus sueldos desde hace tres años, padeciendo de facto ya la flexibilidad, haciendo las mismas producciones con 700 trabajadores menos, entre otras muchísimas cosas.

Tal vez por ese sentido platónico el bodrio sobre Encarna Sánchez tuviese el récord de televidentes que tuvo y todavía traiga tanta cola beneficiosa para los magros sueldos de sus otrora alumnos.

Tal vez por eso: panem et circem.

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Espacio libre de humos

Si realmente existe algo en esta estrechísima ciudad -en la que parecen buscar petróleo en los últimos tiempos- algo que pueda respetar, algo que me haga reflexionar, algo que me pueda hacer estar sólo o acompañado de una manera grata: son los jardines de La Taconera.

Nada hay más parisino en toda esta ciudad. Nada tan estéticamente desigual: tanto el pavimento del Casco Antiguo como la “nueva” Plaza del Castillo me horripilan: es la geometría llevada al extremo más insulso. Lo mejor del Casco: sus casas desiguales en colores, en tejados, en alturas…

La perfecta línea recta de las calles pavimentadas al estilo “Bayona” no hace sino defenestrar dicha desigualdad estética. Lo mismo ocurrió con la antaño laberíntica Plaza de San Francisco o con el Rincón de la Aduana.

Llámenme nostálgico, al final todo es muy subjetivo: cuestión de gustos. Pero esa desigualdad queda vigente y mimada, todo hay que decirlo al menos hasta la fecha, en La Taconera.

El Vienés es el contraste de este a veces agujero llamado Pamplona-Iruña: los bohemios de toda la vida, como esa chica que siempre escribe o como el chico de la perilla que mientras espera a su compañera lee, se entremezclan con lo más cutre y “chic” (valgan las redundancias) de la ciudad.

Pamplona se está volviendo lo que odié y lo que odio. Fascinación infantiloide por lo ultimísimo en tecnología en Carlos III, el cubo británico -que corona otro paisaje geométrico- brilla mientras pontifica que ya es primavera…

Todos nos vemos envueltos en el consumismo: así está montado el chiringuito. Todos nos debemos a y tenemos derecho a…

Se agradece tener un pequeño respiro para ver los Teobaldos que todavía tenían más encanto llenos de musgo. Realmente es como para plantar allí el jardín y dedicarse al verdadero hedonismo epicúreo que tanto vilipendió el cristianismo. Hoy nos creemos hedonistas cuando, como cualquier orangután, nos rascamos partes pudendas mientras vemos inmóviles la televisión durante horas.

Reflexionar, dialogar sobre la amistad, sobre Platón y El Estagirita y tantos otros, sobre el consumismo, sobre el fanatismo teócrata, sobre cualquier tema, mientras se pasea por La Taconera: es un lujo asequible aún. Mari Blanca y Don Hilarión Eslava miran desde su época con curiosidad, no así el altivo y genial Gayarre echando de menos su fabulosa casa en Roncal: ¡magníficas vistas desde su ventana por cierto! Les recomiendo una visita fugaz…

Pero creo que igual traslado remolachas y tomates a dichos jardines. ¿Qué si no hay más auténtico y cosmopolita en toda la ciudad? Inmigrantes beben mientras piden fuego a un transeúnte, otros miramos, leemos, hablamos, tomamos té (lo mío no es el café) o simplemente: estamos. Porque mientras estamos somos. Cuando no somos no estamos. Y mientras somos y estamos: interactuamos.

No seamos como el pobre pero respetable “El Oscuro” (Heráclito) que viviendo en el monte no se relacionaba con nadie guardando con avaricia y egoísmo su vasta inteligencia. No necesitamos como él bajar un día, únicamente comiendo bayas, dejando nuestras conclusiones en forma de sentencias en lo más alto de un altar.

Rechacemos tanto jodido altar: nunca Pamplona se sacudirá tanta mojigatería. Sean muchos o no, da igual. Los humos de los dogmáticos siempre tienen altares, religiosos y seglares, a quienes guardar respeto: amén les digo mientras sonrío. Me basta saber con que no soy el único enemigo de sotanas de cuerpo o mente.

Siempre quedará un lugar donde respirar sin tanto dogmático ambiente: La Taconera y sus paseos. Aquí no caben tan malos humos como los suyos.

Peripatéticos somos quienes por sus floridas avenidas filosofamos.

Aún queda un lugar sin humos en la vieja Iruña.

Aún queda un momento que aprovechar de verdad.

Aún queda…aprovechémoslo.

