Duros combates escritos y dialécticos los que en torno a tal concepto se han dado: ¿existe o no?
La única jodida cosa a la que uno ha llegado con cierta nitidez es que el azar, la suerte, si existe o existen, las he tenido.
Incluso en salud: un infarto cerebeloso por culpa de un simple movimiento recomendado por un quiropráctico para una simple lesión muscular (y ahí andan a la greña: neurólogos versus quiroprácticos como antaño lo estuvieran psiquiatras versus psicólogos) y salí indemne (sólo me prohíben nadar como antes); supe salir de un alienante trabajo -pero trabajo al fin y a la postre y que me llevó a emanciparme- mientras estudiaba a la vez e incluso entrar, en los últimos tiempos, en otro trabajo físicamente más relajadito, todo eso y más cosas que por vegüenza torera no describo.
Ninguna de mis tropelías de crápula que enlazaba una juerga con otra me han pasado factura. Un poco el estómago, tal vez. Cosas de la edad de entonces: la completa confusión entre “vivir al límite” con “vivir plenamente” era norma entonces. La primera: arma de doble filo. La segunda: recomendabilísima. Pero ni si quiera aquellos días de vino y rosas me dieron mi merecido: tampoco un ictus por tan inocente causa a pesar del interés que una neuróloga ponía en si consumía cocaína (yo, a pesar de mi genio me tengo por un vacilón natural y con todo el meneo al ingresar en Urgencias, los vértigos, los vómitos y demás, estuve a punto de contestar a la insigne doctora que me tocó en suertes, que en ese momento estaba en el paro y no me llegaba para tan cara e ilícita droga).
Me río: hay quien dice que vale más una sonrisa que una carcajada. No estoy de acuerdo: hay momentos para cada una de las dos versiones de tan importante gesto. La sonrisa es íntima: a mi modo de ver. La carcajada, incluso sonora, es sanísima siempre que no sea con aviesos fines contra alguien presente o no.
Me carcajeo pues, la suerte me ha sido fiel durante 37 años: hay quien lo llama “Ángel de la Guarda” (“tener un ángel“) , Espíritu Santo o Dios Nuestro Señor que vela por mí.
Soy ateo, los “entes” y yo estaríamos reñidos…si creyera en ellos, of course. Ateo, pues: lo soy desde que tengo uso de razón, por ínfima que ésta sea.
La suerte no viene dada: eso lo tengo claro. Y tiene que haber por medio grandes sacrificios: en mi caso los ha habido y los hay (sospecho que los habrá, pero déjenme volver al punk y decir que el futuro, como tal, no existe).
Soy ateo, empírico, no creo en el azar: creo en causas y efectos. Pero no nos pongamos filológicos: llámenlo como quieran. Seamos tolerantes. He tenido suerte, digo mientras escribo y bebo una cervecita fresca.
Mañana vuelvo a irme lejos de aquí: tengan suerte. Tengan azar. Y ríanse. El antiguo Woody Allen me espera en el vídeo.
Saludos: sigan pasando un memorable verano en todos los sentidos.
Imagen: David Hume, ¿quién si no? Alguien que creyó en causas y efectos y siempre dudó de tantos (como inteligentemente los llamaba): «entes intermedios» , sean llamados «ángeles», «arcángeles», «vírgenes», «santos», etcétera, como para ser creyente.
Me alegro de saber de ti, una persona a la que admiro profundamente en estos sabios escritos que me hacen reflexionar, creo en la causalidad y no en la casualidad, tb creo en la inmaterialidad, porque la siento… La religión es una mera interpretación del espíritu, no me gusta, crea conflicto, el hombre ya es un conflicto en sí mismo y como perseguidos por el interrogante nos atormentamos por ello, no todos… unos cuantos que de vez en cuando saboreamos el refresco del alma… Una cerveza rubia y fría 😀 ,
Un fuerte abrazo amigo, feliz verano