Un péplum para el siglo XXI

viernes, 31 de agosto de 2007 Sin comentarios

Dirección: Doug Lefler. Intérpretes: Colin Firth, Ben Kingsley, Aishwarya Rai, Peter Mullan, Thomas Sangster, Kevin McKidd, John Hannah y Iain Glen. Nacionalidad: Gran Brertaña, EEUU y Francia. 2007. Duración: 110 minutos.


Si en lugar de Doug Lefler esta nave hubiera sido capitaneada por Robert Rodríguez, La última legión podría haber sido el Sin City del péplum, una especie de Planet Terror de las «pelis de romanos». Como está el citado Lefler, director de varios capítulos de Xena, la princesa guerrera y de Hércules; todo se vuelve pequeño, simple, directo y, digámoslo pronto, carente de brillo.

La última legión parte de un best seller millonario y se apunta a esa corriente narrativa que se complace en mezclar la Historia con el delirio. Su argumento aspira a levantar un puente imaginario entre el declive del imperio romano y el nacimiento de la leyenda del rey Arturo. Hábil artimaña de vendelibros que se nutre de fuentes muy frecuentadas por los aficionados al cine de aventuras. O sea, que La última legión , producida por el sello de Dino De Laurentis, utiliza la vieja fórmula del cine de barrio de los años 50. Un reparto de actores reconocibles aunque no ocupen los primeros puestos. Una mezcla de ingredientes que ya han funcionado; el espectador con paladar y memoria puede reconocer sabores que van desde El señor de los anillos a El Rey Arturo pasando por Gladiator. Y, finalmente, una actitud humilde por la que, reconociendo su naturaleza de híbrido, deja a un lado solemnidad y rigor para fiarlo todo al puro divertimento.

Cine de baja ambición y escasa intensidad, La última legión es víctima de un grave olvido. No existe guión digno de ser así llamado. Aunque Lefler copia esforzadamente a otros filmes, nada puede hacer ante las lagunas del libreto. El principio de causalidad aquí no existe. La evolución dramática de los personajes, no se conoce. La sorpresa y el suspense, y eso sí es su responsabilidad, se malogran porque en realidad, Lefler trata al espectador como a un niño. Y aquí surge el pequeño prodigio de La última legión . Su lección de pundonor. Puede ser mala, de hecho lo es; pero no aburre. Nadie se toma muy en serio. Los personajes salen y entran del cuadro inopinadamente. Los malos, son fatales. Los buenos, abruman y el padre del rey Arturo, último emperador de Roma, rezuma el carisma del hijo perfecto e improbable padre ideal. ¡Qué bonito!

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Un péplum para el siglo XXI

viernes, 31 de agosto de 2007 Sin comentarios

Dirección: Doug Lefler. Intérpretes: Colin Firth, Ben Kingsley, Aishwarya Rai, Peter Mullan, Thomas Sangster, Kevin McKidd, John Hannah y Iain Glen. Nacionalidad: Gran Brertaña, EEUU y Francia. 2007. Duración: 110 minutos.

Si en lugar de Doug Lefler esta nave hubiera sido capitaneada por Robert Rodríguez, La última legión podría haber sido el Sin City del péplum, una especie de Planet Terror de las «pelis de romanos». Como está el citado Lefler, director de varios capítulos de Xena, la princesa guerrera y de Hércules; todo se vuelve pequeño, simple, directo y, digámoslo pronto, carente de brillo.

La última legión parte de un best seller millonario y se apunta a esa corriente narrativa que se complace en mezclar la Historia con el delirio. Su argumento aspira a levantar un puente imaginario entre el declive del imperio romano y el nacimiento de la leyenda del rey Arturo. Hábil artimaña de vendelibros que se nutre de fuentes muy frecuentadas por los aficionados al cine de aventuras. O sea, que La última legión , producida por el sello de Dino De Laurentis, utiliza la vieja fórmula del cine de barrio de los años 50. Un reparto de actores reconocibles aunque no ocupen los primeros puestos. Una mezcla de ingredientes que ya han funcionado; el espectador con paladar y memoria puede reconocer sabores que van desde El señor de los anillos a El Rey Arturo pasando por Gladiator. Y, finalmente, una actitud humilde por la que, reconociendo su naturaleza de híbrido, deja a un lado solemnidad y rigor para fiarlo todo al puro divertimento.