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El hundimiento de abril

30 de abril y cae una lluvia de acero sobre el claustrofóbico búnker. Adolf Hitler Pölzl ya se ha casado. Sólo alguien tan inane como Eva Braun podía conseguirlo. Era el 30 de abril como simbólica fecha en que un totalitarismo, tan bien estudiado en sus orígenes por Hannah Arendt y Karl Jaspers, tocaba a su fin. Y lo hacía dejando paso a otro: Alemania quedaría dividida por los antaño «compañeros de dictadura» (recuérdese el pacto Molotov-Ribbentrop). Pero poco tiempo duraría la luna de miel entre los aliados. Berlín, tendría que resistir en su parte occidental el blindaje de Stalin: la muerte por inanición de sus habitantes fue evitada por un heroico puente aéreo. Pero era el 30 de abril de 1945. Hace casi sesenta y un años de ello: nada en Historia. Las cápsulas de cianuro corrieron por doquier. Materialización simbólica de lo que el régimen nacionalsocialista fue: asesinato y suicidio colectivos. Régimen que debiera servir como ejemplo para desidealizar conceptos hoy. Incluido el propio humano. Sólo la razón humana puede llevar al hombre a perderla. El siglo XX ha dado buenas pruebas de ello: la justificación racional e ilustradísima del horror totalitario. Del racismo. De la intolerancia de clase. Heidegger fue de los no pocos pensadores que por el totalitarismo se dejó seducir. Mark Lilla recuerda en su libro “Pensadores temerarios”, la carta de 1929 en que dicho filósofo afirmaba que los alemanes estaban necesitados de académicos más “enraizados en la tierra”, quejándose de la “judaización de la vida intelectual”. Es importante reseñar las bases ideológicas (como producciones racionales) del nacionalsocialismo germano. No sólo las del fascismo italiano, surgido a su vez del socialismo. Sino también de una larga lista de pensadores que dentro del idealismo romántico decimonónico, se dedicaron a imaginar arcadias felices y puras. Para la ocasión se incluía todo un aparato ideológico que incluían cándidas visiones de los antiguos arios indios. Pero es Karl Jaspers quien espeta a su otrora amigo Heidegger una agónica carta: «¡Yo le imploro, si alguna vez compartimos algo que podríamos llamar impulsos filosóficos, que asuma la responsabilidad de su propio don! ¡Póngalo al servicio de la razón, de la realidad, del valor y las posibilidades del ser humano, en lugar de ponerlo al servicio de la magia!”. La carta nunca recibió respuesta. Heidegger reculó posteriormente enfrentándose con sus conmilitones del partido en el cual estuvo afiliado. Escaso y tímido gesto.
Pero en aquel 30 de abril, que la fabulosa película “El hundimiento” del director Olivier Hirschbiegel tan extraordinariamente refleja, todo era sudor, cianuro, degradación, fanatismo racista, suciedad. La intrascendente Eva Braun, en tamaña situación, refleja cuán imbécil puede ser el humano invadido por un sentimiento identitario: el típico traje bávaro la acompañaría hasta el final. Magda Goebbels era, definitivamente, otra cosa: la frialdad de matar y morir por un ideal que supera a cualquier sentimiento en emotividad. Para ella era el “glorioso” patriotismo hacia una Alemania que no podía sobrevivir sin su Führer y el nacionalsocialismo. Dos mujeres que bien representan a qué puede llegar el “racional” humano. Que representan el pensamiento en rebaño llevado al extremo de pensar en un inmediato “mas allá” (ideología, patria, tierra, clase, raza, universales conceptos todos que nunca existieron salvo en cerebros enfermos como excusa para el asesinato) o en una superioridad moral hacia “el otro”. Proyección de prejuicios hacia quien no es como yo. Efecto “espejo” que decía Freud: pues en ti (el otro) proyecto todas mis frustraciones y prejuicios.
Era 30 de abril y los obuses del Ejército Rojo caían por todas partes. Era el fin del nazismo en el poder. Era el fin del sueño imperial de muchos. Era el fin del revanchista emerger del nacionalismo alemán que no olvidaba la “humillación” de la Primera Guerra Mundial. Los habitantes del búnker desfilaban por última vez dejando tras de sí litros de sangre y mierda.

