Perdedores de la historia 1: Trotsky.

Siempre me han atraído los perdedores por partida doble: aquéllos de entre los muchos personajes de la pasada centuria que se vieron, primero, llevados por los vientos de la historia como protagonistas y, después, como víctimas. Personajes, generalmente olvidados. Siempre me atrajeron. Siempre me atraerán. Pasar de cabeza visible de un partido o, aún más, de una revolución, para acabar entre dos fuegos siendo el “fuego amigo” el que con más ahínco les buscaba, es una historia escrita, pero casi olvidada. Orwell es destacado por “Rebelión en la granja” y por “1984” incluso por quienes defienden un sistema que él mismo criticó. Un consejo: “Homenaje a Cataluña” y otros escritos sobre la guerra civil española aclararían a tan obtusas mentes muchas cosas: asco por la burocracia y el estatalismo. ¡Qué decir de Andreu Nin o del socialista Julián Besteiro!, del cuál el filo-nazi Ramón Serrano Suñer llegó a decir “Hemos de reconocer que dejarle morir en prisión fue por nuestra parte un acto torpe y desconsiderado”.

Pero en esta serie que ahora comienzo, lo hago intentando hacer justicia: creí – hace tiempo ya- en el “socialismo en un solo país”, paradójico término estaliniano que sirvió como excusa al imperialismo más militar y dictatorial que la historia conoció. Gracias a ello, también fui sectario y ví con desconfianza incluso a amigos más trotskistas, más internacionalistas. Afortunadamente, mi enfermedad sectaria no llegó al punto de dejar de hablarme con buenos amigos independientemente de sus ideas.

Pero los que sí adolecían de dicha enfermedad en grandes dosis víricas, les acusaban hasta de ponerse el sol: amén de insultos que describían al que imprecaba, como berrearles: “¡Intelectuales!”. En fin, hace falta ser gilipollas. O ser estalinista en 1.990, como era el caso de a quien tal memez escuché. Ya entonces, modestamente, daba visos de “curación” quien escribe estas líneas: me pareció la perfecta descripción de un iletrado sobre sí mismo. Paradójico. Pero resultado de una supina estupidez con ambiciones de tesis llamada “nacionalismo revolucionario”, denominación antitética y chapucera para tontos al uso: triunfante en ETA hasta nuestros días, pues.

Pero volvamos a nuestro personaje: León Davidovich Bronstein, León Trotsky, pudiera ser tildado de cualquier cosa (no todos los personajes que voy a tratar eran unos santos, nadie lo es) menos de iletrado. Fue un gran teórico militar, economista, sociólogo, político, etcétera. En su inacabada biografía sobre Stalin (inacabada verbigracia el piolet del agente estaliniano Ramón Mercader, otro abandonado de la historia, como bien se ve en el documental: “Asaltar los cielos”) narra su primer encuentro con el georgiano: un camarada llamado Dybenko hablaba por teléfono con su novia, a la sazón mujer de letras que tenía pasado aristocrático, Alejandra Kollontai. Y ahí tenemos al garrulo de Stalin, el cotilleo fue algo que ulteriormente le sirvió de manera más siniestra. Cuenta Trotsky: “Stalin, con quien hasta entonces no había sostenido yo una conversación personal, vino hacia mí con una especie de inesperado alborozo, y señalando con el hombro hacia el tabique, dijo a través de una sonrisa forzada: “¡Ahí está ese con Kollontai, con Kollontai!”. Sus gestos y su risa me parecieron fuera de lugar y de una vulgaridad insoportable, especialmente en aquella ocasión y en aquel lugar. No recuerdo si le contesté algo, volviendo la cabeza a otro lado, o si le respondí secamente: “Es asunto suyo”. Pero Stalin se dio cuenta de que había cometido un error. Cambió de expresión, y en sus ojos brilló el mismo relámpago de animosidad que (me) había sorprendido en Viena” [a principios de 1.913 es cuando se conocieron en dicha ciudad sin mantener ninguna charla: Trotsky todavía no era bolchevique y el sectarismo era el apellido de Stalin: nota mía].

Es el principio de una “mala relación”: en ella implícitas dos concepciones que chocaban. Pero entre ambas había un puntero personaje: Lenin. Y los papeles de éste no decían sino en demérito de Stalin y sus métodos. Sobre todo los dictados cuando la enfermedad le tenía postrado en cama (que Trotsky sospechó, con razones más que fundadas pues él también estuvo a punto de morir envenenado, que Stalin a través de sus médicos –a los cuales más tarde mandó asesinar- estaba envenenando a Lenin). Entre los muchos referidos escritos, a parte del conocido «Testamento político», escribe Lenin: “(…) la precipitación y la impulsividad administrativa de Stalin han sido fatales (…) En términos generales, el encono en política es pernicioso”.

Hay otra forma de calificar a quien actúa con “encono”: ser cabezota. A Lenin le encantaba la retórica. Pero Lenin muere y los acontecimientos se precipitan: el engaño de Stalin para que Trotsky –recuperándose de un pseudo-envenenamiento- no pueda acudir a los funerales (con la participación de los dirigentes Zinoviev y Kamenev: ambos recibirían más tarde el mortal agradecimiento del georgiano que actuaba con “encono”); el intento de Trotsky por crear una oposición al nuevo régimen estalinista; la expulsión de Rusia, tan minuciosamente detallada en sus memorias “Moya Zhizn” (“Mi vida”); las piruetas geográficas que le hacen recorrer de exilio en exilio toda Europa, incluida España, etcétera.