Cine de baja ambición y escasa intensidad, La última legión es víctima de un grave olvido. No existe guión digno de ser así llamado. Aunque Lefler copia esforzadamente a otros filmes, nada puede hacer ante las lagunas del libreto. El principio de causalidad aquí no existe. La evolución dramática de los personajes, no se conoce. La sorpresa y el suspense, y eso sí es su responsabilidad, se malogran porque en realidad, Lefler trata al espectador como a un niño. Y aquí surge el pequeño prodigio de La última legión . Su lección de pundonor. Puede ser mala, de hecho lo es; pero no aburre. Nadie se toma muy en serio. Los personajes salen y entran del cuadro inopinadamente. Los malos, son fatales. Los buenos, abruman y el padre del rey Arturo, último emperador de Roma, rezuma el carisma del hijo perfecto e improbable padre ideal. ¡Qué bonito!

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Un péplum para el siglo XXI

viernes, 31 de agosto de 2007 Sin comentarios

Dirección: Doug Lefler. Intérpretes: Colin Firth, Ben Kingsley, Aishwarya Rai, Peter Mullan, Thomas Sangster, Kevin McKidd, John Hannah y Iain Glen. Nacionalidad: Gran Brertaña, EEUU y Francia. 2007. Duración: 110 minutos.

Si en lugar de Doug Lefler esta nave hubiera sido capitaneada por Robert Rodríguez, La última legión podría haber sido el Sin City del péplum, una especie de Planet Terror de las «pelis de romanos». Como está el citado Lefler, director de varios capítulos de Xena, la princesa guerrera y de Hércules; todo se vuelve pequeño, simple, directo y, digámoslo pronto, carente de brillo.

La última legión parte de un best seller millonario y se apunta a esa corriente narrativa que se complace en mezclar la Historia con el delirio. Su argumento aspira a levantar un puente imaginario entre el declive del imperio romano y el nacimiento de la leyenda del rey Arturo. Hábil artimaña de vendelibros que se nutre de fuentes muy frecuentadas por los aficionados al cine de aventuras. O sea, que La última legión , producida por el sello de Dino De Laurentis, utiliza la vieja fórmula del cine de barrio de los años 50. Un reparto de actores reconocibles aunque no ocupen los primeros puestos. Una mezcla de ingredientes que ya han funcionado; el espectador con paladar y memoria puede reconocer sabores que van desde El señor de los anillos a El Rey Arturo pasando por Gladiator. Y, finalmente, una actitud humilde por la que, reconociendo su naturaleza de híbrido, deja a un lado solemnidad y rigor para fiarlo todo al puro divertimento.

Cine de baja ambición y escasa intensidad, La última legión es víctima de un grave olvido. No existe guión digno de ser así llamado. Aunque Lefler copia esforzadamente a otros filmes, nada puede hacer ante las lagunas del libreto. El principio de causalidad aquí no existe. La evolución dramática de los personajes, no se conoce. La sorpresa y el suspense, y eso sí es su responsabilidad, se malogran porque en realidad, Lefler trata al espectador como a un niño. Y aquí surge el pequeño prodigio de La última legión . Su lección de pundonor. Puede ser mala, de hecho lo es; pero no aburre. Nadie se toma muy en serio. Los personajes salen y entran del cuadro inopinadamente. Los malos, son fatales. Los buenos, abruman y el padre del rey Arturo, último emperador de Roma, rezuma el carisma del hijo perfecto e improbable padre ideal. ¡Qué bonito!

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Cuestión de tiempo

viernes, 31 de agosto de 2007 Sin comentarios

Dirección: Andrea Staka. Intérpretes: Mirjana karanovic, Marija Skaricic, Ljubica Jovic, Pablo Aguilar. Nacionalidad: Alemania, Suiza, Bosnia Herzegovina 2007. Duración: 81 minutos.

