VERDADERO O FALSO. EL ARTE DE ENGAÑAR

 

“Can you tell the difference between an Old Master painting and a contemporary replica?” Con esta contundente pregunta comienza la exposición ‘Made in China’ inaugurada el pasado 10 de febrero en el museo londinense Dulwich Picture Gallery.  El artista estadounidense Doug Fishbone plantea un interesante juego desde una reproducción que se expone junto a óleos originales de Rembrandt, Rubens, Tiepolo, Poussin, Murillo y otros clásicos que alberga la pinacoteca. La pieza, encargada a una empresa que comercializa réplicas que producen estudios chinos, de obras de cualquier época y estilo, no está señalada por lo que el espectador debe agudizar sus sentidos y poner a prueba su capacidad de análisis para descubrir a “la intrusa”.

Esta iniciativa tiene como referente cercano varios escándalos por falsificación de cuadros. En 2013, por ejemplo, se descubrió un fraude que ascendía a 80 millones de dólares por la venta de cuadros que habían permanecido “perdidos”, atribuidos a Franz Kline, Jackson Pollock, Lee Krasner, Willem de Kooning y otros artistas. En realidad, habían sido pintados por un artista chino de 73 años, residente en Queens, Nueva York. El engaño tardó en ser descubierto y para entonces habían estafado a galerías, expertos y coleccionistas.

Fishbone busca así propiciar una reflexión colectiva sobre el valor y la autoría de una obra artística a partir de la aparente confusión entre el original y la copia.La primera fase del experimento terminará en abril, cuando se revelará cuál de las obras es la copia. A partir de entonces, y durante tres meses, se exhibirán juntas original y copia.

Además de abordar el fenómeno de la reproducción, Fishbone espera enriquecer el debate sobre la autentificación de obras: lienzos atribuidos a autores consagrados que con el paso del tiempo fueron adjudicados a discípulos, así como el papel de estos en el taller del maestro, algo que es cada vez más reconocible gracias a las nuevas técnicas de identificación.

La realidad es que por muy aficionado que uno sea al arte es  complicado certificar la autenticidad de una obra en una exposición. El visitante adquiere su entrada en la recepción del museo y al cruzar la puerta del mismo da por hecho que todo lo que se expone en su interior es auténtico. Al fin y al cabo está en una institución oficial. Leemos la información de las paredes, los títulos de las cartelas y nuestra vista recorre, con demasiada rapidez, las obras expuestas que recogemos en nuestros móviles con el único y claro objetivo de mostrar a los demás que las hemos visto.

Lover Boys, 1991. Félix González-Torres.
Lover Boys, 1991. Félix González-Torres.

La autenticidad se hace aún más complicada en el arte contemporáneo. Cuando nos encontramos con instalaciones como, por ejemplo, Lover Boys (1991) en la que Félix González-Torres muestra una obra compuesta por más de 160kg de caramelos y nos invita a cogerlos no debería importarnos el origen de los mismos, ni siquiera si es el propio autor quien los ha comprado, sin embargo, casi todo el mundo se pregunta: ¿Y cuando se acaben se sustituirán por otros caramelos similares o distintos? ¿Es González-Torres quien elige los caramelos o es el museo? Por mi propia experiencia sé que si al visitante se le explica que es el propio artista quien selecciona y coloca los caramelos la obra adquiere mayor importancia que si se le dice que es un técnico del museo quien se encarga de ello. Este hecho demuestra claramente que la tan valorada “autenticidad” no otorga en muchos casos mayor valor artístico o estético a la obra de arte sino mayor pedigrí y todos sabemos que el pedigrí en el mundo del arte pesa mucho.

Lessing recuerda que la falsificación de un objeto arrastra consigo un concepto negativo. No se refiere a una característica específica que tiene una obra, sino a las características que no tiene dicha obra. En resumen, implica la ausencia del famoso pedigrí. Si la sustitución de un material original de la obra por otro posterior no anula bajo ningún sentido la vivencia que la obra nos aporta, ¿por qué le damos tanta importancia al concepto de autenticidad?, ¿por qué nos sentimos estafados si nos enteramos de que la obra ha sido manipulada o transformada por unas manos que no son las del artista?, ¿por qué no somos capaces de valorar la experiencia por encima del objeto?

En mi opinión, seguimos anclados a esa concepción burguesa del arte como experiencia elitista, glamurosa y con una clara valoración económica. Como espectadores queremos sentirnos únicos, especiales y, en definitiva, diferentes. Cuando se organiza una exposición antológica de un maestro del arte, pongamos por caso Dalí, la mayoría de la gente no hace horas de cola por la verdadera necesidad de experimentar a través de la visión de las obras de dicho pintor sino porque saben que es una ocasión única para decir aquello de: “Yo estuve allí”. Se produce una satisfacción morbosa y casi pornográfica al leer en la prensa que la exposición ha sido visitada por 200.000 personas y pensar que tú has sido una de esas afortunadas.

Algo similar me ha ocurrido siempre con los conciertos de música. Recordaré con emoción aquellos momentos en los que pude disfrutar de los Rolling, Dylan o Van Morrison pero no os voy a negar que los mejores momentos los he vivido descubriendo canciones en pequeños bares (muchas de ellas versiones) porque es en esos lugares en los que he podido sentir la experiencia de la música sin pisotones, gritos, y mil cabezas a mi alrededor. Es cierto que en el primer caso siempre podré contar eso de: “Yo estuve en el último concierto de Lou Reed” Un concierto con pedigrí. Pero me debería preguntar: ¿Fue realmente tan buena la experiencia?

Esta semana aficionados, profesionales y curiosos se pasearán por las distintas ferias que Madrid ofrece en su famosa “semana del arte” ¿Os imagináis que después de tanto trajín el próximo lunes, café en mano, amaneciésemos con la siguiente noticia?:

“La dirección de ARCO acaba de confirmar que todas las obras expuestas este año en la feria eran reproducciones”

¿Os sentiríais engañados o tendríais la capacidad de sobreponeros a tal descubrimiento y valorar por encima de todo el disfrute que habéis sentido ante esas “obras falsas”? ¡Qué difícil!

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‘MUY POCA COSA’ EL ARTE COMO FORMA DE VIDA

“morir es salir

salir de aquí

pero adónde?

caer y levantarte

levantarte en el mismo agujero

cómo es que aún trato de levantarme?

Vaso

irrompible

cuando

el mismo vaso

se ha roto

varias veces”

Jorge Oteiza

 

La vida es muy perra con demasiada frecuencia y negarlo es vivir fuera de ella. Se empeña en apretarnos y apretarnos hasta dejarnos casi sin aliento. Nos pone a prueba sin previo aviso. Y nos arranca sin piedad todo lo que más queremos. Sin embargo, y aunque parezca una utopía, la felicidad de esa vida depende de nosotros en un porcentaje mayor del que podríamos imaginar. Caerse suele ser un acto involuntario pero levantarse puede depender únicamente de nuestra voluntad.

A mi alrededor veo constantemente a gente valiente que lucha por superar las adversidades pero hoy os quiero contar uno de esos casos que te golpea el estomago. Una de esas lecciones de vida que hacen que te replantees tus quejas, lloros y demandas diarias. La conocí hace un año…

Aitziber dibujando en el Museo Oteiza el cartel 'Muy poca cosa' que da título al documental
Aitziber dibujando en el Museo Oteiza el cartel ‘Muy poca cosa’ que da título al documental

Aitziber Aranburu es una mujer que lleva cayéndose y levantándose 43 años seguidos, día a día, hora a hora. Nació siendo un ser  frágil e hizo de esa fragilidad su campo de batalla. A los nueve meses el médico dijo a su madre que esa niña era ‘muy poca cosa’. Era casi imposible que superase el año de vida. Una afirmación que ninguna madre puede asumir por lo que esta lucho con uñas y dientes por su pequeña alimentándole con una cucharilla hasta los siete años.

