La nostalgia, cuando aparece, todo lo invade. No es malo. Más bien al contrario: únicamente una persona “enferma de melancolía” (depresión decimos hoy) puede verla como algo peyorativo. ¿Qué mayor nostalgia que por melancólicos días de lluvia que, como decía el bueno de Anthony Hopkins interpretando al escritor C. S. Lewis en “Tierras de penumbra”, a uno le parecen “la antesala del mundo”?Sí, es la nostalgia de lo melancólico que todo lo inunda como lluvia atravesando nuestras vidas.
Son días alegres: la vida en colores. Y, sin embargo, uno intentando ver en los partes meteorológicos días que me lleven a pensar el estar en dicha “antesala del mundo”. Claro que el C. S. Lewis que así pensaba se hallaba enamorado, sin saberlo sabiéndolo, de una mujer al otro lado del Atlántico. Demasiado lejos. Demasiados habitáculos tras la antesala para llegar al “mundo real”.
No es mi caso: afortunado soy. Mi caso es el de una nostalgia nada metafísica: días de lluvia que dejen de lado, aunque sea sólo por un maldito momento, el polen y el bullicio del cual no puedo ser parte. Nada más. Puede ser egoísta, pero sólo desde la subjetividad de mi “doxa” puedo escribir lo que escribo.
Días en que el gris de un cielo que se desploma y un verde fecundado por aquél, se funden con el mar en un eterno cuadro del más paisajístico Monet.
Días de lluvia: días ocupados. Recuerdos. Los hay más y menos intensos: recuerdos y días de lluvia. Todos son uno.
El papel se moja con lo que parece una gota de mi imaginación y no dejan de ser gotas del rojo más natural después del que riega nuestro biológico cuerpo: es el vino de mi copa.
Miro a través suyo y veo un día de París: la «Calle Saint-Honoré después del mediodía » y su genial efecto de lluvia, milimétrico en su desorden ordenado. Era el final del siglo XIX pero no el de un Pissarro anarquista hasta la médula. Admirar dicho cuadro en el Museo Thyssen-Bornemisza en la Villa y Corte, es casi como imaginármelo en el fondo de la copa del rico Rioja que ante mí tengo.
Descanso. Un poso de sosiego en el fondo de mi copa: hoy no me podría permitir el alarido y la realidad genialmente retorcida de Van Gogh…hoy tengo que descansar: de todo. De una semana. De un mes.
Y lo hago así: pensando que tal vez tenía razón quejándose el Bertrand Russell del “Elogio de la ociosidad” de que el saber, se está conviertiendo en una mera “preparación técnica” y no se ve ya como un bien en sí mismo, que amplía horizontes, como quien nada sin preocupaciones en el mar de Monet.
Así, ahora, nado yo en mi copa de vino. Mi ración de descanso semanal: mi oceánica copa. Y en ella nado. Me sumerjo. Pero es la antesala del mundo.
Hasta mañana.
Imagen: «Camille Pissarro pintando en un jardín «(1.874). Retrato «informal» de Lidovic Piette.
Como el cuadro muy romantico e informal te noto Iñaki y eso llegado este momento del año es doblemente bueno. Quiere decir que te sientes vivo y con ganas hablarnos de otros temas que nos pasan desapercibidos. Yo también levanto mi copa pero con el vino de mis propias cepas. A tu salud.J.A.
Gracias amigo Javier.
Pardiez que también me gustaría probar el divino caldo de tus cepas.
Aquí seguiré, esperando, como decía ese filósofo y juglar llamado Santiago Auserón con los mejores Radio Futura de avanzados los ochenta, la: «Luna de agosto, madre y señora del vino«.
Saludos.
Desde mi soledad brindo igualmente por ambos, y espero con ansia ese mar de Monet, que aguarda hasta el viernes de mejor compañía en aguas mediterráneas; donde me dirijo por amor.
Me considero un melancólico de los que disfrutan normalmente en la compañía de la soledad, recordando que cualquier tiempo pasado fue mejor y esperando el futuro para volver a enamorarme de él cuando vuelava a pasar 🙂
Soledad, eres un escalofrío que me arropas cuando no hay nadie, de ti siempre intento escapar pero tampoco puedo vivir sin tu presencia. Eres ahogo, sentimiento, libertad, nostalgia, necesidad, pena y gloria.
Eterna compañera de viaje, tristeza y pena es lo que me vendes. Poseedora de llaves de cristal, abres la puerta del recuerdo en donde habitan los fantasmas del ayer con sonrisas de acogida. Detrás de un espejo transparente en el que apenas me reflejo, evita mi viaje y hace del presente una incertidumbre.
Planto la semilla de esperanza que no acaba de dar su fruto. Árbol de ilusión que se está muriendo esperando la llegada de agua que lo refresque.
En tu rostro veo sin piedad amigos que se divisan en el horizonte del pasado, cada vez más lejos. Simplemente es el camino que dicta el ritmo de la vida, sin embargo estoy tranquilo, estoy bien porque siempre queda un jardín habitado por las flores de la alegría que hace que valga la pena seguir adelante.
Por cada amanecer, por cada nacimiento, por cada emoción, por la brisa acariciando mi rostro o la mirada sincera de un niño; por eso sé que nunca estaré solo porque tú me harás compañía.
Soledad, bonito nombre para una compañera.
(Carta que con gusto y afecto te dedico amigo Epicuro y que sonó en las ondas radiofónicas en un pasado reciente y entrañable de un programa de radio ya perdido)
Un abrazo–
Espero que ese árbol de ilusión nunca muera y que el agua llegue y lo refresque: un mar llamado Soledad (o Mar, que tampoco está mal). 😉
Sinceramente: hay respuestas que en mi provocan pudor y eterno agradecimiento. Lo último por tu amabilísima dedicatoria, amigo Marco, y aquél (pudor) porque la respuesta está muy por encima del artículo que pudo provocarla. Muy por encima.
Un abrazo, vuestros comentarios hacen que uno se revitalice.
P.S.: Una carta así debiera sonar en programas radiofónicos nocturnos un día sí y otro también…la magia de las ondas se acentúa bajo el abrigo del silencio provocado por el oscuro manto de la noche…lástima que dicho programa se haya perdido Marco…
Un afectuoso saludo.