Donde cagó el Conde

Es martes y…

«He decidido atracar el banco, esconder el botín y cumplir condena, que no me da pena vivir de gratis en la trena».

Fue pisar los pasillos de la cárcel y ver cómo los años pasaban como semanas, los días como segundos y su pena como vapor de agua entre los dedos. Es lo que tiene hacer un seguro de amistad con aforados desvergonzados y justicieros de toga torcida. Las cartas estaban marcadas y no era cuestión de que todo el mundo las viera.

Mario, el banquero modelo, el esbelto cortés, el amigo de todos. Mario, el fiel caballero, usurero del mes, el chico de oro. Mario, el rey liberal, social y demócrata, gomina de plomo. Mario, el preso fugaz, el nuevo pirata, impuestos de gnomo. Mario, después de ganar, volver a ganar, duelo tras duelo. Mario, después de ganar, volver a jugar y ganar de nuevo.

Millones a espuertas en la madriguera suiza. A esta ronda invita el pueblo, señor Conde. El sudor ajeno, por lo visto, no cotiza. Corre Hacienda corre, corre corre que se esconde.

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