Diagnosticada Sindrome Down y con una salud cada día más deteriorada Aitziber no bajaba la guardia y empezó a alimentarse de lo que a día de hoy es su principal medicina: el arte. Su día a día se compone de pequeñas rutinas como la comida, la siesta y algún paseo. Se desplaza siempre en silla de ruedas y necesita estar conectada a una máquina de oxígeno, pero cuando pinta o baila su cuerpo se llena de energía y no necesita de ninguna ayuda. Se olvida de los tubos y  de la silla y es feliz. Una felicidad que puede durar una hora o dos a lo sumo pero que son su verdadero motor.

Hace aproximadamente un año Toni Sasal, de Enclave Audiovisuales, S.L @en_clave_av, se puso en contacto conmigo para explicarme que estaban preparando un documental sobre la vida de una mujer muy especial. Por aquel entonces yo ni siquiera había oído hablar de Aitziber. La idea principal era reconstruir la historia de su vida utilizando su relación con la danza y la pintura como hilo conductor. Mi labor consistiría en desarrollar una serie de actividades creativas desde las que analizar y recoger las reacciones de ella ante la experimentación artística. No tuve duda ni por un segundo de que esa colaboración llegaba a mi vida como un regalo.

Mi relación directa con la danza es ya lejana por lo que propuse a Toni y Pablo Calatayud, director del documental, contar con la presencia de Oihane Andueza, maestra y bailarina, con la que ya había desarrollado algún proyecto. Ella es una persona de una sensibilidad extrema y estaba segura, como así ha sido, de que su presencia enriquecería el proyecto.

Las actividades de búsqueda y experimentación se han desarrollado en distintos lugares de Pamplona como Civican, Civivox, Museo Oteiza o incluso su propia casa. Tanto Oihane como yo teníamos claro que era necesario trabajar desde metodologías abiertas que empujasen a Aitziber a ir un poco más allá. Su relación con la pintura es excesivamente rígida ya que pinta normalmente sobre plantillas fijas. Y respecto a la danza debe siempre adaptarse a la coreografía fijada previamente para el grupo. Por todo ello, el objetivo ha sido desde un primer momento romper esos esquemas preestablecidos y ver cómo reacciona ante preguntas abiertas. No es mi intención desvelar el contenido del documental sino trasladaros las sensaciones y vivencias que dichas sesiones me han producido.

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Sesión de trabajo en Civican Pamplona

La primera sesión comenzó con un breve encuentro en el que aprovechando la coincidencia de nuestros nombres trabajamos sobre la letra A y la identidad.

“¿Sabes cómo me llamo?”- le pregunté.

“No”, me dijo sin demasiada curiosidad.

“Me llamo Aitziber”.

“No, yo me llamo Aitziber”, dijo un poco enfadada.

“Pero yo también”.

“No, Aitziber soy yo”.

En ese momento tuve claro ante quien estaba. Ella construye su día a día desde un enorme esfuerzo personal  y no existe nadie que pueda venir a hacerle sombra. Ella debe ser la primera, la mejor, la más observada, la más querida, la más aplaudida, la más… Pero no os confundáis, no existe en su mirada ni un ápice de altanería. Ella siempre será la primera porque es su forma de sobrevivir. Desde entonces cuando la veo le pregunto: “¿Quién es mejor artista, tú o yo?” Y, con una pícara sonrisa siempre me responde: “Yo”.

Pintando con papel en Civican Pamplona
Pintando con papel en Civican Pamplona

Las sesiones de pintura han tenido como eje central dos caminos de búsqueda. Por un lado, romper con los materiales y formatos clásicos. Y por otro, establecer relaciones sentimentales con el color. En el primer caso, los resultados han sido muy interesantes. Como ella pinta siempre con pincel, hacerle dibujar con papel, corchos, trapos o tizas ha enriquecido notablemente su conexión con el arte. La primera vez que le pedimos pintar sobre una pared no dejaba de controlar su mano para realizar dibujos pequeños y ordenados pero entonces empezaba a olvidarse de todo y la bailarina que lleva dentro comenzaba a mover su mano por todo el mural. Verla pintar y bailar, siempre concentrada y siempre en silencio, al mismo tiempo, resulta maravilloso.

Respecto al segundo caso, la relación con el color, sus respuestas han sido una verdadera lección. Le gustan todos los colores y aunque le resulta complicado mezclarlos cuando le descubres un nuevo tono casi siempre sonríe.

“¿Te gusta este nuevo color que he inventado?”

“¡Me encanta!”

‘Me encanta’ es su frase estrella. Nunca dice ‘sí’,  ‘me gusta’, ‘bastante’, etc. Ella no tiene término medio. Las cosas no le gustan o le encantan. Y entre las que no le gustan esta el negro.

Cuando le propuse relacionar el color negro con alguna persona que le cayese mal o que no le gustase me dijo: “A mí me gusta todo el mundo”. Sabia respuesta de alguien que no tiene tiempo que perder en peleas absurdas.

Trasladando sensaciones al cuerpo con Oihane Andueza en Civivox Mendillorri
Trasladando sensaciones al cuerpo con Oihane Andueza en Civivox Mendillorri

Las sesiones de danza y expresión corporal han sido intensas y emotivas. Desde el cuerpo ha recreado movimientos relacionados con el nacimiento, el miedo, la alegría o la amistad. Casi nunca se quejaba y seguía con atención las lecciones de Oihane. Nadie sabe de dónde saca la energía suficiente para poder moverse durante una hora pero lo hace. Y después de esforzarse y vivir cada movimiento de su cuerpo con esfuerzo pero también con la elegancia de quien se siente observada cae redonda sobre la silla como diciendo: Me caigo de nuevo pero lo hago para levantarme mañana.

Aitziber me ha enseñado que cuando alguien te dice que eres ‘muy poca cosa’ te está dando, sin saberlo, la oportunidad de demostrar que eres alguien especial. ¡Gracias!  Espero ansiosa el estreno del documental al que seguro acudirá Aitziber como una verdadera estrella y rodeada de esa maravillosa familia que cuida de ella con un cariño indescriptible.

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Cártel del documental dibujado por Aitziber en el Museo Oteiza
Cártel del documental dibujado por Aitziber en el Museo Oteiza

YO TAMBIÉN TRABAJO EN TU MUSEO

 

La  semana pasada el Centro-Museo de Arte Contemporáneo, Artium, inauguraba una interesante muestra del artista navarro afincado en Valencia Fermín Jiménez Landa. La exposición, que podrá verse en el museo hasta el próximo 30 de mayo, lleva por título ‘Turno de noche’. En ella podemos encontrar una decena de obras que observan el mundo según palabras de su autor “desde un punto de vista equidistante entre lo absurdo y lo sensato, lo familiar y lo iconoclasta, lo empírico y lo inverificable». Y precisamente de inverificable podríamos definir la pieza que da nombre a la muestra.

'Turno de noche', instalación de Fermín Jiménez en Artium.
‘Turno de noche’, instalación de Fermín Jiménez en Artium.

