Fin de semana para disfrutar de Madrid: edificios y avenidas; el Círculo de Bellas Artes y su ambiente; el Museo Thyssen y el inmortal Van Gogh; el Prado y siempre, siempre, Velázquez, el único que pintó el “aire”. También la gastronomía –más barata que por estos pagos- y la eterna cerveza “bien echada”; sus bares, tascas y cervecerías de azulejos brillantes con ventanales en que sentarse; la heterogeneidad de sus habitantes, de sus trabajadores. Por pura casualidad, también su carnaval: peculiar desfile por Alcalá hacia la zona donde el precioso Edificio Metrópolis divide como una cuña dicha calle en dos: Gran Vía y Calle Mayor, haciendo de dicho punto algo neurálgico. Nuclear. Visiones nocturnas de neón y agua: Neptuno y Cibeles brillan reivindicándose. También la impasible Puerta de Alcalá. No así la estatua de Espartero más arriba: sólo cuando llovía vimos a la perfección su silueta, sus contornos, dejando así de ser una ecuestre sombra.
Y entonces alguien se extraña, recordándome otra casualidad – como la del carnaval pero más ingrata – de que mi compañera y, sobretodo, yo, llevemos visitando todo el día museos. “¿Museooos?”, me espeta un viejo conocido denotando ya un tonillo de pijo ochentero, todo hay que decirlo, despectivo por cuanto acompañaba tal retórica pregunta nunca respondida con un ostentoso gesto de la aleta izquierda nasal. Quien así me inquirió, iba a la capital a visitar la Feria de Arte Contemporáneo: ese machaca cerebros “vanguardista”.
Hace algún tiempo, el 24 de agosto de 2004 para ser exactos, cometí, de nuevo (no aprendo) otra afrenta al buen gusto de los nuevos piji-progres en forma de artículo que este periódico tuvo la deferencia de publicar (“Cultura y corrección política” se llamaba mi infamia). En dicho horrendo ataque a los chachis que nunca están “demodé” (salvo cuando dejan de estar al tanto de lo que en Nueva York se hace cada cuatro días) ahondaba en el equívoco término “vanguardia”. Citaba a Boadella, siempre el ingenioso hidalgo y bufón Boadella, diciendo en tan reaccionario, infame y ruin escrito del que me declaro culpable, lo que en sus memorias no era sino una genealogía de dicho término: “vanguardia”. Así, para nuestro querido Bufón el problema radicaría en dicho concepto, término en principio de clara connotación militar, reaccionando con orgullo: «(…) en estos tiempos se trabaja con más libertad y tranquilidad si se acepta a priori el calificativo de reaccionario, imputación infamante que, como castigo público, margina al artista de la descarnada comercialidad, encubierta hoy bajo los términos contemporáneo, modernidad y vanguardia«.
En dicho escrito, del que por su realización de nuevo reconozco tener que subir al cadalso y pagar por mis incorrectos y descarados exabruptos, comentaba con el desparpajo del pecador que soy, que el gran problema también reside en listillos disfrazados de artistas que se dedican a ser “lo más y lo último” en todo. Algo bien reflejado por el Bufón en su obra al frente de sus geniales Els Joglars: El Retablo de las Maravillas. Cinco variaciones sobre un tema de Cervantes. En dicha obra queda reflejado el imbécil que mide la sapiencia cultural de sus interlocutores por la frecuencia en viajar a Nueva York y ver sus galerías de arte moderno. Y es que, a fin de cuentas: «el arte es una cosa tan sencilla como mirar, leer o escuchar a través de los sentidos del artista. En definitiva, siempre arranca de un acto abstracto para conseguir un efecto real. Hecho al revés, dejando la abstracción como fin, es una nimiedad sin interés«.
Culpable, señores inquisidores que al grito de “¡Osseeaaa, de un universo a otro en Arco! ¡Qué de putísima madre tíaaa, esss que no me lo puedo creer: que fantasía de universos!”, me hacen temer que la fantasía de ir de un universo a otro respondiera a alguna ingesta psicotrópica por parte de la chica a la moda que chillaba a mi lado a través de su móvil (o dicho aparato era del Pleistoceno, cosa difícil, o quizá el chillar también forma parte inherente, sospecho, del que denomino como “piji-progre”).
La chica iba entusiasmándose hasta el momento álgido: “¿¡Y la esssposición de frigoríficos cubanos!? ¡Buah, tía, una pasadaaaaa, de verdáaaa!”.
Y aquí, el pecador, pensando: “Ahora la pobreza es “chic”, por lo visto”. Así Perugorría, genial actor aunque, como pecador que soy (perdón mil veces de nuevo mis torquemadas piji-progres) deberé cambiar mi concepción de él: ¿se dedica a alargar ad eternum su fantástica escena en la película “Fresa y chocolate” con su Rocco, frigorífico que delata una sociedad enferma? ¿Falta de ideas tal vez?
