Toros, peñas y… ¡Fiesta!

E l tres del tres… Ahora la montaña rusa de la fiesta va cada vez mas rápida, hasta pensar que daría ya un sanfersaludo a todo eso que mantiene la sangre fluyendo y el corazón bombeando incluso en el más cansado de los cuerpos fiesteros. Ser un guiri en tu primera visita a San Fermín y sabiendo casi nada –absolutamente nada– sobre la Fiesta es casi imposible ahora, por supuesto, en este tecno-empapado tormento, instante de pesadilla. De 24 horas al día, sin parar, mi, yo, selfie… Es el mundo en el que vivimos. Uno que ahora deja poco tiempo para algún anticuado espontáneo, ‘’vamos a hacer una aventura y marchar a algún sitio sobre el que conozcamos muy poco”.
Pero en el verano de 1984, servidor, nacido y criado en Libia, guiri pero de pura sangre de un inglés, llegó a Pamplona sin conocimiento de la lengua, los nativos, la fiesta y aquél lugar tan glorioso, maravilloso e histórico en que había caído. Como un alien de otro planeta que ha aterrizado en una imposible, bonita y desconocida tierra sin ni idea exactamente qué fantásticos y fenomenales serían los habitantes y su San Fermín, algo que resultaría ser pura hechicería.
Y lo prometo: sin saber casi nada, él sabia que su vida había cambiado para siempre y aprendería la lengua y volvería para siempre algún día. Estar en Pamplona y en la fiesta por primera vez, sin saber nada, sin pistas de las que brinda internet ni vídeos, fue como el recibimiento para un bebé recién nacido. ¿¡Qué diablos es esto…?! El único libro que había leído (cuatro años antes) con Pamplona entre sus páginas fue de ficción, (y no de Hemingway), y con mi mala memoria no podía recordar casi nada.
Tenía una foto, una impresión, en mi cerebro en blanco y negro sobre las fiestas, nada más. O un dibujo hecho con un lápiz, pero sin los colores del arco iris. Los primeros segundos en la Plaza del Castillo el 6 de julio abrieron un mundo totalmente nuevo, de colores y sonidos, que yo nunca había experimentado antes.
Los días hasta el fin de la fiesta me han llevado a un universo alternativo de colores nuevos nunca visto antes, acompañado con notas musicales que nunca había escuchado, que combinados crearon 204 horas de una fiesta mejor que el más dulce de los sueños, con música que hace bailar el corazón. Como una película o obra de teatro hecha por los dioses, música afinada por los ángeles… Y yo dentro.
Y si todo esto no fue suficiente… Había toros. Quedaba mucho por descubrir. Yo, como muchos otros vírgenes en la fiesta estuve barrido día y noche en una marea de alegría y diversión, miedo y encierros, descubrimiento e hilaridad que me abrumaron por completo y me sumergieron en esa primera visita. Todavía lo hace, querido lector, todavía lo hace: me atrapa por completo y cada rincón de la Fiesta, me atrapa todo y cada día… Y si todo esto no fuese suficiente, estaban las peñas. ¡Oh mi Buda!… Las peñas. Hoy, en el tercer peldaño de la escalera, ya era hora de escribir mi pequeño homenaje a las incomparables y estupendas peñas.
Dudo que pueda escribir algo que no haya sido dicho antes: si existe cualquier droga o medicina, música o baile, que puede realizar el milagro que las peñas logran –levantar un alma sanferminera ya eufórica a alturas aún mayores– todavía no la he descubierto.
Las primeras veces pensamos que las peñas eran clubs privados a los que no podríamos entrar, y la primera vez que lo hice me sentí un privilegiado. Tres décadas después me sigo sintiendo igual.
Para este San Fermín tengo una idea, un Juego de Peñas, solo tengo que asegurarme de que todas están abiertas a las mismas horas. ¡Fácil! Espero poder hacerlo durante la fiesta; ahora me quedan cuatro meses para pensar qué travesuras hacer.
Hoy es tres de marzo y los latidos que siento aquí en Londres emanan de las peñas de Pamplona. Mientras un guiri llamado Tim Pinks escribe esto, el ritmo no para. Como el tic-tac de un reloj. Tick-tock goes the clock. Happy Escalera Day, Sanfermineros… Especially to Pamplona’s Peñas. Gutxiago falta da! Gora San Fermin! ¡Viva!

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