Ritual de sangre.

Siempre se me antojaron estéticamente indecentes. Siempre se presentaron ante mí como fanáticos y espasmódicos homenajes a la nada: terrible concepto que lleva indefectiblemente –en algunos- a la angustia.

Para no caer en ella, los hay de todos los pelajes: rituales.

Si no es la cristiana afición de hacer “pasiones vivientes” –así las llaman- en donde los 40 latigazos de rigor, con rigor son dados; es la Ashura chií, donde hasta el más crío es “concienciado” en un dogma que, obviamente, todavía no alcanza a comprender, a base de cortes y golpes.

Así, el fanático, cualquier fanático, hace de ello algo “sublime”: una demostración de fe.

Nunca entendí (ni entiendo, ni entenderé) el hecho de que la fe tenga que ser siempre tan demostrada a los demás. Con los demás. Todos deben ver la fe. Da igual si es golpeando la frente contra el Talmud judío, como contra El Corán musulmán. “La fe mueve...” cabezas.

Su fe: en la existencia de un “ente” supremo, se supone. Aristóteles lo vio como una máquina que crea y no sabe que crea por su propio “movimiento” creado: el eterno “motor inmóvil”; Platón como el δημιουργός o “demiurgo” (de démos, pueblo y érgon, trabajo): creador, artífice.

El festival de sangre dirigido a mayor gloria de dicho “ente” omnipotente y omnipresente (pues todo lo ve: lo más íntimo sobre todo) se me antoja tan supinamente repugnante que las imágenes que tenía pensadas colocar en este artículo ( el niño con la cara cortada por su madre ; la manada de fieles chiíes protagonistas estos días e incluso la “pasión viviente” en un pueblo español) las dejo para que quien tenga ganas, o agallas o mórbidas intenciones y vea dicho sanguinolento festival a través de los enlaces que ahí dejo.

No, sería hacerles un favor: dejarse ver es –como digo- su finalidad.

¡Oh linaje infeliz de los hombres, cuando tales hechos atribuyó a los dioses y los armó de cólera inflexible! ¡Cuántos gemidos se procuraron entonces a sí mismos, cuántos males a nosotros, cuántas lágrimas a nuestra descendencia!
No consiste la piedad en dejarse ver a cada instante, velada la cabeza, vuelto hacia una piedra, ni en acercarse a extender las palmas a santuarios divinos, ni en rociar las aras con abundante sangre de víctimas, ni en enlazar votos con votos, sino más bien en ser capaz de mirarlo todo con mente serena
”, decía el siempre enorme Lucrecio hace veintidós siglos en su «De rerum natura«.

No aprendemos: los encapuchados de ETA también están dispuestos a entregar la sangre por su patria, espetándolo mientras sueltan salvas al cielo en un bonito y verde paisaje guipuzcoano. El concepto nacional-socialista de comunión entre sangre y patria de nuevo…no aprendemos. La supersticiosa afición a venerar la sangre puede, también, ser laica.

Y se me antojan las palabras de Michel Onfray en su “Tratado de ateología”, acertadas en este caso: “El ateísmo no es una terapia, sino salud mental recuperada”.

Imagen: la de quien se lo merece: Titus Lucrecius Carus.

Acerca de epicuro

Alumno de todo, maestro de nada...
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4 respuestas a Ritual de sangre.

  1. marco dijo:

    Querido amigo, le dejé un mensaje un tanto discreto en mi artículo de la GRAN EVASIÓN, que trata sobre su anterior artículo que si en él no opiné fue porque me faltó decisión y no me sentía preparado. Sobre su brillante texto, «Ritual de sangre» qué decir mas que que la Fe es el pretexto de la razón, o aquella fuerza desconocida que nos hace creer en algo que no conocemos, yo siempre lo hice pero no ciegamente. Cuando se radicaliza una creencia al extremo la fe se transforma en un estigma físico, parece que tenemos que demostrar a través del dolor la existencia de algo que no vemos. Dolor físico en uno mismo o todavía peor hacia otra persona. Fe religiosa, Fe política, Fe en uno mismo… yo la tengo pero la mía no se sella con sangre.

    Enhorabuena por su blog, intenso, profundo, cierto, reflexivo…

  2. Epicuro dijo:

    Amigo Marco y compañero cinéfilo y de blog , cualquiera que no pretenda actuar como a quien se denuncia en este humilde rincón que incita a la sana duda, está preparado para escribir. Por eso le animo a seguir haciéndolo. Por eso no puedo sino ser yo quien le de las gracias a Vd.: por su blog, por su racional (con todo el peso que conlleva) comentario y por su fe, tan dignamente llevada. La que sinceramente puedo respetar.

    Nos sabemos pocos: los ateos, pero no por ello cejaré en la aventura de hablar (que ni por asomo convencer: una discusión de miles de años no la soluciona nadie en unos minutos) en quien como Vd., cree sin ningún miligramo de pesado y recalcitrante fanatismo.

    Lo dicho compañero Marco: un honor tenerle por estos pagos.

    P.S.: Leí con atención el comentario al que se refiere. Quedé muy agradecido por sus amabilísimas -desmerecidas tal vez- palabras. Un afectuoso saludo.

  3. Hola Iñaki ayer leí al maestro Manuel Vicent una columna en la que citaba a Horacio. No creas que Vicent es siempre santo de mi devoción pero ayer después de leerle me prometí que tenía que leerlo más amenudo. No sé pero me pensé ¿qué diría Epicuro sobre todo esto?

  4. Epicuro dijo:

    Pues por mi parte, sólo espetar un humilde: «Alumno de todo, maestro de nada«. Pues así me reconozco. No he leído nada de Manuel Vicent (espero arreglarlo – si tienes a bien – con tus sugerencias, allá por el lejano estío, tal vez).

    Sí he llegado a verlo en alguna entrevista y presentando alguna de sus colecciones de arte, pero nada más…y hace mucho, por cierto.

    Sobre Horacio sé que puedo decir lo mismo: que poco sé, algo de su biografía. De su época conozco mejor a Cicerón; aunque me consta que Horacio también era alguien que buscó con ahínco la Αταραξία o Ataraxia. Epicúreos somos…

    Dejo a los lectores silentes y curiosos la labor de desentrañar las interioridades de tan interesante concepto.

    Saludos compañero, los exámenes y trabajos a realizar no me dejan más tiempo.

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