«Solo los locos están seguros y resolutos”. Michael de Montaigne, “Ensayos completos”.
Si en algo estoy de acuerdo con el maestro Gabriel Albiac es en que si para los de su generación París fue el centro del mundo, Nueva York lo será para las siguientes generaciones en este siglo XXI.
También estoy de acuerdo con mi admirado Josep Pla, del cual leía su “Cuaderno gris” durante nuestro viaje: Nueva York de entrada “cabrea” y asfixia, pero es irremediablemente el nuevo centro del mundo.
Sinceramente lo reconozco: Nueva York es el nuevo ónfalo de Delfos, donde las vidas del planeta confluyen.
Tuve la oportunidad de conocer una buena porción de la Costa Este de los Estados Unidos y de su historia el pasado verano. La experiencia fue única. Probablemente irrepetible tal y como están las cosas.
Pero la sensación que menos puedo olvidar y, a la vez, digerir, fue el brutal choque desde el relajado sur virginiano con la enorme mole llamada Philadelphia, PA.
La antigua capital de los Estados Unidos es la puerta al Norte mayúsculo. También es la capital del trepidante hervidero de vidas estresadas. La zona del Ayuntamiento, cercano el “Hard Rock Café” de turno, es una arteria llena de restos de un huracán llamado crack, cocaína o éxtasis. Los homeless abundan, los maderos y agentes de seguridad de todos los pelajes también.
Un escaso mes antes de nuestra llegada se impuso un “toque de queda” para los menores de edad: un intento baldío por apaciguar a las pandillas de niñatos que se dedican a delinquir en la antigua capital. En el mismísimo centro de la ciudad y cerca del sorprendente centro masón al lado del City Hall (Ayuntamiento).
A unos pasos de allá, la “Liberty Bell” se ve rodeada de personas que dejan de mostrar sus carencias –curiosamente al revés que en Europa- con unas gigantescas barrigotas debido a galopantes obesidades mórbidas. Cuanto más pobre se es: más se come rápido y mal. Por menos dinero: más grasas saturadas.
Personas que se encuentran en una insalvable espiral de consumo de estupefacientes, comida basura y tabaco. Tal vez nunca sepan que hay vida más allá de PA.
Pero en la zona, a escasos metros de allá, repito, de nuevo uno se encuentra con la jovencísima historia de este país: tras la “campana de la libertad”, el “Independence Hall”. También dignos de mención son otros lugares como South Street, pero dudo mucho que el contraste tan brutal para un europeo llegue hasta allá. En unos metros, del infierno rodeado de inmundicia y personas terminales rodeados de policías, a la historia sociológica y filosóficamente interesantísima de este país.
Sólo los locos están seguros y resolutos, dice un Michel de Montaigne inmortal. Sólo los locos ven unos Estados Unidos malos malísimos, el nuevo imperio del mal (símil hollywoodiense, no se lo pierdan).
Únicamente mentes llenas de prejuicios no ven que los seres humanos somos como los países que conformamos: imperfectos. Tenemos lo bueno y lo malo habitando en nosotros desde nuestro nacimiento: así pues, veo a los Estados Unidos. Máxime viajando desde Virginia hacia Philadelphia, capital del Estado de Pennsilvania.
La misma mentalidad desprejuiciada que demostró Hannah Arendt en su obra “Sobre la libertad” comparando la Revolución Francesa y la Revolución Americana. Sólo la segunda no acabó devorando a sus propios hijos y a sus padres los reclamó como padres de la patria. Pero aquí nos perdemos en estériles debates sobre si lo que pasó al otro lado del Atlántico fue o no una Revolución.
Estados Unidos: un país lleno de desigualdades, como todos. Lleno de defectos. Como Vd. y como yo. Pero que en muy poco tiempo – poquísimo- ha conseguido enormes logros que por estos europeos pagos costó mucho asesinato, mucha guerra de religión, mucha miseria.
Tal vez sea hora de volver a releer a Bernard-Henri Lévy y su “American Vertigo”: libro que relata un viaje por los Estados Unidos que recorriera su compatriota Tocqueville. Y llegar a la conclusión de que los actuales Estados Unidos no son sino –tal vez- uno de los últimos inventos europeos.
Pero los cansinos políticamente correctos seguirán no entendiendo nada, teniendo ya a un “malo” para utilizar a modo de muñequito de pim pam púm. Puesto que solo los locos están seguros y defienden consolatorias conclusiones no racionales: Karl Marx dijo no ser marxista. Michel de Montaigne dijo tres siglos antes algo parecido.
Contra tanto “hombre de convicciones” (“hombre que no piensa” según Nietzsche) Estados Unidos se presenta como una aventura abierta.
Y Philadelphia, con todo lo que conlleva, así lo demuestra.
Imagen: el «City Hall» que tanto apareciera en la película de 1993: «Philadelphia» con unos inmejorables Denzel Washington y Tom Hanks.
De los mejores posts que te he leído Iñako. Envidia sana de viaje. En relación con todo lo que cuentas sobre Phili, y aunque ambientada en Baltimore, sigo recomendándote ‘The Wire’, sí, el mismo tipo que te recomendó ‘Los Soprano’.
Pues muchas gracias caballero. Atenderé a tu consejo teniendo en cuenta tu más que demostrado gusto en cuanto a series.