´Turno de noche’ presenta una instalación compuesta por decenas de estrellas blancas que han sido pegadas al techo de la sala Norte y que se activan únicamente en la oscuridad. No creáis que, como ocurre en muchas ocasiones, la sala se mantiene a oscuras para que el espectador pueda observar la obra en todo momento sino que curiosamente tan sólo las personas que tengan acceso al centro en los momentos en que se apaguen las luces del mismo podrán descubrirla. Efectivamente, tan sólo el personal técnico, de limpieza y de seguridad la disfrutará.

La propuesta resulta muy sugerente ya que deja fuera de juego al visitante del museo pero permite que trabajadores, invisibles en la mayor parte de ocasiones a los ojos de todos, entren a jugar la partida de la experimentación artística. Cuántas veces, y cada vez más, hablamos de la sociabilización del museo. Se nos llena la boca explicando lo importante que es romper las barreras físicas del mismo y salir a la calle a desarrollar proyectos con distintos colectivos. Todo eso está muy bien. Es necesario. Y más aún, en estos momentos lo considero una obligación política y social porque el museo es de todos, incluso de los que no pueden acercarse hasta él. Sin embargo, en este proceso de democratización del arte y del uso y disfrute del museo como bien de todos siempre olvidamos al personal auxiliar del mismo. A ese que está a la sombra y que no vemos, porque no miramos, pero que  hace que todo funcione con normalidad.

El pasado domingo, aprovechando mi estancia en Madrid, decidí visitar las muestras temporales del Museo Nacional de Arte Reina Sofía. Al entrar en la primera sala pregunté, por pura educación, si podía sacar fotos de alguna pieza con el móvil. La auxiliar de sala me contesto de mala manera y sin apenas mirarme a la cara. Su actitud no sólo me molestó sino que hizo que empezase la visita con mala gana.

No obstante, pasado ya un tiempo y más calmada me puse a observar el rostro de esas mujeres y hombres que custodian las obras y no encontré en su mirada a gente prepotente, maleducada o desagradable sino a gente triste, hastiada y sencillamente desmoralizada. Sentados en una silla (sin ni siquiera un libro o revista en la mano porque entiendo que lo tienen prohibido) algunos observaban el horizonte, otros caminaban con la cabeza baja observándose los zapatos y algunos dormitaban. Supongo que estaréis pensando: “Bueno, es lo que tienen los trabajos monótonos y alienantes”. Estoy de acuerdo pero creo también que por encima del evidente factor del aburrimiento y la desmotivación existe otro hecho en el que nunca pensamos y es que el personal auxiliar del museo no se siente parte del mismo.

Desde este escenario me venía a la cabeza la obra de Fermín Jiménez que os describía al inicio de este texto. Una oportunidad de ofrecer a ese personal cuasi invisible una experiencia única que le haga sentirse especial y en parte también espectador. Que le haga sentir que tiene voz y mirada. No importa que la relación laboral que vincula a estos trabajadores con el museo tenga carácter funcionarial o sean trabajadores contratados desde un servicio externalizado, desde el momento en que cruzan las puertas del mismo son parte directa del museo.

Poca o ninguna capacidad tenemos los técnicos de las instituciones, los artistas o los comisarios de mejorar económica y laboralmente sus condiciones pero en nuestras manos está la posibilidad de mejorar su estado anímico y activar en ellos la motivación. Si todos los que trabajamos en el mundo del arte tenemos claro que este tiene la capacidad de transformarnos, de hacernos sentir mejor e incluso de ayudarnos a crecer desde las preguntas y reflexiones que genera en nosotros, ¿por qué negamos esa posibilidad a este tipo de trabajadoras y trabajadores?

Las opciones pueden ser muchas y diversas. Algunas más costosas y complejas y otras que sólo requieren de buena voluntad. La primera, la hemos visto hoy con la propuesta artística de Jiménez pero debemos ir más allá. Organizar visitas internas para explicar las muestras al personal de seguridad, limpieza, mantenimiento, etc. Organizar en momentos puntuales talleres familiares para relacionarnos socialmente y no sólo laboralmente. Regalar invitaciones para que puedan disfrutar del museo con su entorno cercano fuera del horario de trabajo. Facilitarles catálogos y material sobre las obras para que puedan leer sobre ellas y comprenderlas mejor. En fin, hacerles sentir que ese también es su museo.

Todas estas opciones deben ser libres y voluntarias pero estoy segura de que muchas y muchos de esos trabajadores se sentirán agradecidos por ello y les ayudará a que las horas no se hagan tan largas. Seguirán realizando un trabajo duro, monótono, pesado y aburrido con el que apenas llegan a fin de mes pero de vez en cuando sentirán que ese museo es también un poco suyo e inconscientemente sonreirán  más. La verdad, creo que se lo debemos al menos por no gritarnos a la cara y desde el enfado: “Perdona, pero yo también trabajo en TU museo.”

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JUEGOS DE GUERRA. EL ARTE COMO RESPUESTA

 

«Esa capacidad poco común… de transformar en terreno de juego el peor de los desiertos.»

(Michel Leris)

Esta semana las páginas de los periódicos, las pantallas de televisión y, por su propia función reflejo, las redes sociales se llenaban de imágenes en blanco y negro que nos devolvían a la memoria (si es que en algún momento se borraron) las imágenes del terror nazi. Recordábamos así el 70 aniversario de la liberación de esa inexplicable máquina de exterminio que fue Auschwitz-Birkenau.

En otro orden de cosas, porque así funciona el mundo y nuestras propias mentes, los medios de comunicación nos devolvían la sonrisa al mostraros el maravilloso y creativo mundo de LEGO en su 80 aniversario. Esos pequeños muñequitos articulados que han puesto cara a infinidad de personajes recordándonos que jugar no es complicado, sólo hay que querer ser imaginativo para hacerlo bien (Lego es el acrónimo formado por una frase del danés “leg godt”, que significa “juega bien”)

Y os estaréis preguntando: ¿Qué relación tiene una cosa con la otra? Pues como todo, o casi todo, en esta vida puede que ninguna o puede que mucha. Evidentemente, la tiene en mi mente porque ambos temas me han hecho  recordar una obra que seleccioné hace ya algunos años para una exposición. La obra en cuestión se titula Lego concentration camp y fue creada por el artista polaco Zbigniew Libera en 1996. La pieza, que actualmente pertenece al Museo Judío de Nueva York,  aborda una temática de enorme importancia para el mundo contemporáneo: la capacidad del arte para activar los códigos críticos de una sociedad cada vez más alienada, superficial e individualista.

Concentration Camp, 1996. Zbigniew Libera
Concentration Camp, 1996. Zbigniew Libera

Es cierto que el acceso a la información es en la actualidad más sencillo y dinámico pero también puede resultar excesivo al ser bombardeados de forma constante e indiscriminada con imágenes que nuestro cerebro acabará  desactivando por pura higiene mental.  En este contexto, el artista como observador crítico adquiere especial importancia porque desde su ámbito creativo puede devolver el interés sobre temas que han sido y son sobreexpuestos en los medios de comunicación.  La obra de arte se ve así poblada de narraciones que llegan al espectador en forma de preguntas: ¿quién construye una guerra?, ¿cómo se llega a sustentar el poder de una nación?, ¿cuál es la verdadera religión?, ¿está mi vida en manos del azar?, ¿tengo capacidad desde mi condición de individuo para cambiar los códigos sociales de mi comunidad?, ¿se puede vivir desde el odio a otras culturas, nacionalidades o credos?  Tantas preguntas como respuestas sin responder. Tantas dudas como búsquedas diarias en internet.