La gran diferencia conceptual entre el cine-industria al estilo de Hollywood y el cine europeo en clave realista reside en un factor importante. El primero, suele mantener la atención del público a costa de acumular detalles, efectos, tramas y trampas con la sensación de que da mucho. El segundo, opta por un minimalismo narrativo, una sobriedad emocional, que trasmite la sensación de que nada acontece en la pantalla. La paradoja surge minutos después. Cuando el espectador trata de reflexionar sobre lo que ha visto comprende que allí donde mucho se prometía apenas había algo. Al contrario, en filmes como Fraulein , se percibe cómo, tras minutos de aparente vacío e inexpresividad, se ha escrito un fresco complejo y certero cuyos recovecos están llenos de matices y sugerencias.

En realidad, todo se reduce a una cuestión de tiempo. En el primer modelo, la película acaba cuando aparecen los créditos. En el segundo, es en ese momento cuando comienza a tener sentido lo que se estaba viendo. El problema para el cine europeo es que con las prisas, -¿han visto cómo se escapan los espectadores del cine en cuanto se intuye el final del relato?- pocos son los espectadores dispuestos a prestar atención a lo que han visto.

Fraulein acontece en Zurich aunque sus protagonistas nacieron en una desaparecida, Yugoslavia. Trata de tres mujeres, y habla de la vida, del amor, de la tierra perdida y del futuro incierto. Con ella debuta una joven realizadora suiza de raíces yugoslavas. Como se desprende de todo esto, es una película cuyo protagonismo decisivo está explícito: la mujer. En ella, aparecen hombres, pero la historia es de ellas. Filmada con fotografía fría y encuadre austero, Fraulein rezuma incomodidad, claustrofobia y desarraigo. Pese a su actitud realista, Andrea Staka, la directora del filme, salpica todo con una inefable sensación de inquietante extrañamiento. Hay vocación fabuladora, voluntad de tejer un discurso político y una querencia por el símbolo. Hay muchos matices, algunas concesiones a lo ornamental, pequeños titubeos narrativos y unos personajes profundos, vulnerables y tiernos. A cambio, reclaman tiempo, algo insólito para quienes miden el cine en monedas.

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Magisterio animado

viernes, 10 de agosto de 2007 Sin comentarios

Dirección: Brad Bird. Doblaje español: Guillermo Romero, Carlos Isbert, Fernando Cabrera, Juan Amador Pulido, Luis Mas, Héctor Cantolla, Inés Blázquez y Jesús Carrasco. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 110 minutos

Hace apenas una semana, las campanas a muerto despedían a dos magistrales cineastas fallecidos el mismo día; Antonioni y Bergman. Hace apenas un par de días, Le Monde reconstruía un diálogo imaginario con regusto a epitafio y cineastas como los Dardenne, Assayas y Bellocchio transmitían una sombra de pesadumbre y nostalgia ante el vacío de su ausencia. En su pesar había algo que se trasmitía al propio cine como si con ellos, el cine también se estuviera muriendo en algún modo.

Es un sentir comprensible pero ¿resulta lógico? Veamos. Eran casi centenarios, nacieron cuando el cine todavía no hablaba y cuando su gramática estaba en construcción. Engrandecieron el cine, le regalaron obras cumbre como Blow Up y Persona y su muerte, paradójicamente, ha llegado cuando hay voces que anuncian el final del cine. Pero desde los años 60 se viene hablando de ello. En los años 80, un Wenders presuntuoso, reclutaba a un puñado de cineastas para hablar sobre el no futuro del cine frente al vídeo. Hace tres meses, una recién nacida revista española volvía a cuestionarse eso mismo. ¿Está muriendo el cine?

No lo creo. Y Ratatouille es una prueba incontestable de que todavía es factible aunar inteligencia con diversión, capacidad introspectiva con ritmo y sensibilidad y darle a todo ello una forma fílmica capaz de emocionar al espectador.