En abril también, dieciséis años después, fue juzgado en Israel, previo secuestro en la Argentina, el teniente coronel de las SS Adolf Eichmann, uno de los mayores artífices del genocidio judío. De ello se hace eco la mencionada Hannah Arendt: filósofa y politóloga judía alemana, naturalmente no reconocida en su doble condición de amante y judía por Heidegger (pero amante de este último sea como fuere) quien refleja al hombre. Porque Eichmann lo era. Hitler también. “(…) cabe concluir – dice Arendt que la conciencia, en cuanto tal, se había perdido en Alemania, y esto fue así hasta el punto de que los alemanes apenas recordaban lo que era la conciencia, y en que habían dejado de darse cuenta de que “el nuevo conjunto de valores alemanes” carecía de valor en el resto del mundo”. Se olvida Arendt de una cosa: Hitler retoma la “muerte de la conciencia” y la falta total de remordimientos de extractos de Nietzsche. Sólo quien posee conciencia puede permitirse el dudoso lujo de perderla. No sólo eso: quien así actúe también razonará vehementemente dicha pérdida de escrúpulos (véase lo que sobre ello escribe Nietzsche en “La genealogía de la moral” y las diversas entrevistas concedidas por el Führer de aquella entelequia llamada Tercer Reich).
Definitivamente, lo peor del nazismo no fue Hitler. Pero lo peor de todo, es que éste era humano. Demasiado humano. Era 30 de abril, hace casi sesenta y un años.

Foto izquierda: pacto germano-soviético de no agresión a cambio de dividirse Polonia más adelante. En la imagen, Molotov firmando delante de Ribbentrop y Stalin: la lógica de las dictaduras dándose la mano y, sobre todo, riendo.

Foto derecha: cartel de la fabulosa película del pasado año «El Hundimiento«.

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La Navarra asfixiante

Vivimos en un estandarte. Un estandarte que esgrimen historiadores de uno u otro “bando” en contienda. Si en los años 70 y principios de los 80 tuvo cierta justificación algunas reivindicaciones, hoy, ninguna por conseguidas. A fin de cuentas, como decía Nietzsche en “El ocaso de los ídolos”: “Buscando orígenes se convierte uno en cangrejo. El historiador mira hacia atrás; termina por creer también hacia atrás”. El pasado ha pasado y sólo el estudio de éste, nos lleva a la conclusión de que no ha habido un pueblo ejemplar. Ninguno.

Hace unos años, una buena amiga tuvo que realizar una encuesta para que la gente se posicionara, en un número del 1 al 10, en cuánto se “sentía” el interrogado como navarro, vasco y español.

La conclusión era clara: ganaban quienes se “sentían” navarros y españoles sobre los navarros y vascos. Eso sí, como navarro no había ninguno que bajara del 10. Todos navarrísimos. Ahí no había diferencia. Fue uno de los muchos detalles que hizo que me comenzara a sentir antes individuo que navarro. Pasé de un pensamiento identitario a uno cosmopolita. De “masa” a “individuo”.

Sinceramente creo que se peca de chovinismo. Nuestro chorizo. Nuestros sanfermines. Nuestros pimientos. Nuestros vinos. Nuestras chicas. Nuestro carácter ¿único? Nuestro San Francisco y San Fermín (he llegado a ver a supuestos ateos con un San Fermín de oro colgando de su cuello). Nuestro…todo. ¿Y qué decir de la reivindicación hace unos años del dichoso utilitario Polo como producto navarro?

Al final no es sino una muestra de “garrulismo”. Sinceramente. Se puede ser muy amante de la propia cultura y de las propias tradiciones, pero ello suele llevar inexorablemente a la confrontación con otras culturas. Siempre se llega al extremo. Al final nos enfadamos porque el del pueblo de al lado juega mejor al fútbol. Y conste que quien estas líneas escribe ama muchas cosas de aquí. Empezando por Osasuna. Pero nunca haré más patria ni de Osasuna, ni del chorizo, ni de los sanfermines, ni de San Francisco Xavier (a este respecto, pido a los lectores curiosos y no dogmáticos que lean en el monumental “Diccionario filosófico” del ilustrado Voltaire la entrada a él dedicada. Léanlo para no exaltar tanto figuras históricas). Me parecen puro folclore: las patrias. Siempre, repito, siempre hay mejores cosas, recalco: cosas, en otros lares. No digamos, pues, personas.

Entiendo, aunque no me entusiasma, la necesidad de la existencia de Estados. De naciones. Pero la exaltación me parece ridícula. Y así me sonrojé –algo difícil- al pasear por la Plaza de Colón en Madrid y ver el enorme banderón españolísimo, como me sonrojé cuando ví a los cachorros de la Esquerra que, a modo de “garrula” respuesta, colgaron de Montserrat una Senyera unos metros más grande que aquélla. La estructura psíquica para actuar así está clara: yo hago un frontón más grande que los del otro valle porque somos la bomba. Forma de pensar que lleva a no pocos a discutir sobre estupideces. He llegado a ver a un gallego y un vasco-navarro –ambos nacionalistas- discutiendo hasta el enfado sobre la calidad de la carne de sus respectivos lugares de nacimiento. Ahora las terneras, pobres, saben de fronteras.