Sobre este abrumador  escenario el juego adquiere un intenso protagonismo como vehículo de comunicación entre el artista y el espectador. Describir conceptos tan complejos como la violencia, el abuso de poder, la xenofobia  o la ausencia de conductas morales en nuestra sociedad puede tener en el espectador una actitud más receptiva si se hace desde lo lúdico. El arte como vehículo de comunicación. El juego como herramienta del arte.

Resulta cada vez más difícil conmoverse ante la imagen de un campo de concentración nazi ya que vemos imágenes de ellos de forma constante. Sin embargo, cuando Libera nos presenta sin pudor su juego de exterminio formado por capos que golpean cuerpecitos blancos de plástico no podemos dejar de sentir un pellizco en el estomago ya que en nuestro código de lectura las figuras de Lego pertenecen a nuestra infancia.

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Laboratorio médico. Concentration camp, 1996.

El aspecto exterior del juego no es diferente al de cualquier juego de construcción Lego que tengamos en nuestras casas, pero el interior esconde el horror. Se trata de un set de siete cajas que contienen verdaderas muestras de sadismo como un horno crematorio, guardas uniformados y preparados para moler a palos a los presos, laboratorios para experimentos médicos o incluso la famosa puerta de entrada al Campo que reza el irónico lema de <<Arbait Macht Frei>>. La reacción del espectador ante obras de este tipo puede ser muy diversa. De hecho, en 1997, durante una conferencia sobre el Holocausto judío, Libera mostró el juego a un grupo de supervivientes. La indignación se apoderó de la sala y el artista polaco fue tachado de anti-semita. Resulta lógico que alguien que haya vivido en sus propias carnes ese infierno se sienta indignado por el hecho de que alguien lo transforme en un juego. No obstante, el hecho de que la obra genere indignación y rechazo en unos y cierta incomodidad en otros certifica que la propuesta ha activado la mirada del espectador hacia la crítica. Buena es la obra de arte que da respuestas. Infinitamente mejor  la que genera preguntas.

Caja de novia, 1968. Antoni Miralda.
Caja de novia, 1968. Antoni Miralda.

En un ámbito más cercano encontramos también a otro artista que hace del “juego de la guerra” su espacio de experimentación. Es el caso de Antoni Miralda que ya en los años sesenta toma prestado de la imaginería infantil de éste país algo tan sencillo como un soldadito de plástico para construir su propio discurso narrativo. Primero los dibuja,  más tarde deja que invadan sus fotografías, carteles, muebles y paredes, y por último, ya en los años setenta,  les da vida en su famosa película La cumparsita que narra la historia de un soldado que vaga por las calles de París en busca de un pedestal sobre el que hacerse estatua. La imagen del soldado de Miralda resulta  melancólica y hasta lastimera si la comparamos con los soldados nazis de Libera pero nos ayuda a deconstruir la imagen del valiente y a la vez  agresivo e inmoral militar para recordarnos que los uniformes de todas las  guerras esconden también pobres hombres con fusil.

Imagen de la película La cumparsita con un soldado de plástico a tamaño natural como protagonista, 1973. Antoni Miralda.
Imagen de la película ‘La cumparsita’ con un soldado de plástico a tamaño natural como protagonista, 1972. Antoni Miralda.

<<El que olvidó jugar que se aparte de mi camino porque para el hombre es peligroso>> decía Sófocles. El artista contemporáneo juega  a jugar con el espectador, le ofrece trampas para contarle historias que éste no quiere oír y, a veces,  provoca indignación en su mirada con una calculada precisión. El artista juega para crear y crea al jugar. En nosotros está, como espectadores, la decisión de ser valientes y proseguir la partida con nuestra propia mirada hacia la obra de arte. Merece la pena  participar en estos particulares “juegos de guerra” porque las preguntas que activan en nuestro cerebro enriquecerán nuestra mirada.

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¿POR QUÉ LO LLAMAN EDUCACIÓN CUANDO QUIEREN DECIR ENTRETENIMIENTO?

Esta semana he asistido a uno de esos actos que resultan hoy día más difíciles de entender que un avistamiento  de ovnis: la inauguración de un nuevo museo. Resulta sorprendente que mientras toda la estructura cultural y museística de este país pende de un hilo tan fino siga habiendo hueco para nuevas incorporaciones. No obstante, tampoco nos debería sorprender ya que tras la apertura de estos espacios suele haber poca reflexión intelectual y muchos intereses escondidos.

Dejando de lado la necesidad o no de un nuevo museo mi interés, imposible evitarlo ya que me dedico a ello, se ha centrado en el ámbito educativo. Y es aquí donde me he pegado de nuevo contra el muro. Tras preguntar cómo se desarrollarían las actividades didácticas del centro la respuesta fue rotunda: se formará a un grupo de voluntarios.

Visita guiada al Museo Guggenheim Bilbao
Visita guiada al Museo Guggenheim Bilbao

El voluntario como transmisor de conocimientos. ¿Es este el camino? Mejor no vean mi cara al escribir estas líneas. ¡Rotundamente no! El hecho de que un grupo de voluntarios (por muy voluntariosos que sean) realice las visitas y talleres de un museo (y aquí empezamos a hablar en plural ya que es una práctica tristemente extendida) sólo refleja dos oscuras realidades:

– Los museos y centros de arte no generan trabajo en un sector que tiene clara cabida en la industria cultural.

– Las directoras y directores de museos no dan verdadera importancia a la educación artística al poner en manos de gente sin experiencia (y en muchas ocasiones sin la formación adecuada) la práctica didáctica.

Todas aquellas personas ajenas  a éste mundo del arte pueden pensar: “Bueno, en estos tiempos de crisis al final siempre se recorta del mismo sitio y la educación sabemos que no es la gran apuesta de este país”.  No se equivoquen. La oscura habitación en la que tienen que sobrevivir las educadoras y educadores artísticos es ya muy vieja.

Yo realicé mi primera visita guiada con 20 años. Desde entonces,  he trabajado para pequeños museos y museos de renombre internacional.  He vivido el boom de la creación de nuevas instituciones museísticas  y centros de arte a principios del nuevo milenio.  He formado parte del desarrollo de muchos programas educativos. Y, en la actualidad, peleo con uñas y dientes para seguir trabajando en un mundo del arte que adolece de un gran cansancio ante perspectivas laborales tan difíciles. Pues déjenme  decirles que en todos esos escenarios  (museos públicos  y privados, pequeños y grandes, con recursos y sin recursos, etc.) he vivido siempre la misma situación: precariedad laboral y falta de valoración profesional hacia el sector de la educación.

Voluntarios y más voluntarios. ¿Os imagináis voluntarios colgando cuadros en el montaje de una exposición? ¿Alguien ha visto voluntarios redactando las notas de prensa de un departamento de comunicación? ¿Son los voluntarios los que realizan los informes de restauración? Y podría seguir y seguir… Es cierto que no encontramos voluntarios en el resto de departamentos  aunque estos sí acogen de forma habitual a becarios que realizan funciones, hay que admitirlo,  en ocasiones excesivas. Sin embargo, en la mayoría de los casos los becarios de museos realizan labores menores y sin responsabilidad que tienen como objetivo liberar de carga a los técnicos.  Pero en el caso del departamento de educación la historia vuelve a repetirse. Al becario se le facilita una serie de información que debe memorizar y, casi desde el inicio de sus prácticas (que no olvidemos deberían formar parte de un proceso de formación no sólo de inserción laboral) se le lanza al foso de los leones para realizar todo tipo de actividades educativas: visitas generales a público adulto, visitas escolares, talleres artísticos, etc.