¿Queda así en el baúl de los recuerdos superguays el tema denunciado en la película referida (un régimen opresor que, entre otros, persigue a los homosexuales porque “la Revolución no entra por el culo” y porque nadie disiente, por cojones) y ahora se dedica a la delicia “estética” de exponer neveras de los cincuenta ?
Como pecador que soy, recordaré las palabras del poeta disidente (seguro que una cosa lleva a la otra piensa mi infectado cerebro) y cubano como el que más: Raúl Rivero , definiendo a la perfección el régimen de los frigoríficos vacíos y estropeados como de “machista-leninista”.
El regreso, quede constancia para quien me vaya a crucificar o, mejor, envenenar con Polonio 210 que es mucho más “cult” y está “In”, digo, el regreso de Madrid fue un encanto: lleno de piji-progres. Progres porque a diferencia del típico pijo ochentero que denominaré: estilo Hombres G, ya desaparecido; éste nuevo hace surf y submarinismo; le encanta cierta y concretísima prensa y los “artistas” en ella publicitados (los que leemos todo tipo de periódicos somos seres extraños que pierden su tiempo miserablemente); llevan algún tatuaje gótico o que llama al amor libre como en los sesenta, pero sin pasarse…(tatuarse un condón les parecerá demasiado, digo yo…con perdón); les encanta esquiar y viajar con dinero de papi, mami, o dedicándose a sacarse una pasta con oficios que no nombraré para que una vez ajusticiado, no se ceben con mi cadáver, eso sí, artísticamente; dicen tacos y hablan fatal de los típicos clasicones reaccionarios; practican el consumismo de diseño mientras protestan –con la boquita pequeña- contra grandes empresas explotadoras que generalmente les visten, etcétera.
Por tanto, como culpable declarado: declaro que Velázquez y su luz me son mucho más apetecibles desde la subjetividad de mi gusto que un tipo en un váter con el pene erecto (nada de artístico, a no ser que hablemos de tamaño y, sintiéndolo mucho, no pasa de la media nacional: palmero, vaya) o de fotografías monísimas de manos o de espaldas para colocar en la alcoba de la enorme choza de estos nuevos nenes bien.
Pisarro tal vez me haga parecer con sus parisinas y lluviosas calles al tipo de la fotografía en el váter: me culpo de ello también; tal vez lo hagan también Tiziano y mi admirado Van Gogh (lo nombro de nuevo para reiterarme como culpable en grado supremo: pues alevoso mancillador de lo último soy).
Tal vez el Bufón esté en lo cierto (siempre supieron más que las testas coronadas: los bufones) cuando dice que el arte: “siempre arranca de un acto abstracto para conseguir un efecto real. Hecho al revés, dejando la abstracción como fin, es una nimiedad sin interés«, salvo para los piji-progres que chillan en el tren de regreso de una feria «super-mega-hiper-ultra-guay».
Yo, mientras sorbo con paciencia un café, me quedo con Velázquez y su luz.
Imagen: sin palabras. Había otras «menos decorosas»…
Hola Iñaki. Qué envidia me das después de tu viaje a Madrid. La ciudad donde he vivido 7 años. Durante dos o tres años me tocó cubrir la feria de Arco, donde por cierto conocí a Alberti. Arco es todo una experiencia que merece la pena vivirla con el entusiasmo del aprendiz. Coincido contigo en que la gran mayoría se queda con lo más supérfluo o lo más disparatado, pero sigue siendo un gran encuentro. Y aquí sí que estoy de acuerdo contigo el otro encuentro más íntimo con Velazquez en el Prado habría que practicarlo como obligatorio ¿una vez cada cinco años? No sé pero entonces también dejaría de ser tan íntimo. Así que maestro Epicuro gracias por su paseo madrileño y una rectificación: el edificio Metróplis es un punto fantástico de madrid, en efecto ahí comienza la Gran Vía pero la otra calle es la calle Alcalá (la calle Mayor comienza en la Puerta del Sol. Conozco esas calles mejor que el Paseo de Sarasate. Salud Iñaki.
Definitivamente una conversación vale tanto que no vale nada: material. Y una grata conversación con unas cañas (las cañas animan y unen mucho) es lo que me gustaría tener contigo Javier, sobre tus siete años en la Villa del Oso y el Madroño.
Sobre la corrección urbana: mil gracias, errores de aprendiz, precisamente. La próxima vez que por allá paremos intentaré que el Edificio Metrópolis no me ciegue y me haga ver como es debido el nombre de cada arteria madrileña. 😉
No obstante, amigo Javier, tomo nota sobre la feria. Seguro que tanto bodrio y, sobre todo, tanto superfluo ambiente de regreso que no veía más que en «la pose» algo defendible, me hizo prejuzgar toda la feria en cuestión en su totalidad.
Un abrazo.