Ratatouille entre otras muchas cosas, puede verse como un homenaje al cine, que es como decir a Bergman y Antonioni. Ratatouille es un ejercicio de honesta adecuación entre ambiciones y resultados. No hay espacio para desarrollar todo lo que Pixar representa pero sí lo hay para significar que, tras los nombres del equipo capitaneado por John Lasseter, hay un decidido intento por retornar los fundamentos del relato clásico. Ese que Disney elevó a categoría de genialidad. No es casualidad que haya sido la Pixar la que ha evitado la desaparición de la Disney.

Pero hablemos de Ratatouille . Dirigida por Brad Bird, autor de la memorable El gigante de hierro y de la brillante Los increíbles , Ratatouille , bajo el pretexto de hablar de los placeres culinarios, es un monumento al riesgo y a la diferencia. Dentro de algunos años, Ratatouille formará junto a obras como Monstruos S.A. , Buscando a Nemo y Toy Story la mejor antología del imaginario de la sociedad del siglo XXI. En sus intersticios podrán analizarse los sistemas de valores de nuestro tiempo. Y en filmes como Ratatouille hallarán la eficacia extrema de una de las mejores factorías de animación de todos los tiempos.

Divertida, brillante, compleja y generosa, la obra dirigida por Bird en realidad deviene en puro autorreflejo de lo que Pixar representa. La fe en el trabajo colectivo, la sublimación de recuperar las viejas fórmulas tradicionales añadiendole eso sí, el valor impagable de las pequeñas innovaciones, la importancia de saber asumir el valor del riesgo, la convicción de que todos pueden hacer lo mejor aunque no todos estén dispuestos a conseguirlo,… en definitiva un ideario con el que se podrá estar más o menos de acuerdo pero en el que, como acontecía con el Disney de su época más feliz, la de los llamados Nine Old Men, rebosa vitalidad y entusiasmo.

Los pequeños disfrutan y los adultos perciben que el gran cine, en estos momentos, se refugia en la animación. Es sólo cuestión de calidad y de talento. Parece disparatado, pero mientras surjan películas como Ratatouille crecerá la esperanza de saber que el cine de Bergman y Antonioni tendrá descendencia.

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Espléndido fracaso

viernes, 10 de agosto de 2007 Sin comentarios

Dirección: David Silverman. Guión: James L. Brooks, Matt Groening, Mike Reiss, George Meyer y Matt Selman, entre otros; a partir de los personajes creados por Groening. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 87 minutos

Cuando Matt Groening decidió llevar al cine a sus Simpson , la serie de televisión que desde hace 400 episodios y veinte años arrasa en todo el mundo, sabía que corría un gran riesgo. Sabía que la naturaleza de la serie y la complicidad de millones de espectadores con sus personajes hacía imposible la elaboración de un largometraje que no acabara pareciendo un episodio largo. Y sabía bien porque, pese a sus esfuerzos, este largometraje no consigue jamás eludir la sensación de que es una especie de capítulo especial en la ya de por sí especial serie de animación.

Sin embargo Groening ha tratado de ser honesto. Una mirada a la larga relación de guionistas presentes en la realización del filme revela que Los Simpson , la película, es un prestigioso party de talentos. Hay en su guión más poderío, potencialidad e historial que en el 99 por ciento de la producción de Hollywood de este año. Un examen al currículum de su director, David Silverman, (Monstruos S.A. ) habla también de la serena actitud de Groening y de la importancia de su papel como maestro de ceremonias de este proyecto abonado al fracaso. Dicho de otro modo. Los Simpson es un espléndido e innecesario largometraje que jamás consigue eludir el peso de la serie, porque desde su mismo inicio comprende que no puede dar lo que su naturaleza no tiene: autonomía narrativa e independencia argumental. Toda la sabiduría de sus guionistas se han centrado en pulir los chistes, elaborar situaciones divertidas, imprimir ritmo y agilidad… pero eso es todo.

