Primo Levi.

Aquella mirada no se cruzó entre dos hombres; y si yo supiese explicar a fondo la naturaleza de aquella mirada…habría explicado también la esencia de la gran locura de la tercera Alemania. El cerebro que controlaba aquellos ojos azules…decía: esto que hay ante mí pertenece a un género al que es obviamente indicado suprimir…”.

El extracto: en la inmortal obra “Si esto es un hombre”. El autor, Primo Levi: químico originario de la ciudad de Turín y de orígen judío, fue partisano antifascista en la Italia mussoliniana. Caído en desgracia, fue enviado al Lager que más concita un sentimiento de horror: Auschwitz.

Su trilogía se ve completada con “La tregua”, en que narra el surrealista regreso de miles de personas después de la liberación del Lager; y “Los hundidos y los salvados”: el más reflexivo. El más filosófico si se quiere. Y digo último en todos los sentidos. Desgraciadamente, Levi se suicida poco después de escribirlo – en 1.987 – curiosamente después de analizar comportamientos de supervivientes que como él acabaron precisamente en su autodestrucción. La tétrica pregunta que merodea en la mente de un superviviente: «¿Por qué yo me salve, por qué?», es la antesala de su drama.

Primo Levi nos enfrenta a la cruda realidad de hoy en día: la ligereza con la que a veces empleamos el término “genocidio”. Sólo a veces. Darfur y tantos otros lugares nos recuerdan qué es exactamente un genocidio. Pero la manera industrializada, numerada, del asesinato masivo de esclavizados humanos muriéndose de hambre o a través de la llamada “Solución Final”, del paseo directo al horno crematorio o a la cámara donde el Zyklon B hará el resto: nos obligan a no callar. Nos obligan a no guardar silencio.

No eran humanos: eran números tatuados en piel. Simples “unidades” que aniquilar. Pero Alemania no quería hablar ni veía lo que no quería: los campos de concentración se diseminaban hacia el Este, donde el “espacio vital” del Reich se ampliaba aniquilando a las “razas inferiores”. Manos limpitas para aquéllos que a sus vecinos denunciaran como: judíos. También homosexuales, enfermos y comunistas tuvieron su ración (los últimos no tan mal tratados: alemanes al fin y a la postre).

Rochus Misch, guardaespaldas todavía vivo de Hitler, nos dice en su testimonial y recién publicado libro de la mano del periodista Nicolás Bourcier, que cuando estuvo por heridas de guerra en un hospital un hombre “me explicó que era prisionero de un campo de concentración (KZ o Konzentrationslager) en Dachau, cerca de Munich (1). Fue la primera vez que oí hablar de ello”. El “delito” del sujeto en cuestión: ser testigo de Jehová.

Hoy, negacionistas se reúnen con un loco atávicamente judeófobo como Ahmadineyad.

Hoy, 30 de abril, de nuevo, el algo olvidadizo Rochus Misch, rememorará aquellos disparos. El silencio después en el búnker. Más tarde, los Goebbels, tras asesinar a sus hijos, morirán como su queridísimo Fhürer y compañera. El mismo silencio que más tarde encontrarán soviéticos y aliados:

Estábamos hablando cuando de repente alguien gritó en el pasillo:
-¡Linge! ¡Linge! ¡Creo que ya está!
Yo no había oído los disparos.
Bruscamente reinó un silencio absoluto
”, dice Misch.

Es el silencio de los millones fría y calculadoramente aniquilados de manera industrial y marcialísimamente. Asfixiarlos en camiones con el humo del tubo de escape ya no era rentable: las “unidades” caían con los nuevos métodos. Pero luego vino la falta de un susurro al menos. El silencio. Los alemanes callaban. Ya nadie odiaba a los judíos, nadie era ya del NSDAP, nadie adoró a Hitler…nunca…

Una enfermedad que carcome: el silencio cómplice.

(1): De los primeros campos donde la ignominiosa shoá se puso en marcha.

Imagen: Un Primo Levi como algunos preferimos recordar: sonriente.

Deja un comentario

El Zar ha muerto.

El mismo con pinta de nuevo Santa Klaus postmoderno. El mismo que trajera en el fardo de su trineo (que era el omnipresente Partido) una larga lista de regalos: cañonazos en la Duma; corrupciones; genocidio checheno; alcoholismo; gamberradas de críos de 15 o 16 años en pleno “reinado”. A pesar de haber sido un buen chico de la nomenklatura, supo traviesamente jugar sus bazas: como pellizcos a una secretaria agraciada, pellizcaba así poder: ese ente del que tan eróticas y embriagadoras esencias emanan.

