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Verdad, ficción e inspiración

viernes, 16 de noviembre de 2007 Dejar un comentario Ir a comentarios

Dirección: Laurent Tirard. Intérpretes: Romain Duris, Fabrice Luchini, Laura Morante, Edouard Baer, Ludivine Sagnier, Fanny Valette, Gonzague Requillart, Philippe du Janerand. Nacionalidad: Francia. 2007. Duración: 120 minutos.

Los biógrafos de Molière señalan cómo, el célebre dramaturgo, al cumplir los 22 años, desapareció misteriosamente durante unos meses dejando solos a sus compañeros de teatro. Es apenas un vacío insignificante en la por otra parte bien documentada biografía que se tiene del autor de Tartufo. Apenas una veladura, un leve eclipse en un recorrido iluminado paso a paso, en buena medida por sus propios trabajos teatrales. Pero esa sombra resulta suficiente para que Laurent Tirard, en connivencia con Gregoire Vigneron, se lance a inventar una situación en la que se inscribe la definitiva orientación de un prometedor escritor y actor que se empeñaba en ser trágico cuando estaba llamado a servir a la ironía y el humor.

Se trata de un proyecto que sigue las huellas de experimentos exitosos como Shakespeare enamorado. Consiste en, con la legitimidad de recrear la figura de un referente incuestionable e incuestionado, fabular sobre algunos aspectos de su vida íntima, a medio camino entre una explicación psicoanalítica y un delirio de historia-ficción.

Nada nuevo, ni nada ilegítimo, aunque no parece que con ello se avive ningún interés por los autores clásicos. En todo caso, se contribuye a una popularidad distorsionadora y banal que, aquí, alumbra un filme amable, menos ingenuo de lo que aparenta y más gratificante de lo que cabría esperar. Un híbrido pseudofreudiano.

Sin perderse en la erudición pero sin despreciar algunos guiños que un conocimiento amplio de la obra y vida de Molière propician, Laurent Tirard, en su segundo largometraje, se mueve con la pulcritud de ese cine francés de buen acabado y solvente factura. Si hemos de creer lo que Tirard propone, su Molière maduró a costa de renunciar a una intensa historia de amor. De modo que cuando aspiró el aroma del sacrificio y el dolor, el repelente histrión ebrio de excesos e inclinado a arrojar tragedias contra el espectador supo del inmenso valor de la sonrisa inteligente y el inapreciable poder del vitriolo dulce, ese que se bebe sin culpa ni dolor. Para sustentar esta teoría, Laurent Tirard mueve con talento a un brillante elenco actoral poco teatral pero sí altamente cinematográfico. Es suficiente; su Molière entretiene y es divertido.

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