¿Suficiente? Depende de las expectativas de cada espectador. Las de la mayoría se colman con creces, porque el largometraje atesora algunas de las ideas más brillantes de esta familia convertida en emblema de la sociedad del bienestar del siglo XXI. Y un emblema, como un periódico, como un logotipo o la camiseta de un equipo, no soporta grandes cambios. Basta con permanecer fiel a lo que representa aunque en este caso sea a costa de no aportar nada nuevo. De ahí que Groening rechazase desde el principio el uso del 3D o la tentación de que fuesen actores reales los que representasen a los Simpson . Y es que los Simpson son los Simpson , ni más, ni menos.

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Deseos de niño, pasiones adultas

viernes, 10 de agosto de 2007 Sin comentarios

Dirección y guión: Robert Rodriguez. Intérpretes: Rose McGowan, Marley Shelton, Freddy Rodriguez, Josh Brolin, Jeff Fahey, Michael Biehnn y Naveen Andrews. Nacionalidad: EEUU. 2007. Duración: 97 minutos.

Robert Rodriguez y Quentin Tarantino formularon en los años 90 los rasgos más significativos del cine de su contemporaneidad. Un cine descreído hecho de pasión cinéfila y de sobredosis de vídeo. Llegaron con insolencia. El primero arrasó con El mariachi , una película financiada con un puñado de dólares que no daban ni para pagar el catering de una mediocre producción de Hollywood. Tarantino hacía lo propio con Reservoir dogs . Ambos apelaban a la complicidad de un público joven capaz de ver más allá del puro relato para recrearse con los guiños, con las fuentes y con los subrayados. Utilizaban la truculencia del cine gore, la libertad del cine salvaje, el delirio del cine visionario. Veinte años después, siguen en lo mismo.

Grindhouse es la prueba y Planet Terror la mitad de un proyecto que contemplaba la recuperación del programa doble, el sabor húmedo y atorrante del cine de barrio y el valor insobornable del cine extremo. Pero Grindhouse ha sido un monumental naufragio. Tanto que se estrena en dos partes para paliar el descalabro sufrido en EE.UU. Y aunque al ser dos películas, la fragmentación no afecta al relato, con ello se destroza el intento de recuperar los modos en los que se consumía el cine B en los suburbios de las grandes metrópolis.

Es decir, el intento de recrear el ideal de cine que ellos veían, o creían ver cuando eran adolescentes. Y es que hay mucha nostalgia en Grindhouse , un exceso de ingenuidad industrial y quizá algo de soberbia en Rodriguez y Tarantino. Planet Terror con su imagen rayada, con sus fotogramas quemados, con sus falsos trailers y sus fotogramas robados destila sobreentendimiento y entusiasmo. Rodriguez y Tarantino, ratas de videoclub que han estudiado hasta los subproductos más ínfimos, ahora ofrecen su recuerdo a todo ello, ignorantes de que el gran público carece de su interés y es ajeno a tanta curiosidad. Esa es la más amarga lección del fracaso de este proyecto: que ya no es tiempo para el entusiasmo.

En Planet Terror hay muchas debilidades pero hay secuencias, planos e imágenes impagables. Hay exceso e incontinencia pero hay riesgo y hay una Rose McGowan con una pierna amputada que hubiera seducido incluso al mismísimo Buñuel.

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Indecisiones y sueños

viernes, 15 de junio de 2007 Sin comentarios

Dirección: Félix Viscarret. Intérpretes: Alberto San Juan, Emma Suárez, Julián Villagrán, Violeta Rodríguez, Luz Valdenebro y Amparo Valle. Nacionalidad: España. 2007. Duración: 108 minutos.

Cuando alguien, en una adaptación respetuosa con el contenido original, cambia un título, aunque sea sólo por razones comerciales, está enmendando el sentido del texto que representa. Es obvio que, si cruzamos el significado de El trompetista del Utopía con la sugerencia que fluye del renombre de Bajo las estrellas , hasta el más despistado de los recién examinados del proceso de Selectividad podría decir algo. Diría, por ejemplo, que se ha cambiado el protagonismo del sujeto, un músico de un local llamado, no por casualidad, Utopía, por una abstracción que engloba a la humanidad. Pues ¿qué si no hemos de entender habita con capacidad de saberlo Bajo las estrellas ?

