No hay más: nada más. Luchar con la razón con quien no quiere poseer dicho privilegio exclusivamente humano (demasiado humano), se me va antojando, cada día, más inútil. El tiempo debiera ser algo sagrado: el de asueto más. E intentar ir por la vida convenciendo a la gente de algo, es lo más patético y ocioso –en el más peyorativo de los sentidos- que pueda uno hacer para perderlo: el tiempo. Si algo no nos sobra es él: somos bichos muy raros, excepcionales, que saben de su fin aunque jueguen al escondite con el tema.
Vivir la vida pensando únicamente en el fin, es una enfermedad (la enfermedad de Jim Morrison, poeta de la Muerte, podríamos decir ahora que nos inventamos por doquier enfermedades poniéndoles insustanciales nombres pero rimbonbantes: “enfermedad de Diógenes”, ¿qué tendrá el de la linterna que tanto les llama la atención?). Y vivir como creyéndose inmortal también lo es: enfermedad muy extendida, pero enfermedad.
A algunos ésta última, les hace perder la razón en aras de la «clase social», de «la justicia social», de la importancia de “lo social”, son los más insaciables “sociales” al final: curiosa paradoja. Muy humana, al fin. Decir una cosa haciendo otra, es no pensar las cosas.
A otros la patria les priva y, como al anterior caso, lo primero de que les priva es de la razón: apelación continua a los sentimientos en pleno mitin; risotadas y chistes malos desde el atril; guiño cómplice desde el altar del religioso político, es el imperio de los tontos que bailan al son de la retórica omnipresente.
A otros, como último ejemplo, les sirve para crearse un “más allá” que les libre de todo mal: ¿qué más da preguntarnos si somos o no finitos si nuestra finitud es inexistente? Todo se ve mejorado y corroborado ante tan deterministas mentes…¡¡¡después de la muerte!!! A ninguno, digo solemne, perdón, ¡chillo con todas mis fuerzas: a ninguno he visto yo que venga de ese más allá a convencerme de nada! Nos queda chillar en soledad.
Mientras espero que algún espectro o similar ente se me aparezca, sepan que a mi modo de ver cada vez tiene más razón el John Wayne, frente a James Stewart, de “El hombre que mató a Liberty Valance”. Así lo creo.
¿Cómo convencer de nada a un imbécil que cree en la guerra santa?: de ninguna manera. Sólo chillar en este desierto de ciudad donde el debate parece estar de modé, donde el que mea fuera del tiesto es señalado con cinco mil dedos acusadores, es nuestro recurso: nuestro privilegio.
A la resolución del fanático (léase el imbécil), sólo queda el recurso de inocularle la siempre sana duda. Sólo hasta ahí podemos llegar: no más.
Y en sitio seguro: chillar por lo lerdo que puede llegar a ser el humano. ¡¡¡Pero cuán lerdo!!!
Grito en la soledad de mi txoko…
Mientras, vivimos el momento saboreando una vida que se escapa día a día. «Vivo siempre con esperanza pero sin Fe», lo dijo ayer un chico en silla de ruedas en un impactante documental sobre la vida de un médico, creo que tenía parkinson… enfermedad degenerativa e irreversible en todo caso la suya, aún se sentía afortunado cada mañana al despertar, aunque era una sensación contrapuesta… Vivir pensando en cómo será el tránsito es una tortura. Pero seguía pensando en positivo, había peores, él había sido voluntario en Ruanda, sabía de lo que hablaba, no se compadecía de sí mismo. Entonces vi al John Wayne que citas, lo ví postrado en una silla pero ÍNTEGRO, humano y fuerte, con la única debilidad de la vida, la propia vida injusta que tiene que sufrir.
Vivamos la nuestra con la mayor armonía y con la mejor esperanza, la Fe… la dejamos para el final o para momentos muy personales.
Un abrazo Don Iñaki. (Genial tu guiño a Chema en mi blog) Por cierto hay un interesante post en Actualidad de este foro mira…
http://www.noticiasdenavarra.com/comunidad/foros/viewtopic.php?t=37190
Querido Marco:
Abrumado me dejas de nuevo. No creo ser merecedor de tan amables palabras ni de tamañas atenciones (he estado leyendo el interesante debate no exento de humor: ése que no se pierda nunca) por tu parte.
En cuanto a lo que comentas, voy a hacer una recomendación literaria, si me lo permites y con toda sinceridad que excluye a la presunción y a la soberbia: «La lucha por la dignidad«, del filósofo José Antonio Marina y la profesora María de la Válgoma.
Bien, soy de los que piensan que hay que leer de todo, y yo leo cosas -las más- con las que no estoy de acuerdo. Este, es un caso, pero me hizo y me hace dudar (cosa sanísima por otra parte) y disfruté y disfruto mucho con su lectura. Te lo recomiendo: es la disección genealógica de esa dignidad que tan bien apuntas de nuestro John Wayne en «El hombre que mató a Liberty Valance«.
Así, pues, perdón por enrollarme (hablando soy igual de pesado) y vivamos la vida con esa dignidad tan aconsejable Marco, que en realidad somos tipos afortunados: de nuevo tu respuesta sobrepasa en calidad con creces el artículo que pudo provocarla. Lo sé, puede que me repita, pero no me canso de que tengas razón 😉
Un abrazo y …muchísimas gracias 😀