Todo en esta ciudad es letras y altura, como en la habitación en la que me encuentro y que da a la Rue de La Bûcherie, paralela callejuela a la Quai de Montebello, el Sena y la Ile de la Cité con la parte trasera de Notre-Dame: todo altura. Vemos a los bouquinistes haciendo su agosto en junio: todo letras. Al igual que la célebre librería de antiguo: “Shakespeare & Co.”
Mientras, escribo, leo, pienso y miro la ventana de enfrente, a un paso. Sus reflejos: una nítida visión del edificio en el que me encuentro. Mueve el aire y parece un ojo que me guiña con complicidad no buscada como diciéndome “la tarde va bien”. Y así es: para los bouquinistes y para mí. También para esa “gran corriente de inspiraciones inseguras que busca ciegamente un mar donde perderse…”, haciéndolo tranquilamente, tomándose su tiempo: la vena de París, el Sena tan bien definido por mi “acompañante” Julien Green.
Notre-Dame, quitada la “coraza medieval” que la envolvía, ahora se ve desarmada, sin “casco”, chata, como antes decía. ¿Realmente parece un Exin Castillo o exagero? ¿Estaría mejor sucia? No, creo que no. De nuevo la ventana misteriosa interrumpe mi pausada escritura: ahora es el azulísimo cielo el que se refleja…¡y a mí mismo gracias a su bamboleo! ¿Espejo o ventana?
Pero esto llama a su fin y el día se muestra eternamente tranquilo (lo único eterno que hay es lo que nos “parece” eterno: todo pasa) leyendo, por vez primera desde que aquí llegué, el diario El País. Titular: “Cataluña da un ‘sí’ masivo al Estatuto con una participación que roza el 50%”. Sé perfectamente, por predecibles que no quede, las declaraciones de unos y otros “profesionales” de la política. Sé perfectamente la cantinela que la semana traerá, incluso sé que Maragall no seguirá donde está cuando escribo estas líneas. Pero lo que verdaderamente sé, en una primerísima lectura de dicho titular, es que es una contradicción per se. Que las “lecturas” que se hagan (interpretaciones interesadas sería mejor decir) me importan poco: el titular es lógicamente contradictorio.
Leo en la página 39 algo más preocupante: “Interior permitirá a las musulmanas usar velo en la foto del DNI”. Toda la noticia parte de lo que dice Riay Tatary, a la sazón presidente de la Unión de Comunidades Islámicas de España (Ucide). Bien, estoy en París que, si no han cambiado mucho las cosas, sigue en Francia. Capital para ser exactos. Y aquí, precisamente aquí, están reculando con ciertas “concesiones” que en aras de un malentendido “multiculturalismo” están creando una bomba de relojería. ¿Cuál fue una de las nuevas formas de restablecer la cordura republicana en Francia?: la no permisión a que las musulmanas lleven el velo dichoso en el carné de identidad. Estupendo. 20 años por delante en errores que ahora se intentan subsanar, no hacen aprender a nuestro país. Más bien al contrario. La amenaza cayó desde el mismísimo Ben Laden, el nuevo Ché para algún descerebrado que se sorprendiera de que La France fuera amenazada. Olvidan que tampoco las kipas judías ni los velos de monjitas están permitidos: es la esencia misma de La République.
Ya ayer comencé a dar síntomas de vuelta a la “viruela informativa” cuando paseando por el barrio más bello de París, el tradicional barrio judío de Le Marais, observé una pegatina con la fotografía del muchacho asesinado por el delito de ser judío . La banda en cuestión que torturó salvajemente y mató al joven, empleó a una chica de buen ver que entrando insinuante en la tienda de telefonía móvil donde Ilan Halimi trabajaba, consiguió una cita. Hasta ahí todo normal, el chico era bien parecido. Pero ya sabemos cómo una cuadrillita de bobos supersticiosos Corán en mano actúan: torturando hasta la muerte. En el mismo París que ahora piso. En el mismo Marais donde él vivía. La cuadrilla no daba lugar a dudas, se hacían llamar “los bárbaros”. En cuanto a originalidad no tienen desperdicio tanto a la hora de autodenominarse como a la hora de ejercer de neonazis (por muy subsaharianos que sean). ¿Olvidarán los recibimientos a los exiliados, sobretodo judíos, en el París de la inmediata posguerra? La descripción de la periodista Janet Flanner recogida en el libro “París. Después de la Liberación: 1944-1949” no deja lugar a dudas. El libro de Anthony Beevor refleja que hubo franceses que dieron increíbles muestras de solidaridad en las situaciones más precarias: medio país. Al menos. No hablemos del resto: Vichy.
Está claro: ya ayer el repetitivo y machacón “Alé le bleus” me devolvió a una realidad, en este caso, más grata y divertida: los azules sólo empataron con Corea y los “¡Oooohhh!”, como haciendo pucheros, me divertían comparándolos con los gritos, menos sibilinos, de los campos de fútbol de allá: da igual si Barcelona, Madrid, Sevilla o Pamplona.
Pero vuelvo al Marais, pues sigue siendo el barrio preferido de la mayoría parisina: el domingo todo abre -primer día de la semana para los judíos- y el parisino opta por comer o comprar por allá. Todavía rememoramos cómo hace cinco años, cuando como meteoritos caímos aquí, en el mismo Marais (de marismas, pues eso era este barrio frente a un amenazante Sena hace siglos), vimos a un “rastafari” y a un judío ortodoxo (tirabuzones, traje negro y demás) con un bonito pedo riéndose sin parar, haciendo las características eses al cruzarse con nosotros por tan estrecho callejón.
Aún y todo sigo leyendo temas más benignos ahora en la habitación, cuando, en un fugaz microsengundo, un haz luminoso, como un flash, atraviesa el altísimo espacio: menos mal que no creo en “entes”, si no era como para encerrarse en el baño. De nuevo es la ventana de enfrente, el ojo que no para ante el irrefrenable aire que precede a una tormenta.
La despedida no podía ser mejor: el “ojo” que tanto me ilumina, guiña, refleja y sobresalta, pareciera la ciudad entera despidiéndose.
Pero como a Julien Green, se me da mejor escribir letras y más letras entrelazadas, concatenadas, de la ciudad en la que me hallo cuando “me levanto y me voy” y, ahora, ya no estoy contigo.
Volveremos a vernos, hogar de los antiguos parisii .
Volveremos.
Fotografía de arriba a la izquierda: la librería de antiguo «Shakespeare and Company» en la Quai de Montebello o, según se mire, en la Rue de la Bûcherie, 37. Las letras en plena noche fotografiadas regresando de escuchar el repetitivo y pegadizo «¡Alé le Bleus!» toda la noche, a modo de contraste.
Te veo más Iñaki que Epicuro cuando vives en París, esas crónicas que nos envías son una gozada aunque no siempre esté de acuerdo con ellas. Un descubrimiento esto del blog que te permite contarnod desde Paris. Un saludo. Me da mucha envidia no poder pasear por esas calles, tomar un coñac en algún garito o entrar a la Shekespeare a revolver y comprar algún libro. Salud y curiosidad.