Hemos visto muchas cosas en diferentes visitas: el magnífico Museo d’Orsay (con los impresionistas y con saber que antaño fuera una estación de tren y dejarse llevar por las manecillas del gigantesco reloj, bastaría); el Museo del Louvre (un museo dentro de otro); el Arco del Triunfo y su interminable escalera de caracol; la casa de Victor Hugo en la Place des Vosgues; el Panteón con la estatua de Voltaire sonriendo talludo ya, sin dientes, igual que el busto decimonónico que tras de mí se halla en mi apreciado “txoko” donde habitualmente escribo en Pamplona y del que cada vez más me cuesta salir: inmejorable regalo aquél por cierto; las Galerías y las librerías de antiguo…etcétera).
Pero hoy somos dos parisinos más –por ello nos toman- que pasean, toman algo mientras observan la vida pasar donde hicieron lo mismo los existencialistas, en Le Deux Magots, en plena Place de Saint Germain, ahora también Plaza de Sartre y Bouvoir “filósofos y escritores”, donde el mismo Sartre se enervaba ante un brillante Albert Camus contestón… Ahora recuerdo cómo el periódico por el existencialista fundado, Libération, se ha ido yendo a pique lentamente y su antaño co-socio vende los trastos ante la entrada masiva del “odiado” capitalismo.
Pero aquí, en pleno Saint Germain des Prés ya no hay barricadas, a pesar del libro que, entre otros, he comprado en la librería Gallimard (la famosa editorial) en donde tan bien refleja Christine Fauré la cultura de los pasquines, manifiestos, lemas, sectarismos muy de la época (trotskistas por un lado, maoístas por el suyo muy militarmente, anarquistas, Daniel Cohn-Bendit haciendo de las suyas, fotos de Ho Chi Min, de Marx y Engels, de Lenin , Mao y Trotsky empapelando la universidad, etcétera) y tampoco se vislumbra debajo del adoquín ninguna “playa”. Creo que cada vez tiene más razón Gabriel Albiac: Mayo del 68 fue una revolución –o aspirante a tal- que cerró, precisamente, una época revolucionaria que comenzara en 1789, pasando por la Comuna y por la Revolución bolchevique. Recomiendo la lectura de “Mayo del 68. Una educación sentimental” de dicho autor para una mejor visión de en qué acabó todo ello: años de plomo, alguna antigua dirigente estudiantil muerta militando en un grupo armado allá en Guatemala; los “Brigadas Rojas” y la banda “Baader-Meinhof”; etcétera.
Recuerdo así los años de plomo que también existieron en Pamplona: como a Julien Green, parisino de pro, me ocurre que “me es más difícil escribir una sola línea sobre París cuando me hallo en la ciudad: tengo que levantarme e irme.” Así, fuera, contemplo mejor Pamplona-Iruña.
Pero seguimos el paseo: si el obelisco de la Concorde y la Torre Eiffel hacen dúo, no digamos el Arco del Triunfo sobre los vencidos Campos Elíseos, pues triunfante se nos ofrece, con la modernez un tanto hortera del Gran Arco de la Defense. No hay ciudad que de ello se salve: el nuevo ayuntamiento a los pies de la Tower Bridge en Londres también me repele.
En Le Procope, tal vez una de los primeros cafés de Europa (y no “el primero” como sus propietarios se jactan: en Viena, por la influencia otomana que paró su avance a sus puertas, fue donde aparecieron los primeros cafés) y lugar que conociera a un nutrido grupo de filósofos: de nuevo la pista de Voltaire poniéndose ciego de café con chocolate, de revolucionarios posteriores como Danton y de un Napoleón que dejaba el sombrero como fianza hasta poder pagar el brebaje ansiado, se entrecruzan con el curioso.
Ahora se come, se cena. La Procope es un restaurante curioso, de letras: la mesa-escritorio de Voltaire, parte de su biblioteca y varios bustos, cuadros y escritos de revolucionarios embellecen más si cabe un magnífico edificio. Me consta que más arriba se conserva el escritorio y más recuerdos de Rousseau, pero de momento lo encuentro cerrado en una furtiva escapada después de pasar por los «Toilettes».
Acabamos borrachos de vino y letras.
París de noche nos envuelve, como los cuadros de Monet vistos en el Musée de l’Orangerie: pinturas ovaladas que no dejan ver otra cosa. Se mire a donde se mire, ahí está. Nada fuera de ella. Nada.
Así, París nos dice su particular hasta mañana.
Fotografía arriba a la izquierda: el legendario café Le Procope.
Fotografía del centro a la derecha: el libro de Christine Fauré comprado por quien suscribe.
Fotografía abajo a la derecha: el escritorio de Voltaire en dicho café.