Es triste que dichos “sentimientos” se mezclen con la fría -que así deja de serlo- política. Freud, desde su «psicoanálisis aplicado» a la sociedad, tildaba al nacionalismo como «el narcisismo de las pequeñas diferencias«, poniéndo como ejemplo el caso de Inglaterra y Escocia: dos países muy parecidos en cultura, lengua, etc., y que se han pegado siglos a torta limpia.

Y yo pregunto: ¿es más importante decidir sobre quién gobernar o sobre cómo gobernar? Me siento más decidido por la segunda. Pido perdón. Barkatu pues a todos. Respétenme como yo lo hago. Sé que soy minoría. Pero ¡cómo lo disfruto!

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Marbella Connection

A veces nos sorprenden actitudes que nos parecen increíbles, que nos exaltan, que nos bloquean.

Tal vez sea necesaria una siempre sana mirada retrospectiva. Nada es nuevo, pienso mientras retumban en mi mente las palabras de hace más de 2.300 años:

Hemos de liberarnos de la cárcel de los intereses que nos rodean y de la política” (Epicuro… ¿quién si no?)

No dudo que existan políticos honestos, incluso que existan políticos que se crean honestos mientras no lo son, pero habrá que reconocer que el “horno político” está cocinando pasteles verdaderamente repugnantes.

Leo hoy, apacible domingo primaveral, que «Schroeder avaló un crédito del gigante ruso Gazprom, para el que trabaja en la actualidad, cuando estaba en el Gobierno”, para que veamos que la corrupción no entiende de fronteras políticas pero sí de políticos.

¿Y qué no diríamos de Cicerón y compañía en la Roma eterna?

No debiera sorprendernos, pues, que la otrora fustigadora del corruptísimo y chabacano Jesús Gil, a la sazón primera teniente de alcalde de Marbella: Isabel García Marcos (¿la recuerdan antaño en ese bodrio llamado “Crónicas Marranas”?) fuese expulsada del Partido Socialista para acabar cayendo en las garras del “Poderoso Caballero…”

Todo se repite, definitivamente el ser humano sólo avanza en ciencia y tecnología y no siempre para bien. Pero en lo que respecta a la moral, nada. Todo sigue igual. Peor…

Y de nuevo resuenan en mí palabras retrospectivas del nunca olvidado Lucrecio. Siglo I a. C., desde su defensa del atomismo materialista y el epicureismo, sentencia:

Por tanto, el humano linaje se afana en vano y sin objeto, continuamente, y en vacíos cuidados consume su vida, y es, sin duda, porque no conoce límite a la posesión ni sabe hasta dónde puede crecer el verdadero deleite…” (Lucrecio en “De Rerum Natura”)

En esto, realmente, no hay nada nuevo.

En la foto: Tito Caro Lucrecio.

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Homenaje: el Rock y la noche

¿Y qué demonios sería de nuestras vidas sin él?: el rock. ¿Y sin ella?: “la música es lo que hace que la poesía no caiga en el abismo” decía María Zambrano.

Poesía y música intiman: eso lo supo ese juglar moderno que jugueteaba tanto con su único amigo, “The End, my only friend”: Jim Morrison y su eterno cuero pegado.

«El poeta de la muerte» fue el mejor cuando su decadencia era más evidente: un buen blues no se canta sin la voz desgarrada por el tabaco y el whisky.

Escucho a alguien más reciente: Diamond Dogs. Cuando una canción evoca en mí situaciones pretéritas, casi siempre alocadas y rayando el límite físico y psíquico, soy capaz de escucharla cuantas veces aguanten mis vecinos. Mientras, escribo. Escribo y aporreando el teclado recuerdo una amante pasada, muy pasada: la noche. La noche me envolvía como un enorme abrigo de pieles: cálido, incitando a la complicidad y también al anonimato cuando era menester.

La noche, la música y la poesía. La noche: la perdición. La música: el ritual chamánico que precedía a aquélla. La poesía: el recuerdo posterior a tanto exceso. Caras carcajeantes por gracias que no se recuerdan; el humo, el jodido humo y su impregnante olor; los claustrofóbicos “garitos”; las eternas callejuelas que entre risas nunca acaban; los coches a toda velocidad; la cerveza; el tapón de whisky; el tequila; el cubata.

Pero Heráclito tenía no pocas razones para afirmar que todo fluye, nunca nada, ni nadie, es el mismo. Todos evolucionamos. Sólo gente enferma no lo hace. Un accidente, digamos, natural.

Así pues, hace tiempo que no voy a conciertos. Así pues, hace tiempo que no voy al fútbol (antaño complemento directo de la noche al menos en mi caso).

Me he convertido en rockero de biblioteca y en aficionado de salón.

Mas no importa: queda el narcótico recuerdo que me hace evadirme de la “actualidad” y la ilusión de que dicho pasado se haga presente alguna vez.

Foto: Jim Morrison en décadence

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