Estos procedimientos no sólo resultan indignantes de cara a una profesión, la de educadora o educador artístico, tan hermosa como compleja, sino que flaco favor hacen al futuro de los museos. La educación (hablemos o no del mundo del arte) es una inversión a largo plazo, una carrera de fondo en la que hay que entrenar y practicar diariamente para conseguir una estructura fuerte y de calidad. ¿Cómo puede un museo conseguir una identidad educativa y una relación fructífera y estable con su comunidad si la actividad educativa está en manos de personas que limitan su relación con la institución a unos pocos meses de trabajo?  ¿Os imagináis que el entrenador de un equipo de fútbol no sólo construyese su equipo con jugadores sin experiencia sino que tuviese que cambiarlos cada cuatro meses?

Los becarios no son educadores sino posibles futuros educadores. Y por ello, sus funciones deben desarrollarse de la mano de profesionales a los que tienen que observar y  preguntar, y de los que tienen que aprender antes de ponerse en primera fila de batalla.

Directoras y directores de museos, les recuerdo, ya que en la vorágine del trabajo diario parecen haberlo olvidado, que las educadoras y educadores de museos NO son:

  • Animadores culturales.
  • Paseadores de jubilados.
  • Cuidadores de niños.
  • Acompañantes escolares.
  • Caras agradables para colocar al lado de las piezas.

Las educadoras y educadores de museos SON:

  • Mediadores entre el visitante y la colección que no sólo dan respuestas sino que generan nuevas preguntas.
  • Mecanismos de activación para ayudar a la gente a abrir sus mentes y llenarlas de nuevas ideas y experiencias.
  • Agentes que propician el acercamiento entre el museo y su comunidad.
  • Un recurso de gran utilidad para ampliar las herramientas educativas de los profesores a todos los niveles.
  • Investigadores que buscan nuevos caminos desde los que ampliar el discurso expositivo del museo.
  • La voz que permite que el museo esté vivo desde la compleja y maravillosa labor de ser capaces de acoger en el mismo a todo tipo de público.
  • La voz del conocimiento, la magia y la imaginación que hace que el visitante sienta como suyo el propio museo.

Y si no acaban de ver claro todo esto tan sólo me queda preguntarles: ¿Por qué lo llaman educación cuando quieren decir entretenimiento?

NECESITO, LUEGO IMAGINO

Hay algo más importante que la lógica: es la imaginación.

(Alfred Hitchcock)

Esta semana releía un antiguo catálogo del IVAM en busca de información para una clase cuando me encontré con una obra que mi memoria había guardado en el desván. Se trata de ‘Blau’ (Azul), una obra realizada por el artista valenciano Artur Heras en 1973. La pieza me emocionó profundamente ( y eso que la observaba sin olor, sin piel, es decir, desde una fotografía) hasta el punto de dejar de leer. Mi mente tiraba de esa cuerda que forzaba al papel a entrar en contacto con una tercera dimensión mostrando retazos de un azul intenso, un trozo de cielo, un trozo de mar, en definitiva, un trozo de Mediterráneo. Mi imaginación ya se había disparado.

'Blau', 1973, Arthur Heras.
‘Blau’, 1973, Artur Heras.

 

¿Cuántas veces habremos escuchado eso de: ‘Anda que no hay que echarle imaginación a esta obra para entender algo’? “Echarle imaginación”, una hermosa expresión que en esta sociedad mercantilizada, superficial y obsesionada por las respuestas fáciles adquiere siempre un tono peyorativo. Una obra de arte que comparte con nosotros las vivencias y las ideas del artista es un regalo pero una obra que despierta nuestra imaginación es un tesoro.

La imaginación es el escenario en el que baila el deseo y el deseo es el único mecanismo que permite transformar la limitada realidad en un vasto horizonte. “Nuestra imaginación – decía Blaise Pascal- nos agranda tanto el tiempo presente, que hacemos de la eternidad una nada, y de la nada una eternidad.”¿Por qué nos negamos tantas veces la posibilidad de imaginar? ¿Por miedo? ¿Por pereza? ¿Por incapacidad? Supongo que cada cual tendrá sus motivos pero lo cierto es que a veces hay que dar la espalda a la razón e imaginar para recuperarla.

Paquete perteneciente a la exposición '¿Qué habrá...?' de Alicia Otaegui en la sala Horno de Pamplona.
Paquete perteneciente a la exposición ‘¿Qué habrá…?’ de Alicia Otaegui en la sala Horno de Pamplona.

Este mes hemos vivido en Pamplona una de esas propuestas artísticas que dejan soñar y construir relatos propios en el mundo de lo imaginario. La artista navarra Alicia Otaegui presentaba en la Sala Horno de la Ciudadela la instalación ‘¿Qué habrá…?’ en la que proponía jugar al espectador a adivinar el contenido de un paquete. El pequeño paquete había sido encontrado hace tiempo entre los escombros de un contenedor del Casco Antiguo de la ciudad y sus anotaciones lo situaban en 1965. Dicho paquete, museabilizado al ser expuesto en el interior de una vitrina, ha permanecido inalterado a lo largo de toda la muestra invitando a los visitantes a dejar anotado el contenido que su imaginación les sugería.

El día de la clausura la propia artista, en una acción claramente performativa, abría el paquete para desvelar el misterio. Estoy convencida de que los que estéis leyendo estas líneas ahora y no conozcáis el final de la historia os estaréis preguntando: ¿Y qué había finalmente en el dichoso paquete? ¡Voilà! Vuestra imaginación se ha activado. El paquete tiene un contenido fijo y como tal una historia propia pero la imaginación, nuestra imaginación, lo ha transformado en un relato sin fin.

http://www.noticiasdenavarra.com/2015/01/14/ocio-y-cultura/cultura/alicia-otaegui-despide-su-proyecto-que-habra-con-un-continuara

‘Caja con el sonido de su propia fabricación’ , 1961, Robert Morris.
‘Caja con el sonido de su propia fabricación’ , 1961, Robert Morris.

La inspiradora propuesta de Otaegui me hizo recordar una de mis piezas preferidas de este espinoso mundo al que llamamos arte conceptual. Se trata de ‘Caja con el sonido de su propia fabricación’ Una obra que Robert Morris realizaría en 1961. En la actualidad ya se sabe con certeza que el cubo de madera contiene una grabación en cinta donde se recogen los martillazos y el ruido del serrucho al fabricar la caja pero eso no impide que al observarla la imaginación pueda variar o ampliar su contenido. Las vivencias propias del espectador transformarán la historia de ese misterioso interior. Será complicado que un joven de dieciocho años piense en una cinta ya que es un objeto ajeno a su mundo. Puede que un anciano observe la obra y viaje a través del tiempo a esos añorados años 60. O puede incluso que el observador sea carpintero y visualice con claridad los clavos utilizados. Que más da. Importa el camino que la mente recorre para construir una historia no el contenido de la misma.

El arte, en sus distintos lenguajes, nos ofrece la oportunidad de ampliar nuestras experiencias a través de la imaginación. No deberíamos desperdiciar esta oportunidad. Yo al menos lo tengo claro: Necesito, luego imagino.

NECESITO desear, amar, viajar, odiar, volar, llorar, reír, asustarme, SENTIR… luego IMAGINO.