El mismo: nacido el 1 de febrero de 1931 en Butka, cerquísima de donde –en una paradoja casi perfecta- muriera asesinado por los bolcheviques el anterior Zar y su familia entera en 1918: la ciudad de Sverdlovsk (llamada Ekaterimburg hasta 1924).

Resuenan las campanas por el Zar. El Zar ha muero: ¡viva el Zar!

Pero él ya no era quien dirigía los hilos de ese inmenso Estado mafioso-terrorista: sus aficiones etílicas le tenían francamente ocupado. Su tendencia, reconocido por sus pacientes guardaespaldas, hacia síntomas ciclotímicos, tal vez tuviera su origen en lo que yo llamaría el “Síndrome del Kremlin”: hijo y nieto de kulags expropiados, ingresa en el otrora PCUS al que debiera odiar.

Bujarin también volvió de su trayecto europeo recogiendo textos de Marx y Engels sabiéndose a punto de ser engullido por el monstruo georgiano.

Pero este Zar dejó de serlo de facto , como digo.

El Santa Klaus de la política: gordito y sin barba; peno cano y coloretes pero no del frío precisamente, estaba ya muerto en política.

Hoy, su delfín detenta el poder con los mismos fines.

Pero éste apenas bebe: practica las artes marciales casi con tanto énfasis como con las mafiosas. En su zurrón trae más asesinatos y Polonio a tutiplén.

Nicolás II muere en 1918. Stalin en 1953. Yeltsin en 2007. Putin, tan siniestro como el que más: seguirá vitaliciamente aun cuando oficialmente no detente el poder el año que viene.

El Zar ha muerto: la saga continúa…siempre.

Es la Rusia eterna.

3 comentarios

El brazo armado de Dios.

De nuevo un día once. De nuevo el siniestro simbolismo de la teocracia asesina. De nuevo los mártires necesarios para aquélla. Y, de nuevo, cómo no, la sangre: “La sangre es el peor testigo de la verdad: la sangre envenena incluso la doctrina más pura, convirtiéndola en delirio y en odio de los corazones” citaba humildemente a Nietzsche en otro “post”. De nuevo, al fin, la sucursal de Al-Qaeda en el Magreb ha ejercido de brazo ejecutor de Alá.

Hoy haré caso, en plena celebración de la primera década de existencia de los “blogs” o “weblogs”, llevando a término la definición que de “post” se da: apuntes cortos a modo de agenda o bitácora.

El fanatismo no merece más: sea aquí en casa como en Argelia o Marruecos , teniendo por ejemplo aquello que el “Intempestivo” decía del vicio de los historiadores en su “El ocaso de los Ídolos”: buscando orígenes de tanto mirar hacia atrás, terminan por creer hacia atrás (nacionalismos divinizando un pasado fantástico e irreal como los supinos imbéciles suicidas asesinos buscando una especie Al-Ándalus mundial).

El silencio es cómplice”, decía una tal Yoyes después de tildar a ETA de “organización estalinista”. No calló. No quiso. Por ello, y no otra cosa, fue asesinada.

No será ese silencio el que en unas líneas comience, sino el del justificadísimo hastío hacia tanto “buscador hacia atrás” para poder permitirse el dudoso lujo de poseer: identidad. Contraponerla a los demás violentamente: cuestión de tiempo e insuficiencia neuronal.

Al final, pues: es la moral del cangrejo.

Buscando orígenes se convierte uno en cangrejo. El historiador mira hacia atrás; termina por creer también hacia atrás”. Nietzsche dixit.

Callo, pues.

Sólo por hoy.

Imagen: valientes cangrejos.

10 comentarios

Cordura republicana.

Tal vez esta Europa tenga solución a pesar de sus mensajes auto-consolatorios dedicados al multiculturalismo (equívoco concepto que nos sirve en bandeja un horrendo puzzle donde se fomenta la guetización: eso y no otra cosa es el multiculturalismo, antítesis del mestizaje en aras de la idealización del concepto del que tanto renegara Epicuro: la cultura). En ese París que en mí evoca la cordura por sus bulevares bien delineados y, cómo no, por sus Jardines de Luxemburgo de cuyo Palacio fueron expulsados los títeres nacional-socialistas, en ese París, decía, el Tribunal Correccional de la ciudad ha absuelto a Philippe Val, director de la satírica revista Charlie Hebdo. Mientras salían las caricaturas del profeta Mahoma en unas cuantas publicaciones europeas a modo de solidaridad –iniciadas en Dinamarca– con la ya amenazada revista gala, aquí, la revista satírica par excellence, literalmente se “cagaba” de miedo en su portada. La misma revista que hiciera, a quien estas humildes letras escribe, pasar una adolescencia más crítica con la educación recibida y momentos de grato escape ante la mojigatería, donde el Ente cristiano era caricaturizado inmisericordemente. La misma. La cosa cambia con el multiculturalismo: no vayamos a ofender a las “otras” religiones (culturas) que tienen unos sentimientos “muy fuertes” entre sus creyentes. Pero tanto la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia (UOIF) como la Gran Mezquita de París, van a tener que tragar con el laicismo galo que hace de la libertad de expresión saber reírse del integrismo. Repito, mejor dicho, repite el Tribunal: “del integrismo”…

