Pamplona, una ‘Feli-City’

Personas bailando al son de La Pamplonesa durante las dianas del día 7. JAVIER BERGASA

Nunca he conocido ningún lugar o evento en el que las carcajadas suenen tan fuerte, las sonrisas sean tan anchas, la vida sea tan agradable y el amor tan intenso como en Pamplona en julio. El autor americano James Michener, en su libro de ficción The Drifters, (Hijos de Torremolinos, aunque se trata de una mala traducción), escribió sobre Pamplona: “Ser joven, estar enamorado y en Pamplona en julio es el propio paraíso”. Pues, déjenme que les diga… Ser de mediana edad, y soltero, pero estar en Pamplona en julio, también lo es. Cualesquiera que sean tus circunstancias, sólo estar en Pamplona.

Lo sé. Es una ciudad del Planeta Tierra y las cosas malas pueden pasar, incluso durante la fiesta, pero puedo prometer que después de 34 fiestas sin igual e incontables visitas a esta ciudad del más allá, hay algo remarcablemente especial no sólo en Pamplona, sino también en Navarra. Como un aura que la rodea. Y durante la fiesta juraría que este aura se convierte en un capote gigante pero invisible, de oro y rojo – sí, exactamente como el que lleva San Fermin-, que cubre la ciudad en un capullo, como si intentara protegerla, y a todos, del daño. Y debajo de esa capa protectora, como he escrito más arriba, las cosas son más divertidas, más emocionales, más… Sólo más.

Y hoy es 2 de febrero y otra fecha especial para la ciudad, una escalera más en la cuenta regresiva. Recuerdo una vez, en el 89, frente al Bar Txoko, estaba con mis amigos tomando el desayuno tradicional post encierro -vanilla legumba- viendo una performance de Superman. No era el verdadero Superman de Pamplona, Fernando Lizaur Gómez -quien en el 79 adornó el escenario de San Fermín en la plaza de toros y las calles de Pamplona con su extraordinaria versión fiestera de un ‘espontáneo’ en la corrida-, y quizás menos talentoso, pero vestía el traje del famoso súper héroe. A media función, el actor de la calle paró a descansar y se encendió un cigarrillo. Yo estuve de pie al lado del corredor americano Joe Distler, que entonces no conocía. “Mira -le dije-. ¿Puedes creerlo? Superman fuma”. Él me miró y sonrió. Asintió y se fue despacio, riéndose, diciendo “joder, ¡Superman fuma!”. Sólo pasa eso en Pamplona.

Una vez me robaron el coche, con matrícula inglesa y el volante a la derecha, al principio de la fiesta, en la época en la que estaba permitido no sólo aparcar frente a la plaza de toros, también aparcar gratis. Bajo los arboles, en la sombra… Era un sitio bonito y extremadamente fácil para que me lo robaran.

El día 14, mientras paseaba por la ciudad, mi hermano Mike lo encontró aparcado (y bien aparcado) en Yanguas y Miranda. Los ladrones hicieron 30 kilómetros y cambiaron el reloj de la hora británica por la hora local. Eso sí: me dejaron media botella de vino. ¡Oh, mi querida fiesta, gracias, chicos!

En mi primer año aquí, en el 84, mis amigos nuevos y yo nos sentábamos en la hierba en la plaza de Castillo, que se convirtió en nuestra pensión, salón de estar, jardín y cocina.

Leyendo uno de los libros del gran pamplonés, medico, escritor e historiador Jose Joaquín Arazuri, aprendí una palabra que al parecer es típica de Navarra: ciriquear. Hacer travesuras. Pues Pamplona está llena de ciriqueadores, bromistas y humoristas.

Algunas veces no eres capaz de soñar, pero otras veces puedes vivir tus sueños. Y esto pasa cuando las fechas caen entre el 6 y el 14 de julio, y el milagro se llama las Fiestas de San Fermín.

Hoy es dos de febrero, otra fecha especial para la ciudad y para nosotros, los guiris del todo el mundo, quienes estamos esperando que llegue julio para que los sueños puedan, por fin, hacerse realidad en esta mítica ciudad. Pamplona es una ciudad fantástica. Una ciudad feliz. A Happy City. Así que podemos llamarla Feli-City. O quizás, en castellano, una Feliciudad… Ya falta mucho pero ya falta menos para que la magia vuelva, pamploneses. ¡Viva San Fermin! Gora!

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