Una paradójica vida. Tal vez todas sean así. En su estancia en Francia, temía el asesinato de agentes de Stalin tanto como de “rusos blancos” expulsados por él mismo cuando estaba al frente del Ejército Rojo.

El pasado agosto hicieron 66 años de su asesinato en México. Ahora hay un museo con piolet incluido. Después del chapucero intento de Siqueiros y secuaces (borrachos como cubas y disparando hasta a las mariposas), el bien parecido agente catalán pudo llegar hasta él.

En realidad: su “internacionalismo” también le llevó a intentar, sin éxito, (primera derrota de la incipiente URSS, después llegaría Afganistán entre otros) masacrar Polonia por no querer integrarse en la URSS y por tendencias socialdemócratas: tendencias que en un principio defendió dentro de la facción “menchevique”.

En realidad: el sistema que ayudó a crear fue el que acabó con su vida.

En realidad: todo fue paradójico.

También su muerte.

También que todavía haya zotes que le acusen de «intelectual».

Acerca de epicuro

Alumno de todo, maestro de nada...
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2 respuestas a Perdedores de la historia 1: Trotsky.

  1. Antístenes dijo:

    Saludos, al fin registrados:

    Sin duda perdedor León. Y, como dices, contradictorio. Y también sanguinario. Y no me refiero ya a las matanzas que hicieron sus pupilos del Ejército Rojo contra los blancos. Éso entra dentro la «lógica» revolucionaria y guerracivilista (lo que no la justifica, como tampoco tiene la justificación la del otro lado. Pero no es cuestión de tirarse asesinados al careto).

    Pero León ejerció otro tipo de violencia, contra agentes que eran contrarrevolucionarios por entender la revolución de un modo distinto al «socialismo científico leninista». Ahí está la masacre de Kronstadt, que había sido uno de las plazas fuertes rojas y que se rebeló contra la tiranía bolchevique. Fueron arrasados.

    También están los anarquistas ucranianos de Néstor Majnó (o Mackno, creo). Que lucharon contra blancos y rojos por igual. Que fueron llamados a negociar por Trotsky, emboscados y descabezados, si bien Majnó logró huir y refugiarse, entre otros sitios, en París. Majnó es otro de los grandes perdedores de la historia. Y, además, olvidado. Lo que no lo convierte en un santo, claro. Al parecer le daba al frasco más de la cuenta y lo pagaba con acólitos y no acólitos. En Ucrania, según dice Orlando Figes, en su «Revolución rusa: 1891-1924», algunas madres en lugar de amenazar a sus hijos con el coco, llaman al fantasma de Majnó.

    Según cuenta Abel Paz en su colosal biografía sobre Buenaventura Durruti, hacia 1924, Durruti y Ascaso conocieron en uno tantos exilios a Majnó. Les contó las experiencias autogestionarias de Ucrania. Pero, según cuenta Paz, lo que más les impresionó a los libertarios españoles fue cómo Majnó les aleccionó sobre las traiciones bolcheviques. También de Trotsky.

    Ésa lección pesó muchísimo en el transcurso de la Guerra Civil. El 17 de diciembre Pravda, el periódico que había fundado Trotsky, dijo «En Cataluña, la depuración de trotskistas y anarcosindicalistas ha empezado. Esa obra será conducida en España con la misma energía con que se ha dirigido en la URSS».

    La gente del POUM se llevó la peor parte. Trotsky renegaba de ellos -ya antes de la guerra-. Los stalinistas los purgaron con sumo gusto. La CNT-FAI fue la única fuerza política que levantó la voz para defenderlos. Pero tampoco demasiado. Bastante tenían con defenderse ellos de su desestructuración interna y de librar sus culos de Koltsov y cía.

    Como dices, Epicuro. Tiempos oscuros y de perdedores.

    La intransigencia se cuece en todos los lugares. No hay que olvidar la intransigencia de los olvidados y los perdedores. Pero a mí también se me hace más fácil perdonársela. Y lucho para evitarlo.

  2. Epicuro dijo:

    Un saludo Antístenes: el único «cínico» auténtico en este desierto de ideas llamado Pamplona.

    De nuevo su respuesta da pie a un sin fin de artículos: personajes, todos, con iguales paradójicas vidas como por las Vd. nombradas.

    Alexandr Solzhenitsyn hablaba también en su «Archipiélago Gulag» de unos cuantos: Semiónov, por ejemplo. Un ingeniero preso por los nazis que rechazó trabajar para ellos, que se evadió tres veces de un campo de concentración, que cuando fue liberado dicho campo participó en la «conquista de Berlín y recibió la orden de la Estrella Roja. Y después de todo esto fue encarcelado al fin y sentenciado«.

    Stalin desconfiaba de quien hubiera estado demasiado tiempo siéndole fiel en campos alemanes…

    Realmente la serie que inicio hoy podría ser tan interminable como seres humanos fallecieron en tan paradójicas circunstancias.

    Intentaré ceñirme a los que me parezcan más representativos, seré demasiado parcial, seguramente.

    Un abrazo Antístenes.

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