Decía Marx en “La cuestión judía” que “la religión es cabalmente, el reconocimiento del hombre dando un rodeo, a través de un mediador”. ¿Por qué no reírnos algunos a costa del mediador? No hay coacción ni amedrentamiento en dicho proceder. Algunos, el Tribunal de París, lo llaman “legítimo derecho a la libertad de expresión”. Yo, también. El gran problema que nos venden diariamente en los medios de comunicación, sobretodo en la televisión, es el que Guy Debord denunciaba en “La sociedad del espectáculo”: “La alienación del espectador a favor del objeto contemplado (que es el resultado de su propia actividad inconsciente) se expresa de este modo: cuanto más contempla, menos vive; cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad, menos comprende su propia existencia y su propio deseo (…) sus propios gestos dejan de ser suyos, para convertirse en los gestos de otro que los representa para él.” Así, toda la morralla políticamente correcta nos lleva a reírnos de todo, menos de lo políticamente correcto. Se nos olvida que antes “herimos sensibilidades” (como la cristiana) que nos traen al pairo mientras nos cuidamos muy mucho de hacerlo con las “nuevas sensibilidades”: incluso algunos, por dicha incomprensión de la propia existencia que diría Debord, creen ser culpables por haber provocado la irritabilidad de dichas “sensibilidades”: se lo dijo la caja tonta, “los occidentales somos muy malos”. El miedo a que le llamen a quien piense por cuenta propia y con la cabeza fría “racista, xenófobo” o vaya a saber Vd., pende cual espada de Damocles sobre sus testas. Sólo insulta quien no argumenta y el fanático –también el de lo políticamente correcto- no tiene ganas de sufrir: sólo de reflejar freudianamente sus frustaciones en “el otro”, el que piensa diferente. Suicida forma de pensar. Tras una cortina de intereses no siempre altruistas, no pocos intelectuales y mass-media se dedican a triturar a quien cree en una progresiva integración. “Donde fueres haz lo que vieres” debiera ser un buen principio. La idealizada “cultura” no debiera ser el comodín, el pim-pam-pum de todos los acomplejados por la caja tonta, que encima haga respetar lo inmoral. Cualquier Sancho Panza sería más cuerdo que a quienes denuncia Debord.

Por mi parte, siempre tendré para mí –sospecho- como a una gran amalgama simbólica, eso que algunos llaman religión. Sé que todas no son iguales. Lo sé. Sé que nos sabemos pocos, los ateos, los agnósticos, los panteístas, politeístas, etcétera. Y también sé que tampoco somos iguales. Ni mucho menos. Lo sé. Pero también sé que así como Voltaire fue un creyente cabal, hoy, en su Francia natal, reina la cordura. Son días de cordura republicana. Que nunca se vayan.

Imagen: el situacionista Guy Debord, un infatigable luchador contra lo política y culturalmente correcto, imperio que todo lo impregna hoy.

4 comentarios

Tocado por el tiempo.

Soy joven. Pero ello no tiene mucho que ver con la continua cadena de aconteceres que a cualquiera que tenga la dignidad de llamarse a sí mismo ser humano, le suceden. Las cicatrices, visibles o no físicamente, existen. Máxime en un primer mundo donde la elección (la libertad por tanto) está al alcance de uno, con sus limitaciones, pero al alcance de su mano.

El próximo día 29 está de cumpleaños este blog, también su dueño. Nunca lo inicié por ser el día de tan modesta efeméride, créanme. No sé porqué. Realmente es otro de esos eslabones que hacen que la vida tenga, como la novela, principio, nudo y desenlace. Dejemos el desenlace para más adelante: sigamos en el nudo gordiano.

Cuando Julien Green hablaba en el prefacio de su libro sobre cómo quería describir su querido, desaparecido y natal París, no se quedaba en tales delimitaciones: estoy convencido de ello. La vida es un paseo, pero un largo paseo sin objetivo alguno: “uno de esos paseos en los que uno no encuentra nada de lo que buscaba, sino buen número de cosas que no buscaba”. ¿Qué es la vida sino un paseo lleno de “encontronazos”? El tiempo únicamente pone fronteras a dicha denominación: la vida.