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LA EDUCACIÓN DESDE LA ACCIÓN

» Yo no fabrico arte. Yo hago arte«.

( Mel Bochner )

Estos días en que todo parece volver a la normalidad después de tanto exceso navideño, me vienen a la memoria las palabras que Leonard, el protagonista de Memento, escribía en una de sus famosas notas: « Soy disciplinado y organizado. El hábito y la rutina hacen mi vida posible. » Los que me conocen personalmente saben que no soy amiga de rutinas. Toda mi vida ha sido y es una lucha contra ellas. Me aburren. Me desactivan. Me adormecen. Y en definitiva, me hacen sentir un poquito menos viva.

Sin embargo, no puedo dejar de suscribir las palabras del personaje de Nolan, ya que si no fuese por esas rutinas mi vida sería francamente caótica. Y aunque no me guste admitirlo, la vida no es un constante rock&roll. ¿Cuáles son mis rutinas? ¿Qué elementos marcan mi hoja de ruta? Dejando de lado los pequeños quehaceres diarios, mi rutina la marcan mis clases ya que me imponen unos horarios fijos de los que no puedo escapar.

 

Docentes de Educación Secundaria realizando la performance 'Walking is the way' (Se have camino al andar) de Esther Ferrer.
Docentes de Educación Secundaria realizando la performance ‘Walking is the way’ (Se hace camino al andar) de Esther Ferrer.

Esta semana he vuelto a ellas observando el calendario de sesiones. Mis cursos son varios y variados lo que hace del trabajo algo siempre constructivo. En un mismo mes puedo dar clase de arte o educación artística a gente tan diversa como profesores de distintos niveles educativos, adultos en programas de ocio o universitarios. A todos ellos les une el amor o el interés por el arte aunque se muevan en escenarios profesionales y personales muy distintos. No obstante, en todos ellos he encontrado siempre, y así sigue siendo, un factor común: la idea de que el arte ( dejando de lado aquellos que tienen una clara vocación de artista) se estudia únicamente desde el aprendizaje pasivo. Es decir, escucho, observo, analizo y memorizo. Este es el único camino que la mayoría acepta como proceso de aprendizaje.

En el primer curso de Historia del Arte, dentro de la asignatura de Análisis de Formas, recuerdo al profesor explicándonos en qué consistiría su materia. Además de facilitarnos el temario correspondiente, nos anunció que cada trimestre realizaría una prueba práctica de técnica artística ( dibujo a lápiz, grafito y pastel). La protesta fue sonora. A mi alrededor empecé a escuchar frases como: ‘si hubiese querido ser artista me hubiese matriculado en Bellas Artes’, ‘pero si yo no he cogido un lápiz en mi vida’ o ‘genial, todos a suspender por el capricho de un artista frustrado’

Dicho profesor, explicó por activa y por pasiva que los ejercicios tenían como objetivo hacernos sentir las obras a analizar de una forma más cercana pero que en ningún caso pretendía juzgar ni valorar la capacidad técnica de ninguno de nosotros en el ámbito artístico. La explicación fue en balde porque las quejas continuaron hasta fin de curso.

No hay día en que no recuerde a ese profesor y esas quejas de mis compañeros porque yo las vivo diariamente en mis clases. Me niego a enseñar arte sólo desde la barrera. Sin mancharse las manos. Sin sentirlo en los gestos de nuestro cuerpo. Sin vivirlo de verdad. Por ello, mis ‘lecciones’ teóricas siempre van acompañadas de algún ejercicio en el que les pido que transformen un objeto de su mesa en un elemento de distinto valor, que caminen por el aula con una cuerda bajo sus pies para sentir el espacio, que dibujen con un grafito sobre el muro con los ojos cerrados mientras escuchan una composición de Satie o ‘Satisfaction’ de los Rolling, que jueguen con sus manos en un bloque de barro para entender los que supone el espacio vacío de una escultura… En definitiva, que observen el arte con sus ojos, que lo analicen con su mente pero también, que lo sientan con el resto del cuerpo.

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Ejercicio libre sobre el muro en el que se dibuja mientras se escucha música rock.

Decía Picasso: « ¿Por qué dos colores, uno al lado del otro, producen música? Puede alguien explicar eso? No. De la misma manera en que uno nunca puede aprender a pintar en realidad. » El arte posee esa magia de lo inexplicable y ello nos debería hacer reflexionar sobre el modo de acercarnos a él. ¿Podría alguien que nunca ha besado explicar con claridad lo que es un beso? ¿Podría alguien que nunca se ha bañado en el mar describir su grandeza? Evidentemente no. Nunca del todo. Nunca de verdad. El arte es conocimiento pero es principalmente emoción y sentimiento. Por ello, experimentar con él es el mejor camino para vivirlo. No hay que tener miedo a buscar nuevos caminos. Mover un pincel por un trozo de tela, sentir cómo el grafito se parte en nuestras manos al presionar o simplemente jugar a transformar las cosas no es un escenario exclusivo de los artistas sino de todos los que amamos el arte. ¡Intentadlo!

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QUERIDOS REYES MAGOS…OS NECESITAMOS

Queridos Reyes Magos:

Imagino que esta carta os pilla de sorpresa porque hace muchos, muchos años que no os escribía. No os lo toméis como algo personal pero siempre me ha costado fiarme de los hombres que beben leche con galletas. En fin, este año necesito pedir tanto que Papa Noel y el Olentzero juntos se me han quedado cortos y necesito recurrir a vuestra sabiduría. Ya se sabe que, para algunas cosas, mejor dos que uno, y para otras mejor tres que dos. Bueno, voy al grano que sé que tenéis mucho trabajo. En este nuevo año 2015 que estrenamos hace ya un día quiero pedir:

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‘La genealogía de la conciencia II’, 2010, de Mira Bernabeu.

 

 

 

 

 

 

 

1. Que la sociedad despierte de ese letargo en el que vive y comprenda que la cultura no es un capricho de unos pocos sino que puede ayudarles a crecer, a ser mejores, a ser más constructivos y, en definitiva, a vivir de manera más digna.

2. Que la dignidad vuelva a esa cultura en forma de sueldos dignos justos, de estabilidad laboral, de proyectos enriquecedores, de diálogo social y de estructuras educativas sensibles y sensatas.

3. Que el mundo de la educación comprenda que la cultura no es un escenario paralelo a lo educativo sino el escenario desde donde lo educativo se activa. La cultura no sólo entretiene sino que informa y, sobre todo, forma. La cultura es una escuela en sí misma.

4. Que la escuela no es una construcción arquitectónica que se estructura en aulas y pasillos. La escuela es la calle, el museo, el teatro, la sala de conciertos, el centro cívico del barrio, etc. La escuela somos nosotras y nosotros.

5. Que la cultura sea pues de todos porque se hace entre todos. Si comprendemos que la cultura es de todos debemos entonces exigir nuestro derecho a tener una cultura de calidad, y en esa demanda hay que levantar la mano y pedir a gobernantes, administradores, gestores y empresarios lo que nos corresponde. En el barco navegamos todos.

6. Si en el barco de la cultura navegamos todos es necesario aprender a exigir pero también a construir en positivo sin asentarnos en el victimismo como única fórmula de reivindicación. Si yo exijo también debo dar.

7. Si yo decido formar parte de la industria cultural debo hacerlo desde la generosidad y no desde la avaricia personal, el postureo o el autobombo. Sobran directores de museos Lady Gaga, comisarios con síndrome de actor de Hollywood, artistas que justifican su trabajo desde la chulería y la impertinencia, y músicos con aires de Rolling Stones y el gusto de Bustamante.

