Lamiarrita. Mítico paraje del baztanés pueblo de Arizkun. Su palacio Echeverría, construido por Juan de Goyeneche (1713) y conocido como lamiarrita, cumple 300 años

UN paraje arizkundarra conocido como Lamiarrita es uno de los lugares más bellos y míticos de la geografía de nuestro Viejo Reino de Navarra. Un lugar encantador a orilla del camino que va hacia las tierras hermanas de la Baja Navarra y del río Baztan. Pedazo de tierra baztanesa con duende como su mismo nombre euskaldun indica: Lamiarrita, Lamia-harria, la piedra de las Hadas, roca de las lamias, como, sin duda, así refiere el historiador Isidoro Pinedo Iparraguirre tras el estudio de su antecesor, también jesuita, Antonio Pérez Goyena, autor del libro El Valle de Baztan (1955). Caro Baroja explica que los vascos tomaron el nombre e ideas de las lamias latinas (a su vez heredadas del mito griego de la monstruosa y feroz reina Lamia de Libia) y las endulzaron, convirtiéndolas en seres mitológicos mezcla de niña y de salmón y cuyo pálido recuerdo perdura aún en la literatura, el imaginario popular y en muchos topónimos de Navarra: Lamiaren Kantua o El canto de las lamias (Claudio Otaegui, Revista Euskara), lamixain (en Arano), Lamiarrieta (en Madoz), Lamien-Lezea (en Zurragamurdi). En este sentido de leyenda se cuenta que las lamias del lugar guardaban un áureo tesoro y que este lo encontró el joven Juan Bautista Iturralde. Y así, con ese oro, se pudo reconstruir un palacio que había sufrido un voraz incendio. El paraje de Lamiarrita está ocupado por un campo (78×21,5 metros) de laxoa o guante, la modalidad más ancestral del juego de pelota vasca que solo se conserva hoy en el propio Noble Valle y Universidad del Baztan y en Malerreka. Una de las dos paredes del campo descansa contra el talud izquierdo del Baztan, río que se cruza por un ancho puente. Y al otro lado del camino se yergue, tan hermosa como colosal, la casa de Lamiarrita, que ejerce de aduana para adentrarse en el también mítico Barrio de Bozate, asentamiento de agotes, de crueles arrinconamientos y de injusticias y, luego, de caudal inagotable para historiadores, antropólogos y literatos. La casa-palacio está en buen estado y está enmarcada en intenso verde baztanés por varias hectáreas de prados, y ribeteada por un telón de medio centenar de chopos al norte (que hace insinuarse al vecino palacio de Ursúa como si de un teatro de sombras se tratase), un espectacular pino en el lado sur y ocho plataneros (pequeños pero matones con la solana) entre el cerramiento exterior y el sobreportal arqueado de la fachada principal, orientada a occidente.

Historia y estructura La casa de Lamiarrita cumple 300 años. Así lo atestigua el pregón de la inscripción de la puerta principal: D. Juan de Goyeneche. Tesorero de la Reyna. Año 1713. Koldo Katxo, jesuita tudelano responsable de la conservación y utilización de la casa (también la lamiagiltza MªCarmen Bidart), prepara con cariño la efeméride para el próximo 14 de julio. Pérez Goyena sostiene que quien mandó construir la casa fue el propio Juan Goyeneche, mientas que el Catálogo Monumental de Navarra se lo atribuye a su sobrino Juan Tomás de Goyeneche y la nombra con seguridad como palacio Echeverría (CMN, Merindad de Pamplona, página 315). Ha pasado por muchas manos y vicisitudes: fue propiedad de familias como los Borda de Maya, los Goyeneche, los Irigoyen y los Ubillos… Llegó a manos de los PP. Reparadores del Sagrado Corazón y desde 1953 pertenece a la Compañía de Jesús. Ha sido cuartel militar y escuela.

Sea como fuere su nombre oficial, se trata de una edificación de gran bloque horizontal con planta rectangular (30×15 metros), cuya fachada se abre en siete arcos sobre pilares con cimacios decorados con rombos, róleos, frutas y flores de lis. La fachada se articula en tres pisos y está enlucida con cadenas de sillar en esquinas, arcos y ventanas, lo que le proporciona cadenciosa armonía y ritmo. El tejado queda roto por tres buhardillas. La fachada luce orgullosa dos blasones sobre carteles con corona por timbre.

Lamiarrita niega la cita de Einstein: La belleza no mira, solo es mirada. Lamiarrita te mira. Aunque allí no se vean, el instinto humano que bucea para sentir el placer del misterio de lo bello es capaz de percibir que lamias, legendarios jugadores de laxoa, nobles y agotes, e, incluso, el espíritu ignaciano, te están mirando. Lamiarrita te atrae; luego te seduce y, finalmente, se hace inolvidable.