Defensa de la individualidad

I’m not like everybody else: The Kinks. Los siempre irrespetuosos diablillos que tanto contrastaran con los buenos modales de los Beatles a finales de los 60.

Ellos no hablan de amor: hablan de follar por no tener dinero para salir. Quedar en su piso con su chica: unas cervezas, un tocadiscos, una cama y ella, el paraíso.

Siempre me ha gustado ese punto cockney que ellos destilaban como whisky barato. Pero el grito de libertad de estos otrora working class boys, siempre me ha parecido esa reivindicación: “yo no soy como los demás”. Yo no soy como nadie más. Nunca. Las personas, no los pueblos, son las diferentes. Es lo más cojonudo del humano. Una lástima que algunos no se den cuenta y vivan la vida como zombis. Tontos útiles a cualquiera menos a sí mismos. Vida de maniquí que otro da vida. Vida que sólo existe por una vez: nadie ha demostrado lo contrario. Vivir así tiene que ser peor que no vivir. Vivir dejándose llevar por el aire que más fuerza tenga.

Así, el individuo, no “mi pueblo” –al cual pertenezco por algo así como por mandato divino- sino “yo mismo”: mi mismidad , por así decir, es lo verdaderamente importante. O como dice la buena de Hannah Arendt en “La promesa de la política”, el “dos-en-uno” es lo verdaderamente importante. Somos un “dos-en-uno” dice graciosa y acertadamente Arendt, puesto que siempre hablamos con nosotros mismos, nuestro pensamiento es puro diálogo con uno mismo. Las religiones llaman a eso: “conciencia”.

Llámenlo como quieran: es cierto. De ahí la complejidad a la hora de analizar los grandes asuntos humanos. Somos tan complejos como para, en el caso de que Vds. hayan pasado una noche “toledana” dando vueltas en la cama sin parar de pensar en esto y lo otro, reconozcan que hablaban consigo mismos. Los peripatéticos alumnos de El Estagirita que filosofaban por pasillos caminando (de ahí el nombre), no eran muy diferentes de nosotros en una mala noche o en momentos en que una tragedia personal le plantea a uno, en la intimísima soleda que le acompañará a uno hasta morir, el tener o no el coraje de enfrentarse a uno mismo. El valor de enfrentarse a la pura realidad. Si todos somos un «dos-en-uno», convivir con los demás conlleva grandes dosis de tolerancia. Es algo tan necesario como el agua: lógico.

Mas nadie – es imposible – es igual a mí, a mi “dos-en-uno”. Otra cosa es el hecho biológico, hilazón de todos los seres humanos, algo que no sólo los descubrimientos de la espiral de ADN se ha encargado de demostrar científicamente. Otra cosa es que muchos creamos en la igualdad de derechos independientemente de cómo nos haya tocado en suertes la tómbola genética: ¿hombre o mujer?. Así, me emocioné el otro día al ver a unos pocos valientes (guapos y guapas) atreverse a celebrar, con grandes dosis de humor, el día de la Bisexualidad, en mi cada vez más querida Madrid, como una opción sexual … y punto. ¿Para qué poner calificativos redundantes como “respetable” si ya lo es? Y más me emocionó si aprovecharon la efeméride homenajeando al Freud más acertado.

Ser uno mismo: hacer caso omiso a los idiotas que tientan la suerte de invadir nuestra “mismidad”, debe ser el ejercicio más sano. La “higiene mental” que tanto preconizara Bertrand Russell en “The Conquest of Happinness” (“La conquista de la felicidad”) debe ser bandera de quienes así pensamos. Lean el libro: barato y fácil de encontrar. ¿Alguien da más?

Pero donde digo bisexualidad, digo rastafaria, tatuado, alguien con ganas de demostrar lo mal que escribe en público (ahí estamos) o a quien le guste beber o fumar sin molestar a nadie.

Únicamente mi libertad, mi individualidad, se ve limitada donde comienza la del de al lado.

I’m not like everybody else: al final cuando su letra entona un “No voy a contentarme con lo que me dejen los demás y fingir…” y acabar el estribillo con un desafiante “…porque una vez que empiezo llego hasta el final”, no hace sino resumir la frase de Platón y de la que Arendt se hace eco (también El Estagirita lo hizo en parte): “Es mejor estar en descuerdo con el mundo entero que, siendo uno solo, estar en desacuerdo conmigo mismo” (Gorgias, 482 c.).

¿Hay mayor defensa del individuo en la historia de la Humanidad que reclamar su derecho a marcharse de donde no se esté a gusto, del derecho a la libertad a disentir de los demás por muy mayoría que sean y siempre que no se joda a nadie?: “yo no soy como los demás, yo no soy como los demás…”. Fin de la canción: defensa del sanísimo individualismo.

Acerca de epicuro

Alumno de todo, maestro de nada...
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