La malaria es una enfermedad tropical y potencialmente mortal transmitida por los mosquitos, que actualmente afecta de forma endémica a más de 100 países. Actualmente es el principal problema en África, mata a tres millones de personas al año, sobre todo de mujeres y niños, de las que el 90% se encuentran en el África subsahariana. Los niños menores de 5 años suponen el 82% de todas las defunciones por esa enfermedad, y cada día mueren de malaria casi 3.000 niños. La malaria tiene efectos de por vida en el desarrollo cognitivo, la educación y la productividad. Anualmente, la malaria mata a casi tanta gente como el sida. La evidencia muestra que la malaria no es consecuencia de la pobreza, sino una causa de pobreza persistente. También se conoce con el nombre de paludismo porque los parásitos que causan la enfermedad son transmitidos a través de la picadura de la hembra del mosquito Anopheles.
Las personas infectadas sufren fiebres altas intermitentes y anemia. Actualmente en el mundo hay más de 200.000 casos de infectados cada año, la mayoría de ellos en África o Centro América. La malaria afecta sobretodo a mujeres y niños. Hace tan sólo 50 años, la enfermedad se consiguió erradicar en Europa gracias a una fuerte política de saneamiento. El doctor Patarroyo descubrió la primera vacuna sintética contra la malaria en enero de 1986 reconocida por la Organización Mundial de la Salud.
Un hombre fiel a sus principios que no quiso vender la patente de la vacuna a una industria farmacéutica por 74 millones de dólares y la donó a la OMS para que todos los países pobres se pudieran beneficiar de la vacuna, pero a este organismo de Naciones Unidas, donde están metidos toda clase de intereses políticos, económicos, farmacológicos, le importaba más el dinero de la humanidad, que ésta. Una vacuna contra la malaria (con tres millones de muertes al año) significaba un negocio descomunal. Pero claro, la donación del doctor Patarroyo a la OMS, a las multinacionales farmacéuticas, a los grandes laboratorios, a políticos de toda índole, no les parecía bien. Si no se hubiera desprestigiado a Patarroyo y la OMS hubiera aplicado la vacuna, sólo en África se habrían salvado de morir de malaria un millón de personas cada año.
En 1994 el doctor Patarroyo recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Después de dos décadas de ese descubrimiento volvió de nuevo a la carga, para proclamar que estaba a punto de finalizar sus estudios, sobre una solución eficaz, angustiado por la falta de fondos económicos, para buscar fuentes de financiación y finalizar su descubrimiento que fue clasificado por Nature, como uno de los 100 acontecimientos más importantes de la parasitología de la historia. En 2001 su trabajo sufrió un parón debido a problemas de índole económica, ese mismo año llegó a un acuerdo para realizar sus investigaciones en la Universidad Pública de Navarra.
Actualmente, Patarroyo sigue soñando con vencer a esta plaga que mata a tres millones de personas al año, no quiere que los mercaderes de la miseria humana (industrias farmacéuticas, multinacionales, e intereses económicos) sigan enriqueciéndose a costa de esta enfermedad. Evidentemente, enfadado con la propia OMS, nos da una esperanza propia de los grandes inventores de la historia de la humanidad, con la humildad que le caracteriza, buscar una cura para la malaria. Es un hombre solidario con valores humanos y altruista que considera fundamental la resolución de una enfermedad tan grave como la malaria y no busca el enriquecimiento, la fama o el provecho propio. Continúa sus investigaciones para mejorar la vacuna sintética contra la malaria, en la Universidad Pública de Navarra.
Mi apoyo a este humilde investigador colombiano, que a pesar de todas las dificultades, seguro pasará a la historia por ser el investigador que erradicó la malaria de nuestro mundo.
Maika Etxarri Yábar