«Moderar la imaginación es el todo para la felicidad. Unas veces hay que refrenarla y otras ayudarla: el buen sentido la ajusta. A veces se convierte en tirana: no se contenta sólo con especular, sino que actúa y se hace dueña de la vida, haciéndola gustosa o pesada, según su capricho, creando descontentos o satisfechos de sí mismos. A unos, como un verdugo casero de los necios, les representa penas continuamente; a otros les propone felicidades y aventuras con vana presunción. Todo esto puede la imaginación si no la refrenan la prudencia y el buen sentido.»
(Baltasar Gracián, en su «El Arte de la Prudencia«, parágrafo 24: «Moderar la imaginación«).
Un saludo de nuevo a todos los que a bien tengan visitar este desordenado y epicúreo jardín.
Tema interesante hoy: no actualidad; no Catalunya; no factura de la luz; no Rusia; no Corea del Norte; no Trump; no tifones; no política; no Putin; no…
Mi amigo el otoño, que siempre me trajo antaño malas experiencias y malísimas noticias y que, sin embargo, quiero y denomino «hermano otoño»; me lleva a más excelsas reflexiones que tiene a bien DIARIO DE NOTICIAS de Navarra publicarme virtualmente.
Tomás Moro, Rousseau: imaginación desbordada. Crearon, no menos que su ilustre antecesor: Platón («el divino Platón»), Arcadias felices de toda laya. La «utopía» (de «u»: no y «topos»: lugar; lugar que no existe) todo lo invade en una brillante mente en el caso de Moro. Como una enfermedad conduce la existencia de alguien prominente, convirtiéndolo en una especie de esclavo de su imaginación inane. A eso, y no a otra cosa, se refiere un Baltasar Gracián que busca constantemente un aristotélico «justo medio». La justa medida de las cosas (hoy le llamarían equidistante cual insulto, al pobre).
En Rousseau la cosa tiene más insidia. Porque insidia es dejar, a sabiendas, palabras hueras como «voluntad general» sin ahondar en el complejo término. Ningún matiz. Graves problemas en las revoluciones posteriores a tal efecto: ése es su legado. Confiar en que la República (Estado) se haga cargo de las criaturas engendradas, es otro de sus legados. ¡¡¡Y lo dice él, que al igual que San Agustín donde ponía el ojo hacía diana!!! Cinco hijos abandonados: ¡el Estado-República se hará cargo de ellos y sus madres! Una vida errante. Una vida errática. Ni David Hume pudo con él y su enfermedad (posiblemente esquizofrenia) le llevó a ver cosas que no ocurrían. Hume, bienintencionado, invita al susodicho a su natal Escocia, lo deja en una Inglaterra plagada de buenos amigos. Hume se ve obligado a desentenderse con él cuando escucha a los amigos que acogen al francés, fantasías imaginativas donde el mal lo encarnaba ¡¡¡su anfitrión, el mismo Hume!!! Insatisfacción, rabieta de niño malcriado, exceso de imaginación enfermizo…
Y es ese, y no otro, el exceso de imaginación. Porque la realidad es infinita, ondulante, cambiante (panta rei, todo fluye en ella) y que, como bien apuntaba el gran periodista catalán Josep Pla: es infinita e inaprensible en nuestra finita vida. Es enorme, inalcanzable. La Ciencia sabe de ello más que nadie. Por eso, cualquiera desbordado o henchido de imaginación comete el error de caer en la infelicidad. Freud dio buena cuenta de ello al final de sus días. La felicidad en sus pacientes era estar lo más apegado posible a la bendita Realidad.
La imaginación está bien, cómo no, para escribir poesía, novela. Mas caer en ella como en cualquier acto de fe; lo vuelve a uno desdichado. Ansioso. Frustrado. Sin rumbo. Iluminado y dogmático.
Cualquier ser llevado únicamente por una imaginación desbordante, cumple lo que decía en aquella genial canción del bien envejecido grupo: Radio Futura, que algunas veces he recordado arreglando este jardín o atreviéndome a plantar verduras. «Era un hombre de papel, era un juguete del viento. Que en el cielo de la ilusión, halló su propio infierno.»
Consigue el exceso de imaginación ello: alguien que se deja llevar sin criterio propio, sin opinión, títere que se mueve al albur de opiniones ajenas según convenga. En alguien que mañana puede llegar a cometer atrocidades ante la infantil rabieta que supone no encontrar lo que imaginó. Ese horizonte que no existe. El Dogma cumple bien su papel. El dogmático cae en cumplir, en conseguir lo contrario por lo que creyó luchar por ese exceso imaginativo. Al final es un muñequito lamentablemente peligroso, que se deja llevar por este viento indómito llamado «realidad». Nadie puede saber a qué lado virará: derecha o izquierda. Únicamente busca una entelequia y con ese acto volitivo (si no sucumbe antes en darse muerte) arrastra a quien pueda. Da igual en qué ámbito de la vida se encuentren Vds., amables lectores, con alguien así. Sea en Política, sea en relaciones afectivas (mucho cuidado)…nunca está nadie a la altura de sus pretensiones infantilmente enfermizas.
Guárdense de personajes así. Acotemos la imaginación – pues todos nos hemos dejado alguna vez llevar por ella – a terrenos provechosos.
El poder de la Imaginación puede también ser creativo. Atractivo incluso.
Seamos un poco partícipes del aviso a navegantes de las procelosas aguas de la vida, de aquel genial «capitán», nuestro gran Baltasar Gracián.
Y moderar la imaginación. Y dejarnos seducir por la realidad mejorándola, interactuando en ella. Y vivir con criterio propio, conscientes de las limitaciones que impone la realidad. En caso contrario, ella misma se encargará de recordárnoslas de manera dramática y efectiva.