Se perpetúa la tragedia épica en su mismo origen, en su mismo corazón, roto en casi 2.000 pedazos, como dice en “Corazón de Ulises” el escritor Javier Reverte. Casi dos mil islas. Cien de ellas habitadas: Eubea no se salva de la quema masiva. Es el fuego, no precisamente olímpico (aunque Olimpia se vea amenazada mientras escribo estas líneas), el que lo arrasa todo. Vidas: 51 ó 53 según a qué medios recurra uno. Es el horror de los incendios en toda Europa.
Pero Grecia arde: todos lo hacemos. También llegó el fuego a la otrora Magna Grecia: mitad sur de la actual Italia, antaño último hogar de las comunidades pitagóricas.
Cuando Hellas arde como un corazón roto, todos lo hacemos. Hasta los ignorantes que ni siquiera osan saberlo, lo hacen (pues hay que tener valor para saber).
No creo que Sófocles imaginara tanto: bastante tenía con describir pestes y otras enfermedades demasiado humanas.
La misma Hellas, inabarcable, que pisáramos por dos veces desde el 2.001, cuando el 11 de septiembre de infausto recuerdo nos “asaltara” en un Egeo más embravecido que nunca, como anunciándonos lo que al llegar a la isla de Naxos iba a trocarse en terrible noticia; la misma Grecia arde por obra y gracia de cierta escoria. Los ardientes vientos también han acompañado.
Hoy arde Grecia y miro con más asombro que nunca una fotografía que conseguí en Internet: la Acrópolis y el Ágora nevadas, vistas desde la “Colina de las Ninfas” en Filopapo, donde se halla el Pnyx: origen de la Democracia actual, tan mal entendida por tantos. ¡Cuántas veces habré mirado dicha imagen, recreándome en que sin necesidad de la ayuda internacional, cayera esa misma nieve sobre Atenas ahora! No sirve de nada: salvo para que a uno no le cobren por imaginar. Por ahora.
Al final, como diría el título de la obra de Nietzsche, todos es “demasiado humano”: más de 3.000 focos son demasiados como para ser obra de la Gaya y sus inclemencias estivales.
Estaba equivocado unas líneas más arriba: Sófocles, tenía razón al hablar de nuestra trágica sinrazón.
Sólo el humano es capaz de perder lo que posee.
Imagen vía satélite: sin palabras. Nada más.