Pero la vida se hace objetivo viviéndola, lo saben los fenomenólogos, así, yo también la vivo: la definición de Green sirve para alguien que, como quien suscribe a su atención, perdiera hace tiempo el interés por los políticos y se aviniera a convenir con Voltaire que hay que captar el “espíritu de los tiempos”, pues “es él quien dirige los grandes acontecimientos del mundo”.

¿Se puede despreciar a los políticos –casi a todos, no todos- sin tener en cuenta su religiosa doctrina materializada en unas patéticas siglas y amar la o las teorías que hicieron a tales botarates tener dichas ideas y poltronas donde sentarse?: sí. Un rotundo sí. Claro que sí. ¿Qué haría aquí yo después de casi un año escribiendo si no? ¿Se debe uno a sus lectores-visitantes?: a los únicos, por supuesto.

Así, creo, puedo reclamar sin tener la verdad absoluta (horrendo concepto éste último adorado por fanáticos y supersticiosos: absoluto), la libertad de pensar contra fanáticos y supersticiosos.

Voltaire, mi querido François-Marie Arouete, no tuvo una ejemplar vida que digamos: moralmente hablando al menos. Pero sus palabras retumban en este blog como una premisa mayor de un silogismo aristotélico: “El supersticioso es su propio verdugo: lo es también de quien no piensa como él”. Así el supersticioso trastocado en fanático es capaz “llevado por su celo (…) de todos los crímenes en nombre del Señor”. Da igual si éste se llama Dios, Yavhé o Alá.

Si algo aprende uno con el tiempo es a no dejar de aprender.

Afortunadamente, todavía muchos que no han escrito grandes obras hacen de su comprensión y relativa complicidad mi causa.

Gracias.

Imagen: mi manera de dar las gracias con la fotografía del exquisito escritor Julien Green.

2 comentarios

Celo electoral.

Autonómicos, municipales días. Da gusto pasear por la ciudad: en cualquier momento le atraviesa a uno, entre pierna y pierna y como brotando de la nada, un nuevo carril-bici arrasando árboles y carreteras a su paso. Si árboles desaparecen sospechosamente tras una larguísima vida, brotan por doquier y como setas postes con sospechosos restos de embalaje en sus cimas.

Todo parecía indicar que era una serie de síntomas, ocupado uno como estaba en otros menesteres. Así, cuando han coronado dichos postes con un sinfín de carteles, ahora sí, bilingües, todos los síntomas se agolparon en mí, en plena vuelta al hogar, recordándome de qué enfermedad se trata: es el celo electoral. Échense a temblar: si no, ya lo harán los martillos hidráulicos que perfilan las nuevas aceras, ahora sí, aptas para disminuidos, como las grúas que llenan de “cicatrices” los barrios norteños de la ciudad (con la excusa de un colector parecieran estar haciendo una línea de metro, sinceramente, porque petróleo no sale por ningún lado).

Y del Centro, ¿¡qué decir del Centro!?: engalanado todo de peatones mosqueados que sortean montones y montones de euros en forma de nuevas losetas en sus palés y de trincheras de ladrillos y arena. Más engalanada aún la ciudad con filas interminables de conductores al borde de un ataque de ansiedad (digo al borde por ser benévolo) porque no pueden regresar a sus casas: la carretera está de dieta, afinando cintura cargándose un carril. La larga fila de coches pareciera una luminaria navideña. La vida es bella.

La sabiduría popular, a veces, sólo a veces, acierta. Todos llevamos dentro un pequeño Sancho Panza. Lo digo pensando en las últimas elecciones autonómicas: una señora decía, creo recordar que por la bella Extremadura, que ojalá estuvieran en su pueblo siempre de elecciones autonómicas. En cierto sentido tenía razón, al menos cuando en las malditas señales y sus INDICACIONES (que al final es lo que importa tanto a foráneos como a los que aquí habitamos) pienso y veo…aunque ya me acostumbré a guiarme por los astros, como los presocráticos (cualquier día me mato al volante).

Mientras, en los cartelones del dirigente tal, alguien se ha pasado con el photoshop (o como demonios se diga) y de la cara cerúlea sobresale una sonrisilla siniestra a la que sólo le falta un par de colmillos goteando algo parecido a sangre.

Al dirigente cual, no hay quien le arregle y lo presente como alguien con una jeta que no sea enfurruñada y a la defensiva. Son como niños.

Aún recuerdo, hace unos trece o catorce años, la grata lectura del libro escrito en forma de diario al estilo Ana Frank por una niña bosnia, Zlata Filipović y cómo justo antes de la guerra lo típico era llamar a los políticos “esos niños locos”. Buena liaron los nenes.

