Hambre de Más

Lo primero que puede venirle a la mente al terminar de ver Hunger Games, es que, precisamente, la película te deja con hambre de más. El fenómeno cinematográfico de 2012 es sólo la primera de cuatro películas que se apuntan a las muy rentables sagas para adolescentes de Hollywood.

Pero al menos, y a diferencia de Crepúsculo, los Juegos del Hambre atesora  un discreto mensaje; yendo un poco más allá de criaturas sobrenaturales y romances vampíricos imposibles. El mundo futurista en el que luchan Jennifer Lawrence y Josh Hutcherson bien podría ser una representación metafórica de las cada vez más deshumanizadas sociedades de este bendito planeta. La novela en la que se basa, de Suzanne Collins, ha sido todo un bestseller en USA, quizá por su aire apocalíptico muy en boga en este profético 2012. Pero como digo, eso no le resta su parte de valor al filme.

Entiéndase que no estamos ante una película para descerebrados, y aunque no oculte sus deudas con George Orwell y su hipereferenciado 1984, es de agradecer que un producto para adolescentes se atreva con el mensaje. Eso sí, el despliegue de recursos no está al nivel de Harry Potter o el Señor de los Anillos, y de hecho la dirección intenta ocultarlo con excesivos movimientos de cámara y “meneos” al más puro estilo Dogma. Tarea inútil, pues no pasa desapercibido para ningún aficionado que la película no tiene tantos medios como las 8 partes de la saga de J.K Rowling.

Que nadie espere un guión especialmente inspirado, pero sí lo bastante como para resultar entretenido. Y es que los Juegos del Hambre sólo aburre en sus prolegómenos, antes de que comiencen las particulares «olimpiadas». De hecho, la cinta cuenta con dosis de acción de sobra para satisfacer a los estómagos más agradecidos, sin por ello olvidarse de una valiosa reflexión aplicable a estos tiempos tan oscuros.

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