Se nos podría decir que tal afirmación exagera, que se trata simplemente de un homenaje a una vieja canción de jazz, de una búsqueda de más eficacia comercial, incluso del deseo de arrebatarle al escritor su historia para diferenciar la película del papel escrito. ¿Lo creen? Todo es posible pero, a la vista del filme, lo cabal es pensar que Viscarret y Trueba saben -y lo avisan- que entre novela y película hay una diferencia sustancial.

Lo que en la novela de Fernando Aramburu reclamaba subjetividad y concreción, en la película de Viscarret parece clamar una suerte de descreimiento. En un caso, hay una mirada inscrita en la modernidad, en el otro, hay una aspiración de postmodernidad. En ambos, la anécdota es la misma, un padre (requeté) agoniza y, al reclamo del duelo y la llamada de la herencia, el hijo pródigo regresa. Con parecido argumento, Miwa Nishikawa se presentaba hace unos meses en el festival de Valladolid con un filme exquisito que bajo el título de Yureru (Indecisión) ahondaba en la idea del retorno imposible.

Poco, nada más bien, hay en Bajo las estrellas de la sutileza y el ritual del deber y del querer que sustentaba al filme japonés, pero ambos títulos se ven atravesados por una idéntica sensación de melancolía. Lo que ocurre es que Viscarret realiza un arabesco extraño, un maridaje imposible entre una road-movie a la americana y el costumbrismo de comedia de aldea a la navarra.

Curiosamente, con la ración de casticismo estellés y chascarrillos del Ega, Viscarret y Trueba parecen sentirse más felices que con los destellos de hondo drama existencial que reposa en los personajes de Bajo las estrellas . Los primeros levantan risas, los segundos permiten entrever la altura de un narrador capaz de adentrarse allí donde rara vez el cine llega. Hace años, cuando era un prometedor cineasta, Trueba confesaba que echaba mano de la comedia porque su timidez le impedía hablar solemnemente de cosas trágicas. Se perdió un solvente cineasta apenas entrevisto en obras como El sueño del mono loco para ¿ganar? un empresario polivalente. Lo mejor de Viscarret se encuentra todavía en Dreamers . De hecho, lo mejor de Bajo las estrellas es aquello que hace a Viscarret volar hacia ellas. Es decir, cuando se desprende del pelo de la dehesa y se mide con el mejor cine posible. En esos instantes Viscarret se hace grande, compone cuadros de belleza y fuerza, convierte Estella en un escenario que habla y extrae de sus actores una extraña hondura: Alberto San Juan está brillante y Emma Suárez, en el minimalismo de su personaje, roza la perfección.

Como el citado filme japonés, Viscarret aparece indeciso. Cuando le sale el tímido, el resabiado, el que acumula tics y suficiencia, empalaga. Cuando surge el analista de soledades y angustias, hace soñar con que estamos ante un gran cineasta.

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Asesinos y policías

viernes, 15 de junio de 2007 Sin comentarios

Dirección y guión: Todd Robinson. Intérpretes: John Travolta, James Gandolfini, Jared Leto, Salma Hayek, Scott Caan, Laura Dern, Michael Gaston y Dan Byrd. Nacionalidad: EEUU. 2006. Duración: 110 minutos

Raymond Fernández y Marta Beck fueron menos famosos que Bonnie y Clyde pero sus delitos fueron más monstruosos, más oscuros, más crueles, más mezquinos. Se les contabilizaron veinte asesinatos, algunos de una ferocidad inquietante. Mientras el mundo se preparaba para la guerra fría y se restañaban las heridas del nazismo; estos dos psicópatas sembraban la muerte. Ha habido dos importantes acercamientos cinematográficos a su historia. Uno respondió al título de Los asesinos de la luna de miel . Lo rodó Leonard Kastle -nunca más volvió a dirigir largometrajes- en 1969. Empapado de realismo y deudor del free-cinema , Kastle miraba fríamente el proceso de estos amantes asesinos, mostrando con desnudez la crudeza de sus crímenes. Años después, en 1996, Arturo Ripstein en Profundo Carmesí impregnaba esa crónica negra con el exceso propio de su radical y surreal universo.