Pero aquí no hay guerra, afortunadamente, salvo para prometer más y mejor e intentar con su demagogia demostrarnos que únicamente ellos son los que más se han preocupado por nuestras insulsas y aburridas vidas: ya están aquí, ocupando nuestros buzones; asaltándonos con encuestas; atragantándonos en mitad de la comida con un nuevo anuncio; no digamos ya con el repetitivo anuncio en las ondas hercianas: ¡si hasta le mandan a quien escucha uno de dichos “spots” un virtualísimo beso!

Échense a temblar o agárrense a las grúas, el terremoto tiene nombre. ¡Siéntanse queridos!: es el celo electoral.

Deja un comentario

El peligro del blogger…

Decía lord Bertrand Russell en su “Elogio de la ociosidad”, que cuando dos grupos organizados dan simultáneamente consejos opuestos: esto se llama Política. Que bien pudiéramos identificar dicho término, en concreto, con Democracia. En Egipto, se sabe, sabemos, que dicha peculiaridad no existe: Hosni Mubarak se encarga de ello.

Abdel Karim Suleiman, “blogger” de 22 años, va a pagar con cuatro años de cárcel, incluidos trabajos forzados, la osadía de haber olvidado que en Egipto, Russell no tiene razón. Comparar a Mubarak con un nuevo faraón, no admite duda. Pero la realidad y la libertad de opinión siempre resultaron molestas a los faraones.

Decía en la misma obra tan insigne filósofo inglés, con toda la carga irónica típica de los autores de aquella isla, que la Grecia Clásica fue una civilización muy superior a la nuestra gracias a que “fue la ineficacia de su policía, la que permitió escapar a una gran proporción de personas decentes”.

Así, en la Antigua Hellas, Abdel Karim Suleiman podría seguir defendiendo sus ideas a través de un inofensivo blog: las dictaduras, aún encubiertas, necesitan de la policía política y su eficacia. No digamos ya de la policía religiosa, puesto que el mismo “blogger” ha sido también acusado de insultar a la religión musulmana. Él: un creyente musulmán no rigorista. Nadie se salva en el fanatismo: el sectario pensamiento de quien así actúa no deja lugar a matices, inmediatamente trastocados por tan obtusas mentes en disidencias perniciosas.

Pero a las religiones poco les importa que un muchacho de 22 años pague con cuatro años de su joven vida la temeridad de decir lo que piensa. Un tal Nazir Habib, a la sazón abogado que estuvo entre el público en semejante “juicio”, declara que “Hay cosas de las que uno no debe hablar, como la religión y la política. Pienso que deberían de haberle dado 10 años”. La “religión de Estado”, visión fanática de la religión por definición, no deja lugar a dudas: da más importancia al más allá, que –como diría el viejo Epicuro– a “un radical más acá”.

Y sigue Russell: “Aun los creyentes están mucho menos preocupados por los efectos de la religión en este mundo que por ese otro mundo en el que declaran creer; no están, ni con mucho, tan seguros de que este mundo fuese creado para la gloria de Dios como de que Dios es una hipótesis útil para mejorar este mundo. Al subordinar a Dios a las necesidades de esta vida sublunar, arrojan sospechas sobre la autenticidad de su fe. Al parecer, piensan que Dios, como el sábado, fue hecho para el hombre”.

No andaba alejado el inglés, sospecho que quienes tantas empíricas demostraciones de fe necesitan, demuestran poca fe…

Quedémonos los librepensadores con Russell y el viejo Epicuro.

Post Scriptum: Considero una obligación moral, con toda su carga, que tanto los que en este periódico tenemos la suerte de poseer un blog y poder expresarnos con entera libertad, como todos aquéllos que posean uno sea donde fuere, protestemos contra execrables actos como el aquí criticado. ¿Meteremos en la cárcel a quien no esté de acuerdo con nuestras opiniones en estos blogs?: he ahí la diferencia.

Imagen: Bertrand Russell y su eterna pipa.

5 comentarios

El arco del mal gusto.

Fin de semana para disfrutar de Madrid: edificios y avenidas; el Círculo de Bellas Artes y su ambiente; el Museo Thyssen y el inmortal Van Gogh; el Prado y siempre, siempre, Velázquez, el único que pintó el “aire”. También la gastronomía –más barata que por estos pagos- y la eterna cerveza “bien echada”; sus bares, tascas y cervecerías de azulejos brillantes con ventanales en que sentarse; la heterogeneidad de sus habitantes, de sus trabajadores. Por pura casualidad, también su carnaval: peculiar desfile por Alcalá hacia la zona donde el precioso Edificio Metrópolis divide como una cuña dicha calle en dos: Gran Vía y Calle Mayor, haciendo de dicho punto algo neurálgico. Nuclear. Visiones nocturnas de neón y agua: Neptuno y Cibeles brillan reivindicándose. También la impasible Puerta de Alcalá. No así la estatua de Espartero más arriba: sólo cuando llovía vimos a la perfección su silueta, sus contornos, dejando así de ser una ecuestre sombra.