8. Si tenemos claro que vamos a trabajar por una cultura de calidad debemos empezar a valorarnos DE VERDAD. Nuestro trabajo es importante y necesario. Sólo en el momento en el que estemos convencidos del valor que tiene escribir un poema, componer una canción, dibujar, actuar o cantar, tendremos la capacidad de luchar a favor de la cultura.

9. Esta cultura que tan a menudo escribimos con mayúscula no sólo se da en los grandes escenarios del arte sino en el día a día. Ojalá el 2015 haga comprender a la sociedad que la cultura también se puede vivir con intensidad en un pequeño museo de provincia, en una pequeña librería de barrio, en un bar de amigos o en un teatro de calle. La cultura en vaqueros puede ser tan o más interesante que la cultura que viste traje de lentejuelas.

Bueno Reyes Magos, igual es complicado resolver tantos temas en tan poco tiempo. Ya sé que los juguetes de los peques y las colonias de los adultos son en estas fechas una prioridad. No es mi intención presionaros pero toda ayuda será bienvenida. Tampoco pretendo dejar toda la responsabilidad en vuestras manos porque sé que todos tenemos un poquito de culpa de esta mala vida a la que estamos sometiendo a la cultura. No obstante, os agradezco de antemano que hayáis dedicado un ratito de vuestro ocupado tiempo a leer mis palabras.

PD: Si veis imposible abordar estos temas en tan sólo tres días me conformo con que Enrique Iglesias no vuelva a escribir la canción del verano. El resto, si eso, ya lo iremos resolviendo entre todas y todos.

¡Feliz 2015 MaJos!

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LA CREATIVIDAD ESTÁ SOBREVALORADA

«¿Me contradigo?, sí, me contradigo. Soy muchos, contengo multitudes«.

(Walt Whitman)

A punto de abandonar este ya viejo año 2014 en el que la cultura ha pasado de estar en un coma de primer estadio a sufrir un coma profundo, una vuelve a descubrir con una mezcla de estupor y mala leche que los periódicos, suplementos y blogs varios vuelven a llenar sus páginas con la que yo ya he denominado “la enfermedad cultureta de fin de año”. ¿Y en qué consiste dicha patología? En algo tan aburrido, cansino y pedante como las famosas listas de lo más entre lo más. Lista de los mejores discos, las mejores canciones, los mejores intérpretes, las mejores exposiciones, los mejores artistas, los mejores museos, los mejores comisarios, en definitiva, los mejores entre los mejores.

street-art-creativo-060_thumbNo me entiendan mal. No digo que los que estén en esas listas no lo merezcan sino que los que lo merecen nunca suelen estar en ellas. Somos un país de cantidad que no de calidad y por ello poner número a la cultura es algo que nos apasiona. Sin embargo, en este último año en el que el famoso dicho de “trabajar por amor al arte” se ha hecho tan literal que duele sólo de oírlo es necesario valorar fuera de esas listas de “los cuarenta principales de la cultura” a esos músicos que se siguen partiendo los cuernos por sonar bien en locales de segunda, a esos comisarios que trabajan día y noche en exposiciones en las que su sueño principal es ganar lo justo para comer, a esos directores de pequeños museos que hacen encaje de bolillos para pagar las facturas de la luz sin dejar de pagar a sus técnicos, a esos educadores que no pierden la sonrisa en los talleres y visitas pese al agotamiento de caminar siempre en la precariedad laboral, a esos artistas que dedican una hora al trabajo de estudio y ocho a navegar por internet en busca de becas que les ayuden a sobrevivir, a esos que alimentan las redes sociales de buenos artículos y comentarios por los que casi nunca cobran, y tantos y tantas, y tantas y tantos.

En este campo de batalla en el que se ha convertido el mundo de la cultura podríamos llegar a pensar que sólo el buen oficio y la perseverancia lograrán que la calidad siga existiendo por encima de la cantidad. Sin embargo, existe otro aspecto que es para mí más importante que los anteriores. Un aspecto en ocasiones malentendido y en muchas infravalorado: la creatividad. En francés, para indicar que alguien es un soñador, que construye castillos en el aire, se dice faire des chateaux en Espagne. La creatividad ha estado siempre relacionada con los soñadores y estos con la locura. Este país ha demostrado con creces ser un país de mangantes y farsantes pero, afortunadamente, también sigue siendo un país de soñadores. Y en estos momentos la salvación de la cultura pasa por una mezcla de cordura y locura. Sólo las mentes abiertas, flexibles, pasionales y, en definitiva, creativas serán capaces de sobrevivir a este aniquilamiento cultural.

No cabe duda de que la creatividad puede suponer para muchos un signo de extravagancia. Y todos sabemos que la extravagancia no está bien vista en esta sociedad globalizada en la que (con)vivimos. Pero la acción creativa es la única capaz de transformar, tal como decía Whitman, lo único en múltiple y es ese el escenario que nos ayudará a avanzar. La acción que produce transformación es la única que tiene verdadera validez y es la que necesitamos con verdadera urgencia.

En los últimos tiempos, el mundo de la empresa ha puesto de moda un término que me enerva tanto como gran parte de esos empresarios: “reinventarse”. ¿Y qué significa reinventarse? Reinventarse para la mayoría de los que mueven los hilos no significa otra cosa que adaptarse a sus necesidades. Me viene a la memoria la famosa frase que Don Fabrizio, Príncipe de Salina, pronuncia en Gattopardo: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Ante unos horarios de trabajo interminables, unas condiciones económicas insufribles, una negación inmoral de recursos públicos y un desinterés insultante hacia el mundo de la educación, se nos “invita”, en una suerte de fiesta nacional, a reinventarnos. Reinventarse para no cambiar nada. Reinventarse para que sigan ganando los mismos.

La desmoralizante situación cultural del país no pasa por reinventar nada sino por construir, y la construcción sólo es posible desde la creatividad. Grandes dosis de creatividad serán necesarias para establecer nuevos modelos de museos que incorporen en sus salas las voces de un público más diverso. Una enorme creatividad será necesaria para establecer circuitos y recursos variados desde donde los artistas puedan dejar de ser gestores culturales para volver a ser creadores. Creatividad en mayúscula será necesaria para que los gestores puedan diseñar programaciones en las que pagar justamente a músicos y actores, dotándoles además de escenarios dignos. Y mucha creatividad, insisto mucha, será necesaria para desarrollar otros modelos educativos que ayuden a niñas y niños a formarse emocionalmente como futuros ciudadanos con ideas y criterios propios.

Muchos siguen afirmando con rotundidad que la creatividad está sobrevalorada pero créanme si les digo que esta afirmación sólo encierra una verdad: la sociedad que no es creativa no desarrolla actitud crítica y será, por tanto, una sociedad alienada, vacía y manipulable. Cada cual que decida su forma de actuar en éste nuevo año que comienza. Yo tengo claro que seguiré practicando la creatividad en todas las pequeñas cosas de mi vida sin ninguna necesidad de reinventarme porque como bien decía Edith Wharton: “La creatividad no consiste en una nueva manera, sino en una nueva visión”.

¡Feliz 2015! Urte berri on!

