Escribía con sangre, con la suya. A golpes: que daba y se daba. Incluía su tétrica enfermedad: la misma que aplicaba a la sociedad. El cáncer: en “Eurabia”. El mal: a erradicar de manera radical. La solución: dar patadas a los minaretes si es preciso.
Podía ser provocadora, irreverente e inflexible: todo ello me gusta. Nos gusta a quienes desde hace tiempo venimos diciendo que el Islam no tiene cura (muchos “adscritos” a dicho monoteísmo lo reconocen en la barra de un bar) y que además se expande. Que la idea expansionista fue de un viejecito con muy mala leche –por no decir otra cosa- llamado Jomeini (aquél al cual entrevistara, como a Arafat o Golda Meir…etcétera) era algo que ella lo sabía mejor que nadie: mejor que lectores despistados y quien les habla.
La misma mujer que estuvo a punto de perder la vida en México, la misma que a punto estuvo de hacer sudar sangre, de nuevo sangre, al impertérrito Kissinger (algo por él reconocido). La misma: Oriana Fallaci.
Puede no estarse de acuerdo con todo lo que defendía: yo sí. Sólo quien se tome la molestia de leer el “Libro” sabe de qué hablo ( yo leo el único reconocido por los “muslims españoles” y, además, conozco a algunos ¿y Vds.?).
Murió como vivió: alguien que luchara con los partisanos en su Italia natal en contra del fascismo no admitía lugar a las sutiles, inicuas y estúpidas disertaciones que en Europa tanto nos agradan como ejercicio onanístico: buena ocasión para los cursos de verano de cualquier universidad que pontificara a cientos de lerdos para catedráticos con carné en la boca en los 80.
El mismo día en que Ratzinger recula aturullado por hablar mal del profeta del odio (aunque también él debiera dar razones de un Dios con tan misógino arbitrio como mala uva), el mismo día que Gustavo de Arístegui y Jon Juaristi han sido amenazados y, sobre todo, mi admirado Gabriel Albiac; amenazados por el mismo fanatismo que obligó a Oriana a irse a Nueva York a ver cómo caían las Torres Gemelas en pleno Manhattan, haciendo que volviera a escribir: el mismo día ella calla ya. Para regocijo de dogmáticos y venerables catedráticos de la multicultural imbecilidad. Gentuza que vive bien del “dame pan y dime tonto” mientras se aplican a labores insulsas como pintar pancartas o, a lo sumo, terminar de comprar el piso en Torrevieja a cargo del erario público.
Pero a ella le daba igual: incluso si un imbécil la pintarrajeba –o aspiraba a ello el pobre diablo- decapitada, al final algo más que una metáfora perfecta de lo que hoy ocurre: la izquierda más radical llena de pitufos neuronales se acerca al islamismo radical acabada “su” revolución.
Bravo Oriana, déjate llevar: como bien sabías, la muerte sólo es melancolía de lo que no podrás decir, hacer. Después, no hay nada. Bonita sorpresa para los aspirantes a suicidas asesinos. Bonita nada.
Sólo melancolía: también para ellos.
Post Scriptum: pongo un enlace, para que Vds. contrasten, al comentario dichoso del emperador bizantino Manuel II Paléologo con un persa y del que Ratzinger (que será cualquier cosa menos un tonto o un iletrado) se hace eco: ¿sinceramente tienen razón los «sensibles» devotos que andan, otra vez, quemando, amenazando y demás? A quien responda afirmativamente que vuelva de nuevo a Montesquieu y sus «Cartas persas«, «(comparando al zoroastrismo)…la llegada del mahometismo es fruto del azar, y que esta secta no se ha extendido por la vía de la persuasión sino por la conquista«.