Y entonces alguien se extraña, recordándome otra casualidad – como la del carnaval pero más ingrata – de que mi compañera y, sobretodo, yo, llevemos visitando todo el día museos. “¿Museooos?”, me espeta un viejo conocido denotando ya un tonillo de pijo ochentero, todo hay que decirlo, despectivo por cuanto acompañaba tal retórica pregunta nunca respondida con un ostentoso gesto de la aleta izquierda nasal. Quien así me inquirió, iba a la capital a visitar la Feria de Arte Contemporáneo: ese machaca cerebros “vanguardista”.

Hace algún tiempo, el 24 de agosto de 2004 para ser exactos, cometí, de nuevo (no aprendo) otra afrenta al buen gusto de los nuevos piji-progres en forma de artículo que este periódico tuvo la deferencia de publicar (“Cultura y corrección política” se llamaba mi infamia). En dicho horrendo ataque a los chachis que nunca están “demodé” (salvo cuando dejan de estar al tanto de lo que en Nueva York se hace cada cuatro días) ahondaba en el equívoco término “vanguardia”. Citaba a Boadella, siempre el ingenioso hidalgo y bufón Boadella, diciendo en tan reaccionario, infame y ruin escrito del que me declaro culpable, lo que en sus memorias no era sino una genealogía de dicho término: “vanguardia”. Así, para nuestro querido Bufón el problema radicaría en dicho concepto, término en principio de clara connotación militar, reaccionando con orgullo: «(…) en estos tiempos se trabaja con más libertad y tranquilidad si se acepta a priori el calificativo de reaccionario, imputación infamante que, como castigo público, margina al artista de la descarnada comercialidad, encubierta hoy bajo los términos contemporáneo, modernidad y vanguardia«.

En dicho escrito, del que por su realización de nuevo reconozco tener que subir al cadalso y pagar por mis incorrectos y descarados exabruptos, comentaba con el desparpajo del pecador que soy, que el gran problema también reside en listillos disfrazados de artistas que se dedican a ser “lo más y lo último” en todo. Algo bien reflejado por el Bufón en su obra al frente de sus geniales Els Joglars: El Retablo de las Maravillas. Cinco variaciones sobre un tema de Cervantes. En dicha obra queda reflejado el imbécil que mide la sapiencia cultural de sus interlocutores por la frecuencia en viajar a Nueva York y ver sus galerías de arte moderno. Y es que, a fin de cuentas: «el arte es una cosa tan sencilla como mirar, leer o escuchar a través de los sentidos del artista. En definitiva, siempre arranca de un acto abstracto para conseguir un efecto real. Hecho al revés, dejando la abstracción como fin, es una nimiedad sin interés«.
Culpable, señores inquisidores que al grito de “¡Osseeaaa, de un universo a otro en Arco! ¡Qué de putísima madre tíaaa, esss que no me lo puedo creer: que fantasía de universos!”, me hacen temer que la fantasía de ir de un universo a otro respondiera a alguna ingesta psicotrópica por parte de la chica a la moda que chillaba a mi lado a través de su móvil (o dicho aparato era del Pleistoceno, cosa difícil, o quizá el chillar también forma parte inherente, sospecho, del que denomino como “piji-progre”).
La chica iba entusiasmándose hasta el momento álgido: “¿¡Y la esssposición de frigoríficos cubanos!? ¡Buah, tía, una pasadaaaaa, de verdáaaa!”.

Y aquí, el pecador, pensando: “Ahora la pobreza es “chic”, por lo visto”. Así Perugorría, genial actor aunque, como pecador que soy (perdón mil veces de nuevo mis torquemadas piji-progres) deberé cambiar mi concepción de él: ¿se dedica a alargar ad eternum su fantástica escena en la película “Fresa y chocolate” con su Rocco, frigorífico que delata una sociedad enferma? ¿Falta de ideas tal vez?

¿Queda así en el baúl de los recuerdos superguays el tema denunciado en la película referida (un régimen opresor que, entre otros, persigue a los homosexuales porque “la Revolución no entra por el culo” y porque nadie disiente, por cojones) y ahora se dedica a la delicia “estética” de exponer neveras de los cincuenta ?

Como pecador que soy, recordaré las palabras del poeta disidente (seguro que una cosa lleva a la otra piensa mi infectado cerebro) y cubano como el que más: Raúl Rivero , definiendo a la perfección el régimen de los frigoríficos vacíos y estropeados como de “machista-leninista”.

