Soldado y monje

De nuevo el credo: Tabligh e Jamaa es el nombre ahora para justificar el “rigorismo”. El wahabismo imperante en el mundo islámico, curiosamente, busca lo mismo (y el salafismo): una interpretación literalista de El Libro. Pero es que siempre damos vueltas sobre lo mismo: ¿ha habido, desde el siglo VII, algún intento serio de “acomodar” el Corán a la realidad circundante? Pocos y totalmente reprimidos, desde el mismo momento de su escritura y expansión.

La Ciudad Condal era el nuevo teatro (maldita la gracia) donde escenificar el asesinato a diestro y siniestro, con la excusa de turno, y con la coña final del martirologio. Ya está bien.

El dogma es claro: la Yihad también. Pueden existir –los hay- creyentes musulmanes que piensen que la Yihad es algo interior, espiritual, pero El Libro no deja lugar a dudas: y un “rigorista” no va a pensar diferente por mucho que le hablen de espiritualismo. Si quieren, sospecho, se vuelven la mar de materialistas estos teócratas: envolverse en algodón, pensar en la mejor manera de colocarse la bomba para asegurar su propia muerte, en cómo explosivos y metralla deben situarse para matar más y mejor, etcétera.

Lo preocupante son los nostálgicos de la Guerra Fría, pensando en que es una “religión de los pobres” (¿opio para los pobres?: Marx dixit) como respuesta a “ofensas” interminables. No tienen en cuenta lo que de infieles y politeístas dice El Libro: “Vuestros dioses son un solo Dios. No hay dioses fuera de Él, el Clemente, el Misericordioso” (Azora II: “La vaca”, “Contra los politeístas«); de lo que de la Yihad dice: “¡Oh, los que creéis! ¡Poneos en guardia! Lanzaos contra nuestros enemigos por grupos o en bloque” (Azora V: “La mesa”, “Obligación de acudir a la guerra santa”)

Nada justifica lo que estos miserables intentaban hacer de nuevo. Nada. Buscar retorcidas excusas para sus asesinatos colectivos y suicidios –que bien pudieran hacer lo segundo sin lo primero: ¿o no lo decimos de los ignominiosos seres que matan a sus compañeras y luego se suicidan?-, buscar excusas, decía, en las condiciones sociales en que estos “encantos” nacieron o en sospechosísimas complicidades y guiños de religiosos de otros dogmas, me parecen siniestros por estúpidos. Tampoco tienen en cuenta la máxima, que pretenden literal en la praxis: “¡Oh, los que creéis! No toméis a judíos y cristianos por amigos: los unos son amigos de los otros. Quien de vosotros los tome por amigos, será uno de ellos. Dios no conduce a la gente de los injustos” (Azora V: “La mesa”, “Prohibición a los creyentes a pactar con judíos y cristianos”).

Vuelve el engendro: “mitad monje y mitad soldado”, reciente. Ahora, en el mundo musulmán. Éste es el que debe decidir el cambio: la maltratada Ayaan Hirsi Ali en su “Yo acuso”, no se cansa de repetirlo con pasmante ingenuidad. Se necesita a un Voltaire. Demasiado para ellos: los tenidos por “moderados” en Francia, pidieron no estudiar a tamaño infiel en las escuelas públicas, intentando reventar desde dentro la larga tradición de La République.

Vuelve de nuevo. Soldado y monje en uno.

Imagen: la valiente Ayaan Hirsi Ali. Mujer que conoce bien el mundo musulmán, del que ha ido renegando muy lentamente (a pesar de haber sido mutilada sexualmente de niña en nombre de dicha religión), hasta reivindicar su condición de no creyente. Un ejemplo a reivindicar, de quien conoce bien ambos mundos: el creyente musulmán y el occidental. Siempre será defendida por quien suscribe. Léanla, por favor.

Acerca de epicuro

Alumno de todo, maestro de nada...
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Una respuesta en “Soldado y monje

  1. Epicuro dijo:

    Permítanme una pequeña «ampliación» al tema aquí tratado y, sobre todo, a las opiniones de la autora aquí tratada, extraída de la entrevista sita en la dirección siguiente: http://blogs.periodistadigital.com/hemiplejia.php/2007/08/08/p110153#more110153

    «- ¿Por qué abandonó su religión?
    Sentí que me estaba convirtiendo en una apóstata tras el 11-S. Todas las declaraciones que Osama Bin Laden y su gente citaron del Corán para justificar los atentados, las busqué y estaban allí. Bin Laden citaba verdaderamente las aleyas de nuestro texto sagrado. “¡No es posible!”, pensé. Pero lo era, ¡allí estaban! El rechazo fue algo natural. Más tarde leí un libro, un libro que sabía que no me hacía falta leer porque yo ya había roto con Dios: El manifiesto ateo. Antes de llegar a la cuarta página sabía que había echado a Dios de mi vida. Me había vuelto atea. Lo descubrí estando de vacaciones en Grecia, y como no tenía a nadie a quien decírselo, me miré en el espejo y me dije: “No creo en Dios”. Hablé muy despacio y en somalí. Y me sentí bien, no experimenté ningún dolor, sino una gran claridad. La perspectiva de abrasarme en el infierno desapareció y mi horizonte se hizo muy amplio. Dios, Satán… Todo era producto de la imaginación. A partir de ese momento iba a pisar con aplomo el suelo bajo mis pies y orientarme a través de la razón y mi amor propio. Mi brújula moral estaba en mi interior, en absoluto en las páginas de un libro sagrado

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