Ahora, Todd Robinson, nieto del detective Elmer C. Robinson encargado del caso -aquí interpretado por John Travolta- alumbra una ilustración esforzada de su detención.Todd Robinson, sin perder de vista a la pareja de asesinos, dedica un espacio propio para retratar a su abuelo, un policía con bastante sentido del humor pero que jamás superó el sinsentido homicida de estos dos asesinos.

Ni la frialdad realista de quien fuera compositor y músico, Leonard Kastle; ni la extrema perversidad de quien aprendió de Luis Buñuel, se asoman en esta cita. Robinson divide su crónica entre el recuerdo-homenaje a su propio abuelo y un retrato bastante improbable de la pareja de asesinos. Ray y Martha compusieron una pareja venenosa cuyos delirios eran alimento de locura. Pero basta confrontar una foto de la pareja real con la cinematográfica para entender que, aunque Salma Hayek hace esfuerzos por ocultar su belleza, todo es demasiado inverosímil, demasiado forzado, demasiado improbable. Sin suspense narrativo ni capacidad de traspasar la piel de sus actores para palpar la verdad de los personajes, todo se vive como un estrenos TV. Sólo que interpretado por actores de primera que aquí se limitan a no perder la compostura.

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El excesivo peso del padre

viernes, 15 de junio de 2007 Sin comentarios

Dirección y guión: Dito Montiel. Intérpretes: Robert Downey Jr., Shia LaBeouf, Chazz Palminteri, Dianne Wiest, Channing Tatum, Eric Roberts, Rosario Dawson y Melonie Díaz. Nacionalidad: EEUU. 2006. Duración: 98 minutos.

Las declaraciones de los cineastas no deben tomarse al pie de la letra. Al contrario que sus películas, donde, confiados por el aparato fílmico, suelen ser mucho más sinceros. Dito Montiel se dio a conocer gracias a una novela autobiográfica. Su título original: Una guía para reconocer tus santos . Una guía que reconstruía, entre la verdad y lo imaginado, las condiciones de vida de un barrio de Queens en los años 70. En ella, Montiel, con un pie puesto en lo vivido y otro en la necesaria fabulación, recreaba su memoria acunada por tensiones juveniles, la primera novia, los amigos del alma y la sombra del padre.

El éxito de la novela hizo que, al comienzo de forma inconsciente, luego ya con firme voluntad, la historia de su juventud se convirtiera en su ópera prima cinematográfica. De modo que Memorias de Queens pertenece a ese subgénero de falsas memorias y verdades profundas que radiografían lo que mejor conocen los autores, su propia existencia. En su caso, Montiel ha mirado de reojo el trayecto de cineastas de esa Nueva York de tensión, drama y bandas juveniles. Casi parece de perogrullo esa coincidencia formal entre este Memorias de Queens con el Historias del Bronx de Robert de Niro. Pero en ambos casos, el contexto es sólo telón de fondo. Montiel habla de un regreso a la casa del padre, de un cruce de tiempos entre el pasado, años 70-80, y el final del siglo XX. Un regreso que conlleva un proceso de perdón y aprendizaje. Un retorno difícil en el que su protagonista, o sea el propio cineasta, deberá convocar la figura de sus padres. Entre los incontables pliegues que dan consistencia a este filme agrio y cortante, uno de los más vertiginosos es aquél que muestra el envejecimiento de Chazz Palminteri, en un proceso en el que ficción y realidad se enroscan sobre una misma sensación, la del tiempo que inevitablemente pasa. Aunque a veces se presiente que estamos ante un filme ya visto, otras se impone la singularidad de sus pequeñas y valiosas aristas. Esas que hacen percibir la mordedura del tiempo, la relatividad de las grandes pasiones, la vulnerabilidad de las ideas simplistas y, sobre todo, el vértigo de reencontrarse con lo que un día se dejó abandonado en la cuneta.

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