El regreso, quede constancia para quien me vaya a crucificar o, mejor, envenenar con Polonio 210 que es mucho más “cult” y está “In”, digo, el regreso de Madrid fue un encanto: lleno de piji-progres. Progres porque a diferencia del típico pijo ochentero que denominaré: estilo Hombres G, ya desaparecido; éste nuevo hace surf y submarinismo; le encanta cierta y concretísima prensa y los “artistas” en ella publicitados (los que leemos todo tipo de periódicos somos seres extraños que pierden su tiempo miserablemente); llevan algún tatuaje gótico o que llama al amor libre como en los sesenta, pero sin pasarse…(tatuarse un condón les parecerá demasiado, digo yo…con perdón); les encanta esquiar y viajar con dinero de papi, mami, o dedicándose a sacarse una pasta con oficios que no nombraré para que una vez ajusticiado, no se ceben con mi cadáver, eso sí, artísticamente; dicen tacos y hablan fatal de los típicos clasicones reaccionarios; practican el consumismo de diseño mientras protestan –con la boquita pequeña- contra grandes empresas explotadoras que generalmente les visten, etcétera.

Por tanto, como culpable declarado: declaro que Velázquez y su luz me son mucho más apetecibles desde la subjetividad de mi gusto que un tipo en un váter con el pene erecto (nada de artístico, a no ser que hablemos de tamaño y, sintiéndolo mucho, no pasa de la media nacional: palmero, vaya) o de fotografías monísimas de manos o de espaldas para colocar en la alcoba de la enorme choza de estos nuevos nenes bien.
Pisarro tal vez me haga parecer con sus parisinas y lluviosas calles al tipo de la fotografía en el váter: me culpo de ello también; tal vez lo hagan también Tiziano y mi admirado Van Gogh (lo nombro de nuevo para reiterarme como culpable en grado supremo: pues alevoso mancillador de lo último soy).

Tal vez el Bufón esté en lo cierto (siempre supieron más que las testas coronadas: los bufones) cuando dice que el arte: “siempre arranca de un acto abstracto para conseguir un efecto real. Hecho al revés, dejando la abstracción como fin, es una nimiedad sin interés«, salvo para los piji-progres que chillan en el tren de regreso de una feria «super-mega-hiper-ultra-guay».

Yo, mientras sorbo con paciencia un café, me quedo con Velázquez y su luz.

Imagen: sin palabras. Había otras «menos decorosas»…

2 comentarios

Saber reír

En estos azarosos días: me puede por mil razones que sólo a mí me incumben – si me lo permiten los gentiles lectores – el cansancio. Sólo cansancio: físico y mental. No así anímico.

No se confíen los fanáticos de todos los pelajes: ellos seguirán haciendo lo único que saben. Yo, también. Lo mío: pura humildad pues nada en este mundo azaroso, también, es susceptible de cambio por lo que uno diga. Nada que yo piense y escriba puede cambiar a alguien que vive en el país de la consolación dogmática. Como mucho a uno le pueden dejar de hablar (cosa que me importa un carajo, todo sea dicho), pero nada cambia.

¿Fanatismos?: religiosos o políticos ¿se diferencian en algo? La sustitución de Dios por la “Patria” o de ésta por Dios o, peor aún, la comunión (perdón por la ironía y la mala uva) entre ambas: son lo mismo.

Los colorines en banderas que ondean al viento; el escupitajo dialéctico en el micrófono-alcachofa de cualquier parlamento o asamblea, me aburren sobremanera: ¡levanten la mano del teclado a los que también!

Sólo una referencia prometo a mi conciencia (perdón por el horroroso pareado ) con respecto a la actualidad: la que llama literalmente a mi puerta y ya tratado en otro artículo en este blog.

La satírica revista Charlie Hebdo, (compárese en dicho artículo cómo trató la misma noticia sobre las caricaturas de Mahoma su homónima El Jueves aquí) está sentada en un tribunal.

Sólo quien se toma demasiado en serio aburre. Sólo quien se toma demasiado en serio a sus creencias –pues se funden, así lo pretenden, en uno- es demasiado tonto como para saber reír. Reírse de sí mismo.

Cientos de números de la revista española citada hicieron que mi adolescencia fuera más divertida: reírse del Ente cristiano tenía su aquél.

Ahora, peor que los señores franquistas de toda la vida (alguno existe todavía y, si no, otros cogiendo el testigo) tienen mejor humor: el integrismo que ya en sus orígenes persiguiera a sus hijos más inteligentes (y por definición no fanáticos) como Averroes, son peores que cualquier malhumorado “Martínez el facha”.