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EL CUADRO. UN CUENTO DE NAVIDAD

Érase una vez que se era un humilde y sencillo pintor que vivía y trabajaba en la corte del Rey Bordón. La vida de Antoine, que así se llamaba el maestro, transcurría tranquila entre paseos, membrillos y verduras varias, con las que pintaba espléndidos bodegones. Teniendo en cuenta que su majestad era muy dado a viajecitos, festejos y cacerías el pobre pintor apenas recibía encargos reales.

Sin embargo, trabajando un día en su estudio en el arduo análisis de una berenjena, el artista oyó golpear su puerta. La sorpresa fue mayúscula cuando al abrir, ante el umbral de la misma, se encontró a Bordón I.

– Buenos días Antoine, ¿cómo le va la vida de artista?

– Bueno Majestad, aquí con mis verduras. No me puedo quejar.

– Me alegro. Vengo a proponerle algo.

El pobre Antoine no salía de su asombro. Era la primera vez que el Rey se dirigía directamente a él desde que empezara a trabajar para la Corte.

– No sé si es el espíritu navideño pero hoy me he levantado generoso. Tras una breve reflexión he llegado a la conclusión de que voy a hacerle un encargo. Quiero que realice un retrato real.

– Su Majestad, ¿queréis que pinte un cuadro para usted?

– No, no me ha entendido bien. No quiero que pinte un cuadro. Quiero que pinte EL CUADRO. Ese cuadro que pasará a la historia como el retrato real más importante del arte. Ese CUADRO que se estudiará en las escuelas, en las universidades y en los congresos de crítica. Ese CUADRO que llenará nuestro país de japoneses dispuestos a gastar los ahorros de toda su vida. En fin, no me líe más y póngase a trabajar que nos conocemos. Quiero presentar la obra las próximas navidades. Tiene un año de plazo.

Antoine se sentía nervioso, excitado y emocionado pero al mismo tiempo pensó que si había sido capaz de sacar a la luz los sentimientos más ocultos de un membrillo también podría hacerlo con los Bordones. Ni corto ni perezoso bajó del zaguán la tela más blanca y más grande que tenía. Una vez montada en el bastidor comenzó a distribuir las figuras en el lienzo. En el lado izquierdo los reyes Bordones acompañados de sus lindas hijas, las Infantas Doña Cristal y Doña Helene. A la derecha del grupo familiar, el macho alfa de la manada, Bordón Junior, la esperanza de la familia, el futuro del país.

Consciente de la complejidad de la tarea decidió empezar el trabajo por la más sencilla, cercana y dicharachera de la familia, Su Majestad la Reina Sofi. A Sofi no le gustaba posar y prefería pasar el tiempo escuchando ópera, acariciando osos Panda o de compras por Londres con su prima, por lo que a Antoine no le resultaba fácil avanzar con su retrato. Decidió que continuaría con ella más adelante.

El segundo miembro de la Casa Real a quien convocó para la sesión fue a la dulce Infanta Doña Helene. No obstante, en medio del proceso creativo se dio cuenta de que reflejar la personalidad de ésta mujer le resultaba muy complicado. No se sabe si porque Antoine no era lo suficientemente bueno como retratista o, simplemente, porque la Infanta carecía sorprendentemente de personalidad. Decidió que continuaría con ella más adelante.

La tercera mujer del clan real no parecía un reto difícil de superar. Doña Cristal era alta, tenía buen porte y, además, un rostro amable y agradable, fácil de dibujar. Sin embargo, no contaba con la hiperactividad familiar de la Infanta. Entre embarazos, reuniones varias, operaciones inmobiliarias y asesoramiento personalizado a su marido, un gran empresario procedente del honorable mundo del deporte de élite, resultaba imposible que se mantuviese quieta más de cinco minutos. Decidió que continuaría con ella más adelante.

De todos es sabido que los que se toman verdaderamente en serio su actividad como familia real son los hombres. Bordón y Bordón Junior eran admirados desde siempre por el humilde Antoine. Por ello sabía que si conseguía pintarlos a ellos la obra no tendría misterios para él. Sin embargo, la vida no siempre se desarrolla como esperamos y ambos hombres, hombres aunque deberíamos llamarlos superhombres, se debían a la Corona antes que a la Historia del Arte.

El Rey Bordón deseaba con todas sus fuerzas acudir al estudio de Antoine para posar pero un Rey se debe a su pueblo. El pueblo quiere ver a su Rey haciendo cosas de Rey. Por ello, con gran esfuerzo y abnegación, el monarca limpiaba diariamente su escopeta para cazar elefantes, acudía a las aburridas fiestas que los jeques árabes organizaban para él, o navegaba con hastío en su yate rodeado de rubias alemanas, suecas o finesas. Lo importante era mejorar las relaciones de su país con el resto del mundo. Lo importante era servir a su patria. Antoine decidió que continuaría con él más adelante.

Pese a las dificultades que iban surgiendo por el camino creía firmemente que Bordón Junior no le decepcionaría. Era un joven muy disciplinado y a pesar de sus prácticas de helicóptero, sus conferencias para el Instituto Jervantes y sus viajes a América, siempre encontraba un hueco para posar. A pesar de ello, cuando el maestro por fin había casi finalizado su retrato algo ocurrió en la vida del futuro monarca: se echó novia. Pero no una novia cualquiera. Una novia que no sólo hizo de él un responsable padre de familia, un alegre príncipe que iba al cine y comía tacos mejicanos, sino que le transformó en el primer príncipe hipster de toda la Historia. Esto acabó con la paciencia de Antoine que decidió que continuaría con él más adelante.

El agotamiento y el cansancio empezaban a hacer mella en el pintor que no había sido consciente hasta ese momento del tiempo transcurrido desde el real encargo. De repente, en un pequeño momento de lucidez, Antoine levanto la mirada hacia su estudio y descubrió con horror que sus verduras se habían transformado en restos putrefactos y sus membrillos parecían pieles viejas a punto de desintegrarse. Sin saber cómo, habían pasado veinte años. Veinte años dedicados a un cuadro que aún no existía. Veinte años en la soledad más absoluta.

La rabia se apoderó de él y con gran valor grito a los cuatro vientos:

– ¡A Dios pongo por testigo que no volveré a descuidar mis verduras! ¡El CUADRO se presentará éstas navidades como que me llamo Antoine!

De todos es sabido que la mala leche potencia la creatividad así que el pequeño pintor pidió que trajesen de cocina su mejor cesta de frutas y verduras. Tras una cuidada selección volvió a realizar la distribución de las figuras en el lienzo. En el lado izquierdo un rosado nabo junto a una esplendorosa patata acompañados de dos hermosas frutas, una papaya y una pera limonera. A la derecha del grupo familiar, el macho alfa de la manada, un gran cardo navarro, la esperanza de la familia, el futuro del país.

Sin más preámbulos, y preparado para las posibles críticas del público especializado en retratos reales, Antoine convocó a toda la prensa, realeza internacional, tertulianos de televisión y personajes varios para la presentación de su gran obra. Una vez dispuestos todos delante del lienzo el pintor de la corte pasó a retirar la tela que lo cubría. El retrato apareció solemne, grandioso y desafiante. El público no podía creer lo que veía. En la sala se produjo un intenso silencio. Nadie respiraba. Nadie hablaba._L5P8142.jpg

De repente, en un alarde de campechanía el monarca esbozó una elegante sonrisa y dijo: Pues yo me veo fenómeno Jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja.

Antoine cerró los ojos, respiró profundamente y pensó: Por fin puedo volver a pintar membrillos.

Y colorín colorado éste CUADRO se ha acabado. ¡Felices fiestas! Zorionak!

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