Espacio libre de humos

Si realmente existe algo en esta estrechísima ciudad -en la que parecen buscar petróleo en los últimos tiempos- algo que pueda respetar, algo que me haga reflexionar, algo que me pueda hacer estar sólo o acompañado de una manera grata: son los jardines de La Taconera.

Nada hay más parisino en toda esta ciudad. Nada tan estéticamente desigual: tanto el pavimento del Casco Antiguo como la “nueva” Plaza del Castillo me horripilan: es la geometría llevada al extremo más insulso. Lo mejor del Casco: sus casas desiguales en colores, en tejados, en alturas…

La perfecta línea recta de las calles pavimentadas al estilo “Bayona” no hace sino defenestrar dicha desigualdad estética. Lo mismo ocurrió con la antaño laberíntica Plaza de San Francisco o con el Rincón de la Aduana.

Llámenme nostálgico, al final todo es muy subjetivo: cuestión de gustos. Pero esa desigualdad queda vigente y mimada, todo hay que decirlo al menos hasta la fecha, en La Taconera.

El Vienés es el contraste de este a veces agujero llamado Pamplona-Iruña: los bohemios de toda la vida, como esa chica que siempre escribe o como el chico de la perilla que mientras espera a su compañera lee, se entremezclan con lo más cutre y “chic” (valgan las redundancias) de la ciudad.

Pamplona se está volviendo lo que odié y lo que odio. Fascinación infantiloide por lo ultimísimo en tecnología en Carlos III, el cubo británico -que corona otro paisaje geométrico- brilla mientras pontifica que ya es primavera…

Todos nos vemos envueltos en el consumismo: así está montado el chiringuito. Todos nos debemos a y tenemos derecho a…

Se agradece tener un pequeño respiro para ver los Teobaldos que todavía tenían más encanto llenos de musgo. Realmente es como para plantar allí el jardín y dedicarse al verdadero hedonismo epicúreo que tanto vilipendió el cristianismo. Hoy nos creemos hedonistas cuando, como cualquier orangután, nos rascamos partes pudendas mientras vemos inmóviles la televisión durante horas.

Reflexionar, dialogar sobre la amistad, sobre Platón y El Estagirita y tantos otros, sobre el consumismo, sobre el fanatismo teócrata, sobre cualquier tema, mientras se pasea por La Taconera: es un lujo asequible aún. Mari Blanca y Don Hilarión Eslava miran desde su época con curiosidad, no así el altivo y genial Gayarre echando de menos su fabulosa casa en Roncal: ¡magníficas vistas desde su ventana por cierto! Les recomiendo una visita fugaz…

Pero creo que igual traslado remolachas y tomates a dichos jardines. ¿Qué si no hay más auténtico y cosmopolita en toda la ciudad? Inmigrantes beben mientras piden fuego a un transeúnte, otros miramos, leemos, hablamos, tomamos té (lo mío no es el café) o simplemente: estamos. Porque mientras estamos somos. Cuando no somos no estamos. Y mientras somos y estamos: interactuamos.

No seamos como el pobre pero respetable “El Oscuro” (Heráclito) que viviendo en el monte no se relacionaba con nadie guardando con avaricia y egoísmo su vasta inteligencia. No necesitamos como él bajar un día, únicamente comiendo bayas, dejando nuestras conclusiones en forma de sentencias en lo más alto de un altar.

Rechacemos tanto jodido altar: nunca Pamplona se sacudirá tanta mojigatería. Sean muchos o no, da igual. Los humos de los dogmáticos siempre tienen altares, religiosos y seglares, a quienes guardar respeto: amén les digo mientras sonrío. Me basta saber con que no soy el único enemigo de sotanas de cuerpo o mente.

Siempre quedará un lugar donde respirar sin tanto dogmático ambiente: La Taconera y sus paseos. Aquí no caben tan malos humos como los suyos.

Peripatéticos somos quienes por sus floridas avenidas filosofamos.

Aún queda un lugar sin humos en la vieja Iruña.

Aún queda un momento que aprovechar de verdad.

Aún queda…aprovechémoslo.

Acerca de epicuro

Alumno de todo, maestro de nada...
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2 respuestas a Espacio libre de humos

  1. Ireber dijo:

    No sé si es bueno mencionar ciertos lugares, más que nada porque podemos atraer miradas hacia ellos de todo tipo, y mientras unos pueden ver un lugar en donde hacer, ver y disfrutar todas esas cosas que dices, otros pueden ver un parking.

    Yo me he trasladado a otra ciudad, pero aún suelo volver a la vieja Iruñea por distintos motivos. Dicen que las ciudades que miran al mar, como en la que ahora vivo, tienen gentes más abiertas. Quizá sea cierto en términos estadísticos, pero de todo hay.

    Siento una mezcla de sentimientos cuando pienso en Iruñea. Nostalgia de lugares y sobretodo de amigos, pena de la metamorfosis a la que la están sometiendo, de cierto olor a rancio, quizá esas “sotanas” de las que hablas, que nunca acaba, ni acabará, de quitarse. Pero siempre será mi vieja Iruñea.

    Suscribo la idea que muestras de La Taconera, y apunto otra. Mirad hacia arriba cuando paseéis por sus calles. Yo muchas veces he descubierto cosas gracias a los turistas que he encontrado parados en una calle con la vista en lo alto de un edificio.

  2. Epicuro dijo:

    Un fraternal saludo amigo Ireber, desde la Iruña «eterna».

    Sanísimo consejo el tuyo a llevar a la práxis: mirar hacia arriba, por ejemplo, por la Calle Mayor, da de ella una visión muy distinta. Hay cientos de sorpresas esperándonos.

    Espero que la próxima vez que vengas me aceptes un rico té (o un café) en El Vienés.

    Recuerdos de y desde Iruña

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