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Paisaje instantes antes del hundimiento

viernes, 21 de noviembre de 2008 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección: Matteo Garrone Intérpretes: Toni Servillo, Gianfelice Imparato, Maria Nazionale, Salvatore Cantalupo, Gigio Morra, Salvatore Abruzzese, Marco Macor y Ciro Petrone Nacionalidad: Italia. 2008 Duración: 135 minutos.


TODO en Gomorra se conjura para cercenar la luz. Todo en esta crónica sabe del vacío de la estulticia. Por eso mismo y de modo nada inocente, Garrone cierra su filme en una playa, en ese escenario final en donde con frecuencia el cine pergeña la esperanza. Sólo que aquí, en esa arena manchada de ignominia, sólo habita lo grotesco. Grotesco es el espectáculo de una pala mecánica que lleva en su interior los cadáveres que quedan tras la resaca de la fiesta. Pero aquí, en este festejo, no ha habido alegría alguna. Aquí todo se reduce a la carne de dos adolescentes cuya sexualidad permanece casi tan virgen como su inteligencia.

Eso es lo desolador de Gomorra , que aquí no hay épica ni (est)ética. Aquí sólo abunda la sangre, la caspa y la amenaza real que, como una absurda condena, ha pasado del libro en el que se basa este filme al autor de la novela. Precisamente ese roce con lo real, hacía de Matteo Garrone un director apropiado para llevar al cine esta crónica. ¿Por qué? Porque Garrone practica una suerte de neorrealismo del siglo XXI; un estilo seco, directo y ajeno a filigranas técnicas. En armonía con él, sus actores apenas poseen experiencia cinematográfica y los escenarios nada saben del cartón piedra ni del retoque digital. De hecho, al contemplar las barriadas donde sobreviven las familias de la Camorra, se hace evidente que entre esas casas-nicho y las cárceles en las que, tarde o temprano, acabará la mayoría apenas hay diferencias.

Gomorra hace daño. Quebranta el ánimo al estilo de Saló o los 120 días de Sodoma de Pasolini. Tal vez porque se adivina en ambos casos el mismo horror, análoga angustia. La diferencia sustancial es que el escenario de Pasolini se ubicaba en el corazón de la Segunda Guerra Mundial, a la sombra del fascismo, en un pasado con el que el neorrealismo parecía haber saldado cuentas. Aterra percibir que aquel infierno en tiempo de guerra se parece demasiado a este purgatorio en el tiempo de la paz de Berlusconi. Lo que pone en cuarentena el optimismo de Zapatero. Tiene razón pero ¿dónde reside la gloria de superar la calidad de vida de un país en el que muchos viven como los que en esta película se muestra?

Gomorra hace honor a su nombre, verbigracia, su cuadro social apesta. Garrone utiliza el disfraz de las formas que acuñaron De Sica y Rossellini para contaminarlo con el submundo del hampa que magistralmente han mostrado autores como Johnnie To y Takashi Miike. Pero aquí la fórmula genérica, el paño caliente de la mistificación, el exceso y la desmesura, ceden su lugar a un barniz de atemperada realidad. Y esa calma, esas idas y venidas en medio de tanta miseria y sintiendo la piel de sus personajes tan cerca, resulta abrasiva, hiriente, desazonadora.

Sus descerebrados protagonistas, hijos del ruido y la furia, son estúpidos integrales. Suicidas con retardo, psicópatas sin plan, asesinos de su propia estirpe y tierra. Garrone nada quiere saber de los Corleone ni de los Soprano. En todo caso, sí dedica un tiempo para reflejar algo que desde los años 20 todo el mundo empezó a intuir: la vida imita al cine. En consecuencia, estos desgraciados de droga fácil, tiro fijo y poco seso, imitan a Hollywood con la misma falta de glamour que en su día mostraba el ex director de la Guardia Civil en ropa interior. ¿Maldición del Mediterráneo? La respuesta descansa, tal vez, en la enigmática sonrisa etrusca. En Gomorra desde luego no hay risa ni sonrisa. En su lugar, un demoledor mazazo con la forma de una rigurosa y perturbadora película nos aguarda.

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  1. marco
    viernes, 21 de noviembre de 2008 a las 19:22 | #1

    Ole los huevos de Roberto Saviano!! 🙂

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