Lectura que reconcilia.

Cierto es que no pocos datos sociológicos en cuanto a los hábitos de lectura, se basan erróneamente en la simple “compra” de libros. Pero reconozco que me reconcilio con Navarra algunas veces: estudios recientes ponen a esta nuestra comunidad en un buen lugar. Cine, música y lectura habitual, aparecen como nuestros puntales con respecto a las demás comunidades autónomas.

No ha mucho que me quejaba, charlando con unos familiares, de la escasez de lo que me gusta denominar como “lectores de parque”, en una ciudad donde no precisamente escasean las zonas verdes. La cosa va variando o tal vez sea yo: cosas de una edad que se encamina vertiginosamente hacia el cambio de década. Será por ello que me vea más esperanzado, al menos, en este tema. Creo que la relación con el libro en cuestión, relación incluso física, es muy diferente en el Reino Unido o en Nueva York que aquí, pero lo cierto es que la gente lee. Y no sólo prensa, que también es bueno (¡díganmelo a mí!).

No soy ni aspiro a ser sociólogo, me decanto –como bien saben los pacientes y amables lectores- por la Filosofía (“¿Filosofía, para qué?”: me espetan aún hoy los pequeñines ignorantes; “Para responder a preguntas estúpidas”, contestaba y contesto yo arriesgándome a que mi cara acabe golpeando el puño de alguien). Así que no puedo estar más de acuerdo con la filosofía, precisamente, que bulle nítidamente en la película Fahrenheit 451 de François Truffaut basada en el libro de Ray Bradbury: sólo una dictadura, tenga el color que tenga, está necesitada de un Big Brother materializado en un mural-visión omnipresente, no dejando leer cualquier cosa. Cualquiera. Sólo el henchido de dogma –ideología- y de fanatismo quisquilloso (perdonen el pleonasmo), será aquél monstruito que ocupará su ociosidad enfermizamente: quemando libros.

Así, pues, lectores en potencia: lean. En el parque. En todos los parques. En cualquiera de los que adornan esta ciudad y que tanto me reconcilian con ella.

A los “libreros”: dejen que los chavales se lean un libro entero a ratos sin pagar. Es más: acomódenlos en buenos sofás. Créanme, acabarán comprando. Nunca tendrán Vds. mejor labor de marketing.

Todavía recuperándome del brutal incendio en el londinense Camden Lock Market, no muy lejos de allá y no hace mucho conocíamos Blackwells, la legendaria librería de la bellísima Oxford, donde la relación “lector-libro” me impresionara lo suficiente como para escribir estas líneas a modo de homenaje.

Recuerden la advertencia del insigne Bertrand Russell en su apasionada defensa de una sana ociosidad: “Cuando la actividad consciente se concentra por entero en algún propósito definido, el resultado final para la mayoría de la gente es el desequilibrio, acompañado de alguna forma de alteración nerviosa”.

Respeten sus momentos de ocio: son demasiado valiosos.

Imagen: el interior de Blackwells Library, llena de lectores ávidos, como debe ser. Recuerden la aparición de dicho templo del ocio en la inolvidable película sobre el escritor C.S. Lewis: «Tierras de penumbra«.

Acerca de epicuro

Alumno de todo, maestro de nada...
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