Cualquiera, tenga una visión y una idea religiosa o no, puede acordarse de la anécdota de la que se hace eco El Estagirita en su imprescindible obra (para fanáticos y teócratas sobre todo) la “Política”:

Cita Aristóteles el caso de Amasis, referido a su vez por el gran historiador heleno Heródoto: Amasis después de derrocar a Apries, llegó a ser faraón de Egipto hacia el 560 a. C. Al principio fue despreciado por los egipcios por proceder de una familia sin alcurnia. Pero él supo ganárselos con habilidad, poniéndoles como ejemplos una jofaina de oro, que servía para lavar los pies; él la hizo refundir y transformar en una estatua de un dios, a la que todos los egipcios veneraban con fervor. De la misma manera, si él había sido antes un simple hombre de pueblo ahora era su rey a quien debían honrar y respetar. Y todo gracias a una miserable palangana…

Creyentes que reís: merecéis el respeto de cualquier ser inteligente como vosotros.

Creyentes de patrias y demás: ved en el lavapiés una patria o una bandera; si reís también seréis sabios.

Reírse de uno mismo es no ser testarudo: “Todo necio es obstinado y todo obstinado es necio” decía el gran Baltasar Gracián de nuestro Siglo de Oro.

Charlie Hebdo está frente al jurado: algunos no saben reírse.

Imagen: Aristóteles, el Estagirita…seguro que sabía reír.

7 comentarios

Ritual de sangre.

Siempre se me antojaron estéticamente indecentes. Siempre se presentaron ante mí como fanáticos y espasmódicos homenajes a la nada: terrible concepto que lleva indefectiblemente –en algunos- a la angustia.

Para no caer en ella, los hay de todos los pelajes: rituales.

Si no es la cristiana afición de hacer “pasiones vivientes” –así las llaman- en donde los 40 latigazos de rigor, con rigor son dados; es la Ashura chií, donde hasta el más crío es “concienciado” en un dogma que, obviamente, todavía no alcanza a comprender, a base de cortes y golpes.

Así, el fanático, cualquier fanático, hace de ello algo “sublime”: una demostración de fe.

Nunca entendí (ni entiendo, ni entenderé) el hecho de que la fe tenga que ser siempre tan demostrada a los demás. Con los demás. Todos deben ver la fe. Da igual si es golpeando la frente contra el Talmud judío, como contra El Corán musulmán. “La fe mueve...” cabezas.

Su fe: en la existencia de un “ente” supremo, se supone. Aristóteles lo vio como una máquina que crea y no sabe que crea por su propio “movimiento” creado: el eterno “motor inmóvil”; Platón como el δημιουργός o “demiurgo” (de démos, pueblo y érgon, trabajo): creador, artífice.

El festival de sangre dirigido a mayor gloria de dicho “ente” omnipotente y omnipresente (pues todo lo ve: lo más íntimo sobre todo) se me antoja tan supinamente repugnante que las imágenes que tenía pensadas colocar en este artículo ( el niño con la cara cortada por su madre ; la manada de fieles chiíes protagonistas estos días e incluso la “pasión viviente” en un pueblo español) las dejo para que quien tenga ganas, o agallas o mórbidas intenciones y vea dicho sanguinolento festival a través de los enlaces que ahí dejo.

No, sería hacerles un favor: dejarse ver es –como digo- su finalidad.

¡Oh linaje infeliz de los hombres, cuando tales hechos atribuyó a los dioses y los armó de cólera inflexible! ¡Cuántos gemidos se procuraron entonces a sí mismos, cuántos males a nosotros, cuántas lágrimas a nuestra descendencia!
No consiste la piedad en dejarse ver a cada instante, velada la cabeza, vuelto hacia una piedra, ni en acercarse a extender las palmas a santuarios divinos, ni en rociar las aras con abundante sangre de víctimas, ni en enlazar votos con votos, sino más bien en ser capaz de mirarlo todo con mente serena
”, decía el siempre enorme Lucrecio hace veintidós siglos en su «De rerum natura«.

No aprendemos: los encapuchados de ETA también están dispuestos a entregar la sangre por su patria, espetándolo mientras sueltan salvas al cielo en un bonito y verde paisaje guipuzcoano. El concepto nacional-socialista de comunión entre sangre y patria de nuevo…no aprendemos. La supersticiosa afición a venerar la sangre puede, también, ser laica.

Y se me antojan las palabras de Michel Onfray en su “Tratado de ateología”, acertadas en este caso: “El ateísmo no es una terapia, sino salud mental recuperada”.

Imagen: la de quien se lo merece: Titus Lucrecius Carus.

4 comentarios