A una hora de vuelo de Venezuela (Tirano Banderas de rojizos colores al frente) y a poco más de Colombia: seguimos, en ratos tontos, la cadena de imágenes que se sucedían sobre la liberación de Clara Rojas y Consuelo González de Perdomo, en las cadenas de ambos países. Y, de nuevo y muy fugaz (pues de vacaciones nos hallábamos) nos recorrió una conocida sensación agridulce: son más los secuestrados por las estalinianas FARC, que los presos que tiene ETA en la actualidad, por ejemplo. Muchos más y en peores condiciones aquéllos, en mitad de la selva colombiana.
Seguíamos, a diferente velocidad (de eso tratan los días de asueto) el devenir del tiempo. Notábamos grano a grano de arena blanquísima en el inflexible reloj que va marcando el tiempo, el inexorable paso del mismo, .
Sin embargo y debido a los acontecimientos personales de los que uno quería quitarse estrés acumulado, las reflexiones al sol caribeño venían a borbotones de la mano de Homero. La diosa Atenea, “la de claras pupilas”, llega a subrayar una de tantas mencionadas reflexiones de manera inmisericorde pero real: “Ni aun los dioses podrían librar de la muerte, que a todos es común, al más caro varón, una vez se apodera de él la Parca funesta y le da una muerte tristísima”.
Tristísima pero segura. La muerte. No hay otro final para nuestra especie. Sólo cuando vemos las “orejas al lobo” en nosotros mismos o entre quienes nos rodean, acabamos por ver materializada tal obviedad.
Pero antes del tétrico final, no por no sabido pero sí por “disimulado” a uno mismo (Freud estudió bastante el tema a través del “Tánatos” o “pulsión de muerte”), nos queda la vida: una parte de ella es la amistad. Aquélla que se rige por afectos y complicidades muy por encima de desavenencias superfluas (las políticas: las más de todas).
Así, el rey Alcinoo, hablando a los feacios, “los buenos remeros”, concluye acertadísimamente:
“Ciertamente podría decirte que no es nunca inferior a un hermano un amigo prudente”.
Queda la amistad. Sigue la vida: en el regreso trepidante.
Imagen: Odiseo (Ulises), el fuerte, inteligente e involuntario protagonista de su aventura. Ni siquiera la diosa Calipso, ni el tonto y forzudo Cíclope hijo de todo un dios como Poseidón, pudieron interrumpir su firme y larguísimo regreso a Ítaca…
Iñaki yo me pregunto si los amigos imprudentes son inferiores a un hermano. Tengo la impresión de que los amigos más queridos son precisamente los que acaban puteandote la vida. La amistad también es un peaje, una traición, un olivido,… La muerte es el borrador de la pizarra. ¿Recuerdas de niño como todo volvía a empezar de cero con el borrador?
[quote:395b1dd0bb=»Javier Arizaleta»]Iñaki yo me pregunto si los amigos imprudentes son inferiores a un hermano. Tengo la impresión de que los amigos más queridos son precisamente los que acaban puteandote la vida. La amistad también es un peaje, una traición, un olivido,… La muerte es el borrador de la pizarra. ¿Recuerdas de niño como todo volvía a empezar de cero con el borrador?[/quote]
Muy interesante la cuestión -no baladí- que planteas, amigo Javier (un placer «vernos» de nuevo). Coincido contigo en que una amistad puede conllevar un «peaje»: me inclinaría -y créeme que intento no exagerar- a pensar que toda relación conlleva un peaje. Pero aún hay lugar para la amistad, pudiendo contar a los amigos con los dedos de una mano y sobrando muchos dedos.
Creo que en la vida cometemos el error fundamental de equivocar «conocidos» con «amigos» y de ahí vienen los quebraderos de cabeza que todos hemos tenido (y tenemos: al menos en mi caso). Siempre debemos enfrentarnos a la realidad (la razón es la herramienta para el caso) de la manera más fielmente posible, para darnos cuenta de que muchos de aquellos «conocidos» se anclaron en el pasado y tienen una visión de nosotros distorsionada: la de unos «traidores», «acomodados», «extraños de carácter» y véte tú a saber. No digamos ya cuando confundimos «compañeros de trabajo» con «amigos». Pero está bien errar por el sinuoso sendero que algunos llaman vida.
Permíteme recordar un aforismo de Nietzsche a tal efecto, que siempre recuerdo: el de los «amigos como fantasmas» . La recuerdo siempre que atravieso una nueva crisis con algún «conocido» (o ni éso: porque también hay rupturas), antaño «amigo» de verdad:
«Los amigos como fantasmas. – Si nosotros cambiamos mucho, los amigos nuestros que no han cambiado se convierten en fantasmas de nuestro propio pasado: su voz llega hasta nosotros con un sonido horrible, espectral – como si nos oyésemos a nosotros mismos, pero más jóvenes, duros, inmaduros«.
(F. Nietzsche en «Humano, demasiado humano«).