La ciudad duerme

Yo no. Los últimos charcos de una fina y primaveral lluvia en pleno ocaso, hacen más llevadero el paseo. La frondosidad de los árboles en esta época, hace que disfrute de un colorido ávido de atención. No, esto no es como el día cuando los carromatos de nuestros tiempos modernos recorren estas arterias sin preocuparse de los árboles, parques y del río que por la ciudad serpentea.

Cuando uno pasa la noche en vela en el monte, puede identificar con claridad la diferencia con la vida diurna: la cantidad de animales que funcionan en el turno de noche y su discreto bullicio, me recuerdan a la ciudad que duerme una noche ya de martes.

Nadie en las calles: así la soporto mejor. No me molesta el comercial bullicio de sus calles a primera hora de la mañana cuando me levanto hacia las seis, no; pero si por algo tengo derecho de escape es gracias a sus noches vacías, llenas de sombras, luces de semáforos, profesionales de trabajos no lícitos…

A la vuelta de cada esquina: un mundo. El que se pierden los que en hormigonados cajones duermen o, todavía, pierden el tiempo en el último despierto suspiro justo antes de reunirse con Morfeo (conocida deidad onírica de los antiguos helenos: Μορφεύς) visionando el último reality.

El fresco que se siente simula al del amanecer, y yo me pregunto por qué este organismo vivo que llamaron polis cambia de tan camaleónica manera. Por qué sólo privilegiados como yo pueden llegar a hacer lo que hago: pasear sus venas ahora sin flujos.

Vivimos en un mundo en que si caminas sin rumbo ni objetivo eres sospechoso. Si andas por un parque: unos auriculares y andar a toda mecha son las condiciones. Si haces “gestiones” por el centro: una elegante camisa. Pero si paseas sin rumbo de noche, una cualquiera: resulta sospechoso.

Es un papel que acepto con agrado: que sospechen de uno entonces, tanta certeza me repugna.

La ciudad de noche, ésta, universaliza mi forma de verla: todas las ciudades de noche se parecen. Da igual París que la bella Ávila: máxime el segundo día de labor de una jornada sin más. Nada que festejar. Nada que hacer con los bares cerrados. Esta polis se convierte entonces en cualquiera: Atenas es igual una noche así, créanme.

Yo, mientras, reflexiono oliendo la hierba después de la pasada llovizna: la tierra humedecida me recuerda que todavía hay cosas que merecen la pena en esta pequeña ciudad que, a veces, me asfixia.

Al menos: verme libre de su gente cuando quiero.

Foto: el todavía bohemio (al menos de noche) Quartier Latin parisino.

Acerca de epicuro

Alumno de todo, maestro de nada...
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2 respuestas a La ciudad duerme

  1. Anonymous dijo:

    Al hilo de ciudades de noche. Hay una ciudad que nunca duerme. LAS VEGAS. No conozco esa ciudad pero me aventuro a decir que nada tiene que ver de noche con otras muchas. 😉

  2. Epicuro dijo:

    Y qué razón tiene Vd. a pesar de mi tardanza por contestarle. Lo malo es que, tal vez, una noche en dicha ciudad sea placentera… o no…los tahúres mandan y el bolsillo peligra.
    😉

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